miércoles, octubre 24, 2007

Biopics: Noches de Skadarlija II

Malacostumbrados a la buena vida que nos dimos en la gira (subí cuatro kilos en quince días), decidimos quedarnos la semana yugoslava en el mismo hotel. Una decisión económicamente irracional. Nadé en la alberca techada y me metí, por primera vez, a un sauna, que era mixto. Durante todos esos días nos la pasamos, fundamentalmente, cotorreando con nuestros cuates yugos.


Lo que más hicimos fue platicar. Fundamentalmente en inglés, aunque Lada, políglota, traducía de cualquier idioma. Un mucho fue de política. Nos explicaron qué cosa era la “Republika Federativna Jugoslavija”, con particular énfasis en los delicados equilibrios entre naciones de muy distinto grado de desarrollo económico. Estaban muy orgullosos de ser “eslavos del sur”, y ponían énfasis en el ser sudeuropeos, lo que los acomunaba con portugueses, españoles, italianos y griegos, pero sobre todo los separaba de polacos, ucranianos o rusos.
También nos platicaron del 68 yugoslavo: la toma de la Universidad de Belgrado y el contenido de sus luchas: a favor de la libertad de expresión, de la profundización del socialismo, de la solidaridad con el tercer mundo y en contra de los privilegios de la “burguesía roja” y la rigidez de la burocracia política. Todo su rollo nos sonaba tremendamente familiar; empezábamos a darnos cuenta de que éramos una generación globalizada, aunque la palabreja todavía no se usara. Que queríamos dar respuestas similares a realidades diferentes.
Otro gran tema fue la autogestión. La vía yugoslava al socialismo a partir de los consejos de fábrica o de cooperativas agrarias. El rechazo a la planeación rígida estilo soviético, que daba más libertades, pero también tenía problemas que considerábamos típicos del capitalismo, como la inflación.
De parte nuestra, les dimos la versión de la historia moderna mexicana que habíamos mamado en Economía. La revolución dio como resultado la extirpación de la aristocracia, disminuyó diferencias sociales intolerables y abrió las puertas para la movilidad social, pero conllevó –traicionada- la creación de una burguesía dependiente, que actúa dentro de un capitalismo de Estado. Les explicamos el funcionamiento del ejido, y les dijimos que el problema era su uso político, que a menudo se contraponía a la capacidad productiva de los campesinos.
En algún momento, entre signos de aprobación de sus compañeros, Branko comentó que todos los países del mundo eran amigos de Yugoslavia, salvo la URSS, Estados Unidos, Italia, Austria, Hungría, Albania, Bulgaria y Grecia. Los mexicanos nos reímos mucho: odiaban a todos sus vecinos.
Pero no todo era política. Contamos muchos chistes –y los yugoslavos eran particularmente soeces-, y cotorreamos de a montón. Fuimos al estadio del Partizan y Boban decía que tenía capacidad para 200 mil espectadores. Nosotros le decíamos, “sí claro, 20 mil”. Y él: “¡Nooooo! 200 mil”. Y nosotros, por hacerlo enojar: “¡Síííí! 20 mil, el Azteca tiene capacidad para 114 mil y es cinco veces más grande que éste”.
Otra vez les dijimos que en México sólo había dos yugoslavos populares. En el número uno, para su sorpresa, Mustafá Hasanagic, centrodelantero del Partizan que en un torneo hexagonal se colgó del travesaño de la portería en C.U., y lo partió en dos, y cuyas patoaventuras serían recontadas en la revista Chanoc (donde el equipo de Hasanagic era el Patizamb); y en el número dos ni más ni menos que Velibor Bora Milutinovic, veterano mediocampista de los Pumas (ora que lo pienso, Bora era algo así como el Leandro de los primeros años setenta). Y… bueno, en tercer lugar Tito, sólo conocido en el mundillo político.
Fuimos varias veces a bailar y más de una ocasión regresamos a Skadarlija. El único que no pasaba fríos era Antonio Mártir, hasta que descubrimos que llevaba pijama debajo del pantalón. Consuelo tampoco pasaba fríos, porque estaba en tórrido romance con Boban. Por mi parte, cuando recuerdo a las chavas sólo pienso en lo guapas que eran. A cada rato le decíamos “¡prendida!” a alguna de ellas. Nosotros también les gustábamos. Una de ellas llegó a preguntarme si todos los mexicanos eran tan guapos como nosotros. Le dije que no, que nos habían escogido a propósito para ellas. Julio Figueroa les parecía maravilloso: no recuerdo quién me hizo un comentario sobre “su gran porte indígena”. Consuelo, en tanto, era de una “extraordinaria belleza española”, a decir de los hombres. En fin, una suerte de romance a dos pistas.
Se unieron varios otros cuates yugoslavos, aunque sólo recuerdo el nombre de Godze Trakovskj, que era macedonio y vivía en un enorme edificio para estudiantes, de buen ambiente, aunque bastante sucio y pinchón. De ese mismo edificio salió Pepe Carioca, un brasileño comunista de línea dura que estudiaba en Belgrado. Con él y otros, armamos un equipo “latinoamericano” de fucho que se enfrentó a los yugoslavos en un amistoso en la Fakultet Politiski Nauka. Fuimos derrotados amargamente: Pepe Carioca no jugaba nada, yo di un partido pésimo, Carreto dio un partidazo –pero para su nivel- y el Doc Mapes no pudo cargar con el equipo.
