viernes, abril 20, 2007

Pobre Dante


Los teólogos del Vaticano lo han dictaminado: el limbo no existe. Quienes supuestamente estaban en el limbo, están en el paraíso.

Varias cosas me preocupan al respecto.

La más importante es que Dante estaba equivocado. Cuando inicia su jornada, en la Divina Comedia, busca un guía y lo encuentra en el limbo. Es Virgilio, poeta pagano, quien lleva al toscano por los círculos del Infierno y los montes del Purgatorio para dejarlo, al final, con Beatriz en las puertas del cielo -donde el mantovano no puede entrar por no haber sido bautizado-.
Recuerdo, en mi lectura infantil de la Commedia que el limbo me pareció un lugar bastante atractivo. No sólo carecía de las atrocidades del Infierno y del Purgatorio (vaya, allí una mujer se convertía en araña y miles de almas vagaban con los párpados sellados), sino que no parecía tan aburrido como el cielo. Además, en el limbo se encontraba gente interesante, como Horacio, Homero y Ovidio. Había un noble castillo y un bonito arroyo. Eran los Campos Elíseos virgilianos. Mucho mejor onda que los coros celestiales. Pero yo había sido bautizado: ese lugar paradisiaco (OK, ya sé, pero sin la presencia de Dios) me había sido vedado para la eternidad.
Ahora resulta que no, que los grandes poetas antiguos estaban desde siempre en el cielo, que el universo dantesco es sólo un filamento de la imaginación humana y que aquellos Campos Elíseos que florecen después de la vida no existen. Pobre Dante.

Y pobres de nosotros, engañados por el Poeta. Me pregunto si hubiera sido igual mi escalofrío, al leer los más crudos cantos del infierno (los suicidas convertidos en árboles nudosos, las arpías que se posan en ellos; los traidores inmersos en el hielo, con los ojos congelados) si no hubiera pensado que quizá, tal vez, en algo se podría acercar el verdadero infierno a esos tormentos.

Otra preocupación viene de que el Concilio de Trento, y más explícitamente el 17 de junio de 1536, emitió un Decreto de Fe, según el cual quien afirme que el limbo no existe (y, por lo tanto, que el pecado original de Adán no es un pecado en el sentido de los otros) incurre en anatema. Que yo recuerde, los anatemizados terminaban en la hoguera de la Inquisición. La contraorden llega demasiado tarde para ellos.
De ahí paso a otro punto. Quien, desde la Iglesia, propuso rediscutir el asunto del limbo fue, precisamente, el Cardenal Joseph Ratzinger. Si somos estrictos, el teólogo alemán incurrió en anatema, de acuerdo con el dogma vigente desde Trento. No le tocó pasar por los tribunales del Santo Oficio, entre otras cosas, porque él los presidía. Es más fácil criticar desde el poder, se sabe.

Otra preocupación más viene por el lado del registro civil.
¿Basta con presentar un acta de nacimiento fechada Antes de Cristo para acceder al cielo?
¿Y si las costumbres de mi tribu/nación incluían como actos correctos algunos que son catalogados por la Iglesia como pecados mortales (por ejemplo, lanzar una doncella al cenote sagrado o ser iniciado sexualmente por una anciana del pueblo antes de poder casarme)?
En fin, que los teólogos de hoy tienen bastante material con el cual entretenerse.

Una cosa, finalmente, me llena de gozo.
La Iglesia sigue considerando que la vida y el alma humanas nacen en la concepción. Esto significa que todos los abortos van al cielo y que las clínicas donde se practica son auténticas fábricas de ángeles (muy redituables, las clandestinas) que se la pasan loando al Señor.

miércoles, abril 11, 2007

Resonancia magnética y Óptimo de Pareto

Tomo del blog del Rayo: “Un reciente estudio demostró que la gente “pobre” aprende a asociar una imagen abstracta con una recompensa, en este caso una imagen de una moneda, mucho más rápido que gente “rica”… usaron fMRI (functional Magnetic Resonance Imaging) para hacer –en términos bien simplistas- una película en cámara lenta del cerebro en acción mientras los sujetos aprendían las asociaciones. Encontraron que un área cerca del centro del cerebro llamada estriado refleja esta diferencia en la velocidad de aprendizaje. Durante el aprendizaje el estriado de los “pobres” se activaba más que el de los “ricos”. Ahora bien, no es que el cerebro de los ricos y de los pobres sea diferente, sino que el dinero –la recompensa- es más llamativo para quiénes les da más utilidad, y mientras más fuerte sea la señal de recompensa más fácil es el aprendizaje. ¿En que eres pobre?”.

