martes, diciembre 26, 2006

Diez novelas italianas

Continúan las listas.

Las diez novelas italianas que más me han gustado:

1. Menzogna e sortilegio, Elsa Morante
2. Il nome della rosa, Umberto Eco
3. La coscienza di Zeno, Italo Svevo
4. I promessi sposi, Alessandro Manzoni
5. Baudolino, Umberto Eco
6. La ciociara, Alberto Moravia
7. Storia di Vous, Giancarlo Marmori
8. Todo modo, Leonardo Sciascia
9. Lessico famigliare, Natalia Ginzburg
10. Il visconte dimezzato, Italo Calvino

viernes, diciembre 22, 2006

Biopics: Tenejapa

Verano del 72. Noticias en el frente financiero de años atrás cruzaban la frontera: American Cyanamid absorbió a Shulton, le puso a Mister Shultz una oficinita y reestructuró su organización corporativa. En México, eso se traduce en que liquidan a mi papá, en que mi mamá compra con ese dinero un contrato para subarrendar un pequeño edificio de departamentos en Paseo de la Reforma y en que me propongo no comprar jamás el shampoo Breck. Poco después llega Janette a México, en una visita que no me desagradaba, pero que tampoco me entusiasmaba como supuestamente debería. Ella se quedó en uno de los departamentos del edificio nuevo, pero mi mamá –con su irremediable vocación de celestina- le dijo a mi papá que se había quedado en casa de los Lomnitz. Sólo pasamos una noche juntos en el depa (precisamente cuando a mi mamá le dio por enfermarse y me quedé con el sentimiento de culpa). Mi papá pronto conseguiría trabajo en Carven de México, productora del perfume Ma Griffe.


En la UNAM, en tanto, un grupo de porros de izquierda capitaneado por Mario Falcón y Miguel Castro Bustos, bajo el pretexto del ingreso a la Universidad de alumnos normalistas, tomó la rectoría y se enseñoreó en la Ciudad Universitaria. Falcón era un loquito, cuyo único chiste era pintar murales revolucionarios y Castro Bustos había estado ligado con políticos del priísmo duro. Aún así se hacían pasar por “Comité de Lucha de la Facultad de Derecho”. La Asamblea de Economía los repelió, con una notable intervención leninista de El Pino sobre la enfermedad del infantilismo de izquierda, El rector Pablo González Casanova despachó en el edificio de la Escuela Nacional Preparatoria, hasta que cayó.


El primer semestre llegó a su fin, así que los cuates decidimos echarnos otro viaje-baño de pueblo. Decidimos ir a Chiapas, a los Altos. Foncerrada se echó para atrás, así que fuimos Mapes, Julián, Rafael Rangel, Munguía, la Bracho, una canadiense amiga suya, Janette y yo. Los ocho, en el Safari del Departamento de Medio Ambiente de la SSA: tres adelante (uno semiparado y como Ignacio, con una nalga en el espacio), tres atrás, apretujados y dos sobre el toldo plegado.


En Oaxaca surgieron unos pequeños problemas. Patricia Bracho no quiso entrar a comer al mercado “porque me da asquito”. Otra mañana, Janette y yo decidimos desayunar en los portales y Munguía nos acusa de pequeño burgueses que comen hot-cakes (Patricia era caso perdido). Luego pernoctaríamos en Tuxtla Gutiérrez y en San Cristóbal de las Casas, no sin antes pasar por una feria alucinante en el pueblo de Ocozocuautla. La idea era visitar comunidades indígenas, platicar con ellos, conocer sus problemas y su forma de vida. Yo tuve la precaución de comprarme un libro en Tuxtla acerca de los tzeltales y los tzotziles. Ahí aprendí, entre otras cosas, que son muy celosos de su religión, que distinguían fuertemente entre el indígena y el ladino que habla español, que desconfían de todos, pero sobre todo de los gringos, que prefieren los términos “indígena” e “indito” al de “indio” y que para ellos el cerdo es un animal maldito.


En San Cristóbal decidimos dividirnos en dos grupos. Mapes, Munguía, Janette y yo iríamos a Tenejapa, una comunidad tzeltal; Julián, Rafael, Patricia y la canadiense visitarían a gente importante de San Cristóbal, empezando por el obispo recién nombrado, Samuel Ruiz. Los de Tenejapa nos quedamos con el jeep. Eran unos 40 kilómetros de terracería, montaña arriba, en una tierra de feracidad extraordinaria, de un verde que jamás he vuelto a ver, hasta llegar a una desviación, en la que había que estacionar el vehículo. De ahí, caminar cuesta abajo, hacia el pequeño valle entre montañas, por una brecha fangosa. Lo hicimos junto con otro grupo de ladinos. El descenso fue lento y problemático, con el lodo a menudo hasta la rodilla. Ya estábamos cerca del pueblo y una niña se empezó a hundir en el fango: entre varios la sacamos, y el barro se tragó uno de mis zapatos en ese esfuerzo. Tras dos horas de caminata, llegamos a Tenejapa, pedimos hablar con el maestro de la escuela, nos dijeron que se había regresado a San Cristóbal; pedimos hablar con el Presidente Municipal, nos dijeron que no estaba, pero volvía en la noche. Nos quedamos sentados en la plaza central del pueblo, vacía, con la mirada en una cancha derruida de volibol, en frente nuestro, y en una iglesia muy grande, pero casi en ruinas, a nuestra izquierda. Eduardo empezó a hacer letras de lodo. T. E. D. Y preguntó:
-¿Ustedes creen que Ted Kennedy sea candidato a la presidencia de Estados Unidos?
Soltamos una risotada. Y Munguía pronunció, en su seudo inglés chilango, una frase que haría historia entre los cuates:
-“The great Tape Mapes (Teip Meips), you need see for believe”.
Al anochecer, se acercó a nosotros un indígena a caballo. Nos preguntó quiénes éramos, a qué veníamos, a quién esperábamos. Entre cortesías (como decir que su caballo “Flaquito” no estaba flaco), le dijimos que éramos estudiantes de México, que veníamos a conocer cómo vive la gente de Tenejapa y esperábamos al presidente municipal.
-¿Y ya lo vieron? –preguntó.
-No. Salió a visitar una comunidad y vuelve en la nochecita.
-Pues ya llegamos –dijo el hombre, se bajó del caballo y nos saludó con mano suave.
Fuimos a su oficina, que estaba dentro de su casa y era un lugar bastante extraño. Un escritorio con su silla, tres sillas de paja enfrente. Había dos posters y dos fotografías en la sucia pared a espaldas del alcalde. Un poster ya estaba deslavado, era a tres colores, de la campaña presidencial de Adolfo López Mateos, en 1958. El otro era más nuevo: la panorámica de la ciudad de Nueva York. Una de las fotos era de John F. Kennedy (¡Mapes no andaba tan perdido!); la otra del munícipe con el antropólogo gringo que le regaló la foto de Kennedy y la imagen de Manhattan. En la pared a nuestra derecha, un arco y dos flechas, colgados a la manera de estandarte.
La plática fue general, pero muy informativa. La comunidad primero elegía a su jefe, y luego el PRI lo lanzaba como candidato (único). Los verdaderos jefes eran ancianos, pero para ser presidente municipal había que saber hablar español. Tenejapa era muy pobre, vivía de la agricultura, pero las comunidades serranas del municipio eran todavía más pobres. El maestro se quedaba tres días a la semana, no había doctor kaxtlán (castilla), pero sí medicina tradicional. Tampoco había párroco, desde hacía años, pero la iglesia “sí funciona”. Habían venido una vez unos gringos del Instituto Lingüístico de Verano, pero quisieron convertir a los indígenas al protestantismo, así que fueron expulsados. Mucha gente se va del municipio. Unos a San Cristóbal, a buscar trabajo o las mujeres ya contratadas como sirvientas. Otros, a la selva, para buscar tierras qué trabajar, pero allá hace mucho calor y las tradiciones se pierden. Él estaba allí para obedecer a la comunidad. Su sueño, visitar Nueva York. Nos ofreció su casa para quedarnos, le dijimos que daríamos una vuelta por el pueblo y regresaríamos en la noche.
Fuimos al único comedero, cenamos frijol con huevo a un precio irrisorio. Platicamos con la dueña, nos dijo que al día siguiente vendrían los de la sierra, a comprar Pepsi-Cola para las ofrendas y a vender a sus hijas para que se fueran de sirvientas. Nos explicó que lo tradicional para las ofrendas es el aguardiente local, el posh, pero que de alguna manera alguien convenció a los indígenas de que la Pepsi era igualmente efectiva, pero más barata. La Pepsi, no la Coca. Del otro asunto, que los padres pedían un mes de adelanto de sueldo a quien quisiera llevarse a las niñas: era un intermediario ladino, que nada más les daba cincuenta pesos, y la muchacha de todos modos trabajaba un mes gratis.
Salimos del local, y un borracho se nos acercó. Nos preguntó cuál era nuestra religión. Mapes estaba a punto de decirle que no éramos creyentes, pero me acordé de mis lecturas y lo interrumpí:
- ¿Pues de cual? De la verdadera. La de Nuestro Señor Jesucristo.
-Ah bueno –dijo el hombre, dio la media vuelta y se fue.
Caminamos un rato más por las calles empedradas del pueblo. Había poco que ver y nada que hacer, más que ver, por unos minutos, un cielo maravillosamente estrellado. Recalamos de regreso a casa del presidente municipal.
El alcalde le dijo algo a su mujer en lengua tzeltal. A ella no le gustó nada, y se puso a reclamar. La mujer nos llevó a un cuarto, sacó unas ropas de ahí, tomó unos polvos y los regó en cada una de las cuatro esquinas, pronunciando una suerte de encanto para alejar los malos espíritus que trajéramos. Prendió una vela maloliente y cerró la puerta. El lugar tenía una cama matrimonial y se decidió que Janette y yo dormiríamos allí; Jorge y Eduardo en el suelo, en sus bolsas de dormir. El cuarto, sucio de por sí, comenzaba a apestar con el humo de la vela. La apagamos y nos quedamos en una oscuridad tan total que nos era desconocida. Nos percatamos de que la habitación no tenía ventanas y, como si alguien adivinara que pretendíamos abrir la puerta, escuchamos un cerrojazo, el sonido de un candado, de unas llaves que dan la vuelta, de unos pasos suaves que se alejan. Nos habían encerrado por dentro. Era el inicio de una noche inenarrablemente larga.
El colchón en el que nos acostamos Janette y yo era viejísimo y cada centímetro cuadrado estaba desigual: tenía como colinas y barrancas. El silencio y la negrura eran abrumadores. De repente, alguno de nosotros preguntaba “¿Estás despierto?” y otro respondía, en voz de perfecta vigilia: “Sí”. En una ocasión nos animamos a prender la vela, pero el hedor nos hizo desistir al poco tiempo. No nos atrevimos a decir más. Janette se acurrucó a mí. Yo trataba de conciliar el sueño y no podía. Muchas horas después –al menos eso creímos- el silencio se rompió con unos gritos en tzeltal, gritos que se repetían y que, después de unos segundos de desasosiego, logramos descifrar en un rito de medianoche. Deduje que nos habían encerrado para que la curiosidad no nos llevara a asomarnos y profanar la ceremonia. Pero esa deducción lógica desapareció con el paso de las horas: el insomnio que se vuelve pesadilla: imaginé que era de día, pero los indígenas habían decidido mantenernos encerrados por tiempo indefinido. No podía ser que todavía no amaneciera. No me atreví a comentar mis paranoias. Una eternidad después, escuchamos voces casuales que provenían de la calle. Volvió a caer la lógica: ahora sí amanecía, la gente empezaba a salir. Nos abrieron la puerta y hemos de haber salido pálidos de ese cuarto. Agradecimos a nuestro anfitrión que nos haya dejado pasar la noche y, ya en la calle, comentamos nuestros temores nocturnos, y mis compañeros estaban tanto o más paranoicos que yo.
Las siguientes horas de aquel domingo en Tenejapa fueron un viaje en el túnel del tiempo a la edad media.
Visitamos la iglesia. Enorme, oscura, sin bancas, sin altar. Pequeños grupos rezaban, entre sollozos, ante figuras de santos. Nos detuvimos frente a una familia. El hombre, la mujer, el bebé. Tenían enfrente a una virgen dolorosa, habían dispuesto dos hileras de velitas encendidas ante la imagen. La mujer gritaba, imprecaba, sollozaba en su lengua, gritaba de nuevo con un dolor desgarrador, como de reclamo, y el hombre vertía ceremoniosamente Pepsi-Cola en el pasillo que formaban las hileras de velitas. “Es la Sagrada Familia sumida en la ignorancia y el fanatismo”, pensé. Cuando salíamos de la iglesia, una figura me llamó la atención: un Cristo atroz, de cara ensangrentada, yacía en una vitrina. Habían pegado esa cabeza a un cuerpo minúsculo, de trapo rojo. Y varios indígenas, en estado de ebriedad, le lloraban y le exigían a ese Cristo deforme, monstruoso.
También pasamos por el mercado y descubrimos que no se usaba el dinero, sino el trueque. Un pedazo de reata por tres naranjas. Los pesos y centavos servían para otra cosa. Se divisaba que de la montaña bajaban grupos numerosos, cargando en la espalda cajas de botellas vacías de Pepsi. Doblabas la mirada y, junto al comedero –que es donde vendían el refresco- se llevaba a cabo la compra-venta de sirvientas para la ciudad. Había algo de maravilloso en la sensación epidérmica de haber viajado en el tiempo: la Edad Media cotidiana, la que vivieron millones, no fue como las sagas de la literatura. Era así, como la que vivían en ese momento los tzeltales y quién sabe cuántos pueblos más en el tercer mundo. Pero también era algo que golpeaba la víscera. Las tripas y el corazón. Decidimos no quedarnos otro día más. Cuando partimos, un perro perseguía a un cerdo, y los niños le lanzaban piedras al pobre marrano. Recuerdo haberme detenido un instante durante la caminata cerro arriba, haber volteado a ver Tenejapa y haberme dicho, en silencio: “es una pesadilla”.