También fuimos al cine, a ver “Estado de Sitio”, que estaba prohibida en México. La vimos en francés con subtítulos en cirílico y la disfrutamos bastante. En algún momento sentí que una chica sentada atrás pronunciaba, incrédula, algo así como “¿Lo torturan porque es comunista?”. Chequé con Branko a la salida del filme y sí, había dicho eso. Me pareció maravilloso que ese pan diario de Latinoamérica a ella le pareciera inconcebible.
Un momento cumbre fue cuando en la Universidad de Belgrado se organizó un acto en solidaridad con el pueblo chileno. Fue en un Aula Magna enorme, con largas barras semicirculares de madera, decorada con decenas de perfiles de famosos yugoslavos, no sé si por comunistas o por universitarios, pero que, sin excepción, se veían bien revolucionarios.
Luego de un par de discursos que no entendimos, apareció el invitado especial, Carlos Altamirano, secretario general del Partido Socialista de Chile. Se echó el ya para nosotros consabido rollo de la resistencia que acabará sepultando a la dictadura. Sabíamos, por las discusiones en México, que Altamirano había sido uno de los que impulsaban “la profundización revolucionaria” y se oponían a cualquier acercamiento con la Democracia Cristiana, lo que apresuró el pinochetazo. Pero a esas alturas de la historia, las “diferencias en el seno del pueblo” pasaban a segundo término, como lo dicta la lógica leninista del centralismo democrático. Así que, al final de su discurso, los mexicanos saltamos al unísono, gritando: “¡Allende, Allende, el pueblo te defiende!”. Se levanto Goran y repitió el estribillo. En pocos segundos, el auditorio –que estaba repleto- coreó la consigna. Altamirano sonrió. Nosotros también. Éramos parte de la Internacional.
Aprendimos algo de serbio-croata, empezando por las groserías. Y en ocasiones, hacíamos osos involuntarios, como cuando Jorge quiso ordenar un pastel de chocolate y terminó pidiendo un “pastel de panocha”.
En algún momento de esa semana tuvo lugar, en un viaje relámpago de Flores, la segunda visita al PKB. Lo más relevante, además de conocer un poco mejor a la encantadora esposa de nuestro tutor –una gringa que había sido madre superiora y que Flores se ligó en la UNAM- fue que el segundo de abordo, Alfonso Solares, descubrió que el combinado agroindustrial envasaba chiltepines en salmuera, y se llevó cuatro grandes frascos de regreso a Italia.
En algún momento de nuestros últimos días, le pregunté a Branko qué sucedería en Yugoslavia cuando Tito muriera. Me respondió confiado. Si bien Tito era un autócrata -el chiste local decía que su sobrenombre venía de Ti: to (tú: haz esto)- era también un político sabio que sabía mantener los balances regionales y ceder ante ellos. Como prueba, la nueva Constitución que estaba por ser aprobada, que garantizaba más autonomía a Croacia y a las provincias serbias. Goran abundó a ese respecto, señalando que una característica particular del movimiento estudiantil en Croacia era la búsqueda de mayor autonomía regional. Brindamos por esa constitución y porque hubiera varias más; cada una de ellas, un paso en la construcción de una mejor Yugoslavia. Nunca supe si los cuates serbios tomaban cierta distancia de Goran porque era más oficialista que ellos, o porque era croata.
Aquella ocasión Branko concluyó que después de Tito, habría arreglos para un gobierno colegiado o por turnos… lo que resultó profético, pero por apenas una década. La constitución de 1974, por la que brindamos aquella vez, tenía el germen de la secesión. Por otra parte, había todavía más similitudes con México: el gobierno de Tito, al igual que los de Echeverría y López Portillo, se endeudó en grande durante los años 70, y los programas de ajuste económico que le siguieron, minaron el poder del partido único, sólo que en la Yugoslavia socialista el shock fue más traumático y dio impulso a fuerzas centrífugas que en México nunca existieron.
Al final de aquella semana, un nutrido grupo de amigos yugos nos acompañó a Mártir, Carreto, Mapes y a mí a la estación de trenes. Castañares había adelantado su viaje a Roma; Villamar lo había hecho a París; Figueroa estaba por salir a México y Consuelo se quedaba un tiempo más para seguir con Boban. Hubo muchos besos de despedida. Nos acomodamos, con una gran cantidad de maletas y cajas, en un compartimiento de segunda clase. No sabíamos que era para ocho personas, pero en Belgrado nadie se subió. A eso de las cuatro de la mañana llegamos a Zagreb. Un tipo abrió la puerta corrediza del compartimiento. Entre una nube de humo de cigarrillos ha de haber distinguido a Mártir y su bigote zapatista, y a Carreto dormitando enfrente de él. También ha de haber percibido un fuerte olor a patas. El hombre exclamó: “Turk!”, y cerró la puerta de inmediato, con un gesto de repulsión.

