martes, marzo 28, 2006

Biopics: Avándaro

Poco después, coincidiendo con el fin de clases en la prepa, el señor Saddy nos dio una mala noticia. Los socios mexicanos de su firma se lo habían transado. Mientras él echaba a andar la empresa, ellos se hicieron tontos con los papeles de migración, lo denunciaron y toda la familia estaba por ser expulsada del país. “Me dieron una puñalada en la espalda”, le dijo, acongojado, a mi papá el día que se fueron a despedir. Unos viajaron de regreso a Nueva York en auto; otros lo hicieron en avión. Tina volvió casi de inmediato porque haría el último año de preparatoria en México: se quedó en casa de su amigo Jorge Lomnitz.

Yo me quedé muy preocupado, haciendo un montón de talachas, desde pintar la cerca de la casa hasta escribirle a mi papá, diariamente, un texto para animar a sus vendedores. Empezaba el rollo de la excelencia y, sin haber vendido nada en mi vida, fui una especie de Og Mandino avant la lettre. Buscaba yo conseguir lana y alivianar a Janette. Quería ir a Nueva York, pero mi papá no me dejaba, y yo ni tenía lana para el viaje ni era todavía mayor de edad.

A donde ni modo que me impidieran ir fue al festival de Avándaro, que se llevó a cabo del 11 al 13 de septiembre del 71. Iba a ser como Woodstock, pero en México. No estarían Hendrix, Santana o Ten Years After, pero sí Tinta Blanca, Peace & Love y la Revolución de Emiliano Zapata. Habría paz, convivencia y música.

Fuimos juntos Víctor, Pablo y yo (a Rafa lo invitamos, dijo que prefería escucharlo en la radio, pero en realidad quería evitar la negativa de su familia: por enésima vez el miedo lo hacía renunciar al placer). Mi papá nos dio aventón a la salida a Toluca, en Reforma y Constituyentes. Al poco rato nos levantó un auto que nos llevó a la entrada de Toluca. Ahí pedimos otro aventón y nos lo dieron, en un Datsun, dos chavos que estudiaban Ciencias Políticas en la UNAM y que habían ido al famoso festival de la Isla de Wight, en Gran Bretaña.

Comimos en una fondita de Valle de Bravo y nos dirigimos a Avándaro, en una brecha entre los bosques. Nos perdimos un rato y uno de los de Políticas y yo nos subimos de panza al toldo para sentir la brisa mientras el auto reencontraba el camino. Llegamos al sitio del festival como a las 4 de la tarde. Había un chingo de gente. Un grupo desconocido tocaba “Tommy” y, sobre unas torres tubulares varios cuates, todos hombres, bailaban desnudos. Nos dimos cuenta de que había espacio para avanzar y nos fuimos acercando al estrado hasta que ya no hubo manera: quedamos como a cuarenta metros.

Pablo, Víctor y yo habíamos juntado nuestras provisiones (un pollo frito, chescos, chamarras y jorongos) en una bolsa militar que había pertenecido al hermano mayor de Víctor, un exmilitar que tuvo que salir del ejército, y del país, por su activismo en el 68. Pablo y yo apenas teníamos greñita (acabábamos de terminar el servicio militar), pero Víctor sí traía un melenón lacio. Yo portaba mi camisa del servicio, unos jeans cafés, acampanados, de jareta, que habían sido de Tina, y botas militares. La música era malísima, pero se sentía muy padre estar entre tanto chavo rockero sonriente, alivianado por definición. Descubrí un cuate de la secundaria en el grupito de junto. También me fijé que adelante había varios que habían hecho tienditas de campaña. Cámara, así no se iba a poder ver bien cuando empezara el verdadero concierto. Otros teloneros tocaban, y a menudo alguien se animaba para dizque bailar en pelotas, pero siempre eran hombres.

Con la noche, empezó el concierto propiamente dicho. En los primeros minutos, un señor iba reptando entre los chavos y les pedía a los que tenían tienda de campaña que la quitaran. Le obedecieron. Pablo me lo hizo notar: “Sólo pelaron cuando se los dijo un adulto”. Hmmm.