Al día siguiente fuimos los ocho a Chamula, donde los tzotziles no querían dejar que la amiga de Patricia entrara a la iglesia (era muy difícil adivinar la nacionalidad de Janette, con su pelo oscuro ensortijado y su jorongo), les explicamos que no era gringa sino canadiense, y accedieron. Allí escuchamos una letanía musical bonita, pero interminable, mientras unas ancianas ponían capas y capas de ropa preciosa a una virgen. También soltaron muchísimos cohetes. Pero ese pueblo tenía otro sabor: que fuera accesible por la carretera de terracería lo había hecho menos auténtico, más rencoroso, con ese rencor que da sentir de cerca la riqueza y la modernidad y no poder, no saber o no querer acceder a ellas.


Regresamos a México dando la vuelta por Veracruz. En las Cumbres de Acultzingo (Rafael y yo íbamos sobre el toldo) empezó a hacer un frío del carajo. Por Puebla empezó a llover. Tuvimos que cerrar el toldo y apretujarnos en el Safari. Casi llegando a México surgió una discusión por dinero, no recuerdo bien cómo. Y que Jorge Munguía se pone a llorar, reclamándonos que discutiéramos de eso, cuando él había puesto el coche e iba a tener que pagar una llanta que se ponchó en el camino. Entonces quien se lanza llorando es Rafael Rangel: su papá le había dado un dinero para comprar unos encargos en Tapachula, si es que llegábamos a Tapachula, y lo tenía guardado porque lo tenía que devolver. No sabíamos cómo, pero algo se había roto entre nuestras penurias de dinero y lo que vimos.

Un par de meses después, Munguía nos dijo a Mapes y a mí que fuéramos de nuevo a Tenejapa, a llevar unas pelotas de volibol y una red. Le dijimos que no. Que unos balones de volibol no iban a resolver nada. Que eso era populismo echeverriísta. Que la pobreza que habíamos visto en Michoacán era una cosa, pero que Chiapas era, de plano, otro pedo. También dijo que quería aprender tzeltal-tzotzil. Le respondimos que le tomaría como 15 años, si es que se aplicaba.

lunes, diciembre 11, 2006

Diez novelas anglosajonas

Continuemos con las listas.

Las diez novelas anglosajonas que más me han gustado:

1. Nineteen Eighty Four, George Orwell
2. The Maltese Falcon, Dashiell Hammett
3. Alice's Adventures in Wonderland, Lewis Carroll
4. Beautiful Losers, Leonard Cohen
5. Travels With My Aunt, Graham Greene
6. The Bonfire of the Vanities, Tom Wolfe
7. The Big Money, John Dos Passos
8. Sula, Toni Morrison
9. Dark as the Grave Wherein My Friend is Laid, Malcolm Lowry
10. Frankenstein, Mary Shelley

viernes, diciembre 08, 2006

Biopics: Tres estéticas

I. Cadáveres en el cuarto forrado de corcho

Hicimos buena parte del trabajo de Michoacán en casa de Julián, en el Pedregal. Había un sótano forrado de corcho para que la música se oyera sin reverberaciones y Julián lo utilizaba como guarida personal. Yo me dediqué a los números, Mapes a hacer que el trabajo fuera gigantesco y todos al análisis. A las reuniones, que eran casi diario –ya se sabe que Mapes exigía un tabique- se incorporaron Vicky y la Bracho. En ellas, mucho más que hablar de economía, lo hacíamos de nuestros deseos, las experiencias que habíamos vivido y las que queríamos vivir, nuestra visión social, con bastantes toques de cine, música y literatura. Discusiones bizantinas, por ejemplo, sobre si “Pobrecito mi patrón”, de Facundo Cabral, era una obra destinada a adormecer al proletariado, sobre si era católico "amor al prójimo" estrellar contra la pared la cabeza de un bebé recién bautizado o sobre si el pueblo mexicano estaba dormido, enajenado o esperando el momento para acabar con el sistema. Recuerdo que discutimos un texto absurdo del abuelo de Julián en contra del sonido estéreo.

A instancias mías, jugamos varias veces el juego surrealista de “cadáveres excelentes”. Podía ser un dibujo a cuatro manos (ninguno sabe lo que hay en los demás cuadrantes, sólo que la línea debe tocar el centro) o, más comúnmente, el de preguntas y respuestas (la respuesta es escrita al mismo tiempo que la pregunta). Salían algunas cosas bastante chingonas, que daban lugar a discusiones interminables sobre su pertinencia en la vida real: “¿Qué es la pureza? –Una bola de fuego que se apaga con amor”. Con el tiempo el juego fue volviéndose espacio de lucimiento, particularmente de Jorge Munguía, que siempre inventaba respuestas “hiperpoéticas”, del tipo “muere la vela al dar su luz”, cuando el Cadáver Excelente demandaba cosas como “un perro atropellado” o “una guirnalda seca en la cabeza del rey”.

Una vez dije que me parecía sexy sentir las pestañas de una mujer en el pómulo. Esa tarde nos acostamos varios en una cama, y Patricia Bracho me abrazó, me pasó sus pestañas en el pómulo. Se ponía como veinte capas de rimel y luego se las separaba con un peligroso alfilercito. Yo las sentí rasposas, eran como pequeños espetones que me arañaban. No reaccioné a su provocación, que me pareció francamente desagradable.

En ese circo hogareño, Julián actuaba en la pista principal. Hay que señalar que en aquella época había dos tipos de moda varonil en la escuela: la funky y la jipiteca, y casi todos nos movíamos entre esos extremos. Julián, en cambio, era decididamente funky, estrictamente pre-disco. Camisa de nylon, azul con puntos blancos, pegada al cuerpo, con botones en la zona genital “para que no se te desfaje”, pantalones blancos de gabardina o poliéster, también ceñidos, con una ligera campana, zapatos de plataforma y mariconera de cuero, en la que guardaba cartera, llaves, cigarrera, encendedor. Su greña estaba en capas y usaba un bigote que se peinaba hacia arriba (Para poner las cosas en perspectiva, yo tenía un par de playeras funky -una de estrellitas, otra de color vino con mangas amarillas-, usaba morral oaxaqueño multicolores y botas militares o –si el clima lo permitía- huaraches de suela de llanta y llevaba el pelo largo de raya en medio, bastante maltratado y en incipientes vías de extinción). Julián, por supuesto, tenía el espejismo de que estaba buenísimo, y para demostrarlo nos daba los ejemplos de su hermana y su mamá (con la hermana bastaba y sobraba). También se consideraba un gran bailarín y nos mostraba algunos pasos mientras los demás estábamos despatarrados después de la comida. Obviamente, era música funk (Sly & the Family Stone, James Brown, algo de Miles Davis), pero también bossa nova y Elis Regina: si hay un soundtrack para esos momentos es Aguas de Marzo, en voz de la brasileña.


II. Beautiful Losers

En esos meses, también la amistad con Hermann Bellinghausen se hizo entrañable. Había muchos vasos comunicantes. Uno, tal vez el principal, era la música neo-folk. Incredible String Band, Pentangle, The Steeleye Span. Mientras las dos últimas eran agrupaciones más decididamente folk, ISB era una cruza del hippismo tardío, las raíces más ancestrales y místicas del folk británico y un toque de pop culto. Varias de sus canciones tenían momentos diversos, con ritmos e instrumentos variados (el kazoo, por ejemplo) y las letras eran pura poesía. En palabras de ellos: cocinar una sopa con palabras rancias y significados frescos.

