miércoles, abril 27, 2005

La Contraparte ( I )

La pasión amorosa es cabrona. Con ella, o con su recuerdo, se han escrito algunas de las grandes obras de la lírica popular mundial.
El amor apasionado, ese que llamamos “amor del bueno” es tan ciego que no se da cuenta del ridículo.
Si viéramos las cosas de una manera más fría (heladita como cerveza sinaloense), entonces nos percataríamos de que las canciones que tanto nos gustan tienen ese exagerado saborcillo ridículo.
Un ejercicio para hacerlo es cantarlas desde la otra orilla, la de la contraparte, el destinatario.
Aquí van los primeros ejemplos de La Contraparte (en la categoría de: “ahí nomás para tus tunas”):



Yo te acostumbré

(ripio a Frank Domínguez)

Yo te acostumbré
a todas esas cosas,
y yo te enseñé
que son maravillosas.

Sutil llegué a ti como una tentación
llenando de ansiedad tu corazón.

Tú no comprendías cómo se quería
en mi mundo raro y por mí aprendiste.
Por eso te preguntas al ver que te he olvidado
por qué no te enseñé cómo se vive sin mí


La gloria soy yo

(ripio a José Antonio Méndez)

Yo soy tu bien
lo que te tiene extasiado.
Por qué negar que estás de mi enamorado,
de mi dulce alma que es toda sentimiento.

De estos ojazos negros
de un raro fulgor
que te dominan e incitan al amor.
Soy un encanto soy tu ilusión.

Dios dice que la gloria está en el cielo;
que es de los mortales el consuelo al morir.

Desmientes a Dios
porque al tenerme tú en vida
no necesitas ir al cielo tisú
si, alma tuya, la gloria soy yo.



Cuando estás conmigo


(ripio a Armando Manzanero)

Cuando estás conmigo no sabes que es más bello si el color del cielo o el de mi cabello. No sabes de tristezas, todo es alegría, sólo sabes que soy yo la vida tuya.

Cuando estás conmigo no sabes si en la brisa hay mejor sonido que mi alegre risa. Si pongo mis manos cerca de las tuyas dudas de que existan madrugadas frías.

Cuando estás conmigo no existen fracasos todo cuanto quieres lo encuentras en mis brazos. Cuando estás conmigo te llenas de orgullo; quisieras que gritara que eres todo mío.

Cuando estás conmigo no sabes qué es más tierna, mi figura frágil o un ave que inverna. Cuando estas conmigo tú cambias la gloria por la dicha enorme de estar en mi historia




Tú sin mi

(ripio de Arturo Castro)

Cada vez que estás a solas
triste estás y te das cuenta
que sin mí no hay ilusión ni amor.

Ves el mar de inmensas olas
y un sin fin lleno de estrellas
que sin mí pierde su inmensidad.

Falto yo a cada instante
en la luz del sol brillante
tu sin mí no volveras a sonreír como antes.

Pides por favor, ir que me esperas,
Que vaya allí y tome tus manos
Que no te deje, no, morir de amor
,


I’ve Made You So Very Happy

(ripio de Al Kooper)

You lost at love before
Got mad and closed the door
But I said "Try, just once more"

You chose me for the one
Now we're having so much fun
I treated you so kind
You’re about to lose your mind
I’ve made you so very happy
You’re so glad I came into your life

The others were untrue
But when it came to loving me
You'd spend your whole life with me

'Cause I came and I took control
I touched your very soul
I always showed you that
Loving me is where it's at
I made you so very happy
You’re so glad I came into your life
You thank me, babe
Yeah, yeah

You love me so much I see
I’m even in your dreams
You can hear me
You can hear me callin' you
You’re so in love with me
All you ever want to do is
Thank me babe, thank me babe

I made you so very happy
You’re so glad I came into my life
I made you so so, so very happy, babe
You’re so glad I came
Into your life

You want to thank me, boy
Every day of your life
You want to thank me
I made you so very happy....

