viernes, mayo 16, 2014

Biopics: El fucho en Xochimilco



A principios de 1986 un grupo de cuates se decidió a hacer deporte dominical. Rentaron una canchita de pasto en Xochimilco (dentro del club de remo Antares) y organizaron una cáscara de lo que hoy se llama Futbol 7, que fue creciendo de manera exponencial. La mayoría éramos exmapaches. Yo fui de los primeros en incorporarse, e invité a Eduardo Mapes, quien también se convirtió en asistente regular.

Entre los pioneros estaba Roberto Cabral, quien invitó a sus dos hermanos, Fernando y Carlos (que era muy serio), también le entraron Fallo Cordera (ya se sabe, Fallo no falla), Alejandro Pérez Pascual y Erwin Stephan-Otto, entre la mapachada histórica. Fernando Calzada trajo a un primo suyo, médico, a quien apodamos Dr. Killer por sus entradas en la defensa central. También había varios exalumnos nuestros, señaladamente Alberto Martínez Villagrán, El Beto, Luis De Buen y Calderón. Luego se sumaría más gente: Pepe Zamarripa, Martín Castañeda, Martínez Leyva, colegas, exalumnos, amigos y parientes varios. Se llegó hasta hacer doble reta y campeonatos de cuatro.

Típicamente, Mapes pasaba por mí a eso de las nueve de la mañana, llegábamos, nos echábamos fácil tres horas jugando y llegábamos muertos de cansancio, pero mentalmente relajados. Había varios que jugaban muy bien (Fallo, el Beto, De Buen, Alejandro Pérez), otros eran buenos luchones, otros éramos medianitos y había uno que otro tronco. A veces se metían a jugar con nosotros algunos alemanes del club. Lo importante es que todos nos divertíamos.

Cuando se acercó y llegó el Mundial de futbol, a Zamarripa se le ocurrió apodarnos a todos según algún jugador de moda. Recuerdo que yo era Fana, por pelón e italiano; Alejandro Pérez era Sócrates, por su clase; Calderón era Casagrande, por cazagoles y enojón; Martínez Leyva era Guetov, como el búlgaro que siempre volaba sus disparos (y los de Martínez Leyva llegaban hasta el canal); Diego, el hijo de Fallo, era Stracham, por pelirrojo, y así. Martín Castañeda no alcanzó apodo de mundialista, Pepe le llamó El Minibar, por su corpulencia, en referencia a un jugador de americano apodado El Refrigerador Perry. Zamarripa jugaba y narraba al mismo tiempo y era de lo más divertido.

Recordar esos momentos puede parecer meramente anecdótico, pero tengo que subrayar, una y otra vez, que en aquellos años la vida cotidiana daba para más frustraciones que alegrías, y esas mañanas de domingo servían de mucho como ayuda para hacer frente al resto de las cosas. También lo hago con cierta nostalgia al recordar que algunos de los participantes ya fallecieron (y miro a Fallo, ordenando a la defensa desde la portería o filtrando un pase perfecto; a Zamarripa metiendo el cuerpo para controlar el balón, ante un defensa que –no era difícil- le sacaba la cabeza; a Carlos Cabral, que usaba rodilleras cualquiera que fuera la posición que jugara).  


Raymundo y los futboleros, al rescate

A veces yo llevaba a Raymundo al fucho de Xochimilco, pelotéabamos un poquito antes de cada juego, y luego él se iba a los columpios o a pasear por los prados del club. Junto a la cancha había una alberca, que a veces estaba en buenas condiciones; en otras, estaba vacía, pero normalmente tenía agua puerca.

Una ocasión estaba yo en la portería –no era nada común, ha de haber sido por el cansancio- cuando escuché a Raymundo, que tenía cinco años, gritar: “¡Papá, papá!”. Volteé y ví que tenía un tubo grande de metal en la mano y maniobraba hacia la alberca. “¡Un niño se está ahogando!”, gritó de nuevo. Efectivamente, se veía una manita agarrándose del tubo que sostenía Rayo.

Salimos varios como de rayo hacia la alberca. El Beto y Alejandro Pérez se tiraron a la alberca sucia; otros, encabezados por Fallo, dimos la vuelta, porque es más rápido correr que nadar, jalamos el tubo y recogimos al niño, como de dos o tres años. La criatura había tragado bastante agua y lograron que la echara.

Más tarde, apareció la madre, que trabajaba en el club. Iba dispuesta a regañar a la hermana del niñito, que supuestamente debía cuidarlo. La pequeña de seis años mejor se había ido a jugar a los columpios. A la que le pusimos una regañiza histórica fue a la señora, que era la verdadera responsable de la seguridad del niño. Martínez Villagrán y Pérez Pascual estuvieron como media hora bañándose, porque se les había pegado todo tipo de restos vegetales y animales a la piel cuando entraron al rescate.

Me pregunto si, metidos en la magia de nuestro juego, nos hubiéramos dado cuenta de la tragedia que se gestaba a un lado, en la alberca, si no hubiera estado ahí el pequeño Rayo.

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