Dudo que en aquel momento hubiera en el país más de diez fans de ISB. Hermann y yo hacíamos dos. ¿Qué era lo que nos llevaba allí? Pienso que, en primer lugar, la mística poética. Ambos nos habíamos alejado de la religión en la temprana adolescencia, pero teníamos hambre y sed de espiritualidad, a pesar de lo que dijeran nuestros cerebros. Poesía y música eran un espacio inocuo en el que podíamos gozarla. ISB era aquel lugar en el que los pinos tenían una risa verde, las hojas secas conocían el arte de morir y el tiempo era hijo de la muerte de un mundo vivo que es también una puesta en escena. Un mundo en el que se le podía preguntar al primo Oruga qué hacen sus siete pares de patas o su hilo sedoso, encontrarse al pequeño puercoespín cantando netas o viajar a una cabaña, nuestro hogar en el cielo. Un bello mundo en el que las paredes de este cuarto son distintas de las que había antes, porque son ahora.

I used to search for happiness,
And I used to follow pleasure,
But I found a door behind my mind,
And that's the greatest treasure
.

Y si Incredible String Band era una forma de aliviane que compartía con Hermann, Frank Zappa era la otra, su complemento más rebelde. Humor ácido, creatividad en explosión, sexo, crítica feroz a la religión, a la educación escolar, a los mitos del hippismo y a los de la revolución. Todo articulado en una base fundamental: el grito por la libertad amordazada por gobiernos, familias, medios, modas y miedos, en el marco de una música riquísima, variada, a ratos burlona, a ratos violenta: del rock al clásico de vanguardia, pasando por formas de jazz que parecían tener una capacidad infinita de variación. Y también el orgullo de asustar al mexiquito clasemediero y supermoralino, todavía hegemónico en aquellos primeros años setenta.

Había muchas otras cosas en esa estética compartida. La felicidad de ser latinoamericanos en el sentido expresado por el cineasta Glauber Rocha: el haber adquirido una cultura universal de manera caótica. Primero Paz y García Márquez y luego Ovidio, Shakespeare revuelto con Jodorowsky, Beethoven con Jagger, Richards y Violeta Parra.

¿Y qué mejor manera de expresar ese intento de organizar un caos místico y revolucionario que Beautiful Losers, la novela de Leonard Cohen? Durante un tiempo, Hermann y yo adoramos esa novela. La saga de la santa católica Katherine Thekawika, de origen mohawk, mística y un tanto masoquista, y la historia –también teñida de sadomasoquismo- de un triángulo amoroso de revolucionarios que dicen luchar por la independencia de Quebec dan lugar a momentos alucinantes. En uno, los personajes modernos pintan una Partenón de plástico con pintura de uñas rojísima. Esa imagen fue para mí la síntesis de nuestra cultura norteamericana.

Las pláticas con Hermann duraban horas. Pasaban por el pedo como suspiro del alma (Cabrera Infante) a la definición de “fellinazo”, al género (femenino) de la expresión “me late”, a la primera educación sentimental o no (Struwwelpeter y Juan de Dios Peza), al encuentro de rarezas estéticas (¡las fotos de Olga Desmond!) a la creación, por supuesto, del Club de Elogios Mutuos de nuestros respectivos trabajos literarios. En alguna ocasión, la plática se comía la noche y salíamos de casa de Hermann, en la Irrigación, a desayunar tortas de tamal junto con los obreros que llegaban al turno matutino en las fábricas de la zona.


III. La pasión beat

La longitud de las pláticas con Hermann le daba celos a Víctor. De poco servía explicarle que eran las dos de la mañana, que nuestras casas colindaban por atrás, y que nos veíamos muy a menudo. Así era él, rabioso y pasional. Soñaba que masticaba vidrios y entonces mordía la botella de cerveza. Se excitaba con frases como la de una santa en O Cangaceiro: “si me dejas, te juro por la virgen santísima que te corto en pedacitos” o con la leyenda de que Glauber Rocha usó balas de verdad en Antonio Das Mortes.

“Dios hizo la tierra; Satán hizo las bardas”, decía Antonio Das Mortes. “A desalambrar”, decía Daniel Viglietti. Había que saltarlas, romperlas. Romperse desde adentro. Vomitar vidrios mal digeridos, con güevos y con humor. Eso quería Víctor. De ahí que siguiera con pasión el caos creativo de la generación beat, que admiraba. Y que fuera desarrollando un estilo poético visceral y sin mediaciones ni escamoteos.

Esto implicaba, necesariamente, cuestionar todo y ponerse en crisis. La Facultad de Arquitectura, con todo y autogobierno, le empezó a parecer un corset, sobre todo después de que hizo amistad con Yosi Anaya, una maestra suya que vivía en Cuajimalpa, hacía batiks (empezaba una onda artesanal que más tarde se hizo industria) y lo hizo ver que su inclinación era más hacia las artes plásticas que hacia la arquitectura.

Entonces decidió cambiar de carrera. Pasarse al CUEC y estudiar cine. Para ser admitido tenía que presentar una historia en gráficas (fotos, pinturas, collages, lo que fuera). Hizo dos trabajos, y en ambos yo fui el protagonista. Uno fue una serie de fotos tomadas muy noche en un centro histórico fantasmal. Yo llevaba un overol que ha sobrevivido 35 años de uso. El otro –con el que fue admitido- fue una serie de dibujos realizados a partir de fotografías tomadas en Yuriria, Guanajuato, adonde fuimos un fin de semana. En esa ocasión, en un museo local había una antigua túnica de obispo colgada de un perchero. Víctor cerró la puerta del cuarto, aprovechando que sólo había un vigilante, me pidió que me pusiera la túnica –cosa que hice no sin miedo- y me tomó unas fotos. En los dibujos, jugó con mi silueta y un ave.

Estas tres estéticas se juntan en mí. Y tanto Julián como Hermann fueron protagonistas de algunos trabajos escolares del breve paso de Víctor por el cine.


jueves, noviembre 30, 2006

Métodos Colmillo para la investidura de Felipe

He aquí unas modestas propuestas -elaboradas con Taide en la sobremesa del desayuno- para que Felipe Calderón pueda tomar protesta en San Lázaro, y evite el boicot del PRD. Todo es cuestión de colmillo, como lo enseñó Don Horacio Cascarín. Desgraciadamente, nuestros políticos no ven suficiente televisión. Mucho menos, los directivos del CISEN.

Método 1. La Zanahoria

1a. Aguinaldo por adelantado

A las 10:45 de la mañana, se escucha lo siguiente por el altavoz de la Cámara: "Se avisa a las señoras y señores diputados del PRD que sus aguinaldos ya están en caja. La caja estará abierta desde este momento hasta las 11:15". En ese momento, los legisladores del sol azteca dejarán la tribuna y correrán a la caja, en donde una burócrata bien entrenada, les entregará lentamente, pero no de manera desesperante, sus chequesotes". Mientras tanto, Felipe toma protesta.

1b. "Permuto pin"

En vez de ofrecer aguinaldo, por el altavoz se escucha: "Es una oferta, es una promoción, por solamente 30 minutos a partir de ahora cambiamos pines de diputado por centenarios de oro. Diputados de PRI, PAN, Verde, Nueva Alianza y Alternativa, absténgase".


Método 2. Estrategias diversivas

2a. Todos contra Canti

Cinco minutos antes de las 11 de la mañana, aparece el actor Carlos Espejel, caracterizado como Canti, de El Privilegio de Mandar. Se le ofrece un micrófono, y con él increpa a los diputados perredistas: "Oigan, chatos del Perredé no sean incrementosos, digo, porque no se vale que anden haciendo como que no, cuando sí..." . Previsiblemente, la diputación del sol azteca, indignada por el papel de Televisa en la campaña, se lanzará contra Canti, quien saldrá huyendo a velocidad, lo más lejos que pueda. Mientras dura la persecusión, Calderón toma protesta.
En una versión alternativa, en vez de Canti, es el ex presidente Carlos Salinas de Gortari quien los increpa y los hace corretearlo. Esta versión tiene una desventaja -Salinas cobra más caro que Espejel- y dos ventajas -es más odiado por los perredistas, lo que asegura la persecusión y tiene más condición física, por lo que tardarán más en atraparlo, dándole preciosos segundos a Calderón.

2b. Cirque du Soleil

Se anuncia, como previo a la toma de protesta, un espectáculo de Cirque du Soleil. Los legisladores no se dan cuenta de que uno de los trapecistas que bajan desde el techo lo hace precisamente adonde está Zermeño, el presidente de la Cámara de Diputados, quien le entrega la banda presidencial. Sólo cuando se ha quitado la máscara, se revela que es Felipe Calderón. Desde las alturas protesta servir la Constitución.


Método 3. El Método Maradona

Futbol colmillo llevado a la política. Así como los argentinos le dieron un agua con doping a Zico, en el partido contra Brasil del Mundial de 1990, unos eficientes agentes del CISEN, disfrazados de meseros de la Cámara, reparten agua a los diputados, un poco deshidratados tras pasar tres días seguidos en San Lázaro, pero con el cuidado de entregar a los perredistas agua adicionada con Turbomax (Dumb & Dumber) o Laxatón (Les Luthiers). Acto seguido, los presuntos boicoteadores corren a los sanitarios -previamente desprovistos de papel, para crear más caos-. Mientras aquellos cagan, Calderón asume.

Método 4. El Método Supertazón

Fox y Felipe llegan al pasillo de la Cámara, pero se detienen metros antes de toparse con la muralla perredista. Los alcanza Zermeño. En ese momento, el Estado Mayor instala uno de esos elevadores hidraúlicos que se utilizan en el medio tiempo del Supertazón para elevar a las estrellas del espectáculo. El elevador sube tres o cuatro metros. Ahí, con un micrófono inalámbrico también provisto por los amigos americanos, Felipe se pone la banda y jura como Presidente. Este método tiene un riesgo: que Fox se caiga del elevador. Pero es un riesgo de poca monta.

martes, noviembre 28, 2006

Diez novelas de ciencia ficción

Va otra listita:

Las diez novelas de ciencia ficción que más me han gustado:

1. Ubik,
Philip K. Dick
2. The Naked Sun, Isaac Asimov
3. A Clockwork Orange, Anthony Burguess
4. ¡Qué difícil es ser Dios!, Arkadi y Boris Strugatski
5. Brave New World, Aldous Huxley
6. The Left Side of Darkness, Ursula K. Le Guin
7. Stranger From a Strange Land, Robert E. Heinlein
8. Solaris, Stanislaw Lem
9. El Genio, Dieter Elsfeld
10. The Time Machine, H.G. Wells

lunes, noviembre 27, 2006

El día que conocí a Raúl Velasco (Biopics atrasado)


Ahora que Televisa le prepara un homenaje, me acordé del día en que lo conocí. Estaba yo en la prepa y Raúl Velasco ya era Raúl Velasco.
Siempre en domingo ya dominaba la pantalla nacional y acaparaba las tardes plácidas del fin de semana. Todavía no era un monstruo, pero ya anunciaba que lo sería.