martes, abril 12, 2005

Biopics. Las Olimpiadas del 68


El lunes 6 de octubre de 1968, tempranito, Víctor y yo fuimos al auditorio nacional para comprar boletos para los juegos olímpicos. De entrada, sólo teníamos para la final de gimnasia (nomás para eso había alcanzado mi “Cuenta de Ahorros Olímpica”).
Para nuestra sorpresa –que no debió serlo-, había unos colononones en el auditorio. Como muestra perfecta de la organización mexicana, habían puesto una taquilla por deporte. Así que las de atletismo, gimnasia y natación daban la vuelta.
Como queríamos ver de todo, decidimos dividirnos, y no apostar a lo imposible. Víctor se metió en la cola del basket. Yo, primero en la de pentatlón moderno, que era la más sencillita; luego en la de lucha. Más tarde me metí en la del waterpolo, a donde Víctor me alcanzó a eso de las 6 y media de la tarde.
El caso es que cuando me tocaba comprar los boletos, en ese momento exacto, el taquillero puso un cartón y dijo: “Son las 7 de la noche. La venta se reanuda mañana”. Me encabroné y golpeé el cartón. De inmediato llegó un policía y me tomó por el brazo, para llevarme detenido. Yo protesté: “¡Esto es anticonstitucional!”. Víctor jaloneaba al cuico, con los mismos argumentos. Apenas habíamos dado unos pasos, y apareció, como de milagro, mi papá, a quien le había preocupado nuestra ausencia por doce horas. Ante la autoridad de un señor de traje, la autoridá policíaca no tuvo más que dejarme ir. Mi papá me salvó in extremis.
Para la segunda compra de boletos, nos fuimos más temprano, y mi papá se nos había adelantado. Cuando llegamos, él ya había ordenado a la gente que hacía la cola de atletismo. Cada quien tenía su numerito y todo. A nosotros nos dio el suyo, el 76. El Jefe siempre fue un modernizador de la sociedad mexicana. Años después, cuando vi la película “Una Familia de Tantas”, identifiqué el personaje social de mi padre en el vendedor de refrigeradores y me di cuenta de lo que personas como él significaron para una sociedad tradicionalista: una auténtica revolución de valores y actitudes.

Durante los juegos olímpicos, que empezaron el día 12, la pasamos a todo dar. Fuimos los primeritos en entrar a un evento deportivo (el primer día de básquet, cuando fuimos como seis, en el coche de Pepe Valle). Al día siguiente, Víctor y yo fuimos al atletismo, y nos tocó ver la llegada del Sargento Pedraza al estadio, cuando rebasó al soviético Smaga y estuvo a punto de hacerlo sobre Golubnichy y llevarse el oro. Brinqué tanto que se me cayeron los binoculares.
En los días siguientes fui con Víctor al waterpolo (¡a güevo!), con Pepe Valle al pentatlón moderno y al atletismo, con Víctor y su familia al box (tremendo nocaut del cubano Regueifeiros), con Carlos Contreras y Víctor a la lucha; con José Luis Gutiérrez al atletismo (nos colamos de la zona de boletos de 5 pesos a la de 100 pesos) y con la familia de Víctor al canotaje (donde los xochimilcas ya merito llegaban a las medallas).
Pero hubo otros tres días geniales.
Luego de darnos cuenta de que las jornadas de competencia se vendían boletos para el mismo día en el Estadio Olímpico (obvio, nada más había una taquilla en el auditorio los días de preventa), José Luis y yo decidimos probar suerte y tomamos el camión a CU. Ese día competían Juanito Martínez, nuestra carta fuerte en los 5 mil metros y el Sargento Pedraza iba por la hombrada en los 50 kilómetros de caminata. La cola era enormísima. Por suerte, me encontré a Rebollo, un cuate de la secundaria, y nos colamos con él. Cuando estábamos cerca de la taquilla, anunciaron que los boletos de cinco pesos ya estaban agotados. Chin, y ahora qué hacemos. Nos vaciamos los bolsillos y entre los dos teníamos 53 pesos, buenos para dos boletos de 25, un refresco y dos boletos de camión de regreso. Los compramos; eran del lado del pebetero, en la tribuna contraria a la llegada de los corredores. Gran inversión. Desde ahí vimos a Juanito llegar de nuevo en cuarto, a Pedraza llegar vomitando ¡Pepsi! en octavo lugar, a Tommy Smith y John Carlos alzar el puño con guante negro a la hora de recibir las medallas. Pero sobre todo vimos volar a Bob Beamon. Lo vimos enfrentito, porque la fosa estaba del lado del pebetero. Lo vimos desafiar la gravedad de cerca, con la boca abierta. Es un salto que tengo grabado en la memoria. Un record olímpico que a la fecha, casi cuatro décadas después, nadie ha podido romper.
Otro día fabuloso fue cuando fui con mi papá al atletismo, con boletos mejorcitos. Esa tarde el loco de Dick Fosbury se lanzó de espaldas en el salto de altura, cambió el estilo de la disciplina y se llevó el oro. Esa noche, horas después de que había llegado el penúltimo maratonista, apareció un tanzanio lesionado, que apenas podía caminar, pero que llegó a la meta entre la emoción de la multitud. Pero sobre todo ese día Cuba, que todavía no era potencia deportiva, se llevó dos medallas de plata, y las lágrimas escurrieron por el rostro de mi papá cuando vio la bandera de su país ondear en el estadio. Aún hoy se me pone la piel chinita y se me nublan los ojos sólo de recordarlo. Es casi un reflejo pavloviano.
El último día antes de la clausura, Víctor y yo fuimos a las finales de gimnasia olímpica varonil (sí, los boletos de la cuenta olímpica). Estuvieron muy padres, pero lo relevante –y que, de alguna manera, pinta el extraño patrioterismo de la época- es que no faltó quien llevara consigo un radio de transistores y, mientras veía la gimnasia, escuchaba las finales de box. Nos enteramos de que los dos mexicanos habían ganado porque de repente algunas personas en el público se levantaban y empezaban a cantar el himno. El resto de los asistentes, contentos pero más bien movidos por la mecánica (otro reflejo pavloviano, sólo que de masas) también lo hacíamos y el evento se suspendía un par de minutos. Décadas después, tomé un taxi. El ruletero tenía actitudes y conversación de lunático. Había fotos pegadas por todas las ventanillas de su vocho. Y su juego era que los pasajeros descubriéramos quién era él: Antonio Roldán, uno de los medallistas de oro de aquel día. Así trató nuestro país a una de sus glorias deportivas.
El día después de que terminaron los juegos, Víctor y yo –más decididos que nunca a ser medallistas olímpicos- fuimos a entrenar marcha olímpica al estadio de prácticas de CU. No miento si digo que habíamos más de 200 chavos haciendo lo mismo. Y casi todos caminata. Víctor siguió muy pronto con su gimnasia, y luego se pasaría al futbol americano. Yo, en cambio, continuaría mi pasión marchista, que duró varios años (la pasión olímpica fue para siempre).