En ese momento comprendí, de lleno, que ya no estábamos en el mundo de los privilegiados.

jueves, octubre 18, 2007

Eslavos con sombrero de charro

¿Por qué creía Branko que Cielito Lindo era una canción yugoslava?
La respuesta está en la política, según he descubierto recientemente gracias a internet (un sitio llamado Yu-Mex). Es una respuesta que también nos puede servir para explicar el apoteósico recibimiento a Echeverría, la reacción de los obreros a los discursos de los mexicanos y, en general, a la buena vibra que mostraron los yugoslavos hacia nosotros.
En 1948, Tito rompe con la Unión Soviética, encarcela a los simpatizantes de Stalin y proclama una vía propia al socialismo. Yugoslavia queda enmedio de los dos bloques en formación.
En esa circunstancia, ¿dónde buscar referentes para no quedarse solos y para no dar a la población la sensación de aislamiento? Los comunistas yugoslavos encontraron uno, convenientemente lejos. Un país en el que había triunfado una revolución social, en el que el partido de la revolución triunfante se había institucionalizado en el poder y separado -al menos en el discurso- de los dos bloques enfrentados. Un personaje como Echeverría, con su discurso tercermundista y alternativo, reforzaba esta visión.
Un elemento clave, que fue exportado con éxito a Yugoslavia (aquí la demanda era la que marcaba el mercado) fue la cultura nacionalista mexicana, fuertemente ligada a los contenidos de la revolución. De los grandes muralistas -con sus referencias marxistas- a las películas del Indio Fernández, pasando por la música ranchera, México era un espejo lejano, pero posible, de una Yugoslavia que se definía por sus diferencias frente a sus vecinos.
Desde principios de los años 50 surgieron decenas de cantantes eslavos con sombrero de charro, interpretando en serbio-croata los corridos de la Revolución y las grandes canciones rancheras de nuestros clásicos, como el gran José Alfredo Jiménez. A lo mejor Cielito Lindo no le sonaba lo suficientemente ranchera a Branko y por eso se confundió.

Aquí algunas portadas de discos... y creo que Nevenka no canta mal las rancheras.

Nevenka Arsova canta Paloma Negra













miércoles, octubre 17, 2007

Biopics: Noches de Skadarlija I

Para la semana en Yugoslavia, el Doctor Flores elaboró –ayudado por Castañares- un programa muy vago, que más bien dejaba mano libre. Incluía, eso sí, una nueva visita al Combinado Agroindustrial PKB. Ante la insistencia de Casta de más actividades, Flores declaró: “¡Por favor, no dejemos que nos persiga el fantasma del Capitán Salinas!”. Flores regresaba a Roma esa misma noche; luego traería a su esposa y a su ayudante Solares. Consuelo estaba muy sentida porque le habíamos dicho que se había visto lambiscona con Echeverría y quería irse ya a Italia. Flores la instó a no hacerlo, y acabó siendo la última en salir de Yugoslavia, por razones que se verán más adelante.

El evento principal del día para una parte de nuestro grupo era discutir con los estudiantes yugoslavos “de verdad” con los que había hablado una parte del grupo la mañana en que los otros fuimos al PKB. Gracias al hecho de que Julio Figueroa estaba zafado de sus tuercas, se acordó que se iba a discutir de sexo.
La cita fue en el café del Hotel Jugoslavija, que era como el del Hotel María Isabel, incluso en el estilo de los comensales. Llegaron bastantes estudiantes –las muchachas, muy bonitas casi todas- y, bueno, se habló de sexo.
La visión de Julio sobre la vida sexual de los mexicanos era apocalíptica y estaba llena de tópicos. A mí me tocó fungir de traductor al inglés y en varias ocasiones tuve que decir que no estaba de acuerdo, porque la vida cotidiana que describía correspondía, si acaso, a comunidades atrasadas del Bajío más mocho e intolerante.
Era una mesa larga y, de hecho, se formaron cuatro conversaciones. En la principal, estábamos Julio, Eduardo, yo y cuatro yugoslavos: Mira Nenezic, Slobodan Marinkovic (Soba), Mira Gnatovic y Liljana Milicic. A mi lado, Consuelo, Medina Araujo y otro Slobodan (Boban) platicaban sobre medios de comunicación; yo intentaba entrar a esa charla, pero tenía que traducir a Julio. En una esquina, Jorge Carreto y Lada Muminagic hablaban en español de no sé qué; en la otra, Jorge Castañares y Branko Nikolic platicaban de política.
La reunión tuvo dos conclusiones. Una, personal de Julio Figueroa: que los yugoslavos, aunque la situación era mejor que en México, tampoco estaban liberados sexualmente. Otra, colectiva: que como era cumpleaños de Carreto había que festejarlo esa noche en Skadarlija, la calle del viejo Belgrado que está llena de restaurantes típicos. No nos acompañaron Medina Araujo ni Castañares, pero sí Antonio Mártir y Vicente Villamar, que habían estado en la otra actividad vespertina. También fue Goran Crnogorcevic, estudiante de ingeniería, del grupo de líderes estudiantiles de la Liga de los Comunistas Yugoslavos.

