jueves, julio 28, 2005

Los XV Años

Este es un cuento "crítico" que escribí a mediados de agosto de 1969. Para poner en contexto su fresez extrema (en el sentido antiguo de la palabra fresa), vale recordar que esa misma semana se llevó a cabo el legendario festival de Woodstock.


Los XV Años

Iba yo muriéndome de calor hacia casa de Ardnajela. Caminaba rápido para evitar el sol de la tarde, sin darme cuenta quizás de mi incipiente sudor. Es que el traje cerrado me estaba asfixiando. Yo me moría de ganas de ir a la fiesta, no me imaginaba gran cosa, pero se me hacía muy buena onda porque como quien dice al fin iba a salir con Jela; ya le caí y ella nomás se está dando su taco orita. Por lo pronto ya le dijo a todo mundo que es mi novia. Pero dejémonos de filosofar y volvamos a la realidad.
Me vine temprano porque luego salen a la hora que uno menos se espera, o le dicen a los cuates que van por ellos a sus casas... y se quedan a esperarlos. Por eso más vale prevenir que lamentar.
Al llegar frente a la casa me encontré con Mike, dijo que no iba a poder asistir porque había perdido sus llaves. Seguro, lo que pasa es que no tenía ganas.
En lo que hablamos, salió el papá de Ardnajela. Me inquirió, casi me ordenó que me metiera a la casa. Ese señor me cohibe como él solito, y no nada más a mí, sino que a todos los cuates, sus hijos inclusive.
Me metí sin saber qué hacer. Como movido por la inercia repasé las estúpidas fotos de las bodas de la familia y la de los quince años de Claudia. Las fotos del señor cuando no estaba calvo y gordo y los diplomas de la National Prick Society y los recuerdos del bistatarabuelo de la señora y los ceniceros de mariposita y la cagada del perro en la alfombra y un sinfín de cosas más que mejor no apunto porque no acabo.
Sophía me despertó de mi sueño. La acaricié y le dije que se fuera porque le iba a dar de cuerazos en cuanto vieran su cagada, pero la estúpida no me entendió. La muy perra siguió moviéndome el rabo y lamiéndome las manos. Para alejarla tuve que recurrir a una patada. Al fin se fue, meneando la cola, ignorante de lo que le esperaba cuando descubrieran su pecado.
Siguiendo la silueta de Sophía vi a Gualberto movilizándose de un lado a otro como papá de caricatura esperando su primer hijo. Me fui para allá porque como que se supone que es mi cuate ¿no?
-¿Qué paso bato, ya tan pronto? -dijo Gual a manera de saludo.
-N'ombre, pues luego ves como es Antonio y se va al amanecer.
-Ah poos claaaro, no lo había pensado.
-Como los pochos no piensan -bromeé mamonamente.
-¿Qué tú crees que porque soy gringo agüevo tengo que ser un idiota?
-Nomás no se me enoje mi Gualazo.
-¡No me digas Gualazo!
-Está bien Guayabera. ¿Dónde está Fermín?
-Poos quién sabe -dijo Gualberto con ese singular movimiento de alzar los hombros y poner cara de máscara triste de teatro-, yo creo que se fue a cambiar.
Ante tales vocablos, saqué como conclusión que mejor me iba a buscar al Mermio. Tuve suerte al hacerlo, porque a los pocos instantes llegó a mis oidos una frase conocida.
-¿Tás fermio, ferfermio?
-Dirás: "¿Estás fermio ferfermio?" -palabreé para empezar la chorrogésimonovena conversación en el idioma que inventamos por mamada.
(Este diálogo en mermiúrico quiere decir cualquier jalada que quienquiera quiera que quiera decir):
-Ven a la mermia, riflármico.
-Nelflamio, sinflama la riflermia.
-Es que tu fuférmica eufermística se astolfa marfémicamente.
-Ya verás, pero, bueno, es tu plirmérmica mata.
Subí a acompañar a Fermín a vestirse y a olvidar nuestro pendejismo idiomático -es de notarse que ya se habla en español (cuando menos se trata de).
Honey -se llama Lourdes, pero yo le digo Honey por mafufadas estrofodélicas de mi mente- me dijo que mis jefes me llamaban por teléfono para algo superimportante y confidencial, por lo que bajé a toda velocidad las escaleras para llegar al único teléfono que conocía en la casa, mas para mi mala suerte -y peor pata- topeme con el señor Patiño, quien con mirada inquisitiva preguntome a bocajarro, como mentándome la madre:
-¿Qué hacías allá arriba hijo de la chingada*?