El sonido no era muy bueno, pero se distinguían las canciones y el ambiente era agradable. Entrecerrabas los ojos y soñabas que la chava que estaba cantando era la Janis, no importa que estuviera muerta. Soñabas que estabas en otro lugar, en un país que no pareciera convento. A los encuerados se sumó, en un momento inolvidable, una chava subida a un trailer que vimos pasar y no nos dio aventón. La famosa Encuerada de Avándaro, desinhibida como queríamos que fueran las chavas. El personal se prendió. Tal vez demasiado. Porque demasiado era el machismo con el que habían educado a esa generación y demasiada era la represión.

Lo digo, porque tiempo después, en la parte de adelante, hubo algunos desvanecidos por los apretujones, los pasaban por encima de las cabezas hacia donde había una ambulancia; una vez pasaron una muchacha y uno de los organizadores grito: “¡Desgraciado! Imagina que fuera tu hermana”. Seguro un güey le andaba metiendo mano a la desmayada.

Por donde nosotros estábamos la atmósfera, en cambio, era muy relajada: de un grupito a otro nos pasábamos la comida, los joints, los refrescos.

Empezó a llover, bastante fuerte, y los cuates de Políticas empezaron a entonar el canto de “No Rain” que habían escuchado en el disco de Woodstock (porque la película estaba prohibida, “por incitar la drogadicción”). La lluvia suspendió el concierto como media hora, pero no se hizo el lodazal histórico que nos hubiera acomunado aún más con los asistentes del festival neoyorquino.

El momento cumbre fue cuando los de “Peace & Love”, el grupo más popular del momento dijeron: “Ahora vamos a tocar la rola más representativa de este concierto”. Varios pensamos que sería el tema de Peace & Love, que sonaba diario en la radio. Fue otra canción: “Mariguana”. Hubo un grito de aprobación, pero a mí me decepcionó.

Al amanecer, los cuates de Políticas –quienes se habían echado una siestita muy abrazados- se fueron a dar una vuelta por el bosque. Poco después de que regresaron (tocaba el penúltimo grupo, uno de segundo nivel, Three Souls in My Mind, que poco después sería conocido como El Tri) nos sugirieron que nos fuéramos. Eran como las 9 de la mañana. Ni modo que nos quedáramos sin aventón y dijimos que simón.

En el par de kilómetros camino al auto, hice una microencuesta visual con la gente que salía –el éxodo comenzaba-. Había yo notado que había muchos hombres y pocas mujeres. En efecto: conté a 300, y 84% de los asistentes a Avándaro eran varones. Una proporción de cinco a uno. A las chicas no les habían dado permiso.

El regreso fue lento por el traslado masivo de chavos sin transporte. Hicieron una especie de retén, para subir en autos donde hubiera espacio. En el nuestro no lo había.

A la llegada, mientras caminábamos a la Anzures desde la Fuente de Petróleos, comenté que habíamos tenido buena suerte de encontrar chavos tan alivianados que nos dieran aventón. Pablo, siempre observador, respondió: “No los encontramos: ellos nos escogieron a nosotros”.

Al día siguiente los medios hicieron un gran, previsible, escándalo por “los desmanes de Avándaro y la juventud drogadicta”. Un linchamiento generalizado. “Fue una bacanal”, declaró Fidel Velázquez y concluyó, severo: “Ningún obrero fue”. En la ceremonia de los Niños Héroes, el Secretario de Gobernación, Mario Moya Palencia, exaltó a los cadetes del Colegio Militar, “verdaderos representantes de la juventud mexicana”. Ahora resultaba que 200 pelones eran los jóvenes verdaderos y 200 mil jipitecas éramos los falsos.

El único que medio salió a defendernos (en realidad, a defenderse, porque él había dado el permiso para el festival y le llovían críticas por permisivo) fue el gobernador del Estado de México, Carlos Hank González, quien en la tele le dijo a Jacobo Zabludovsky, en tono condescendiente, con su sonrisita seductora, que había que dejar que los jóvenes se expresaran.