En esa época a Velasco se le ocurrió hacer un concurso mensual de ensayo entre jóvenes menores de 18 años. Tema libre. Como premio, dos dotaciones de libros: una para el ganador; otra, para la institución que él quisiera. Efectivamente, aquel Siempre en domingo tenía cosas que la generación siguiente no recuerda.

A mi mejor amigo de la prepa, Raúl Trejo, se le ocurrió concursar con un ensayo ­creo que sobre medios de comunicación, así es esto de la vocación­. Por supuesto, resultó triunfador. Me invitó a ir a recoger el premio, pero todavía no había decidido a qué institución le daría la segunda dotación de libros. Decidimos que fuera a la biblioteca de la escuela, buscamos al director de la biblioteca, no lo encontramos e hicimos, muy correctamente, una carta de aceptación. Yo falsifiqué la firma de Fritz Brehm.

Tomamos el Metro y recalamos en una oficina en Río de la Loza, donde nos esperaba, afable, Míster Televisión. Igualito que en la pantalla: camisa colorida de solapas anchas, lentes cuadrados de pasta, sonrisa perfecta. Nos recibió. Nos confundió (yo, modosito, me había puesto saco y corbata; Raúl iba con su eterna chamarra gris a cuadros). Felicitó a Raúl. Se echó un rollo acerca de la importancia de que la juventud contribuyera al progreso del país. Y luego nos soltó una noticia. Se dirigió a Raúl:

Lo siento pero, a diferencia de otros concursantes, tú no vas a poder recoger el diploma en el programa.

Al ver nuestra cara de extrañeza, dijo, a guisa de explicación:

Ustedes entienden.

Era el viernes 18 de junio de 1971. Ocho días después de la matanza del Jueves de Corpus.

Raúl, con la calma y la cabalidad que le caracterizan, respondió, en voz suave pero firme:

Entonces usted tiene miedo de que yo diga algo.

Velasco soltó una risa-mueca:

¿Miedo? ¡No, cómo crees! Son las circunstancias. Comprende. No es momento para presentar a los jóvenes.


Raúl lanzó a su vez una sonrisa, que quise ver como irónica. En el tono de sus palabras me había quedado claro que él no tenía la intención de decir nada peligroso. Le ofreció la mano a Velasco, que ahora sí sonrió con anchura y procedió a entregarnos los libros del premio. Unos 40.

He de agregar que eran libros de saldos viejísimos, sacados de alguna bodega polvosa. Yo me quedé con uno sobre problemas económicos, de 1958. Raúl, con tres o cuatro. Los demás fueron a parar a la biblioteca de la escuela.

(publicado en etcétera, noviembre de 2006)

jueves, noviembre 23, 2006

Mitos Geniales II. El Maese Lavalle (Biopics)

En el primer semestre de Economía me encontré con un cuate de la colonia, que encabezaba un grupo de chavos muy macizos, entre los cuales estaban el Coco Almazán y otros tres ex jugadores de los Pointers. Era alto, flaco y tenía una greña ondulada que le bajaba casi a media espalda. Se apellidaba Lavalle. Y era, para nosotros, el Maese Lavalle.

En los primeros días, se discutió en una asamblea la posibilidad de venir a clases en semana santa, que al cabo no era una celebración revolucionaria. Lavalle pidió la palabra y El Pino Martínez Della Rocca de inmediato se la dio, supongo que equiparando greña con gruexez radical. Lavalle se levantó y dijo, en un tono muy lento, como aspirado, megapacheco:
-Maeses, está mal eso de tener clases en Semana Santa. La Semana Santa es una época de recogimieento (risas, chiflidos), de reflexioón. Y para los que los que no quieren meditar esas cosas, pues se pueden ir a Acapulco, maeses.

El Maese Lavalle tenía un vochito, y vivía como a cuatro cuadras de la casa, así que algunas veces le pedí aventón al salir de la escuela. Pláticas (es un decir) memorables.
-Maese Lavalle ¿por qué te decidiste a estudiar economía?
-Porque estoy muy preocupado por el futuro del muundo. El oro se va a acabar. Y si no hay oro, pues se van a caer todas las economíias. Yo por eso me quiero ir a Israel. Porque allí no va a haber ese probleema.
O en otra ocasión. –Maese ¿cómo te fue en tu examen de matemáticas?
-Maaal.
-¿Estaba muy difícil?
-Neeel. Estaba fácil. Eran cuatro preguntas de cierto o falso y yo fallé dos. Puse que todas eran falsas, pero dos eran verdadeeras. Le dije a la maestra que puse así para que las otras dos fueran más faalsas.
Una vez fue él quien empezó la conversación:
-Vi el otro día a Luis Chávez (uno de los pachequitos de su grupo) y estaá muy mal.
-¿Por qué?
-Imagínate, hizo un dibujito de Cristo (saca de su morral un papel con un dibujo y me lo enseña). ¿Verdad que está mal?
-Pues es un dibujo como cualquier otro.
-Neel. ¿Cómo puedes pretender dibujar a Cristo, si Cristo es el verbo encarnado? Es un atrevimiento. No se puede dibujar la luuz.
-No, pus no se puede dibujarla.

El Maese Lavalle sólo tomaba una clase conmigo. Geografía. Decía Mapes que cuando, sin razón aparente, Lavalle se daba la vuelta y lo miraba a los ojos, le daba miedo. Pues bien, el examen final de geografía consistió en un tema por fila. A desarrollar todo lo que sabíamos de ese tema. El Maese terminó en 20 minutos, entregó su hoja y salió muy tranquilo. Mapes y yo nos quedamos viendo los gestos desconcertados del maestro Bassols mientras la leía con ojos cada vez más abiertos. Empezamos a reír. Bassols dijo en voz alta: “¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡Esto es increíble!”. Luego se dirigió al salón, interrumpiendo el examen:
“Miren. El tema es ‘Población en México’ y el examen dice: ‘Población de México: 57 millones de habitantes; Ciudad de México: 8 millones; Guadalajara: 2 millones; Monterrey: 1 millón; Puebla: 200 millones; Los Ángeles: 5 millones’ Es todo”.
La clase entera se desternillaba de risa.
-“¡No se rían! ¡Esto es trágico!”, exclamó Bassols, con su voz nasal. Lo único que logró fue provocar más carcajadas, media clase se retorcía y no podía parar “¡Que no se rían! ¡Es trágico!”.

Por mera curiosidad, a fin de semestre me asomé a ver los resultados de Lavalle. Cuatro NA y una B, en Historia, en un grupo con 20 MB y 4 NP. No lo volví a ver. De su grupito de cuates, me encontré –décadas después- a Luis Chávez, quien trabajaba de vendedor en la sección de hombres de Liverpool Insurgentes. Mi mamá una vez se subió a un pesero y se encontró con que el Coco Almazán era el chofer y no le quiso cobrar. Ya había salido del sanatorio y estaba “limpio”. Luego el Coco se puso mal otra vez y su hermano se lo llevó a vivir a Milton, donde salió una vez desnudo a gritar por la calle. Ha de haber tenido unos 40 años cuando murió. El maestro que le puso B a Lavalle fue despedido, años después, cuando lo denunciaron unos alumnos a los que había aprobado con S en un extraordinario al que no se habían presentado.


miércoles, noviembre 22, 2006

Diez Novelas Latinoamericanas

A petición popular, otra lista:

Las 10 novelas latinoamericanas que más me han gustado:

1. Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez
2. Crónica de una Muerte Anunciada, Gabriel García Márquez
3. La Guerra del Fin del Mundo, Mario Vargas Llosa
4. Rayuela, Julio Cortázar
5. Los Ríos Profundos, José María Arguedas
6. Tres Tristes Tigres, Guillermo Cabrera Infante
7. La Fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa
8. El Hombre que Amaba a los Perros, Leonardo Padura 
9. Este Domingo, José Donoso
10. La Ciudad y los Perros, Mario Vargas Llosa




Otras listas:
Novelas mexicanas
Novelas italianas
Novelas anglosajonas
Novelas en lengua alemana
Novelas de ciencia ficción

viernes, noviembre 17, 2006

Biopics: La Mira y Playa Azul

En la materia de Centro de Economía Aplicada había que hacer un trabajo de campo. Mapes lo quería hacer cerca de Las Truchas, Michoacán, una zona que había trabajado su papá, como geólogo. Me pareció buena idea. Nos juntamos con Foncerrada y Munguía y decidimos que el eje central del trabajo sería analizar cómo había afectado la nueva carretera a un par de comunidades rurales cercanas a donde se construiría, dentro de poco, una gran siderúrgica. En términos del trabajo: cómo afectaba el desarrollo de la infraestructura productiva a la superestructura ideológica. Mapes quería invitar al equipo a Patricia Bracho, una chava fresa, muy maquillada, coqueta, de labios gruesos, que usaba jeans ajustados y movía la cadera al caminar. El problema era que Patricia siempre tenía al lado a “la Calcomanía”, un cuate barbón que había estudiado con ella la prepa en el Colegio Madrid. La Calcomanía, a su vez, tenía su pegote, un chavo gordito, también del Madrid. Mapes los invitó a todos ellos al trabajo de campo, y de paso también a una amiga de Patricia, Vicky Pérez Cota.

Cuando estábamos a punto de partir, resultó que ni a Patricia ni a Vicky las dejaron ir sus papás. Así que partimos los seis hombres, en dos autos: el vocho rojo de Julián Tonda (que así se llamaba La Calcomanía) y un Safari del Departamento de Defensa del Ambiente (entonces mera dependencia de la SSA), que le había conseguido su papá funcionario a Jorge Munguía. Mapes se encargó de romper el hielo entre los dos grupitos y en la primera parada a comer, Julián ya sabía que era La Calcomanía y entre risas celebró que ese día, 23 de mayo, no sólo fuera su cumpleaños 19, sino también el comienzo de una larga amistad. Tenía razón. El pegote de la Calcomanía se llamaba Rafael Rangel.

Los pueblos que íbamos a investigar eran Playa Azul y La Mira, unos pocos kilómetros al noroeste de Lázaro Cárdenas. Nos quedamos en el Centro de Salud de La Mira, aprovechando el vehículo de Munguía; un volado decidió quienes dormían en cama de hospital y quienes en el suelo. Me tocó piso. En las mañanas levantábamos nuestra encuesta, que en realidad era casi un censo, porque entrevistábamos a una persona por familia, dividiéndonos las zonas, que recorríamos de manera desordenada, traslapándonos a veces, entre otras cosas porque más que calles había vericuetos. Poco después de mediodía íbamos a la playa, que era magnífica y sólo para nosotros seis. Nadábamos un rato, luego comíamos un pescado fresco baratísimo que nos freían allí enfrente en una palapita, platicábamos en las hamacas, nadábamos otro rato y nos regresábamos a dormir y platicar al centro de salud de La Mira. Un día fuimos a Lázaro Cárdenas, donde se construiría la siderúrgica; era un pueblo de apenas cinco mil habitantes. Bien feo desde entonces, y sin nada que hacer.