Por cierto que para entonces, ni quien se acordara de los presos políticos.

viernes, abril 01, 2005

Poemas Herméticos de Jimmy Johnson

Esta es la traducción de uno de los misteriosos poemas -bellamente herméticos- que fueron encontrados en el apartamento que a finales de los años ochenta abandonó, en la ciudad de México, el estadunidense Jimmy Johnson.

Citando a un Marine
a la manera drogada,
cocina un carnero, un kilate,
cómete al réferi.
Io no, fuchi.
¡Fuchi! ¡Tet! ¡Hey!
Junta un callejón
Junta un callejón
Kay, ¡Fuchi!

Al parecer se trata de una cruda crítica a la guerra de Vietnam, en la que Johnson participó como marine. Las drogas, el soldado como carnero expiatorio, como riqueza desperdiciada, la inexistencia de reglas claras, el no obtener a Io (la luna de Júpiter), el asco, la aprehensión durante la llamada Ofensiva del Tet del Vietcong en 1968, la vida como callejón sin salida, o quizá como laberinto, el asco hacia Kay, la ex-esposa de Johnson, quien lo abandonó cuando supo que regresaba vivo y que ella no cobraría el seguro de vida, todo se junta en un amasijo (¿Acaso la vida no es un amasijo?) lleno de fuerza y de tensión.

Posteriormente se encontraron otros dos poemas de Johnson.
Uno da cuenta de su coqueteo con el Islam y el budismo, que no cuajó porque Johnson se volvió ateo. En él se ve el trayecto hacia la verdad personal del poeta, que pasa del deseo de fusionarse con las cosas vivas (¿O tal vez con la sociedad convertida en una colmena?), a la visión objetiva, sin Dios, de las cosas, a la percepción whitmaniana de ser un Dios de sí mismo, y que culmina con un grito irónico de Estados Unidos como Oz, la tierra del mago (que algunos analistas identifican con Nueva York: nótese que las letras OZ son precedidas por las letras NY en el alfabeto inglés y que la bruja mala, a los ojos de los granjeros de Kansas durante la Gran Depresión de 1929, los banqueros neoyorkinos eran la encarnación del mal). En fín, otro gran poema hermético.

¿Alá? Sé abejas.
¿Alá? ¡Bah! Abejas
¿Ala? Yo veo también.
¡América, América!
Yo también Oz.

El tercer poema también se refiere a Vietnam y a la frustración de Johnson con la ex-esposa:

Como un timbrazo, como un timbró,
el más bajo y loco Eros, el cuerdo Huang,
orina entonces, Pan;
orina entonces, Kay,
tanto menos que el camino de Ung, por tanto
suelta un peón y un rugido de Joe.
Ricky, Ricky, Ricky corrió.

Aquí las referencias son a la locura y perversión de la guerra, que se convierten en un sonido interno, al carácter dionisiaco de la misma (capturado en la imagen del Dios Pan), así como la constante crítica al uso de soldados supuestamente valientes (los G.I Joes que rugen) como meros peones sueltos. Al final, una crítica directa al expresidente Richard Nixon, quien aparece en el poema como un cobarde.

Seguramente todos estos poemas pierden fuerza en la traducción; por lo tanto, lo mejor es transcribir los originales y leerlos en voz alta.

Dating Marine
Dating marine,
the doping way,
cook a ram, a carat,
eat a ref away,
Io no, phooey!
Phoeey! Tet¡ Hey!
Peg alley, peg alley,
Kay, a-phooey!


Allah, Be bees!
Allah? Be bees!
Allah? Bah! Bees.
Alla? I see too.
America! America!
I, the Oz too.


Lowest mad eros, the sane Huang
As a ring, as a rang,
lowest mad Eros, the sane Huang,
Pee then, Pan,
Pee then, Kay, so
less than Ung's way so,
ease a pawn and a Joe roar.
Ricky, Ricky, Ricky Ran.