Pero la sorpresa mayor para mí fue que Por Esto, una de las revistas de la izquierda revolucionaria que empezaban a circular en el llamado “aperturismo” echeverriísta, acusaba a los organizadores de Avándaro de agentes del imperialismo, con el claro objetivo de enajenar a la juventud y, a través de la droga, despojarla de su capacidad revolucionaria socialista. Eso me sacó de onda, porque hasta entonces yo creía que el rock, la mota, el sexo y la revolución iban juntos.

domingo, marzo 26, 2006

10 atletas mexicanos anteriores a 1960


Los diez atletas mexicanos anteriores a 1960


1. Joaquín Capilla
2. Humberto Mariles
3. Beto Avila
4. Rubén Uriza
5. Ratón Macías
6. Horacio Casarín
7. Francisco Cabañas
8. Antonio Carbajal
9. Gustavo Huett
10. José Becerra

10 atletas mexicanos de los sesenta


Los diez atletas mexicanos de la década 1960-69

1. Felipe Tibio Muñoz
2. Rafael Osuna
3. Pedro Rodríguez
4. Mantequilla Nápoles
5. Enrique Borja
6. Héctor Espino
7. Antonio Carbajal 
8. José Pedraza
9. Pilar Roldán
10. Alvaro Gaxiola

10 atletas mexicanos de los setenta


Los 10 atletas mexicanos de la década 1970-79


1. Rubén Olivares
2. Daniel Bautista
3Mantequilla Nápoles
4. Raúl Ramírez
5. Aurelio Rodríguez
6. Alfonso Zamora
7. Pedro Rodríguez
8. Rafael Septién
9. Miguel Canto
10. Manuel Raga

10 atletas mexicanos de los ochenta

Los diez atletas mexicanos de la década 1980-89


1. Hugo Sánchez

2. Fernando Valenzuela

3. Julio César Chávez

4. Raúl González

5. Ernesto Canto

6. Carlos Girón

7. Aurelio López

8. Raúl Alcalá

9. Jesús Mena

10. Teodoro Higuera

10 atletas mexicanos de los noventa



Los 10 atletas mexicanos de la década 1990-99:
1. Hugo Sánchez
2. Vinicio Castilla
3. Julio César Chávez
4. Luis García
5. Daniel García
6. Carlos Mercenario
7. Bernardo Segura
8. Luis Hernández
9. Finito López
10. Jorge Campos

10 atletas mexicanos del Siglo XXI

(lista actualizada a marzo de 2023)

1María del Rosario Espinoza 
2. Ana Guevara
3. Checo Pérez 
4. Rafa Márquez 
5. Paola Espinosa
6. Lorena Ochoa
7. Aída Román
8. Soraya Jiménez
9. Guillermo Pérez
10. Chicharito Hernández  


viernes, marzo 10, 2006

Biopics: el FUPP... y el 10 de junio

En aquella época pensábamos en grande, creíamos que Morrison tenía razón cuando decía que los viejos se hacían viejos y los jóvenes nos hacíamos fuertes. El mundo sería nuestro. De muchas formas.
Entre los grandes pensamientos de Víctor (quien, en la Facultad de Arquitectura hacía maquetas de enormes jardines de niños y estéticos habitáculos submarinos), estaba formar una asociación juvenil con chavos que quisieran transformar la realidad. Una suerte de vanguardia cultural, que discutiera los grandes temas del momento y propusiera soluciones. Ya tenía nombre: Frente Unido Por el Progreso (FUPP), logo (un hombre desnudo que vuela hacia el futuro) y fundadores (él y yo). Pasamos una noche discutiendo quién debía entrar y quién no (Rafael estaba descartado por estudiar en la Bancaria; Jorge Bush también, porque un día llegó y, en vez de discutir cosas “profundas”, se la pasó hablando de la rapidez de los dedos de Eric Clapton). Hicimos una lista y decidimos invitar a una decena de ellos, cotorrear un rato, y pasarles la propuesta de la fundación del FUPP.
Nos reunimos en mi cuarto. Asistieron, además de los socios fundadores, Janette, Tina, Raúl Trejo, Pablo MedinaMora, Mike (un buen cuate de Víctor) y Michelle, novia francesa de Mike.
Escuchamos rock, varios de nosotros fumamos. Mike y Michelle se tomaron un whisky. Pablo se la pasó clavado en un foco azul que tenía yo en la esquina de mi cuarto. Raúl nos entrevistaba, preguntando acerca de las sensaciones de la pachequez. Llegó mi mamá y regañó a Mike y Michelle por andar tomando a la vista de la gente en la calle (teníamos la ventana abierta) y con su visita se nos bajó el pasón –o el hornazo-, así que mejor nos fuimos al cine. La propuesta oficial del FUPP se pospuso.
No hubo una segunda reunión. Un día Víctor y yo discutíamos sobre cómo prepararla. También hablamos de la posibilidad de ir a una manifestación programada para esa tarde, que partiría del Casco de Santo Tomás. No estábamos seguros de asistir, y dejamos que se nos fuera el tiempo. Me fui a casa a leer un libro sobre revoluciones estudiantiles.
Esa manifestación resultó ser una trampa. Fue emboscada por un grupo de provocadores, los Halcones, pagados por la policía y quienes corrían para protegerse se encontraban con un muro policiaco. Hubo muchos muertos. Otra vez sonaron las sirenas en la noche. No pude dormir. Me la pasé leyendo artículos sobre la no-violencia y la resistencia civil. Me percaté de que Víctor y yo seguíamos en la luna. Imaginé que esta nueva matanza, después de Tlatelolco, traería una revolución juvenil. Salí muy temprano a la calle, queriendo oler esa revolución en puerta. El 11 de junio de 1971 resultó ser un día normal en Paseo de la Reforma, sólo que con un chamaco de 17 años, perdido en sus sueños y en su falta de sueño y con un par de periódicos que ya no repetían de manera grotesca la versión oficial (habría sido un choque entre dos facciones estudiantiles opuestas). El país estaba cambiando, pero mucho más lentamente que mis fantasías adolescentes. El más pequeño e insignificante de los muertos de aquel jueves de corpus fue el FUPP.