Mapes fungía como el líder del grupo, el organizador un poco obsesionado con que el trabajo saliera bien. Luis Foncerrada, gran conversador, nos deleitaba platicándonos sus aventuras en Europa –donde fue de viaje luego de que decidió abandonar la carrera de física-: era bastante alucinante escuchar la descripción detallada de la casa de Axel Munthe en Capri mientras mirabas el techo de la clínica rural. Jorge Murguía era simpático, de los que hacen un chiste de cualquier cosa, pero también sentimental. Julián era todo solidaridad y buena vibra. Rafael empezaba a mostrar sus cualidades: un cuate sencillo, noble y leal. Yo, por mi parte, era el cuate de las descripciones socio-psicológicas: la güerita del pueblo, la parturienta de la clínica, el abandonado…

La gente de La Mira y Playa Azul nos trató bien. Vivían su pobreza evidente con dignidad. Estaban entusiasmados con la carretera, sobre todo en La Mira, que estaba en un cerro, porque les facilitaría la entrada y salida de sus mercancías. Creían que su situación mejoraría en el futuro próximo, y se quejaban amargamente de los problemas de comercialización de sus productos (obviamente, lo hacían a través de un acaparador). En otras palabras, no esperaban que la siderúrgica en el poblado cercano les fuera a cambiar radicalmente la vida.

Tuve muchas enseñanzas de ese viaje, además de las que brindó la amistad. Por una parte, era realmente diferente ver (o intentar ver) con ojos de científico social la vida de las comunidades rurales que hacerlo de manera superficial. Me daba cuenta del reto enorme, humano, político y técnico, que me había puesto al decidir estudiar economía. Por otra, que el pueblo en realidad era sabio. En la escuela nos tiraban el rollo maoísta de que el pueblo tiene más que enseñarnos que nosotros a ellos. Le repetí esa frase a un pescador en Playa Azul –usando el “ustedes” en vez de “el pueblo”-. El me respondió que no: “Mire joven, yo a usted le enseño a construir una palapa en tres días; en una semana, cuando mucho. ¿Cuánto se va a tardar usted en enseñarme la secundaria?”.

La otra enseñanza vino por un camino inopinado. El último día de nuestro trabajo de campo nos encontramos a dos güeros nadando en la playa. Eran unos hippies suizos, que nos pidieron un aventón a Pátzcuaro el día siguiente. Se los dimos. Ya llevaban un rato en México. En el camino, les pregunté qué era lo que más les había impresionado del país. El hippie suizo que estaba menos sucio no dudó: “la propaganda”, dijo. “Su país está lleno de propaganda del gobierno”, reiteró ante nuestros ojos sorprendidos. Tenía toda la razón y bastaba ver a nuestro alrededor. En un cerro, escrito con piedritas pintadas de blanco: “CNC con Luis Echeverría”; a lo largo de la carretera, otras rocas, de verde, blanco y rojo, con las siglas CNOP; los pueblos, tapizados por los slogans de las campañas gubernamentales (o de partido, que en aquel entonces eran lo mismo). Bastaba recordar la radio, la tele. Habíamos vivido nuestra vida entera sumergidos en tanta propaganda que no nos dábamos cuenta del tamaño del despropósito. Desde ese momento puse atención a un mecanismo no tan sutil, que no sólo legitimaba a las autoridades en el poder, sino que también embotaba las conciencias. Por cierto, Pátzcuaro era un pueblito chidísimo, silencioso y semimuerto.

martes, noviembre 14, 2006

Diez Novelas Mexicanas

Sigo con las listas, esa manía.

Las diez novelas mexicanas que más me han gustado


1.
Al Filo del Agua, Agustín Yáñez
2. Pedro Páramo, Juan Rulfo
3. Las Buenas Conciencias, Carlos Fuentes
4. Clemencia, Ignacio Manuel Altamirano 
5. Morirás Lejos, José Emilio Pacheco
6. La Sombra del Caudillo, Martín Luis Guzmán
7. La Guerra de Galio, Héctor Aguilar Camín
8. La Muerte de Artemio Cruz, Carlos Fuentes
9. De Perfil, José Agustín
10. Los de Abajo, Mariano Azuela
 

miércoles, noviembre 01, 2006

2º Carrera de la Radio; 5 kilómetros


El domingo pasado corrí los 5 kilómetros en la Carrera de la Radio. Lo hice después de un poco más de un año de entrenamiento. En esa época, apenas me levantaba, me servía un café, prendía un cigarro y me conectaba a internet. Taide, mi esposa, me hizo ver que me estaba jodiendo la salud de esa manera. Así que fui al circuito Ghandi, que queda cerca de la casa. Y corrí. A los 300 metros me detuve jadeando. Caminé otros 200 y volví a la carrera: apenas otros 300 metros. Estaba yo muy mal.
Así, poco a poco le fui aumentando distancia. Cuando ya había llegado a trotar 5 mil metros, empecé a hacer repeticiones. Mi condición física mejoró notablemente y me sentí en condiciones de alcanzar uno de los objetivos que me había trazado: participar en una carrera de calle.
En la oficina, algunos cuates me dijeron de la Carrera de la Radio. Ellos competirían en 10 k. Me animé y me inscribí.
Salí a las 7 de la mañana de casa, con un frío terrible, y caminé al Angel de la Independencia. Me estiré un rato, me encontré a los del trabajo, y salimos a mitad de un enorme pelotón. Mi estrategia era sencilla: trotar los primeros dos kilómetros y medio, y soltarme en la segunda mitad de la competencia. Yendo por Mariano Escobedo, a la altura del kilómetro 2, me esperaban las Taides -esposa e hija-, junto con mi cuñada Hilda, que estaba de visita en México. Les mandé besos de corredor. A la altura del circuito Ghandi fui apretando un poco, pero sí estaba cansadón. Ya de regreso, cerca de la Diana veo que mi hija corre para tomarme una foto con su reciente celular; en el intento, me acompaña como un kilómetro. Mi idea era cerrar con un sprint, acelero pero las piernas no dan para mucho. Cruzo la meta y a los pocos metros me espera un güey con una paleta para medir el chip con el tiempo. Unos cuantos metros más, y veo la sonrisa de Taide la grande. Un beso satisfecho que me sabe riquísimo. Luego me dan media naranja, agua, bebida hidratante y medalla de participación. Regresamos a pie a casa (y ya el trecho me parece bastante más largo que de ida).
Aparecen los resultados en internet. El mío: 35:12, tiempo de balazo. Había hecho como 34 y medio entrenando. Hay que ver qué diferencia hay entre tiempo de balazo y tiempo real.
Al día siguiente, en el periódico, resolvemos el enigma. Por un lado, César Martinez midió su tiempo con su reloj-cronómetro. Tardamos 2 minutos y 1 segundo, desde el disparo, en cruzar la línea de salida. Por el otro, la foto que está en el sitio revela que crucé la meta en 35.00 (los 12 segundos fueron lo que se tardó el monito del chip en verme y yo en llegar a él). O sea que hice 32:59. No está mal, tomando en cuenta que sigo fumando demasiado y que no competía en los 5 mil metros planos desde el lejano 1971.
En la foto, los Crónicos: de izquierda a derecha, abajo: yo, Toño Dávila y Adrián Castillo; arriba: César Martínez. Falta en la foto Erika, la hija de César.

domingo, octubre 22, 2006

Biopics: Aguaceros, besos y medallas no intercambiadas

Irma me gustaba. Me gustaba su sonrisa con incisivos de vampiro. Me gustaba su cuerpo delgado y atlético. Me gustaba su forma de vestir. Me gustaba su cabello. Me gustaba que le gustaran el periodismo, la política, el cine y el atletismo, como a mí. Pero sobre todo me gustaba su olor.

Poco a poco nos fuimos acercando. Un trabajo de historia fue el pretexto para ir a la biblioteca central. Luego las islas eran nuestro refugio. Yo también le gustaba, pero una vez que nos estábamos besando (besitos tiernos) frente a Filosofía me dijo “Estoy casada”. Resultó que su casamiento en realidad era un noviazgo con Fernando, “un chavo chiquito, pero muy inteligente”, que le había explicado El Proceso de Welles/Kafka y toda la cosa; un chavo que “quedó desfigurado por las drogas, pero ya se salió”. El cuate, además, tenía una cabaña en el Desierto de los Leones. Conocí los celos hacia una figura mítica, a quien imaginaba muy abrazado a Irma, viendo desde las alturas de su cabaña a la ciudad. (A Fernando lo conocí años después. Sí era intelectual, pero no era ni tan chiquito, sino de mi edad, ni estaba desfigurado por drogas de las que no había salido, sino que tenía marcas de acné). La maldita me lo mencionaba a cada rato y yo estaba empecinado en ganarle la partida.

En esas fechas, a Richard Nixon se le ocurrió bombardear Camboya y se organizó una marcha de protesta para el 17 de mayo que, rara cosa, esta vez no fue reprimida. Éramos como 20 mil, según nuestros cálculos y yo iba junto a Irma. Ella llevaba una blusa amarilla y jeans, recuerdo. Su cabello brincaba mientras corría coreando consignas, y me impregnaba de su olor. El mitin fue frente al Hemiciclo a Juárez (lo que indica que no éramos 20 mil, sino menos de la mitad). Alguien sacó una cajetilla de cigarros, todos agarraron menos yo, que no fumaba entonces. Cuando se hacía de noche, hablaba Pablo Gómez. Yo tenía abrazada a Irma y nos besamos muchas veces. Empezó a caer un aguacero y nuestros besos se deslizaban con la lluvia y como la lluvia. Terminó el mitin y nos fuimos a refugiar debajo de un techo cerca del Palacio Chino. En una tiendita, otros chavos empapados cantaban su propia alabanza, con letra de Violeta Parra: “Me gustan los estudiantes/ porque son la levadura/ el pan que saldrá del horno/ con toda su sabrosura/ para la boca del pobre/ que come con amargura/ caramba y samba la cosa/ ¡Viva la literatura!”. La invité a un café de chinos, pero me dijo que no podía, porque debía regresar a trabajar (era reportera de la Gaceta UNAM). De hecho, ahí estaba su jefe. Me dieron aventón hasta la esquina de Reforma y Río de la Plata. El jefe de Irma me dijo que me iba a empapar más. “No soy burgués”, le respondí, y él dijo alguna frase burlona. Corrí feliz, pero bañado, más que por el diluvio que seguía cayendo, por aquellos besos.