Los datos de ese estudio británico (publicado en Neuron, nº 54) me retrotraen a viejas discusiones de teoría económica. Uno de los argumentos que primero se le vienen a la cabeza a cualquier estudiante con dos dedos de frente, luego de entender el concepto de satisfacción marginal (aquella que se obtiene cuando tenemos una unidad más de consumo, ahorro o ingreso), es que –ceteris paribus- la utilidad marginal de los pobres será mayor que la de los ricos. Ergo, una distribución más equitativa del ingreso generará una mayor satisfacción marginal “social”.

La respuesta que nos daban a eso es el famoso Óptimo de Pareto, según el cual podemos hablar de una mayor satisfacción o utilidad cuando la situación de alguno de los sujetos económicos mejora y no empeora la de ninguno: el óptimo se obtiene cuando no se puede satisfacer más a algunos sin perjudicar a otros. Detrás de este “óptimo” está el siguiente razonamiento: “¿Y por qué ha de ser superior la satisfacción del pobre que la del rico ante un beneficio marginal?”. Si el nivel de satisfacción personal no es medible en sí, lo único que podemos deducir es que “crecerá” (así, en abstracto, no sabemos cuánto) si aumentan el ingreso, el consumo o el ahorro y “disminuirá” si cualquiera de éstos disminuye. Las satisfacciones personales, al no ser mensurables, no se pueden sumar o restar. Quitar a los ricos para dar a los pobres no garantiza mayor satisfacción social.

El hallazgo de los científicos británicos, aunque parece lindar con las verdades de Perogrullo, abre un camino para deshacer la hipótesis paretiana, sobre la cual se fundan la escuela austriaca de economía, el monetarismo friedmaniano y varias prácticas neoliberales.

Pero juguemos al abogado del diablo. ¿Qué diablos me garantiza que una mayor satisfacción marginal “social” hoy nos puede llevar a una mayor satisfacción marginal “social” mañana? En otras palabras, ¿es esta “satisfacción marginal social” el parámetro a partir del cuál organizar la economía? Aquí valdría la pena pensar en Schumpeter, y el papel de la innovación en el desarrollo económico. Si quitamos recursos de los innovadores y los pasamos a los “conservadores” o meros consumidores, el efecto de largo plazo no puede ser sino de un desarrollo más lento o de un colapso.

martes, abril 10, 2007

Biopics: Los Socialpadrotes

Para el siguiente semestre seguí con la costumbre de adelantar materias, que convertía la creación de un horario escolar en un rompecabezas. Me inscribí en siete. De entrada, me fui a la segura en CEA III, con Elba Bañuelos. Adelanté Estadística I, con el viejito Mercado. Los demás fueron memorables.

Contabilidad Social, que resultó ser una materia muy útil, la tomé con Oscar Levín, aunque la mayoría de las clases las dio su adjunta y esposa, la simpática Nuri Balcells. Me hice cuate de los Levín, que vivían a dos cuadras de la casa. Eran cinéfilos caústicos: después de ver Solaris, la versión original de Tarkovsky, Nuri comentó: “Tanta lana para demostrar la existencia de Dios; mejor se la hubieran gastado en tanques para los compañeros palestinos”, y Oscar –a quien tampoco le había gustado la película, que a mí me encantó- acotó: “Bueno, pero valió la pena ver chichi rusa por primera vez”.

En Historia de las Doctrinas Económicas I, me metí con Edmundo Flores, quien habría de tener importancia en una parte posterior de mi vida. Más que doctrinas económicas, la clase de Don Mumundo era de cultura económica general, con un toque de sentido común y dos de sarcasmos. Ahí aprendí, por ejemplo, que la diferencia entre un paísdesarrollado y uno subdesarrollado no está en su nivel de ingresos o su grado de industrialización, sino que, cuando llueve, en el país desarrollado sacan los paraguas y en el subdesarrollado se ponen un periódico en la cabeza y se echan a correr, y que cuando se rompe un vidrio, en el país desarrollado ponen un hule, llaman al vidriero y lo repone, mientras que en el país subdesarrollado ponen el hule y la ventana se queda así por años. También aprendí que, en la UNAM, si querías, podías tener una educación y una formación integral de excelencia y, si querías también, podías recibirte sin dejar el analfabetismo funcional, mientras que en las universidades privadas llegarías a ser, cuando mucho, un profesionista capacitado, pero normalmente serías uno mediocre, en eterna búsqueda de contactos.