Nos fuimos en camión, con buen ambiente. Ahí decidí que la yugoslava que más me gustaba era Mira Gnatovic, frágil y de mirada dulcísima, estudiante de economía.
Ella champurreaba el francés, así que tuve que hacer gala de mis escasos conocimientos adquiridos en el IFAL para hablar con ella. Estaba dispuesto hasta a aprender serbio-croata.
Llegamos a una taberna muy parecida a las de Viena, nomás que con los retratos broncíneos de Marx, Engels y Tito. Goran pidió cevapcici, que son unas riquísimas salchichas de carne molida con harta cebolla, y vino para todos.
A los pocos minutos llegaron al mismo lugar Fidel Herrera, Femito, Rodolfo Echeverría, Medina Araujo y Adolfo Desentis. Se sentaron en una mesa junto a la nuestra y pidieron lo mismo.
Yo le hablaba a Mira del Quijote, le decía que había que vivir la vida quijotescamente, de tal manera que, si no hay un más allá, eso sea una injusticia. Le decía que si no vencemos a los gigantes, que si nos repelen los molinos de viento, eso debería ser una injusticia. En esas andaba, cuando Fidel Herrera se acerca y le da una rosa a Mira, diciéndole:
-Hello, I’m Fidel.
-Fidel comme Fidel Castro? –preguntó ella.
-Non, Fidel comme Fidel Velázquez, un homme politique mexicain que’est un traditeur de la classe ouvrier –dije yo, molesto sobremanera con la intromisión de Herrera.
Entonces que Fidel se enoja y comenzamos una discusión fortísima sobre quién es el revolucionario, la realité nationale, les ouvriers, la démocratie, porque el debate fue en francés para que Mira entendiera. Parecíamos dos carneros chocando su testuz para ganar la hembra. Aunque Fidel sabe hablar francés, no me ha de haber ido tan mal, porque él se dio la vuelta, enojadísimo, para hablar con otras personas. Inflamado ya de espíritu revolucionario, hablé con Mira del 68, de Tlatelolco, del 10 de junio, del control corporativo sobre obreros y campesinos. Ella traducía al serbo-croata a Soba.
Llegaron unos músicos a tocar música yugoslava que Lada Muminagic, hermosa y grácil, bailó sobre la mesa. También tocaron Cielito Lindo, y Branko Nikolic insistía en que era una canción yugoslava.
Idos los músicos, Rodolfo Echeverría –ora sí que ya del otro lado de la barricada- empezó a despotricar contra Hernando Pacheco, “ese maricón de mierda”.
-Pero bien que le hace los discursos a tu papá –rebatió Figueroa.
Las cosas estaban tensas y amenazaban con ponerse feas. Fidel me conminó a dar un discurso. Mártir, preocupado, me dijo “no caigas en provocaciones, compañero”, y me pidió en voz baja que no lo hiciera ideológico. Obviamente que no iba a caer en el juego e, inspirándome en Scheel, brindé por el vino, que alarga la vida y refuerza la mente y por el placer de brindar entre amigos. Lada brindó por la amistad mexicano-yugoslava y Fidel Herrera, aún enchilado, gritó:
-Órale, vamos a cantar. El que sea deveras revolucionario que empiece a cantar.
Me dieron ganas de cantar “De ranchero a diputado”, pero se hubiera generado una bronca. Entonces que se escucha a Consuelo: “Yo quiero que a mí me entierren/ como a un revolucionario/ envuelto en bandera roja/ y con mi fusil al lado”. Canto yo, canta Villamar –quien andaba algo ebrio, con eso de que nadie le entendía el ruso-, canta Mártir.
-Continúa, continúa –clamó Fidel cuando dejé de cantar.
-No me sé el resto de la letra –respondí.
Y Villamar en voz altísima: -“Porque yo soy militante/ del Partido Comunista”.
Cinco minutos después, intempestivamente, los priístas se fueron. Fidel farfullaba amenazas.
Branko Nikolic, quien en principio me había caído un poco mal porque me parecía que estaba del lado de ellos, dijo: “Fidel dice que ustedes son estúpidos y pequeño burgueses, que él es hijo de campesinos, que ha luchado toda su vida para hacerse, que para ustedes todo ha sido fácil y que no tienen idea de lo que es su país. Esos son discursos sentimentalistas y subjetivos. Es su excusa porque él es parte del aparato de gobierno. Nosotros somos revolucionarios. No estamos incondicionalmente con nuestro gobierno, como lo demuestran las luchas que los estudiantes yugoslavos hemos desarrollado desde las gloriosas jornadas de junio del 68”. Aplausos de todos.
Goran se alza de la mesa: “El estúpido es él. ¡Que viva la revolución socialista!”. Brindis, risas y descorches de botella. Jorge, con una sonrisa de oreja a oreja, gran cumpleaños. Mártir, satisfecho: es nuestro “veterano del 68”. Villamar repite, saliendo del clóset ideológico: “Camaradas, soy militante del Partido Comunista”.
Descubro que Mira ha dejado caer al suelo la flor que le dio Fidel. Le digo que es bella, que es femenina y libre, como el aire. Sonríe. Se le ve complacida. Eduardo se inspira y se tira tremendo rollo sobre la mujer socialista: para que exista gente como ellas es por lo que luchamos. Mujeres y hombres libres, iguales y participativos. Continúo a tirarle a Mira españoles y revolucionarios piropos de mi colección. Nuestras miradas se cruzan, me siento pleno. Vino, Mira, Skadarlija y Socialismo.

