martes, noviembre 13, 2012

Biopics: Cómo torturar un gato



Entre las cosas alivianadas de los años ochenta destacaban dos estaciones de radio, Rock 101 y Radio Educación. La primera cambió la concepción tradicional de las estaciones roqueras en México, y ayudó a difundir, entre otras cosas, el buen rock en español (que en los años setenta era prácticamente inexistente). Radio Educación tenía un espectro todavía más amplio, y en los tiempos en que no había otra alternativa musical en el auto que la radio, este tándem constituía un verdadero oasis (porque desde entonces el tráfico capitalino es un caos; sólo que antes los conductores eran todavía más cafres).

Esto viene a cuento porque una vez venía yo escuchando Radio Educación rumbo a una junta de la Comisión de Análisis en la oficina de apoyo al grupo parlamentario del PSUM, que estaba en Lafragua. Y estaban pasando  una canción triste, muy triste, que quién sabe por qué recónditas razones me llegó al alma y la apuñaló. Al estacionar, ya estaba yo bañado en lágrimas. Se llama “Cómo torturar un gato”, de Víctor Manuel: 

Hay que coger el gato por el rabo,
Arrancarle el bigote que es su tacto;
Repetirle cien veces que es un guarro
Y crearle complejo de tarado.


Prohibirle que duerma recostado,
Prohibirle que fume celtas largos,
Recordarle su origen desgraciado
De una madre soltera y un gusano.


Sin mirarle a la cara regañarlo
Porque acude a la misa y al rosario;
Que sexualmente es bastante raro
Y no tiene valor para aceptarlo.


Y si no hay interés en torturarlo
Se le desprecia un mes de tres a cuatro,
Repitiéndole frases como ésta:
Suficiente desgracia tienes con ser gato.


La reunión posterior a ese llanto transcurrió con tranquilidad, pero extrañamente la recuerdo muy bien (una intervención de Carlos Márquez sobre transferencias familiares y movilidad social; una acotación personal de Enrique Provencio al respecto), porque traía los sentidos insólitamente prendidos.

Al salir, me quedó claramente la impresión de que tenía una insatisfacción profunda, una herida escondida. Quise escudriñar en mí para encontrarla, pero me topé con muy poco. Mejor puse otra música, un buen rockcito, y lo olvidé por un tiempo. Pero ahí estaba, pertinaz, la desgarradura. 

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