Matemáticas III fue, finalmente, con El Pino, en las tardes. A menudo el Maese Mob (apodo definitivo de Rafael Rangel) nos llevaba a mí y a Cox en su Datsun 72, que adoraba. Todavía lo manejaba treinta años después. Martínez Della Rocca era mejor que mis dos anteriores maestros de mate, además de ser bastante cotorro. Y cuando los problemas se ponían difíciles, Mapes y yo íbamos a Ciencias donde, bajo la escultura protectora de Prometeo, Jorge Lomnitz nos sacaba de dudas, farfullando las fórmulas y su razonamiento mientras escribía con un lápiz mocho. Una vez al hiperactivo Pino se le pusieron al brinco porque no enseñaba “matemáticas marxistas” y él respondió, mientras fumaba y mascaba chicle al mismo tiempo: “Maestrito, las matemáticas son marxistas. Más por más da más, menos por más da menos, pero menos por menos da más: la transformación de lo cuantitativo en cualitativo… ¡dialéctica, maestro!”.

Julio Moguel nos dio Teoría Económica II. Era parte del movimiento para mover el plan de estudios hacia el marxismo. La intención de Julio era demostrarnos por qué la teoría neoclásica no servía. Su problema principal, que no dominaba a plenitud la famosa “teoría burguesa” que debía destruir. Al final del curso lo único que nos quedó claro fue el siguiente sofisma: “La teoría burguesa es subjetiva, porque se basa en la psicología de los agentes económicos, mientras que la teoría marxista es objetiva; por lo tanto, científica”. El tema de la psicología de los agentes económicos da para más, ahora que los científicos, -sí, ellos, paradójicamente- miden los impulsos en el cerebro de “pobres” y “ricos” cuando aparece ante ellos el estímulo de una moneda (si comprueban sus tesis, darán al traste con el Óptimo de Pareto, y con ello a la versión Walras/Böhm-Bawerk de la teoría neoclásica). La cereza en el pastel es que Moguel le puso B a Jonathan Davis, “por burgués”.

Pero la materia que nos daba más gusto era Teoría Económica y Social del Marxismo, con Jorge Martínez Contreras, el maestro tan promocionado por Foncerrada. A diferencia de su semestre de debut, ahora Martínez tenía aula llena. Chavos de varios semestres y de diferentes facultades. Ahí estaba el grupo de La Mira (menos la Bracho, que se cambió a la Ibero cuando la huelga, y Jorge Munguía, separado del grupo y de la escuela por razones que se reseñarán en otro capítulo), Carreto, Jonathan, García Agraz, Cox, Elvia, Gisele, Vladimir. Había varios alumnos de semestres inferiores, como Consuelo Ceceña, la hija del director. También varios de semestres superiores. Y cualquier cantidad de oyentes de otras facultades, entre ellos Maru, la hermana de Salvador De Lara, Beatriz Novaro y mi cuate Víctor Monjarás.

Martínez tenía una visión vitalista y no ortodoxa del marxismo. Y lo combinaba con todo. Uno de sus temas preferidos era la etología, que resumimos en una frase: “somos changos, pero no somos lobos”. Una parte de nuestro comportamiento –decía Martínez- es estrictamente animal. Vean cómo cada uno lucha por ser el Alfa, vean cómo los muchachos abrazan a la novia, vean cómo, al elegir a la pareja, los humanos hacen una selección de los genes que quieren duplicar. Pero fíjense también que, lo que hace distinto al hombre es que domina sus instintos: si fuéramos lobos y un hombre encontrara a su mujer con otro hombre, y éste –al verse descubierto- ofreciera su cuello, el marido no podría hacer absolutamente nada. Pero somos hombres y, dependiendo de la cultura, reaccionamos de manera diferente. El hombre tal vez se dé la vuelta y se vaya, indignado; o tal vez saque la pistola y de todos modos mate al trasgresor. El materialismo histórico, para funcionar, tenía también que ser cultural. Por eso en Rusia no funcionaba.

El segundo tema favorito era la antropología. Diseccionamos la película “Pequeño Gran Hombre” y particularmente la imagen del indio tocando al soldado con un palito, en plena batalla, para “humillarlo”: cómo las diferencias culturales entre pieles rojas y vaqueros fueron determinantes en la conquista del hombre blanco.

Su tercer tema era la libertad: para él, la clave del marxismo no era, como sucedía allende el socialismo “realmente existente”, quitarle al individuo toda su responsabilidad sobre su devenir; era lo contrario: hacer del hombre amo de su destino. Foncerrada y yo dedicamos nuestro trabajo final al tema “estética y marxismo”.

También se suponía que en esa materia haríamos un trabajo de campo (“parte del proceso de pasar de marxianos a marxistas”), pero la historia se fue por otro lado.

Por el origen social, mayoritariamente clasemediero, del grupo de Martínez Contreras, y por el evidente revisionismo de sus lecciones, al grupo nuclear de esa materia (los de La Mira y sus más cercanos) nos pusieron, muy al estilo de la Revolución Cultural China, el mote de Socialpadrotes: “Por socialdemócratas, por hegelianos y porque se creen galanes”.