Al otro día me enteré de que Soba era el novio de Mira. Como diría el maese Ballesté: “Esto de jugar a la vida…”

lunes, octubre 15, 2007

Biopics: De gira con Echeverría IX (y último)

El jueves 14 visitamos, temprano en la mañana, el Combinado Agroindustrial Beograd (PKB). Del grupo fuimos nada más Casta, Consuelo, Carreto y yo. En el PKB visitamos primeramente unos establos, con las vacas casi una encima de la otra. El guía explicó que el terreno era un pantano en 1945 y se necesitaron grandes cantidades de trabajo para llegar a hacer este Combinado. Consuelo y yo estábamos hasta el final del grupo y, cuando Echeverría se dio la vuelta –con el grupo de canchanchanes repitiendo el juego de lo que hace la mano hace la tras-, quedamos exactamente enfrente de su carota. Consuelo, convertida ya en echeverrista compulsiva, se adelanta y saluda de mano a Don Luis.
-Muy buenos días, señor Presidente.
-Señorita, tiene usted las manos muy frías, tome mis guantes por favor.
-Ay, señor Presidente –y se los pone con sonrisota.
Luego nos enseñan donde se envasa la leche y nos explican que el secreto del PKB es que todo el proceso productivo se realiza en un lugar pequeño, lo que acrecienta los rendimientos. Nos enseñan unas vacas de mentiritas, a las que cubren de hormonas para engañar a los sementales: hay un cuate dentro, con una bolsita recogiendo el semen del toro que se cree seductor. Castañares, de juego, hace una imitación de lo que haría el toro y se gana un “¡Qué enfermo estás!” de parte de Carreto.
Más tarde, en una mesa modesta, breves comentarios sobre el Combinado con líderes obreros. Se sirven juguitos. Edmundo Flores habla y dice que el PKB es un ejemplo de lo que son la inventiva y la resolución de los pueblos y bla bla bla.

En lo que unos fuimos a lo de la agroindustria, Eduardo, Mártir, Figueroa, Villamar, Desentis y Ochoa habían estado hablando, a petición propia, con “estudiantes normales” de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Belgrado. Todos nos reunimos a comer en el hotel, mientras el alcalde le entregaba a Echeverría las llaves de la ciudad.
Como de costumbre, antes de poder terminar, los del EMP nos apuraron a subir al camión para estar presentes en la siembra del Árbol de la Paz y, por primera vez, llegamos con mucha antelación.
El parque donde se sembraría el árbol estaba bastante gacho. Puro pasto pelón con cinco o seis arbolitos en fila. Enfrente de los árboles, una casita estilo tortería del parque de La Milla, en Chapultepec, pero más pequeña. En ésta jugaban unos Pioneros Rojos, oséase boy scouts comunistas. Villamar comienza a hablar con ellos en su ruso rudimentario, parece que no se entienden muy bien.

Regreso al camión, donde están el chofer, dos tenientes del EMP, Adolfo Desentis y Eduardo (este último en brazos de Morfeo). Desentis y el Teniente Alvizu hablan del ’68.
Desentis: - ¿Y tú estabas ahí?
Alvizu: -Sí, ahí anduve. ¿Y tú?
Desentis: -Yo también, del lado de los estudiantes. Pero entonces yo era base, no líder como ahora.
Alvizu: -Qué hermoso ¿no? Cada uno vivir su juventud idealista, en bandos distintos y ahora estar juntos. Yo extraño un poco esos días ¿tú no? Como que todo se te hacía más claro.
Desentis: -Sí, claro (rísa nerviosa).
Alvizu: -Oye, en Tlatelolco no sentí que los estudiantes dispararan. ¿Dispararon ustedes?
Desentis: -No. Los que dispararon eran los del Batallón Olimpia. Eran policías, creo.