lunes, marzo 06, 2006

Intercruce (Los Exhibicionistas)

Este cuento lo escribí en septiembre de 1970, y ganó el concurso de cuento de Palabra. No se publicó en ese periodiquito a solicitud de Mauricio Brehm, "para no escandalizar a padres de familiar". Dos de los tres jurados le dieron el primer lugar. El otro, el maestro Nogueira, de historia, dijo que era pornográfico. El lector juzgará.



Intercruce (Los Exhibicionistas)


Luciano Gómez llegó cansado a su casa. Odiaba el calor de la tarde y, habiendo regresado de la universidad, tenía el calzón húmedamente pegado al cuerpo. Maldijo al sol y se dio un baño.
Luciano Gómez estudiaba tercer semestre de diseño industrial –“la carrera del futuro”-, orgulloso producto de su familia, tenía muchos amigos, dinero y un perro.
Salió del baño en cueros –previo vistazo por si la sirvienta-, se cubrió con los calzoncillos y una sudadera que abrigara. Puso el tocadiscos y se sentó en su escritorio pensando en nada.
Ruidos de mujer en la planta baja, pasos saltones en su cuarto, y un beso con nicotina: Marcela.
-Quihubo primito, tan guapo como siempre.
-Qué tal, prima.
-Oye, estás hecho un cuero, ¿eh?
-Asegún.
-N’ombre, qué música más in. ¿Quiénes son?
-Delaney & Bonnie & Friends with Eric Clapton.
-Pues traen un ondón loco. Oye, ¿sigues siendo tan brillante como siempre? Ya sabes, puros dieces y eso, porque tú eres un experto en el arte de la cultura.
-No primita, ya se acabaron los dieces. Ahora califican con letras.
-¡¿Y en el arte del amor?! Porque tú tienes que ser hombre y para serlo deveras hay que dominar el arte de la cultura y el arte del amor. De los dos hay, primito, y eso es lo que nos gusta a nosotras las mujeres.
-No prima. Arte no es cultura.
-No importa, tú me entiendes, ¿verdad primín? Oye, estás hecho un cuero.
Marcela está bailando a la música de Delaney & Bonnie & etcétera. Su primo, Luciano Gómez, la mira con sonrisa disimulada, con lástima disimulada, con deseo, con lascivia.
Marcela llegó sin avisar, de improviso. Llegó para mostrar de nuevo ese inusitado interés que siempre tuvo por Luciano. Ahora bailaba, según decía, porque la música le traía muy buena onda, pero en realidad lo hacía para poner un show. Bailaba para Luciano.
-Oye primo, tu cuarto está lo máximo y esos posters, camarísima.
-Gracias. ¿Por qué tu visita?
-Vine con mi mamá, a devolver unas cosas. Luego luego me jalé para verte. Tu mamis no me quería dejar porque quesque andabas desnudo, yo le dije que mejor y qué lástima que no te encontré en pelotas, pero qué bueno que te encontré así, porque se ve que estás hecho un cuerazo.
-Se escuchan ruidos, ahí vienen las viejas.

