miércoles, junio 13, 2012

Leyendas olímpicas: Jesse Owens



Se le conoce como el hombre que hizo rabiar a Hitler, pero se quejaba más del racismo de Estados Unidos. Brilló como nadie en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, un fulgor, pero su carrera deportiva se vio prematuramente cortada por las trabas que le pusieron en su propio país, aún antes del estallido de la II Guerra Mundial.

Jesse Owens nació en Alabama, pero sus padres se cambiaron a Cleveland cuando él era niño. Buscaban trabajo, pero sobre todo escapar de la sociedad segregada del sur de Estados Unidos. Desde muy joven, Jesse destacó en los deportes: en la preparatoria igualó el récord mundial de las 100 yardas. Fue la estrella atlética de la Universidad de Ohio (donde no tenía beca y tenía que comer separado de sus compañeros blancos). En una competencia intercolegial, en 1935, rompió 3 marcas mundiales en sólo 45 minutos: salto de longitud y dos carreras con vallas medidas en yardas.

Antes de los juegos de Berlín hubo un fuerte movimiento en Estados Unidos que pedía boicotearlos. Owens se sumó y afirmó que su país no debía mandar una delegación. El clamor fue tan fuerte que obligaron al presidente del Comité Olímpico de EU, Avery Brundage, a visitar Alemania y dar un veredicto. Brundage era simpatizante nazi y, tras el viaje, acusó de mentirosos a quienes afirmaban que el III Reich negaba derechos elementales a las minorías.

En los Juegos de 1936, que supuestamente mostrarían la superioridad de la “raza aria”, Owens ganó el oro en los 100 metros planos, superando a su compatriota, también negro, Ralph Metcalfe. Se llevó también la victoria en el salto de longitud, luego de estar a punto de ser descalificado en las eliminatorias (un tip de su rival alemán, Luz Long, a la postre medallista de plata, le sirvió para superar la fase). También obtuvo el oro en los 200 metros planos y completó la cuarteta en el relevo de 4 x 100.

Es famoso el hecho de que Hitler, tras la primera victoria de Owens, abandonó el estadio sin saludar al ganador. Al día siguiente, el COI le dijo al Führer que o saludaba a todos los ganadores o no saludaba a ninguno, por lo que Hitler ya no asistió a otras ceremonias de premiación. Menos conocida, la actitud de Luz Long, quien abrazó a Owens tras la competencia y dieron un paseo por el estadio, tomados del brazo. Aún menos, que la participación de Owens en el relevo de Estados Unidos se debió a una petición alemana para que dos velocistas de origen judío fueran sustituidos (los negros eran una opción menos mala, según los nazis, a quienes Brundage obedeció).

Tras la victoria berlinesa, el Comité Olímpico de Estados Unidos obligó a sus atletas a una gira por Europa, cansada y con malos servicios, que a muchos molestó. Owens decidió regresar a su país y fue recibido por una multitud delirante en Cleveland. El velocista había hablado de hacer contratos con varios patrocinadores y ese sólo hecho bastó para que el organismo encabezado por Brundage lo declarara profesional y acabara con su carrera deportiva formal. Obviamente, los patrocinadores desaparecieron.

Sin ingresos, el tetracampeón olímpico tuvo que hacer cosas raras para sobrevivir, como competir en carreras contra caballos purasangre (que Owens ganaba, porque le daban algo de ventaja y el disparo muy cerca del animal lo asustaba y hacía lento su arranque). Ante las críticas de que aquello era humillante, respondió que no se podía comer sus medallas. Y ante los comentarios de que Hitler no lo quiso saludar, respondió que el presidente Roosevelt ni siquiera le envió un telegrama de felicitación.

Owens fue dueño de una tintorería, cayó en bancarrota y terminó de empleado en una gasolinera. De ahí fue recuperado por el gobierno estadunidense, que lo nombró embajador de buena voluntad, para recorrer el mundo y defender los valores de EU en plena guerra fría. También lo contrataron varias empresas privadas para el mismo efecto. De esa forma, la leyenda olímpica, el primer hombre que derrotó a Adolf Hitler pudo vivir con cierta dignidad económica sus últimos años.  

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