En eso que llega Echeverría, despierto a Eduardo, bajamos todos, plantan el árbol y salimos en la tele mexicana.
El Museo de Arte Contemporáneo está a 200 metros del Árbol de la Paz., pero nos llevan en camión. En cuanto a la pintura, fuera de los naifs que han hecho famosa a Yugoslavia no hay nada qué ver. Esta vez pude irme al mismo ritmo que el resto de la comitiva.
La cena que ofrecía Echeverría tuvo lugar en el hotel donde estábamos hospedados, propiedad de la cooperativa Metropol Kombinat (ahí entendí que el PKB tampoco era del Estado; que el rollo titoísta se centraba mucho en la propiedad social).
Recibiendo a los huéspedes, antes de las escaleras por las que se sube al comedor, están Echeverría y Tito. Llego, saludo con sonrisa de chavo, empiezo a subir las escaleras y pum, que me resbalo y doy el ranazo. Levanto la cabeza y noto que los dos presidentes han volteado hacia mí y mi desfiguro. Nunca me pude “poner a la altura de las circunstancias diplomáticas”.
La cena parecía boda de ricos, de tanto invitado. Me toca entre un funcionario del Banco de Yugoslavia y un periodista medio enano de La Prensa, quien no dejó su puro ni para comer. Enfrente de nosotros, Mario Huacuja, quien entonces tenía un programa en la televisión.
Huacuja fue quien llevó la conversación con el funcionario yugo, quien nos explicó por qué había Marlboro y Coca-Cola en su país (pagan un porcentaje por el uso de la patente y la fórmula, pero los producen empresas sociales yugoslavas) o sus relaciones con Sears (que compraba productos de Yugoslavia pero no podía poner una tienda). Entre sorbo y sorbo de sopa de milpa, observo a Femito y al Doc Mapes intentando ligarse una hermosa invitada yugoslava.

Como dato curioso, cabe anotar que hicieron pasar un enorme sombrero charro de dulce. Todos tuvieron miedo de llegarle… hasta que pasó enfrente de Huacuja.
Después de la comida, la comitiva fue a la casa de Tito, a ver la película Sutjeska, sobre la vida de este líder, con Richard Burton en el papel de Josip Broz.
La casa de Tito es muy grande, con amplios jardines, decorada al estilo turco, llena de tapetes –“bizantina”, la definió Jorge-. A mi occidental juicio, es una casa kitsch.
En una sala con muchas columnas pusieron la pantalla de cine. Yo iba a la cola y, aunque alcancé coca, no alcancé lugar, así que me senté en el suelo, como si fuera el cuarto de la tele. Empezó la película y me senté más adelante, entonces que veo las carotas de Echeverría y de Tito iluminadas por el film, me doy cuenta de que no es el cuarto de la tele y me planto en la segunda fila, al lado del General Castañeda, quien con una señita me manda una fila más atrás.
La película está en serbo-croata, con traductor simultáneo con acento eslavo. También está medio exagerada, pero no deja de ser emocionante. En un momento dado, partisanos y nazis suben una colina por cuestas diferentes, se encuentran en la cima y pelean cuerpo a cuerpo. En eso, un guarura yugoslavo me toca la espalda. Pienso: “este cabrón va a querer que me pare”, pero no, me dice amigable, orgulloso, en un inglés champurrado, apuntando al General Traductor que está junto a Echeverría: “¿Ves a ese hombre? Él era el comandante en esa batalla”.
En el medio tiempo, otro escolta me consigue un sofá y, aunque con riesgo de perecer de tortícolis, termino de ver la cinta. En los momentos culminantes, los guaruras eslavos no aguantan la emoción y se sientan en los respaldos de mi sofá para disfrutarlos más.
Qué raro, estaba yo rodeado por dos agentes de seguridad y no me sentía inseguro.
De regreso, en el pasillo del hotel me encuentro que un militar –no sé quién, lo vi de espaldas- corretea tras Buenona Stajav, a quien se ve divertidísima. Buenona se mete a un cuarto, el oficial la sigue. Escucho que cierran la puerta. Creo que tampoco ella se sentía insegura entre los agentes mexicanos.
El último día de la gira, muy temprano en la mañana, visitamos una fábrica de motores para tractor. Anecdóticamente, cabría comentar que yo no traía corbata, sino mi traje gris y suéter, lo que me ha de haber dado apariencia muy yugoslava. Tuve que enseñar mi gafetito porque me confundieron.
La fábrica era bastante grande y algo oscura. Yo pensaba que el obrero construía esos tractores para el compañero campesino en un esfuerzo colectivo. Los yugoslavos, según me comentó días después mi amigo Branko, lo veían desde otro punto de vista: los obreros producen para sí mismos, productos que venden porque les importa que la fábrica, que es suya, obtenga ganancias.