(a falta de globitos como en los comics pongo en negritas lo pensado pero no dicho)
-Es que Fermín me pidió que lo acompañara a vestirse -tartamudeé.
-Ah bueno -dijo el señor semiconvencido.
Me dirigí al teléfono filosofando sobre los cochambres en la mente de Mr. Cohibición. Ni que se fueran a morir porque uno está allá arriba. Pensar esas cosas es totalmente ilógico y de mal gusto. Además el güey qué pela, ni siquiera duerme en su casa y se las da de muy fresota el hípócrita.
Mi jefa me llamó preguntándome la hora de regreso. Aunque yo no la sabía, creo que se quedó tranquila.
Los minutos corrían y Claudia se estaba desesperando, porque Antonio no llegaba y ya iban a ser las ocho. Todos estábamos listos, pero Antonio brillaba por su ausencia. Claudiafligida decidió irse con sus padres, Ardnajela y Fito -¿Ese cuate a qué va? Yo cuando menos tengo el pretexto de Jela-, mientras qeu Fermín, Gualberto y yo nos quedamos a esperar a Antonio.
A las ocho en punto -hora fijada para el tedeum- llegó Antonio hecho la madre, nos subimos a la misma velocidad y enfilamos rumbo a la iglesia. Yo ya me imaginaba a Claudia lloriqueando esperando a su chambelán, y a todos los invitados nerviosísimos viendo que Toño se hacía esperar.
En el camino, Antonio nos explicó que se ponchó una llanta y etcétera etcétera.
Al llegar a la iglesia, en un rumbo bastante pinchón, después de bajarnos apresuradamente, mandar por un tubo a un chavo que se ofreció a cuidar el VW de Antonio y correr como degenerados, nos encontramos conque la quinceañera -hija de la secretaria del señor Patiño- todavía no llegaba, y para colmo había una boda en la capilla. Tanto pedo para cagar aguado.
Buscamos a Claudia y los demás. Jela me dijo que su papá se había ido. "No me es noticia", me dijo con la sonrisa más pinche que tiene, la misma sonrisa triste con la que me veía cuando yo andaba tras la tarada de Sol, la misma sonrisa melancólica con la que me dijo que su papá nunca dormía en casa. Ojalá no vuelva a reirse así.
Cada vez había más gente afuera de la iglesia. Casi todos los invitados vestidos a la última moda de hace unos diez años, pero creyéndose de la "high society". La neta, se veían ridículos.
Le pasé esta onda a Ardnajela. Ella dice que cuando cumpla los XV va a hacer una fiesta hippie. Es una chamaca a todo dar, pero sé perfectamente que su papá la va a "introducir en sociedad" de la misma manera idiota con la que otros padres quesque "introducen" a sus hijas "en sociedad".
En eso llegó un fotógrafo de ínfima categoría y empezó a tomar fotos a lo pendejo, sin ton ni son. De la quinceañera, de los padrinos, de los invitados más tarolas, de una señora que pasó por ahí con su bolsa de pan. Luego se puso a juntar a la gente en las escaleras para hacer una foto masiva y con ello vender más fotos, pero nones, hubimos varios que no le entramos.
Se ha de haber media hora en reclutar invitados tarolas y poner la cámara en foco. Por eso, alguién desesperado se decidió y le gritó:
-¡Ya tome la foto y no se haga pendejo!
Obedeciendo a mentadas, el fotógrafo se apuró y, ni tardo ni perezozo acabó su misión. Lo hizo apenas a tiempo, porque en ese instante empezó a salir la avalancha de invitados a la boda, lo cual indicaba que el tedeum iba a comenzar.
Fermín no quería entrar, bajo el argumento especioso de que es ateo. Lo convencí, aunque en realidad nomás entré por Ardnajela. Su mamá dice que la mujer debe ser muy religiosa -la Gran Pendejada: las viejas mochas existen por sus complejos de inferioridad sexual, inventados por la Gran Iglesia de los Hombres- y usa velo aunque ya no sea obligatorio.
Entré al tedeum, poniendo cara de niño bueno de primaria que ofrece su ramillete espiritual, poco antes de que el organista diera principio a la marcha de Haendel y empezaran a desfilar damas y chambelanes, Claudia y Antonio destacando por su personalidad -ya parezco cronista de sociales-. Luego vinieron los padrinos y la mamá vestidos de la forma más dispareja posible. Al final, Zulelba, la quincearaña y su chambelán, al que de inmediato apodamos "Patillas de Jicamero". Mientras tanto, yo le sonreía a Jela, y ella me contestaba con una sonrisa padre, que me mata.