Mami-de-Luciano y Mami-de-Marcela entran al cuarto del hijo prodigio.
Mami-de-Luciano enseña con orgullo los cientos de libros de éste. Mami-de-Marcela se interesa mejor por las decoraciones en las paredes: el poster de Emiliano Zapata, por ejemplo. Mami-de-Luciano aprovecha para presumir de lo "grubi" de su hijo o, como él dijera, "de lo muy acá".
A Mami-de-Marcela no le interesa eso. Se concentra en la foto de cierto bicle barbón acostado junto a lo que parece un japonés homosexual de piernas zambas. "A esa bola de mugrosos los deberían de correr del mundo", dice.
Marcela, siempre a la defensa de la juventud, reacciona y se opone:
-Dirás lo que quieras mamá, pero para que se te quite lo habladora, te voy a hablar en concreto, ¿verdad primo? (léase complice): a Juan y Lloco les tomaron unas fotos haciéndose el amor y ¿por cuánto crees que las vendieron en Londres? Pues por 300 libras. Sí, trescientas ¡libras!
-Pues han de haber sido unos imbéciles.
-No comprendes a la juventud, mamá. ¿Verdad, primito?
Primito sonríe y asiente sin asentir. Piensa en otra cosa.
Mami-de-Luciano hace alusión a la música -"la eternamente esquizofrénica música juvenil- Marcela, para no perder la práctica, empieza a emitir sonidos de sus vocales cuerdas:
-Ese sensass disco lo anduve yo buscando por años, por siglos, por milenios, y no lo encontré. Es algo fabuloso, ¿verdad Luciano? Es una suerte que lo hayas podido conseguir.
-Lo compré en Gurú. Me salió carísimo.
-Pero bien vale la pena, ¿no? Oye mamá, ya vete ¿no? Estoy hablando con mi primo. ¿No, vete, no? Porque ustedes los adultos no nos comprenden a nosotros los jóvenes. ¿Verdad primo que ellos los adultos
no nos comprenden a nosotros los jóvenes?
Luciano mira hacia la puerta haciendo disimulo. Su prima lo imita y suspira al ver que las villanas se han retirado al fin.
Marcela dice ah y cierra la puerta. Ríe muy en silencio, pone cara de traviesa y se acerca al punto en donde está Luciano sentado: "Yaséquéquierestaniñaloca".
Ella lo toma del cuello y le da un beso en la mejilla, otro cerca de la boca -"está buena"- y le dice al oído "estás hecho un cuerazo primazo". Luciano ríe con risa de sicólogo. Marcela lo sigue abrazando y le dice que si no estuvieran aquí mi tía y mi mamá palabra que me encerraba tres días contigo cuero, te exprimía todito cuero, le vuelve a besar la mejilla, ahora suavemente. Suspira, toma su cigarro del cenicero, le da una última y contraída aspirada, y lo aplasta desfigurándole el filtro blanco.
Ahora Marcela está más calmada y se sienta en el escritoria, abriendo las piernas. Su primo mira, pero no hace nada. Ella recuerda que es de ondísima y salta a bailar otra vez, a hacer el show.
-Luci... ¿sabes de la última moda en baile?... es muy acá, como gallinita. Así (baila como gallinita), lo ultimísimo en Los Angeles y San Francisco. Lo último, yo te lo aseguro.
-¡Qué interesante!
-No seas irónico, primo-cuero.
-Ven.
Luciano hace una seña con la mano. Marcela obedece y corre a los brazos seudoincentuosos de él. Dice primo te adoro y se trenza con él hasta tirar la silla. "A la cama, a la cama". Besos, remordimientos instantáneos, más besos. "¡Cómo has crecido, Luciano", dice ella con una sonrisa golosa. Marcela le muerde la oreja en lo que él cae en su orgasmo inútil ("encarcelado", diría después).
Mami-de-Marcela llama a su hija. Esta se levanta con pereza, se medio arregla y baja hacia adonde la esperan. Luciano se queda arriba, no piensa en nada, o lo olvida todo hasta que oye un "adiós cuero" que se va apagando. Luego el motor del coche. Al rato silencio. Al rato nada.
Bajó a cenar. Quiso reirse con su madre. No pudo.