El más emocionado de todos parecía ser Figueroa (¡Ahh, la clase obrera!). Después de observar el montaje de varias partes de los motores, llegamos a un amplio galerón, donde estaban congregados casi todos los trabajadores. Había gente hasta colgando del techo. Los obreros nos pedían nuestros gafetes y no dudé en dar el mío a uno de ellos. Figueroa se coló entre los trabajadores y en medio de la masa me saludó (de los cuates, el único que no regaló gafete fue Castañares).
De la tribuna habló el Presidente del Consejo de Fábrica, un ingeniero como de 40 años que fue en un tiempo obrero. Grilla y aplausos. Habla Echeverría y grandes aplausos. De repente se le ocurre a Don Güicho aventarse una lopezmateada –es decir, mandar al micrófono a uno que ni sospecha- y dijo: “y ahora, él no lo sabe, pero va a hablar con ustedes un joven estudiante, sentado aquí al frente”. Al frente estábamos Rodolfo, Eduardo, Nafinsito y yo. “Él les va a mandar un mensaje de la juventud mexicana. El joven Ramón Rodríguez, pase por favor”.
Nafinsito se puso translúcido y temblando se dirigió al podio. Su breve discurso abundó en elogios a la Revolución Mexicana, le salió bien y fue muy aplaudido. Echeverría, picado, mandó llamar a Salustio Salgado. Éste, muy seriote como siempre, se aventó un diez. He aquí lo esencial de su discurso:
“Compañeros Obreros Yugoslavos:
Vengo desde México a portarles el saludo de los 3 millones de trabajadores mexicanos del Congreso del Trabajo (aplausos), que representan, con sus familias, a 11 millones de mexicanos (más aplausos”). México y Yugoslavia son países hermanos. Por tanto, con el presidente Tito y con el presidente Echeverría, ¡Arriba y Adelante!” (frenéticos aplausos).
Visto el éxito, Echeverría lanzó al ruedo a Celestino Salcedo, de la CNC. Celestino fue certero:
“En cada tractor que ustedes producen se juntan los corazones de los obreros yugoslavos con los corazones de los campesinos mexicanos” (aplausos hasta el aullido).

Días después comentábamos que en la capacidad de comunicación de masas radicaba una de las grandes diferencias entre el priísmo y la izquierda. “Arriba y Adelante” no significaba nada, pero daba la idea de progreso. Y coincidimos en que Celestino estuvo genial: cruzó océanos, clases sociales aliadas en un rollo sentimental que pegaba mucho más que cualquier explicación sobre la explotación capitalista.
A la salida de la fábrica, preguntaba Salustio: “¿Qué tal estuve, eh?”
Y Soberón, su cuate: -Muy bien, estuvo usted muy bien.
De la fábrica fuimos al Museo Militar, que es más bien histórico y está donde confluyen los ríos Sava y Danubio. El General Traductor enseñó con orgullo dos fotos de la guerra partisana que él mismo tomó, así como una en la que él aparecía.
Nosotros estábamos esperando a que nos dieran el dinero para la estadía de una semana en Yugoslavia (a los otros les dieron 1200 dólares). Fui y le pregunté a un militar y me dijo que no era cuestión suya y que yo estaba mal rasurado.

De ahí al hotel y al autobús para el aeropuerto, otra vez con la valla popular. En el trayecto me puse a imitar a los conductores anticomunistas de la televisión mexicana, que veían la paja en el ojo ajeno, lo que también era una crítica a nuestras costumbres acarreadoras. Hernando Pacheco sonreía, pero Fausto Zapata hizo una mueca de pocos amigos.
En el aeropuerto, nos despedimos del Señor Presidente, quien nos pidió que le echáramos ganas en el estudio y aprendiéramos también de esa semana en Yugoslavia.
Tras él, fue abordando el resto de la comitiva. Entre los últimos estaba Carlos Sansores Pérez, quien con campechana sonrisa se quitó el sombrero de fieltro con listoncito rojo y lo llenó de dinares. Nos llamó para que tomáramos 400 dinares cada uno. Sólo los jóvenes priístas lo hicieron.
La comitiva iría a pasar una merecida vacación de dos días a las Bahamas. Nosotros empezaríamos a gozar de nuestra independencia.

Como corolario, dos de los personajes descritos en esta gira murieron de manera precoz. Rodolfo Echeverría Zuno falleció ahogado en una alberca en 1983, a los 31 años. Del Capitán Salinas me contaron –creo que fue Del Pozo, pero no puedo asegurarlo- que tuvo un papel importante en la logística de la campaña presidencial de José López Portillo, pero una noche durante esa campaña, murió por una bala disparada accidentalmente cuando entraba a un bar, en Nayarit. El accidente le pegó entre ceja y ceja.