Salió el Padre Ruco, se dirigió a la quinceañera en modo bastante clásico y con notable acento español. Esto es lo que pude sacar en limpio del sermón:
"Carísima Hija Zulelba:
"Hoy es día para ti de gran regocijo, al igual que para tu familia. Hoy llegas a la florida y deseada edad de las quince primaveras, o sea que hoy llegas a la edad de los sueños. A tus años se ve un mundo color de rosa, en el que no existen sufrimientos ni penares. A tu edad, la vida es sólo un cúmulo de ilusiones que serán llenas de una u otra forma. Debes acordarte, sin embargo, que más allá de las ilusiones, hay peligros que existen y seguramente existirán en tu vida, especialmente en ésta tu juventud. Peligros que te alejan de la cristiandad y de una vida recta, como lo son las malas compañías, las malas lecturas -pues no hay peor compañero que un mal libro- y otras cosas del mundo de las que seguramente te ha hablado tu madre, a quien tanto estimo.
"Debes también acordarte, querida Zulelba, que este mundo no es sólo alegría, sino sufrimiento para alcanzar las metas. Sufrimiento de la carne para gloria del espíritu en este valle de lágrimas. Gemir y llorar nos abrirá las puertas del paraíso. Acuerdate que sufrir para llegar a algo -como por ejemplo, algún día, el Sagrado Matrimonio- lo hace más valioso, como una joya. Así lo decía aquel monje franciscano de Santiago de la Compostela (¡Rudencindo Caldeiro y Escobiña! grité en silencio, para recordarle al cura otro nativo del ilustre pueblo gallego, que lo llevó a la fama en "La Tremenda Corte)..."
Pensé también en Ardnajela, quien me sonrió por enésima vez. Ya no saqué nada más del sermón en limpio. En un vistazo rápido, me encontré conque varias personas (con absoluta falta de respeto) se habían dormido. Esto no me impresionó, porque el padre chocheaba a un ritmo aproximado de 12.5 palabras por minuto y la güeva había hecho su nido en la nave de la iglesia.
Luego dirigí mi vista hacia los chambelanes, quienes parecían estarse contando chistes, muy quitados de la pena. De hecho, oí a Toño citar partes de uno de Pepito censuradísimo, y vi a varios casi orinarse de la risa ante la inventiva de mi cuate. Las damas parloteaban por su cuenta, los padrinos ya estaban cabeceando y la festejada despojaba a su vestido de lentejuelas, una a una.
Mi conclusión, rápida y contundente: yo había sido el que más aguantó el sermón del padrecito. Le aventé la enésimoprimera sonrisa a Jela y seguí escuchando a Don Ruco:
"...pero no pensemos en esas cosas, hoy que es día de tan grande felicidad. Te voy a dar un consejo, y éste es que nunca olvides esto: a tu muerte recogerás lo que hayas sembrado en vida. Sea para ti, pues, querida Zulelba, mi bendición y que sea tu vida llena siempre de gracia y de felicidad."
El anciano se inclinó, persignó, besó el altar y masculló algo así:
"Suschipiat dominun sacrificum et manibus tui, ad laudem et gloriam nominis sancte ecclesiae, rerum novarum, simón que yes, verga volant, scripta manent, per omnia secula, ardorum seculorum".
Y el mono del órgano, a todo pulmón:
-¡Aaaaaaamén!
El cura tomó la hostia y la ofreció en comunión a Zulelba. Nadie más comulgó.
Acabó la misa y la gente se apresuró para tomar la salida. Entre ese bonche me encontraba yo. Al salir vimos al fotógrafo pendejo con sus idem fotos -la mamá de Zulelba decía que era de El Heraldo, para mí tenía pinta de ser del Alarma!-. Como las fotos eran pésimas, con las cabezas de los invitados tarolas apenas asomando, casi nadie las compró. Mas como Toño salió "con unos dientes divinos", según Claudia, él, caballeroso, compró la obra de arte para regalársela a su novia. Mientras el mago de la cámara tomaba placas de los disconformes, nosotros cortamos por lo sano y nos devolvimos pa' la house, no sin antes mandar a volar al pobre escuincle cuidacarros, ahora acompañado por su hermanito menor. Antonio dijo que el coche ya estaba grandecito para cuidarse solo, Ardnajela les pintó un violín -qué poca jefa- y unicamente así dejaron de insistir. Pobres, la culpa es de los güevones de sus padres. Bueno, ya estamos de regreso.