Irma era la campeona nacional de salto de longitud, en una época en la que las mujeres hacían muy poco atletismo. No entrenaba mucho (y yo, en cambio, corría diario, sin entrenador, con otros cuates del equipo de atletismo de la facultad, porque me daba pena ponerme a marchar solo). En el Interfacultades, a Economía le fue muy bien en la rama femenina, y eso que sólo eran cuatro: pero una era Irma y la otra Charlotte Bradley, posterior campeona centroamericana y medallista de plata en Panamericanos. En la masculina, obtuvimos dos de bronce. Una de Chagoyán y otra mía, en una competencia de 5 kilómetros que caminé en más de media hora. El último día de competencias Irma me regala su medalla de oro en 100 metros (una de varias que había obtenido) y yo la rechazo. ¿Qué no ve que yo sólo puedo ofrecerle una vil medallita de bronce?, pienso. Todavía me cuesta trabajo entender las razones de mi negativa. ¿Incapacidad para recibir? ¿Agresividad pasiva para expresar mi enojo porque seguía con el tal Fernando? ¿Narcisismo herido en mil maneras, también porque ella me puede dar un oro y se queda con mucho, y yo no le puedo dar un bronce porque me quedo sin nada?

jueves, octubre 12, 2006

Cómo decir palabrotas en sociedad

Esta es mi traducción-adaptación al español mexicano de "Come dire parolacce in società", un artículo de Umberto Eco aparecido hace años en L'Espresso y después en el libro La bustina di Minerva.
El subtítulo se refiere a un cuate mío muy dado a la prosopopeya y poco a las groserías.

Cómo decir palabrotas en sociedad
(o manual de groserías de José Hernández)

Umberto Eco
(adaptación: FBR)

Veo en la nueva novela de Kurt Vonnegut (Hocus Pocus) que el protagonista decide no usar palabrotas y se limita a expresiones que (en la traducción de Francisco Báez) suenan como: “¡Qué pelo púbico!”, “¡Diríjase a la ultrajada!”, “¡Es un excremento!”. La invitación surge oportuna en un momento en el que los periódicos registran, de parte de los políticos, insultos de carretonero y en el que en las telepantallas aparecen distinguidos señores que se llaman el uno al otro con referencias explícitas a partes del cuerpo normalmente cubiertas de ropa llamada, precisamente, íntima.

Es cierto que en esta misma columna hace un tiempo reivindiqué el derecho de usar la palabra pendejo en ciertas ocasiones en las que es necesario expresar la máxima indignación. Pero la utilidad de la palabrota la da precisamente su excepcionalidad. Usar palabrotas demasiado a menudo equivale a reescribir un concierto con sólo las percusiones, mientras los demás instrumentos callan. Mussolini, en un momento trágico de la historia de Italia, dijo en el parlamento que habría podido hacer de aquella aula sorda y gris un vivac para sus manipulaciones. Si hubiera dicho (y tal era el sentido de su declaración): “Bola de pendejos, podría metérsela a todos por el culo como si nada” o lo habrían tratado como a un loco, o se habrían dado cuenta de que el condicional estaba fuera de lugar, porque el hecho ya se había verificado.

Se ha perdido aquel arte de la injuria, celebrado por Borges (“Señor, su esposa, con el pretexto de tener un burdel, vende mercancía de contrabando”). Pero al menos se debería reencontrar un arte de la perífrasis. He aquí por qué, para uso de los protagonistas de la política y del espectáculo, se presentan algunas expresiones indudablemente elegantes y bien provistas, bajo el velo de cuya elaborada extrañeza, los expertos podrán reconocer la expresión original, mucho más vulgar y común, que esconden, sin por ello eliminar la fuerza locutoria.

“¡Cállese, pelo que surge de la parte anterior del perineo, hecho con el segmento fusiforme del producto final de un complejo proceso metabólico!”

“Para mí tiene el mismo valor que la parte del órgano externo del aparato genito-urinario masculino, con forma de apéndice cilíndrica”.

“Sin haber abandonado su ropa, se deshizo preterintencionalmente de celulosa, queratina, resíduos biliares, moco, células epiteliales desescamadas, lecuocitos y bacterias varias, a causa del espanto”.

“Fulano, en el día de su nacimiento, estaba unido por cordón umbilical con una señora cuyo mester era conducir la poliandria a manifestaciones casi frenéticas”.

“La razón es que tengo una inflamación en la única bolsa de piel de la que proveyó Natura, con todo lo que ella contiene”.

“¡Glándulas de Bartolino y Trompa de Falopio! ¡Perdí el Portafolio!”

lunes, octubre 09, 2006

Léxico Familiar II

Escribe mi hermano sobre el léxico familiar, con otras aportaciones:

Para mi mamá si [en alguna repartición] no te tocaba nada era "ni piña, mamey ni zapote"; cuando te cortabas o te dabas un golpe te hacias una Yaya; si te rascabas se volvía una miasma que, al continuar rascándote se convertiria en un cáncer, según ella.
No era el talón del calcetín sino el carcañal. Ah!!! y mi mamá no dormia... "se embelesaba", o "estaba con embelesos".
Tampoco había trastes, había "cacharros" o "cacharritas".

Pero hay más. Algunas importantes. Como los zangandongos.
Zangandongo es una palabra de origen bantú. Pero yo digo que es más bien el muy español "zángano" combinado son el muy cubano "borondongo". Un zangandongo es un niño grande tratado como niño chiquito o actuando como chiquito. Zangandongo es el niño de nueve años que meten dentro del carrito de super o el adolescente de 16 que juega con sus cuates en el cachumbambé (es decir, en el subeybaja).

Otro ejemplo del barroquismo cubano que mamé es que mis padres decían: "...y soltó una catilinaria...". En México, lejanos a la popularización de los discursos de Cicerón, diríamos que soltó un rollo, o un choro.

Los aparatos no se descomponían, sino que se desconchiflaban. Y si uno estaba cansado, medio madreadón, también la persona estaba "toa desconchiflada". Si un automovilista iba muy lento, mi padre decía: "ese va fríendo maiz". Y para él, un equipo deportivo o un jugador no eran malos, ni maletas: eran mapeangos.

viernes, octubre 06, 2006

Un año de adversidades en la Gran Carpa


Mexicanos en GL. 2006

2006 fue un año de más oscuridad que luz para los mexicanos en Ligas Mayores. Si bien, como suele suceder, varios peloteros tuvieron la mejor temporada de su carrera, para los que estaban consagrados o camino a la fama, resultó más bien año de adversidades. La intermitencia de Loaiza, el bajón de Cantú, el récord negativo de Rodrigo, la segunda parte de la pesadilla para Oliver y el final de Vinicio será lo que recordemos de la campaña regular. Ojalá que en la postemporada, las noticias positivas opaquen a las negativas, que desgraciadamente abundaron.

Esta es la actuación de los connacionales en Ligas Mayores, según sus resultados a lo largo de toda la temporada 2006.

Adrián González. El de Tijuana fue el primer pelotero drafteado en el año 2000. Esto quiere decir que le vieron potencial de gran estrella. Fue hasta 2006 que pudo demostrar que los scouts no se habían equivocado. Jugando la primera base de los Padres de San Diego, bateó para .304, con 24 cuadrangulares y 82 producidas. Cerró la temporada a tambor batiente, con un porcentaje cercano a .400 en el último mes del año.

Dennis Reyes. Parte fundamental del secreto de los Mellizos de Minnesota para ganar la división central de la Liga Americana fue su staff de relevistas. Entre ellos, quien tuvo el mejor porcentaje de efectividad fue el zurdo especialista, el mexicano Dennis Reyes. Jugando a menudo, para sacar uno o dos outs, el gordito de Higuera de Zaragoza fue usado en situaciones complicadas, de las que casi siempre salió airoso. Así lo marca su minúsculo 0.89 de carreras limpias admitidas por cada 9 entradas lanzadas. Los bateadores rivales apenas alcanzaron un promedio de .197. Un año para recordar.

Esteban Loaiza. El 2006 fue para Esteban un año de rachas. Pésimo abril, en el que perdió todos y recibió casi una carrera por inning lanzado; mayo en la lista de lesionados; junio de paulatina recuperación, con tres victorias y un juego completo, julio de decepción, en el que volvieron a pegarle y él a perder; agosto de ensueño, en el que no se la vieron y logró dos blanqueadas; septiembre de dudas, con tres muy buenas actuaciones y tres bastante lamentables. Terminó la temporada regular con 11-9, 4.89 de limpias y 97 ponches. La postemporada será su prueba de fuego con los Atléticos.

Oscar Villarreal. Después de varios años bastante malos, el regiomontano pudo al fin mostrar su valía en la gran carpa. Fue un relevista consistente para los Bravos de Atlanta, que ahora ven en su joven bullpen la clave de un futuro regreso al primer lugar. Como abridor, cumplió. Su PCL de 3.61 en esa combinación, y su record de 9-1 son señales de que va por buen camino.

Alfredo Amézaga. ¿Quién diría, hace seis meses, que las estadísticas de Alfredo Amézaga podían ser comparables con las de Jorge Cantú? Al haberle dado continuidad, los Marlines de Florida se encontraron con un gran utility. Buen fildeador, pero agresivo en la caja de bateo y, sobre todo, en las bases. El de Obregón tuvo, finalmente, un año decente: .260 de porcentaje, 3 jonroncitos, 20 bases robadas, 42 carreras anotadas y grandes atrapadas en los jardines y el infield (jugó siete posiciones defensivas, ni más ni menos). Más hits, más jonrones, más producidas y más robos que en cualquier año de su difícil carrera.

Jorge Cantú. El año sophomore, el terrible segundo año en Grandes Ligas que separa a los grandes de las leyendas le tocó a Cantú en su tercera temporada. Un tobillo fracturado, espasmos en la espalda y una gripe tremenda lo aderezaron. El tamaulipeco tuvo un buen inicio de temporada, un aceptable final y un largo y mediocre intermedio. Los números no mienten: .249 de promedio, con 14 cuadrangulares y 62 impulsadas (es decir, aproximadamente la mitad que el año pasado).

Rodrigo López. La inconsistencia no deja de perseguir al de Tlanepantla. Tuvo sólo siete salidas de calidad y rompió el récord de más derrotas para un pitcher mexicano, al terminar el año con marca de 9-18 (y 5.90 de PCL). A veces estuvo bien y de malas, pero en otras ocasiones estuvo mal y de pésimas. Se las arregló para perder tres juegos cuando fue degradado a labores de relevo. Tal vez salga de los Orioles.

Elmer Dessens. Inició en el relevo intermedio de los Reales de Kansas City, la hizo bien y lo subieron a cerrador. Echó a perder juegos y terminó otra vez en el relevo intermedio, pero con los Dodgers. El ansiado estirón nunca llegó. Terminó la temporada con marca en 5-8, dos salvamentos y 4.56 de limpias. Estuvo a punto de que los Dodgers lo dejaran fuera de su roster de playoffs.

