jueves, febrero 15, 2018

Cuba: los aldabonazos suicidas

Fidel Castro Díaz-Balart, suicida


Cuando me enteré del suicidio de hijo de Fidel Castro, lo primero que se me vino a la mente fue que se sumaba a una larga tradición cubana: enumeré de memoria los suicidios de Eddy Chibás, Osvaldo Dorticós, Haydeé Santamaría, Miguel Ángel Quevedo y Reinaldo Arenas. Luego recordé que la historia de la isla está también poblada por “suicidas a medias”, empezando por José Martí.

Es fácil suponer que el suicidio en Cuba está ligado a las fracturas y las facturas que pasó la Revolución sobre sus hijos, pero si uno abreva un poco en la historia convulsa de esa nación, se encontrará con suicidios de todo tipo, que vienen desde antes. Incluso de cuando era colonia española. Los políticos son los más sonados, pero en el fondo hay toda una tradición, y no hay cubano que no platique de algún suicidio que presenció, del que escuchó, que vivió. La que se echó candela, la que se lanzó de un balcón, el que se colgó de la viga del techo de su casa, el que caminó por la vía del tren y desoyó el silbato desesperado del abuelo maquinista.

Eduardo Chibás, suicida
A diferencia de otros países, en la idiosincrasia cubana hay cierta mística del suicida. ¡Cuántas veces escuché, de la boca admirada de mi madre, la historia del suicidio de Eddy Chibás! Eduardo Chibás era el dirigente del Partido Ortodoxo Revolucionario (que en la ortodoxia de su nombre sugería la incorruptibilidad) y, al menos según el relato, seguro vencedor de las próximas elecciones presidenciales de 1952. Tenía un programa de radio. Había acusado a un ministro de corrupción pero, como no pudo mostrar las pruebas, la prensa se le vino encima. Entonces, en su programa, Chibás dijo que iba a dar “un aldabonazo en la conciencia del pueblo cubano” y, para demostrar que él no tenía intereses personales, se pegó un tiro.

Mi madre lo platicaba como si hubiera estado atenta al programa, escuchando al líder –ponía énfasis en la palabra “aldabonazo”– y luego se hubiera sorprendido por el sonido del balazo mortal. La verdad es que en 1951, cuando el suicidio, ella ya vivía en México. De hecho, ni aunque hubiera estado en Cuba hubiera escuchado el tiro. En su clásico ensayo sobre el suicidio en Cuba, Guillermo Cabrera Infante nos recuerda que, “irónicamente, ni el aldabonazo metafórico a la conciencia cubana ni el disparo real ni su caída ante el micrófono salieron al aire”. El programa duraba 25 minutos, Chibás se pasó de rollo y se suicidó mientras pasaban los comerciales (el del Café Pilón, “sabroso hasta el último buchito”, recuerda Cabrera Infante). Si algo hay más poderoso que la tendencia suicida de los cubanos es su gusto por mover la singüeso y lanzar catilinarias
.
El suicidio de Chibás fue no sólo una estupidez personal, sino también política. Propició el golpe de Estado de Fulgencio Batista: la oposición ya no tenía a su líder natural. Sin embargo, los ortodoxos lo vieron como un acto supremo de desprendimiento, un gesto romántico de una isla que se veía a sí misma como cuna de luchadores idealistas condenados al fracaso.

Esto nos lleva al “suicida a medias” por excelencia, el prócer José Martí. El escritor organizó la rebelión que culminaría con la independencia cubana, pero –a diferencia de otros jefes– no tenía experiencia militar; sin embargo, fue como corderito al cadalso en la primera escaramuza contra las fuerzas coloniales.

Esta práctica se repite una y otra vez en la historia de Cuba. La gente que sale a festejar, movida por un rumor insidioso, el falso derrocamiento del dictador Machado y es masacrada. Los asaltantes al cuartel Moncada, que van en clara inferioridad numérica y de armas. Los estudiantes que intentan tomar el Palacio Presidencial de Batista y son ultimados por la guardia pretoriana. Camilo Cienfuegos quien decide tomar el avión a pesar de las advertencias de que viene una tormenta. El Ché Guevara, cubanizado ya, que se lanza a morir a Bolivia. Los miles de balseros que no llegan a la tierra prometida tras abandonar la isla.
Cada uno es visto como mártir, como descendiente del apóstol. Son muertes absurdas, se coincide, pero muertes dignas, se considera.

Haydeé Santamaría, suicida
Al releer el ensayo de Cabrera Infante lo que más sorprende es la cantidad. Sorprenden los muchos que lo hacen para defender el honor supuestamente mancillado. Sorprenden los que lo hacen por sentirse fracasados –Supervielle, antiguo alcalde de La Habana, por no poder cumplir su promesa de llevar agua para todos; Quevedo, el director de la influyente revista Bohemia, se culpaba de haber apoyado la revolución castrista; Santamaría, quien había perdido al hermano y al novio en el asalto al Moncada, por la depresión de que la Revolución no fue lo que era–.