Al regresar nos entró hambre y unas tortas de frijoles fríos nos ayudaron a sofocarla (estas tortas resultarían primordiales para los cuates). Para estas horas ya estaban listos Corina y Fernando, además de Mister Cohibición, quien se reincorporó al grupo. A las diez y media -recordad la lentitud de palabra del Padre Rucasiano- nos jalamos al fiestongo.
El señor quería que Corina se watcheara a Toño, pero se le negó. Agüelita que Mr. Patiño se la estaba prolongando por millonésima vez. Después de llegar y pasar la boletiza, nos internamos en el seudonice-place rentado para la ocasión.
Un conjunto con tipo de malo, con melenudos de poca melena, instrumentos regulares y uniforme de botones de hotel amenaza con empezar a tocar por medio de estridentes afinaciones. El señor Patiño, por su parte, se acomoda en la primera silla vacía que ve y enciende su puro. Pero su alegría no podía ser más efímera, pues la hermana de la festejada llega y nos corre cortésmente, alejándonos hacia las mesas de la orilla. En la mesa de junto está Pedrito El Bonito -adoración de Sol, quien a su vez es admirada por Ardnajela. Por supuesto que Jelita tenía que encontrar en Pedrín CaradeNiña un pretexto para hablar de Sol. Fermín y la Guayabera buscan chamacas para ligar, yo nel lo hago porque hoy especialmente hay que ser gran cuate de Ardnajela, se supone que estoy archi-superenculadísimo y cacheteando el pavimento ¿no? Fermín dice que nomás vio puro feto, mientras que el señor, ya a gusto, goza de su habano, Fernando se entretiene contando los foquitos del techo, Antonio y Claudia están en el ensayo del cuarto para las doce -en realidad lo son-. Para desgracia de los amantes del lujo, no hay manteles, ni servilletas, ni cubiertos, ni vasos. Tampoco acción.
A las doce y cinco empieza a oirse algo que se supone es música, un gordito sudoroso carga un tocadiscos y yo me voy con Gualberto a echar una miradita a las damas y chambelanes dirigidos por un maestro homosexual.
Son las doce y diez y la hermana de Zulelba -crreo que se llama Irasema- toma el micrófono, saluda a todos los asistentes y se avienta un discurso algo prolongado acerca de lo importante del día. Ella se siente gran maestra de ceremonias, pero no se le oye porque los instrumentos del conjunto -que no ha dejado de "afinar"- suenan a estática y a otros sonidos clásicos de los amplificadores.
A las doce y media empieza a rodar el disco sucio del vals noruego de Quiensabequé Mugre Músico. Al salir Antonio y Claudia, al final de las parejas, el Sr. Patiño se la vuelve a jalar diciendo:
-Cuidado Antonio, que desde aquí los estoy viendo.
Voy voy, ni que se la fuera a violar durante el vals.
Un gato de por ahi empieza a recitar los nombres de damas y chambelanes, pero no se entiende ni madre porque el sonido de taller de electricistas del Poli empasta la voz, además del disco del vals. Los del conjunto no respetan nada y siguen afinando, lo cual implica peor audición. Cuando los del uniforme se callan, apenas si se oye: "Y ahora, Claudia Patiño y Antonio Robles Mesta". Después le toca a la quinceañera y aunque no se oiga nada, pues se le da su merecida clapeada, a pesar de que yo no entiendo para qué se hace, ni que llegar a los 15 años fuera tan difícil. La ovación debería ser para sus padres, por aguantarla.
Luego de que las parejas repitieron miles de veces el mismo pasito, Zulelba empezó a hacer arabescos y Patillas de Jicamero a hacer lo propio, aunque un poco más torpemente. Por desgracia, el disco se rayó y el maestro maricón tuvo que correr a organizar las acciones mientras lo cambiaban de curso.
Acabó el vals, pero Irasema, no conforme con lo que había hecho sufrir a los concurrentes, anuncio otro, éste con dos galanes. Dicho vals al rato terminó cuando los ya antes mencionados -oséase los galanes- haciendo gala de su fuerza (válgase la redundancia) elevaron a Zulelba. Ella alzó la mano en señal de victoria y los seudopopis aplaudieron y aullaron hasta la locura.
Luego, el caos: los chavos del conjunto empezaron a destrozar In-A-Gadda-Da-Vida. Un sonido asqueroso. El requinto rasgaba la cuerda a lo criminal, el organista se acostaba sobre el órgano y otras payasadas por el estilo, que por cierto en nada ayudaban al sonido, el bajo nomás se sabía un círculo y el baterista se alocaba y daba de baquetazos por doquier, sin gota de ritmo.
Al oir las notas del "Lousy Group Fuckers", el Sr. Patiño me indicó con señas que sacara a Jela a bailar. Lo hice, pero por compromiso. Me gusta estar con ella, pero no saltar cual vil tarolas al compás de alguien que además de parecer idem, lo es. Antonio le ponía cara de feo a lo que sus delicadísimos oídos estaban escuchando y efectuaba comparaciones innecesarias con su grupazo "The Electronic Squares". La mierdadelia terminó, no sin antes oirse una gran exclamación de "Ooooh!" ante la jalada que el baterista ofreció en un ridículo intento de copiar el solo de la canción original. Yo me retaché a mi place a ver qué tal estaba la comida y a descansar los oídos.
La comida estaba servida. En bonitos platos de cartón, decorados con florecitas de muchos colores. Adentro hay algo parecido a pathé, un sandwich de "sandwich spread" y dos empanadas miniatura de mermelada de fresa.
Fito le empezó a dar diente a la comida, mientras los demás nos mirábamos consternados. Al fin Corina se preguntó: "¿Esto es la comida?". Contesté que sí y ella le puso ojos de gatita en melaza a Fernando, quien sonrió benevolente. El señor, sin inmutarse mucho y a manera de empujarnos el plato, saca una sonrisa a jalones y dice:
-Bueno, a ver qué se le puede hacer a esto.
No dije nada, pero me comí mis empanaditas de mermelada, y las de Jela también.
A los pocos minutos llegó la madre de la quinceañera a preguntar del modo más fino y atento posible:
-¿Están, ustedes, muy, a gussssto?
Gualberto puso cara irónica, como con ganas de decir algo feo, pero el señor Patiño, diplomáticamente, sonrió con el mejor "sí, como no, Lupita" que conoce. Por mi parte, trataba de cotorrrear con Ardnajela. Momentos después, Fernando avivó nuestros sentidos con su descubrimiento: había 740 focos en el techo del salón: 557 buenos y 193 fundidos, la señora le comentó que iba a amanecer con tortícolis de tanto ver el techo. El prestó más atención cuando me vi obligado a sacar de su error, estableciendo una suma de tercero de primaria (y eso que me saqué 3 en el mensual de matemáticas).