David Cortés. El de Mexicali jugó discretamente con los Rockies de Colorado. Empezó bien, pero fue bajando en efectividad. Los Rockies le apuestan a la juventud y lo dejaron fuera a media campaña. Sus números: 3-1, con 4.30 de carreras limpias.

Edgar González. Se la pasó entre los Diamantes de Arizona y las sucursales AAA. El de San Nicolás de los Garza abrió cinco juegos y en otros 12 entró de relevo. Fue mejor en su regreso que en su primera fase. Terminó con 3-4 y un aceptable 4.22 en carreras limpias. Uno de sus mejores partidos fue el duelo contra Aníbal Sánchez, que perdió 2-0 y en el que el venezolano lanzó sin hit ni carrera.

Oliver Pérez. Dicen que a la oportunidad la pintan calva. Oliver Pérez empezó mal con los Piratas de Pittsburgh, uno de los peores equipos de la Nacional, que primero lo bajaron a AAA, pero luego lo cambiaron a los Mets, el mejor de la liga. Tampoco con los Metropolitanos ha brillado. En la temporada sólo tuvo cuatro salidas de calidad y terminó con cifras horrendas: 3-14 en ganados y perdidos y 6.55 de limpias. Pero las lesiones del cuerpo de lanzadores de los Mets han sido sus grandes aliadas. Cayó Tom Glavine y Oliver regresó de AAA. Se lesionó Pedro Martínez y le perdonaron las palizas. Peleó las plazas de cuarto y quinto abridor con Orlando Hernández y el novato John Maine, y perdió. Pero llegan los play-offs y el Duque también se lesionó. A ver si en una de esas…

Juan Castro. Cumplidor y discreto, primero con los Mellizos y luego con los Rojos –con quienes aseguró un buen contrato de dos años-, el de Los Mochis se quedará como utility de reserva el resto de su carrera, por lo visto. En la campaña bateó .251, con 3 cuadrangulares y 28 producidas.

Vinicio Castilla. Era la esperanza en la tercera base de los Padres de San Diego, pero los años le pesaron y los californianos lo dejaron ir. Se tomó su última taza de café ligamayorista con el equipo de sus amores, los Rockies de Colorado. Tampoco hizo gran cosa, pero tuvo una despedida digna, con una carrera impulsada y en medio del cariño de la afición que fue testigo directo de sus hazañas deportivas. Para la historia, los números de su última campaña: .229, 5 jonrones, 27 producidas.

Jorge de la Rosa. El de Monterrey lanzó algunos buenos partidos para Milwaukee y Kansas City, poco a poco va mejorando, pero sin lucir realmente. Su gran problema sigue siendo el control. Terminó 2006 con 5-6 y 6.49 de carreras limpias (pero mejor en Kansas que con los Cerveceros).

Miguel Ojeda estuvo dos ratitos en la Gran Carpa. Al inicio con Colorado; al final con Texas, con un largo intermedio en la Liga Mexicana. Bateó para .221 con 2 jonrones y 15 remolcadas.

Humberto Cota. Estuvo el año completo, pero vio muy poca acción en la receptoría de los Piratas. Bateó sólo para .190 e impulsó 5 carreritas en 100 veces al bat.

Oscar Robles jugó a ratitos cortos con los Dodgers, y no pudo repetir su buena campaña del 2005. Números mínimos: .152 con 6 anotaciones.

Ricardo Rincón se lesionó desde abril. Apenas lanzó tres entradas y un tercio para los Cardenales, suficiente para que le metieran 4 carreras y acabara con 10.80 de limpias.

domingo, septiembre 10, 2006

11-S Spectacular, spectacular

Hace 5 años, el terror. El texto lo escribí para la revista etcétera. Spectacular, spectacular

El despiadado ataque terrorista contra Estados Unidos dio la vuelta al mundo, a través de los medios electrónicos, en pocos minutos. Por radio, televisión e Internet, los ciudadanos de la aldea global vieron, en vivo y desde el lugar de los hechos, cómo un segundo avión secuestrado chocaba contra una de las Torres Gemelas de Nueva York, mientras de la primera brotaba una densa nube de humo y cómo, minutos después, cada uno de estos gigantes, con miles de desesperadas personas adentro, se colapsaba y se convertía en polvo.

La tele estuvo ahí. La tele nos lo contó. Y el medio, fiel a su lenguaje, nos presentó los hechos a su manera. Fue el imperio de las imágenes.

Ví la transmisión de CBS durante una hora, la tarde de aquel día terrible. Uno de los más serios conductores de EU, Dan Rather, presentaba las escenas en las que caía un tercer edificio del World Trade Center, tocado por el derrumbe de los colosos. Espectacular. Veálo usted de nuevo.

Lo que ví durante esa hora fue pietaje exclusivo en el que, desde un ángulo magnífico se vio la irrupción del segundo avión sobre la torre. El conductor, apenadísimo, solicitaba disculpas por el lenguaje que usaban los aterrorizados videoaficionados. Repetición de la escena. Wow. Pasamos a otra versión del mismo suceso, el tercer ángulo. Nuevas disculpas de Rather porque también a estos videoaficionados se les salieron groserías y blasfemias. Véalo usted de nuevo. Ah, ya llegaron nuevas escenas de la caída del tercer edificio: una nube de humo avanza velozmente por las calles estrechas, la gente corre. Impresionante. ¿Qué hay aquí? Otra toma del desplome de la torre. Reiteradas disculpas por el lenguaje. Qué bueno que los editores son tan veloces. Veamos ahora la secuencia de cómo, desde distintos ángulos, los aviones se estrellan, los edificios se colapsan, la gente huye. No hay una palabra de análisis. Spectacular, spectacular.

Dice Camille Paglia en su monumental libro Sexual Personae que la historia de la humanidad ha sido la lucha de Apolo contra Dionisio. Apolo representa la simetría, el orden, el racionalismo, la cabeza, la represión. Dionisio, el caos de la naturaleza, las emociones, el cuerpo, la cachondería. Apolo mira hacia el cielo y pone allá a su Dios. Dionisio, hacia la tierra, habitada por decenas de Dioses. Apolo está detrás de la civilización, los rascacielos, la policía, las leyes y también de la tiranía. Dionisio, de la rebelión, las catacumbas, las orgías, la libertad y también de la anarquía.

Interpretando a Paglia: si había un templo de Apolo, eran las Torres Gemelas, mismas que no volarían en llamas hacia el cielo -como señalaría más tarde, un poco sorprendido, el propio Dan Rather-, sino que bajarían a la tierra para fundirse con ella.

La pensadora estadounidense tiene una figura literaria para explicar la cultura apolínea: “El ojo occidental”. Fue precisamente ese Ojo el que dominó las transmisiones, tanto en EU como en el resto del mundo. Fue a través de ese filtro cultural, de la Imagen, que aprehendimos los trágicos sucesos del 11 de septiembre. Spectacular, spectacular.

El énfasis de Paglia en el papel del ojo dentro de la cultura estadounidense, hace pensar en cómo hubiera sido la cobertura si esa tragedia hubiera ocurrido en México. Eso es también pensar en diferencias de fondo entre México y EU. En México también hubiera habido acento en las imágenes, pero muchas de ellas se hubieran dirigido a los sobrevivientes de los edificios derrumbados. Hubiéramos escuchado los testimonios entrecortados y tal vez histéricos de las personas cubiertas de polvo. Llanto, mucho llanto. Una perspectiva más cercana a lo humano. A lo emocional. Muy probablemente, a lo sentimentaloide.

De hecho, esa búsqueda de personas físicas, de carne y hueso, llevó a la televisión mexicana a algunos extremos que rozan con la lógica. Entrevistas con el boxeador Ricardo “El Finito” López, quien se encontraba en Manhattan y con el pelotero Vinicio Castilla, desde Houston -que era casi como entrevistar a alguien en Ciudad Juárez.

Desde otra perspectiva, las televisoras estadounidenses han sido blanco de críticas por las imprecisiones y exageraciones en que cayeron en los primeros días del ataque, que es cuando los resortes tradicionales se ponen a funcionar.

El problema principal, como siempre, fue que la lucha por un mayor rating las llevó a dar una información menos veraz o de plano manipuladora. Lo paradójico es que, en esos momentos, el rating era estrictamente eso, y no el vehículo de ventas que suele ser, ya que se suspendieron los anuncios comerciales. En otras palabras, aun cuando hace servicio social a la comunidad, la televisión comercial responde a sus reflejos.

Así, por ejemplo, la cadena Fox reportó equivocadamente que un quinto avión suicida se dirigía al Capitolio. Y ABC citó a una cadena canadiense que afirmaba que había otros cuatro aviones perdidos en territorio aéreo de EU -fue un error de interpretación: en Estados Unidos se dice que una nave “se pierde” cuando se estrella-. NBC no se quedó atrás y dio gran relevacia a la posibilidad del uso de 747 presidencial, “El avión del Día del Juicio Final”. Al parecer, les encantó el sobrenombre.

La segunda joya habla muchísimo acerca de lo que se ha convertido la televisión en todo el mundo. Una reportera se acerca a un agotado miembro de los equipos de rescate que buscaban sobrevivientes en los escombros de las torres gemelas y le pregunta: “¿Encontró usted pedazos de cuerpo?” (“body parts”). Ahí está pintado el rostro de la tv de principios de siglo: el deseo de una inútil descripción gore. Cuando un rescatista responda: “Mire, pues me encontré un par de brazos, creo que de mujer, un torso quemado, cuatro dedos y la cabeza de una niña”, la tele y nuestros valores humanos habrán tocado fondo. Cuando una microcámara se pueda introducir para tomar esas piezas -y quizá la agonía de un sepultado- será el triunfo final del Ojo Occidental.