Y, más allá del ensayo, sorprende la variedad de los suicidas: expresidentes, poetas, ministros, comandantes, el capitán del Granma. La lista es enorme.

A estas alturas debe quedarnos claro que se trata de una forma de (no) ser, incrustada en una ideología nacional romántica, que rinde pleitesía a la forma –que puede ser barroca– por encima de la realidad.

Tal vez allí haya radicado el secreto de la longevidad del comunismo cubano. En la pleitesía romántica a la forma, al concepto abstracto y bello de la sociedad sin clases enfrentada al poderoso imperialismo. Todo ello, a pesar de que la realidad demuestra un año sí, y el otro también, que el sistema no funciona. Que no da el bienestar prometido y que la felicidad es sólo una consigna. La belleza y la magia del suicidio de a poquito.
 



miércoles, febrero 07, 2018

Leyendas olímpicas invernales: Apolo Ohno




En un país con tantos podios olímpicos como Estados Unidos es difícil estar hasta arriba en la clasificación. El estadunidense con más medallas invernales se llama Apolo Ohno, y tiene todo para ser legendario, especialmente en su país: fue capaz de poner un deporte en el radar de la gente, fue polémico, exagerado, histriónico y, casi siempre, ganador.

Apolo Ohno nació en Seattle en 1982, fue criado como hijo de padre soltero, un japonés que utilizó los deportes como método para que el muchacho no estuviera en casa en horas de trabajo. Empezó con la natación y el patinaje sobre ruedas. Pronto pasó al patinaje en hielo y prefirió las competencias de velocidad en pista corta, que –aunque más emocionantes para los espectadores- en ese entonces eran vistas como plato de segunda mano, respecto a las de pista larga.

A los 14 años, Apolo Ohno se coronó campeón de Estados Unidos; sin embargo, no fue capaz de calificar a los Juegos Olímpicos de Nagano 1998.  Para 2002 era subcampeón mundial y cabeza del equipo estadunidense de la especialidad. Entonces empezaron las polémicas: la primera, que Ohno se coludió con otro compañero para dejar ganar la clasificatoria a un amigo mutuo. El asunto fue a arbitraje, y Apolo salió inocente.

En Salt Lake City 2002, fue descalificado por cruzarse en el camino del rival en los 500 metros. La final de 1000 metros fue la del famoso choque entre Ohno, quien iba adelante, dos coreanos y un canadiense, que permitió la gran sorpresa de la victoria del australiano Steven Bradbury, y Ohno fue el primero de los caídos en levantarse, para llevarse la plata.

En la final de los 1500, otra polémica: Ohno iba atrás del coreano Kim Dung-Sun, intentó rebasarlo y –al no poder hacerlo- levantó la mano, alegando haber sido bloqueado. La protesta del estadunidense prosperó y, aunque Kim llegó primero a la meta, el oro fue para Ohno.

El patinaje de velocidad de pista corta es popularísimo en Corea del Sur y la reacción popular fue tremenda: Ohno recibió amenazas de muerte; era el ejemplo vivo del Americano Malo. Por razones de seguridad, Apolo declinó asistir a los Mundiales de 2003, precisamente en Corea, y en 2005 el gobierno de Seúl tuvo que desplegar a la policía antidisturbios al aeropuerto, cuando decidió ir a una competencia.

En Turín 2006, Ohno no pudo refrendar su título en los 1500 metros y quedó quinto, se llevó el bronce en los 1000 y ganó el oro en los 500, otra vez envuelto en la polémica, porque se dijo que se había robado la salida. También obtuvo bronce en la prueba de 5 mil metros en relevos.

Su última cita olímpica fue en Vancouver 2010; ahí obtuvo una plata en los 1500, gracias a que dos coreanos que iban delante de él chocaron entre sí; se llevó el bronce en los 1000 y en los relevos; y en los 500 metros llegó en segundo lugar, pero ahora le tocó a él ser el descalificado: había bloqueado a un patinador canadiense.

Haciendo cuentas, Apolo Ohno obtuvo 8 medallas olímpicas: 2 oros, 2 platas y 4 bronces, que se suman nada menos que a 8 oros en campeonatos mundiales.  En las pistas fungió, con gusto, como el villano favorito: su estilo rudo, sus quejas y, sobre todo, su gran calidad y espíritu competitivo, hacían la combinación perfecta.

Luego de su carrera deportiva, Ohno ha trabajado como orador motivacional y como promotor de iniciativas filantrópicas. El gusanito del gusto por el espectáculo lo hizo participar en la versión de EU de “Bailando con las Estrellas”. Como era su costumbre cuando la pista era de hielo, se llevó el primer lugar.