La sed invadía el ambiente. El único mesero había desaparecido. No hay cubas sin cartilla -ni con cuartilla, porque ya se acabó el ron- y la coquiza no llega. Fermín va hasta el bar y trae cinco cocas que son compartidas cual debe. Nos dejan a Fito, Gualberto, Fernando y a mí sin ciclamatos, por lo que voy al bar con el pocho en busca de refresco.
Se nos olvida destapar las cocas y me tengo que regresar. Las cocas se toman a pico de botella porque los meseros ya recogieron los vasos de unicel y no hay más. Cuando salgo en infructuosa búsqueda de vasos, veo a Claudia y Toño abrazadísimos y besándose en la mesa de Zulelba. ¡Qué bueno que el señor no los ve!
Pedrito el Bonito empieza su show-off cuando el conjunto sigue destrozando canciones. Es el turno de "Enamorada de um Amigo Meu" y Pedrito está en el centro de la pista, se pone un dedo en la cabeza, en donde se juntan los parietales con el frontal, para ser más exactos, y gira sobre sí mismo.
Las señoras se escandalizan y la chaviza aplaude tal audacia. Gual está meándose de la risa. Jela aprovecha la ocasión para contar las hazañas de Pedrín en la exagerada versión de Sol. Alguien quiere poner orden en el salón, lo callan, alguna chamaca aventada decide bailar con Pedrito, quien después de hacer una que otra mueca sale corriendo desaforadamente en lo que grita "¡elefantito, elefantito! ¿Adonde vas?" -qué pelado.
Pasada la diversión, me dedico a darle fijón a lo que pasa en la mesa: el señor admira los celajes, Corina y Fernando discuten sobre Jodorowsky, Jela busca incautos para narrar la historia de Pedrito el Bonito, Fermín y Gualberto se hacen güeyes buscando niñas, Fito discute con la señora acerca de la mejor manera de tejer chambritas para bebé y yo me fijo en lo que hace el resto.
De pronto una luz nos ciega momentáneamente. Es Tarolo, el superfotógrafo de quinceaños, bodas, bautizos, convenciones y toda clase de agasajos, quien, confundiéndonos, hace trabajr su flash con la maestría que lo caracteriza. "Muy bien, muy bien", va diciendo mientras pone sitio a la mesa. Luego se despide con un humilde "al rato se las traigo, patrón".
No me queda otro remedio que sacar a Ardnajela a bailar. Me vale que ahora estén tocando "Jamaica Ska". Cuando termina la pieza, Jela sale con la clásica:
-Estoy cansada.
Abatido, trato de entablar conversación. Hablo de teatro, de cine, deportes, política, historia, geografía, civismo y cosmonaútica. No encuentro eco, siento como si estuviera frente a paredes multicolores que no captan mis ideas. Luego veo a mis amigos transparentes. Me siento solo.
Festivo codazo con colocación llega a mi mentalmente menguada humanidad:
-Mira, parece que estoy pasada. ¡Qué buena onda!
Me doy cuenta, entonces, que las fotografías artísticas de Tarolo ya están en la mesa. Mister Cochambres las abre ceremoniosamente con la secreta esperanza de que se vayan a pegar. Ardnajela está divertidísima con la cara que puso (de seguro le va a enseñar la foto a Sol), Fermín y Gualberto se pelean a jalones por la posesión del hermoso trabajo del fotógrafo, quien no se da color de que lo hacen por burla, Fernando y Corina se miran como si estuvieran enamorados, la señora acaricia con melancolía su foto -es que la sacaron con el míster.
A todo esto, Don Cochambroso saca a relucir los de a diez mil en lo que paga a Tarolo, éste cuenta y recuenta el dinero, alejándose finalmente agreciendo repetidas veces nuestra disposición.
Bajo pretexto de analizar la calidad de las fotos, busco afanosamente una que me muestre junto a Jela. En cambio, y para mal, me doy cuenta de que fui tomado al lado del mariquetas de Fito. Chingaá.
Fuerza invisible me empuja de nuevo al baile. Tema de película vieja horrorosamente interpretado. El requinto de los Lousy se desgañita haciendo de las suyas, ni quien lo pele (yo). Zulelba pasa ahorita por la era más feliz de su tierna existencia abrazada del Patillas de Jicamero, la atenta madre sigue rondando y sudando por las mesas, preguntando si estamos, todos los invitados, muy, a gussssto.
Vuelvo a la mesa y tomo asiento junto a Jela. Entonces Patiño Senior jala aire y exclama:
-Bueno, pufff, ya cumplimos, ya nos vamos.
-¡Qué fiesta, querido!
El padre de Ardnajela alza semi-imponente (y a la vez semi-impotente) los brazos regordetos atrayendo la atención de Toño y Claudia, los que no esperan lo que les espera.
-Ya nos vamos -ordena.
-Lo que tú digas, papacito -dice Claudia; Antonio no oculta su disgusto.
Y nos vamos. El señor Patiño se adelanta con Toño, Claudia, Corina y Fernando. La mamá de Jela, dulcemente acompañada por Fito, agradece amabilidades. Estoy feliz, del brazo con Jelita.
Pocos pasos después de salir del local, alguien jala del brazo a Gualberto, quien, extrañado, voltea:
-¿Qué te pasa bato?
Es Patillas de Jicamero, el chambelán de mierda de Zulelba. Ha de estar medio borracho y mira al pocho con ojos rojos de odio y de rencor social. Está acompañado por cinco cuates gigantescos y con tipo de gañán, uno se guarda una botellita de tequila en la bolsa interior del saco.
-¿Qué le veías a Irasema, pendejo? A ver, díme pinche niño popis, no me digas que no dijistes esas perradas.
-Muy gata estará tu puta madre -lo secunda otro mono.
La señora Patiño, Fito y Jela contemplan la escena petrificadas. A lo lejos se ven las espaldas de los otros del grupo.
-¡Nnno dije nada, palabra! -alcanza a decir Gualberto antes de que se avienten a madrearnos los cinco amigos de Irasema. Me dieron una patada en la boca del estómago, a Fermín lo tiraron de un madrazo y se dió un cabezazo contra la banqueta. Gual tira un par de buenos trancazos y quiere seguir la bronca. "Son más, nos ganan", le digo para calmarlo. Segundos más tarde, indignados en parte, tomamos a las mujeres del brazo y nos retiramos hacia el estacionamiento.
Adentro, Patillas de Jicamero, sus amigos y los invitados beben y siguen riendo con su risa tan particular y algo orgullosa.

