martes, junio 04, 2013

Compasión por el Diablo



Con algunos años de retraso, acabo de leer la novela El Hombre que Amaba a los Perros, del cubano Leonardo Padura. Me parece que es una lectura imprescindible para quien trate de entender los horrores del siglo XX que se trasminan al siglo XXI. Me parece también, pensando en la canción de los Rolling Stones, que podía haberse titulado Compasión por el Diablo.

¿De qué trata la novela? De tres historias paralelas de hombres que amaban a los perros. León Trotsky, el profeta desarmado de la revolución rusa; Ramón Mercader, su asesino en una tarde mexicana de verano, e Iván Cárdenas, un cubano que dejó de ser escritor y que traba casual amistad con un Mercader viejo, en lenta casi imperceptible agonía.

¿De qué trata la novela? Del miedo y sus distintas formas. El miedo que va persiguiendo a Trotsky en su periplo del destierro, a pesar de la resistencia del ex dirigente. Un miedo que va generando círculos cada vez más estrechos mientras van cayendo sus socios y familiares, hasta convertir en irrespirable el aire en la casona de Coyoacán donde fue ultimado. El miedo que acompaña, junto con el odio, a Ramón Mercader-Jacques Mornard, un personaje indoctrinado al límite de dejar de ser su propia persona. El miedo que impide a Iván Cárdenas continuar a escribir, tras haber pasado de “joven promesa” literaria a ser prácticamente nadie, en la Cuba revolucionaria.

¿De qué trata la novela? De la perversión de la utopía socialista. De cómo la revolución bolchevique se fue tragando a sus propios hijos, de una manera más lenta que —en sus respectivos momentos— la francesa o la mexicana, pero también de una forma mucho más cruel. De cómo un hombre, Stalin, pudo ser el demiurgo de esa perversión, la mano que decimó (es un decir: mató a la mayoría) a la dirigencia revolucionaria, para hacer una nación que lo adorara, lo obedeciera, pero —sobre todo— lo temiera. De cómo el partido sustituyó a la sociedad, el politburó sustituyó al partido y el gran líder carismático sustituyó al politburó e instauró una dictadura unipersonal y paranoica. No se requiere tener mucha imaginación para darse cuenta de que, en una versión light, pero fundamentalmente similar, fue lo mismo que sucedió en Cuba.

¿De qué trata la novela? De la lucha de la Historia contra los individuos. Quizá la característica más evidente de las ideologías del siglo XX fue la pretensión de que podrían cambiar para siempre el rumbo de la historia. Una Historia con mayúsculas, cuya rueda empujaban (empujábamos) las masas organizadas, y en la que poco o nada contaban las vidas personales y en la que no había espacio para otras cosas, como el amor, la belleza, la búsqueda de la felicidad —que, de hecho, eran vistas como mezquindades, ínfimas ante la Gran Marcha de la Humanidad—. En la novela, la Historia simplemente aplasta, despedaza, tritura a los individuos. Lo hace de muchas maneras y, lo peor, la perspectiva histórica nos hace ver que lo hace con una crueldad gratuita.

¿De qué trata la novela? Trata del cinismo, un arma deshumanizadora y necesaria para sobrevivir en tiempos difíciles. Una segunda piel con la que pueden estar más o menos a gusto quienes saben, o cuando menos sospechan, quienes están lo suficientemente enterados como para ver la perversión de las utopías. Un cinismo con niveles. Desde el del redactor cubano que le dice a Iván: “Prepárate, socio, aquí te vas a hacer un cínico o te van a hacer mierda… Bienvenido a la realidad real”, hasta el del ubicuo agente soviético de mil nombres que hace de la mentira su forma de vida y no puede dejar de ver la vida con sorna aún después de haber sido, también él, deglutido por la Historia.

¿De qué trata la novela? Trata de la credulidad. De la casi infinita capacidad de las masas para tragarse una mentira tras otra, cada vez más grandes, con tal de mantenerse dentro de la comunidad de la fe (la fe a la Revolución, la fe a la Historia, la fe al Líder Carismático). El autoengaño se enseñorea a lo largo de la novela: las mentiras, a fuer de ser repetidas, se vuelven verdades (o cuando menos, verdades a medias, lo suficiente para un pretexto cínico o criminal).

¿De qué trata la novela? Trata del genocidio con vestimenta ideológica. En primer lugar, del realizado por Stalin en contra de su propio pueblo, pero también —en cierto modo— del que realizaron, con distintos grados de perfección, varios de sus émulos.

¿De qué trata la novela? Trata del fin de un sueño. De un despertar amargo al ver que aquello, construido con lágrimas, sudor y sangre eran castillos de arena cubiertos de manipulación, escasez, hambre, odio, delaciones, miedo. Mucho de todo. Cantidades industriales.

¿De qué trata la novela? Trata de la compasión. Es casi un ensayo sobre la compasión. Compasión por el antiguo jefe del Ejército Rojo, convertido en un nómada al comando de minúsculas y a menudo ridículas tribus de seguidores, que se pelean entre sí mientras un gigante las va aplastando. Compasión por Mercader- Mornard, el Asesino-marioneta, a quien se le ha privado, con un entrenamiento riguroso, de su propio ser y de quien, en la novela, apenas asoman atisbos de conciencia que son de inmediato reprimidos. Compasión, en fin, por el cubano Iván Cárdenas, quien cursaba la primaria cuando Fidel llegó al poder y que en un momento expresa: “No creo que haya mucha gente que dude que la historia y la vida se ensañaron alevosamente con nosotros, con mi generación, y, sobre todo, con nuestros sueños y voluntades individuales”.

Al final, hemos tenido compasión por el diablo, o por los diablos. Compasión por un hijo de puta que “mató a otro hijo de puta que, cuando tuvo el poder, le arrancó la cabeza a ni se sabe cuánta gente”. Compasión por el asesinado. Compasión por aquellos que fueron víctimas y verdugos. Pero sobre todo —y esa es la conclusión a la que nos lleva Padura— hemos tenido compasión por el pobre diablo, por Iván, por sus sueños muertos: porque él, como millones que son la sal de la tierra, sólo fue víctima.

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