Y mientras la tele marcaba las primeras imágenes de la masacre. Los canales de shopping seguían impertérritos. Señora, ¿quiere usted adelgazar?

viernes, septiembre 08, 2006

Biopics: La Edad del Rock

Un día, poco antes de mi ingreso a la UNAM, me vino a visitar Jorge Bush con un cuate suyo, León Ronay, un gordito muy agradable que sabía mucho de rock. Platicamos un rato, León me hizo notar un tremendo jam que se escuchaba muy debajo de unos efectitos de sonido al final de una de las rolas de Their Satanic Majesties Request. De la plática salió que Ronay colaboraba en una revista especializada, "La Edad del Rock", que le pasara algún material escrito por mí y que él lo haría llegar a la redacción. Me adelantó que pagaban en especie: discos importados de la afamada tienda Hip 70.
Era una oferta que no podía rehusar. En ese momento le entregué un número de Análisis, en el que aparecía un ensayito mío, "El Rock influye y se deja influir por la onda política y social". Pocas semanas después me avisaron que el texto había sido aceptado.
Así pues, cuando llevaba menos de dos meses en la universidad, un día voy caminando de la zona rosa a mi casa, por Río Tíber. En sentido contrario viene un chavo greñudo y barbón, vestido completamente de mezclilla. Camina absorto leyendo un periódico impreso en amarillo y negro. Es "La Edad del Rock". ¡Cámara, está leyendo mi artículo! Emocionado, me dirijo al estanquillo más cercano (es la esquina de Tíber y Pánuco) y compro la revistilla. Atesoro el momento: estoy comprando en el kiosko una revista que tiene un artículo con mi firma y por el cual me van a pagar con un disco importado. Camino a casa me leo y releo. Me siento a toda madre.
Un par de días después tomé el pesero para San Angel. Llego a Hip 70, les muestro el artículo publicado y mi credencial. "Orale, pues escoge el disco que quieras". Tomo uno de portada muy loca, con unos elefantes-mariposas, de un grupo africano que se llama Osibisa. Resultó magnífico, de esos que no pierden con el tiempo. Todavía lo tengo.
Quedé con los de Hip 70 que les entregaría otro texto. Hice uno larguísimo: "Rock y Comercialismo", inspirado por alguna burla inteligente del señor Saddy (imitaba a Jimmy Page cargando maletas llenas de dinero). Tuve la mala idea de pedirles que no me lo editaran. Que, si acaso, lo cortaran. Lo cortaron. Aún así me alcanzó para otros dos discazos importados.

lunes, septiembre 04, 2006

La resurrección de Loaiza y el entierro de Oliver

Mexicanos en GL. Agosto

Cuando las Ligas Mayores entran en su larga recta final, dos mexicanos en equipos contendientes brillan de manera inusitada. Uno ha sido una estrella intermitente, apagada casi todo el año, pero que en agosto fue deslumbrante. El otro, un jugador que parecía no dar nunca el estirón, y ahora ha sido muy dominador. Esteban Loaiza y Dennis Reyes. En contraste, la suerte le abrió una oportunidad a la supernova de talento llamada Oliver Pérez, pero el zurdo de Culiacán se hundió todavía más en un hoyo negro. Por otra parte, septiembre será el mes en que los Rockies de Colorado le den a Vinicio Castilla la digna despedida de la Gran Carpa que se merece este gran pelotero. Esta es la actuación de los connacionales en Ligas Mayores, según sus resultados a lo largo de toda la temporada 2006.

Dennis Reyes. El zurdo de los Mellizos de Minnesota tuvo 15 apariciones durante agosto; es decir, intervino en más de la mitad de los partidos. No permitió una sola carrera (de hecho, no lo hace desde el 5 de julio) y su contribución ha sido mayúscula en la pelea de su equipo por la división más dura del beisbol: la central de la Americana. Ganó dos juegos en el mes, con lo que sube su récord de la temporada a 4-0. Lo alucinante es el microscópico 0.89 en carreras limpias admitidas por cada 9 entradas lanzadas. Los bateadores rivales no se la ven: le batean para .180 (para .131 después del Juego de Estrellas). Dennis aprovechó para que los Twins le extendieran un contrato de dos años y un milloncejo de dólares.

Adrián González. El hijo del fundador de los Potros de Tijuana no tuvo un gran agosto. Bateó sólo para .245 con un par de cuadrangulares y 11 producidas. Pero ha tenido un año consistente, y probablemente brillará en postemporada, si su escuadra alcanza a calificar. Sus números a lo largo del año son ahora .291 de porcentaje, con 21 jonrones y 64 remolcadas.

Esteban Loaiza. El de Tijuana demostró que está hecho de otro material y regresó por sus fueros en agosto. Hay que decirlo: fue el mejor jugador de las Mayores en el mes. Tuvo 6 salidas: regulares, las dos primeras; de calidad, las dos siguientes y extraordinarias, las dos últimas. Ganó cuatro de esos seis juegos, lanzando para 1.38 de limpias. Su marca antes del mes era de 4-7, con 6.72 de PCL. Ahora es de 8-7 con un mucho más decente 4.82 en el año. En su resurrección, Loaiza puede ser clave para que los Atléticos de Oakland al fin regresen a la Serie Mundial.

Oscar Villarreal. Las lesiones de los abridores de los Bravos de Atlanta le abrieron al regiomontano la puerta para abrir juegos, y no lo ha hecho mal. Los Bravos lo están cuidando para que sus salidas no sean demasiado largas. Dos de ellas fueron buenas: una la ganó, dejando a los Nacionales en un hit en cinco entradas; en otra dejó el juego empatado a uno y en la tercera fue salvado por su relevo. Actualmente su record es de 9-1 y 4.17 de limpias.

Rodrigo López. El de Tlanepantla está ahora en solitario como líder en derrotas de las Mayores, con récord de 9-14. Sigue siendo inconsistente: sus dos ganados y tres perdidos en el mes fueron justos. Las victorias fueron cuando lanzó bien. Terminó el mes con 6.17 en carreras limpias.

Elmer Dessens. Dedicado al relevo intermedio con los Dodgers, ahora líderes de la División Oeste de la Nacional, Elmer ha tenido altibajos. En el mes perdió un juego, para poner su marca en 5-8, dos salvamentos y 4.30 de limpias.

Jorge Cantú. Dicen que ahora son espasmos en la espalda. El caso es que el tamaulipeco está lejos en 2006 de su campaña estelar del año pasado. Recibe más bases (no muchas), pero se poncha mucho y anda escaso de poder. Dos jonroncitos, 15 producidas y un robo es lo que puede presumir en agosto (el porcentaje mejor nos lo callamos). En la temporada lleva .243, 11 cuadrangulares y 56 impulsadas.

Alfredo Amézaga. Sin duda, es el mejor año de su carrera. No sólo lo ha hecho bien en su fildeo –que para eso lo contrataron- sino que ha sido muy efectivo entre las colchonetas. El sonorense ya superó con creces la Línea Mendoza, y sus 14 estafas han sido, a menudo, muy oportunas. Luego viene el hit que lo lleva a home. Con los Marlines de Florida –que no están eliminados- lleva .271 con 3 jonrones, 14 impulsadas, 34 anotaciones y 14 robos.

David Cortés. El de Mexicali está esperando a que los Rockies lo reactiven. Lleva números de 3-1, con 4.30 de carreras limpias.

Juan Castro. Con los Rojos, el de Los Mochis ha tenido mucho menos acción que con los Mellizos. En el mes sólo tuvo 19 apariciones en el plato. En la campaña lleva .250, con 3 cuadrangulares y 24 producidas.

Vinicio Castilla. A partir del 1º de septiembre, fue reactivado por el equipo de sus amores, los Rockies de Colorado. Jugará en Coors Field, la casa de sus hazañas, los últimos momentos de su carrera ligamayorista. Esperemos que le vaya muy bien y que mejore los números de la temporada 2006: .232, 4 jonrones, 23 producidas.

Oliver Pérez. La suerte se puso del lado del zurdo cuando se lesionaron las estrellas del montículo de los Mets, Pedro Martínez y Tom Glavine. Oliver regresó de AAA, y en su primera apertura lanzó cuatro innings sin hit antes de ser apaleado por los Filis, pero no perdió el juego. Le dieron otra oportunidad, pero en el peligroso Coors Field, de Colorado. Le pegaron 12 hits y le anotaron siete carreras en sólo tres entradas de labor. Willie Randolph le volverá a prestar la pelota, con mano temblorosa, sólo cuando los Mets hayan asegurado su puesto en los play-offs. Tiene un horrendo 2-11, un igualmente espantoso 7.29, casi tantos pasaportes como ponches (y eso que es un ponchador nato) y los rivales le batean por encima de .300. ¿Resurgirá como Loaiza? Al parecer tendrá que esperar bajo tierra hasta el 2007.

Jorge de la Rosa. El de Monterrey lanza bien contra los buenos, como Loaiza y Johan Santana; y pésimo contra los pitchers de medio pelo. Perdió dos juegos en el mes (incluido el duelo con Santana); y en otro dejó ir una ventaja de 10 carreras en la primera entrada. Afortunadamente, trabaja para los Reales de Kansas City, así que seguirá fogueándose (en particular, tiene que superar esas rachas de descontrol tremendo). Tiene ahora 3-4 con un horroroso 7.74.

Edgar González. Fue removido a AAA. Lleva 1-2, con 6.79.

Humberto Cota. Sobrevive milagrosamente en el roster de los Piratas. El receptor sustituto fue 12 veces al bat en el mes, y pegó dos hits. Su promedio es ahora submarino: .198. Ha producido sólo una carrera desde el 24 de abril.

Miguel Ojeda, Oscar Robles y Ricardo Rincón son los otros mexicanos que han visto acción en la temporada.

miércoles, agosto 30, 2006

The Little Engine That Could


Hay un cuento infantil estadounidense muy conocido: The Little Engine That Could , que es como un himno al optimismo. Si crees que puedes, lo lograrás. Es cuestión de echarle ganas.

Muchos niños se han sentido frustrados luego de haber aprendido la lección de ese cuentito. Le han echado ganas, todas las ganas del mundo, y sin embargo no han podido porque lo que se exigían estaba fuera de sus posibilidades.

El cuento viene a cuento ahora que México ha encontrado un nuevo ídolo deportivo. El campeonato mundial de canotaje obtenido por José Everardo Cristóbal Quirino ha servido para que los medios ensalcen al hombre que viene desde hasta abajo y consigue, supuestamente a base de pura voluntad, subir a la cima del mundo.

La historia de Cristóbal es sin duda emocionante. El pescador indígena del lago de Pátzcuaro, que apenas se expresa, que se asombra de su reciente popularidad tras derrotar a los gigantes centroeuropeos parece un remake de La Cenicienta, en clave del deporte de alto rendimiento. Y así nos lo han querido vender.
Lo que no nos venden, y se maneja mucho más discretamente, es que Cristóbal empezó a entrenar desde los cinco años, que buscó asesoría profesional, hizo mucho gimnasio y -rompiendo con las tradiciones comunitarias- se dedicó en cuerpo y alma al deporte y no a la pesca lacustre. Tres lustros de esfuerzos sistemáticos y varios años de trabajo con metodología profesional rindieron sus frutos.

Sí es un triunfo de la voluntad y el carácter. Pero de una voluntad y un carácter enfocados a un objetivo durante un tiempo largo, con apoyos modestos pero profesionales, con un plan de trabajo que se va cumpliendo. No es meramente "echarle ganas" como el cuento de la pequeña locomotora.

Cristóbal Quirino es una muestra viva de que sí se puede. Pero no es el milagro mexicano, esa suerte de Juan Diego del deporte que la lógica sentimentaloide de los medios nos quiere hacer pasar como ejemplo de éxito.