jueves, julio 21, 2005

Biopics: Roqueros quinceañeros


Si no estaba entrenando atletismo, en la escuela o leyendo alguna obra de la literatura de la onda (y otras que Brehm había recomendado), me la pasaba con Rafael y Víctor en la cuadra. Rafa andaba muy triste porque los Contreras se habían ido de la ciudad, y rasgaba la lira como gato viudo extrañando a Concha. El tocaba el bajo en un grupo de rock con cuates suyos del Franco-Inglés, llamado primero Logical Sound Dimension (¡LSD, agarren la onda!) y más tarde The Last Concert. Era la época en la que se creía que el rock estaba hecho para el idioma inglés. Hacían buenos covers de las canciones de los Doors. El jefe del grupo se llamaba Jorge Bush.

Tener un disco nuevo solía ser una experiencia maravillosa. Lo comprábamos en alguna tienda especializada en música importada, porque la industria discográfica, preñada de nacionalismo, raras veces reproducía el buen rock. Íbamos a la casa del dueño del disco. Lo poníamos en la consola y nos tirábamos los tres debajo para escucharlo muy bien, mientras nos deleitábamos mirando la portada. Si alguna música sirve de soundtrack para esos días, es In-A-Gadda-da-Vida, de Iron Butterfly.

Hacia fines de primero de prepa, empezamos a dejar de tener a la cuadra como eje vital. Bush se había hecho de una novia en la calle de Bradley, y allí se juntaban varios cuates con intereses roqueros. Leíamos la revista Pop, cantábamos Groovin’ is easy y empezábamos a organizarnos para ir a fiestas los viernes y sábados.


En distintas zonas de la ciudad se hacían fiestas de paga. Diez o quince pesos la entrada, y tocaba un grupo de moda (Pop Music Team, Afrika Korps, La Máquina del Sonido, Pantakari e incluso, alguna vez, The Last Concert). Vendían refrescos. Se bailaba (dos opciones: la teórica, sacar a alguien a bailar; la real, ponerte enfrente del grupo y bailar viéndolos tocar). Olía a humo de tabaco y mariguana. De las fiestas se sabía por chisme de boca a boca, por intuición (debe haber una en San Angel; nos bajamos allí donde veamos muchos chavos) y también por el olor que despedían. Solíamos dirigirnos a ellas muy felices, apelotonados en el Vocho de Jorge Bush, escuchando Vibraciones, el programa “pacheco” de Radio 590, La Pantera de la Juventud. A partir de las vacaciones, nos dieron permiso para regresar a las dos de la mañana.


A Rafael le dieron permiso porque hicimos una transa. Había reprobado primero de prepa y tenía pavor de que su papá lo castigara enviándolo a trabajar de albañil, como cuando tronó tercero de secundaria, así que –con suma facilidad- nos convenció a Víctor y a mí de falsificar sus calificaciones. Le subimos dos puntos por materia. Luego les dijo a sus padres que no quería seguir en la prepa, sino cambiarse a la Escuela Bancaria y Comercial para estudiar contabilidad. De esa forma, Víctor y yo mantuvimos a un cuate para las vacaciones de verano, pero –paradójicamente, porque éramos cómplices- le perdimos el respeto al amigo.

Por su parte, Víctor vio premiada su insistencia con una moto. Una Islo Super-100, que hoy daría risa por su escasa potencia, pero que para nosotros fue maravillosa. Era una sensación a toda madre sentir cómo poco a poco la dominábamos y cómo pasábamos de escuincles bicicleteros a chavos motorizados. Llegó a jalar a 100 kilómetros por hora de bajada, pero normalmente a lo más que llegaba era a 60. Víctor era el más audaz: hacía caballitos con la moto, la derrapaba y presumía de distintas formas. También era el que más veces hacía el oso: persiguiendo la moto que se iba sola tras un caballito o culminándolo al estamparse en un poste, rompiéndose el pantalón en un derrape o saltando sobre un seto para terminar contra una cerca.

La moto era una garantía de ligue. Quién sabe por qué razones las chavas no querían lo lógico, que les prestaras la moto, sino lo romántico, que las llevaras a dar una vuelta. Por la manera en que me tomaba del talle en esas ocasiones, fue que me di cuenta de que yo le gustaba a Alejandra Rosillo.

No empecé a andar con Alejandra sino hasta el día que fuimos a la montaña rusa. Nos subimos juntos y empezó a chispear en la primera subida. En el momento que el convoy llegó hasta arriba para empezar su loco descenso, se soltó un aguacero espeluznante. Las gotas caían como alfileres sobre nosotros. Abracé a Alex, protector, y queda grabada en mi memoria la sensación de las gotas como espetones sobre nuestros rostros que se besaban, del agua escurriéndose por las comisuras de los labios hasta mezclarse con nuestra saliva, de la adrenalina por partida triple: la montaña rusa, la empapada, los besos primerizos. Queda el recuerdo de nuestro viaje en el asiento trasero, casi chacualeando, in-a-gadda-da-vida baaaaby, don’t you know that I loooove you?

Cuando empecé a andar con Alex, dejé a Víctor y a Rafa solos frente a los grupos en las fiestas, y bailaba con ella. También fuimos varias veces al cine, sin importar la película, a deleitarnos con fajes que fueron subiendo poco a poco de tono. En una ocasión, eran caricaturas y llegamos a tercera base de una manera sui-géneris. Cuando intenté tocarla entre las piernas, sentí un leve rechazo, y me dirigí entonces al trasero. A pesar de que traía unos jeans ligeramente apretados, se fue acomodando durante la función para que yo le metiera todo el dedo. Parecía ávida, pero cuando yo quería pasarme a la parte delantera, se movía para alejar mi mano. Entiéndase que apenas tenía 13 años y que los dos éramos bien mensos.

Un día, como rayo en cielo sereno, Alejandra me cortó. No sentí nada al momento, pero luego me dio por poner canciones románticas de los años 40 en mi tocadiscos. Quise hacerme novio de otra chava del grupo, Paloma, pero me rechazó. “Eres muy fresa”, dijo (muy conservador, pues).

En esa época, empecé a escribir un diario “contra las reminiscencias borreguiles”, a calificar y clasificar películas, a ensayar mis primeros cuentos (“Los XV Años”, el primero de todos) y mi primera novela inacabada, y a escribir mis sueños.

En esas andábamos –y ya habíamos regresado a clases- cuando Víctor y yo paseábamos en la moto y un gringuito que se acababa de muda cerca de la casa de él, le pide que le dé unas vueltas. Dicho y hecho. El gringuito tenía cuatro hermanas, y una de ellas se animó a dar sus vueltas en moto. A ella le pregunté en inglés si le gustaba el rock chicle-bomba. Dijo que no, por supuesto, le gustaba el rock-rock. Razón y causa suficiente. Janette se hizo amiga nuestra, muy pronto sería mi novia y su familia tendría una influencia importante sobre mi vida.

martes, julio 05, 2005

Mauricio Brehm, recuerdo de un místico

Mauricio Brehm, mi maestro de literatura en la prepa, era un personaje extraño. Un hombre culto, ensimismado, con gran amor a la literatura y un misticismo que lo alejaba de su cuerpo. Fumaba mucho y decía que sus mejores poemas se habían ido en humo (la inspiración no lo dejaba levantarse a escribirlos). Era un grandísimo admirador de Octavio Paz, y creo que su ritmo poético y sus preocupaciones estaban entre Paz y San Juan de la Cruz. Varios resentimos, décadas después, algo del ritmo de Brehm. Escribió varios libros, que no publicó, porque quería hacerlo en la editorial Joaquín Mortiz -que era la de moda, en aquellos tiempos- y sólo le ofrecían la Editorial Jus, católica.
Estaba lejos de ser el jesuita típico de aquella escuela puesto que, aunque heterodoxo a su manera (católicos heterodoxos, un oxímoron que era norma en el Patria), nunca tuvo dudas acerca de su vocación, como le sucedió a otros miembros de la Compañía de Jesús, de espíritu más juvenil.
Murió a los 59 años, en 1986, y le fue publicado un libro póstumo, Del Silencio y la Palabra, que revela a un gran poeta, tal vez alejado de las preocupaciones centrales de su tiempo (aunque él insistía en que era muy contemporáneo). Un hombre obsesionado con dos temas: el primero es, precisamente, el paso del silencio a la palabra (la imposibilidad de pasar del sentimiento al Verbo); el otro es la muerte, paso anhelado con una pasión malsana, con una insistencia digna de mejor causa. Mauricio veía a Dios en la muerte, en su muerte unívoca, que esperaba con gozo inocente.
Si lo primero da cuenta de un amante de la palabra y de la expresión humana; lo segundo nos dice que Mauricio estaba loco. El escribió: "sólo el silencio germinal contiene la plenitud de la palabra exacta". Pensaba que el verdadero silencio germinal estaba en la muerte.

Estos son algunos de los poemas del libro:


En el límite del amor y del miedo

¡Aunque estés en la Cruz
no me lo pidas!
¡No quieras que te abrace!
Aborrezco el olor de sangre rancia
y de manzanas agrias
que despide tu cuerpo.
Tus barbas en maraña
crecen escupitajos
¡Me dan asco!

¡No quieras que me acerque!
Quiero llegar a Ti
porque tu nombre se pronuncia muerte,
porque todas tus sílabas
me dejan un sabor acre en la lengua
y engarrotan mis músculos.
Me dan miedo los huesos y las sombras
y la danza ritual de los puñales
en torno de la angustia y del árbol.

¡Todo Tú engendras pánico!
Me repugnas con el cuerpo hecho astillas
por el odio monstruoso
que rompió la armonía de líneas
y deshizo las formas...
¡Si ni siquiera sé
donde comienzas Tú y acaba el lodo!
¡Si eres un amasijo
de sangre y nervios y músculos y huesos!

...

Así, crucificado,
repeles y das miedo.
Y aunque a la Cruz llevaras el amor
y te asome a los ojos
un perdón con mayúsculas
para los hombres ávidos de culpa,
tu figura espantosa hiere la vista,
y muerde los oídos
ese tu atroz silencio de tiniebla.

...

¿Has mirado tus manos, como garras
crisparse en torno al hierro
que las rompe y las clava?
¡No son para soñarse!
¡Me dan miedo!
Parece que no en vano
las sorprendió el reloj
en el momento del abandono oscuro.

La barrera feroz de las espinas
entre el labio y la frente...
¿Quién va a atreverse al beso?

¡Todo lo que eres Tú,
lo que el odio ha dejado
de lo que fuiste ayer, es lo que odio!

...

¡No te mueras, Señor!
¡Baja y destruye ese infamante obstáculo
que nos separa siempre!
¡Todo Tú me das pánico
aunque intente quererte!

Vive el amor en mí, pero no amo
por el miedo a la muerte.
Falta fuerza en el ritmo de las venas,
falta luz en los ojos...
¡Ah, qué duro es amar
cuando se ama sólo con el espíritu!,
porque la sangre teme
y el corazón no sabe, y tiembla y llora.



Ya no comprendo el nombre de las cosas

Ya no comprendo el nombre de las cosas
ni el nombre de los nombres.
Esto se llama azul, y aquello pájaro.
Mañana no es ayer y es otro día,
el presente es el hoy.

¡Convencional lenguaje!
¡Traición de realidades!
¿Quién puso el nombre al árbol?
¿Quién bautizó al diamante?
¿Para qué diferencias?

El corazón -quien siente- es el que sabe
qué cosa es importante,
sin que le importe el nombre.


¡Aunque me apriete el miedo!

¡Aunque me apriete el miedo
y me sienta de sombra empavecido!
¡Dame lo que te pido!:
quiero vivir mi muerte,
quiero tener el último momento,
el preinstante de verte,
para poner en tí el consentimiento
y repetirte el sí, definitivo.