viernes, octubre 12, 2007

Biopics: De gira con Echeverría VIII

Yugoslavia era un lugar que me interesaba mucho. Un país socialista. Yo tenía ganas de observar la estrella roja en la gorra de los soldados –Luis Foncerrada me había hablado de ellas- y de saber cómo era la vida en ese lugar, más allá de las propagandas contrapuestas.
La llegada a Belgrado fue apoteósica. Era así como imaginábamos en un principio que sería la norma. El camino estaba atiborrado de escolares con banderas de México y de Yugoslavia; en la medida en que nos acercamos al centro, había gente de más edad (probablemente trabajadores al servicio del Estado, pero para nosotros no tenían tanta cara de acarreados). A lo largo del camino había cartelones grandes con fotos de Tito y de Echeverría. Otros decían: “Viva la lucha del heroico pueblo mexicano” “Viva la fraternidad Mexicano-Yugoslava” “Bienvenido, Señor Presidente Echeverría” (en serbo-croata, pero también en español, porque si no, no las entendía). Grupos abigarrados de chavitas y jóvenes mujeres (las más guapas que he visto en Europa) coqueteaban con nosotros los del camión, y ahí nos tienen con la sonrisa a flor de labio por esta recepción que ya no esperábamos.
Quedamos alojados en el Hotel Jugoslavija, una construcción moderna, funcional, pretenciosa pero sin lujos. Era… ¿cómo decirlo?... un edificio estilo echeverrista. Ese hotel fue destruido en 1999, en un bombardeo de la OTAN, porque ahí se albergaban paramilitares serbios.

Me toca de nuevo con Casta y su despertador. En el elevador me encontré con una mujer de extraña elegancia (o extravagancia), que no era bonita pero sabía putear de lo más bien. Se me quedó mirando de arriba abajo como desnudándome y yo, claro, hecho un idiota. Me dijo que yo era “beautiful” en un inglés pésimo. Vio mi gafetito y dijo: “Oh!, you are with a grande gruppe!” y se rió. En algún momento volveré a hablar de esa señora, pero no durante la gira.
En el restaurante admiramos el río Sava, que confundimos con el Danubio, y el Doctor Flores hacía hincapié en el hecho de que nos hubieran servido comida corrida, sin carta.
De ahí fuimos al monte Avala, por la ofrenda de Echeverría a la tumba del soldado desconocido. Este monumento se encuentra a las orillas de la ciudad, allí donde tuvo lugar una de las batallas más importantes para la liberación de Yugoslavia. De guía nos sirvió uno de los lugartenientes de Tito, quien aprendió español en la Guerra Civil Española. Largas escaleras para llegar, soldados gigantescos que se ponían marciales a ratitos. Jorge declara: “Este monumento es del realismo socialista más pinche”. Para mí que no; me recordó el Monumento a la Madre, en México (lo que no sé si hable bien del Monumento a la Madre).
De ahí, regreso al hotel. Castañares se va de compritas con Ríos y Fidel Herrera
(más tarde entenderíamos que su lógica no era de consumo, sino de comprar barato); los del Estado Mayor se dedican a cotorrear con una coqueta camarista que han bautizado como “Buenona Stajav”.

Los estudiantes no fuimos invitados a la cena de esa noche, que Tito ofrecía a la delegación mexicana, pero sí a una recepción posterior y el gobierno yugoslavo nos ofrecía una cena en el Hotel Excelsior con los líderes estudiantiles del país. (En ese hotel estaba la prensa mexicana, que llenó otro avión D-C 8 para la gira).
Fidel Herrera tenía muchas intenciones de grillar y prefirió ir con nosotros que a la cena con Tito. Luego luego se apoderó de la palabra para fungir como jefe de nuestra delegación y nos introdujo de nombre completo a cada uno, mostrando su prodigiosa memoria de político. Le echó mucha crema a los puestos de los priístas. Entre Jorge y yo nos agarramos a un cuate de la esquina para soltarle una grilla de izquierda. Varios empezaron a prestarnos atención y se han de haber quedado muy confundidos. Otros parecían muy preocupados por los sonidos que provenían de la cocina, y a cada rato se paraban a ver qué onda, hasta que un gordito regresó feliz: Yugoslavia había derrotado a España y calificado al Mundial de fut.
Después de esa comida fuimos al edificio del Consejo Ejecutivo Federal a la recepción y a conocer a Tito. Chingomil gentes del cuerpo diplomático estaban en el mismo rol. Cuando salieron Echeverría y Tito, como por arte de magia Consuelo se metió a saludar a don Luis y acabó requetefotografiada entre éste y Tito, en lo que caminaban al salón donde se ocuparían de saludar al grillerío. Nos formaron a la izquierda de Echeverría en una larguísima cola, en la que estábamos, precisamente, a la cola.
Yo ya me estaba desesperando porque quería estrechar la mano de Tito y me colé. Poco después Echeverría nos presentó oficialmente y se me hace que Tito se dio cuenta y pensó “éste ya me había saludado”. Luego Echeverría y Tito se sentaron junto a una mesita, Tito encendió un puro y comenzó el fotografiadero loco. Echeverría nos llamó –vía Mi General Castañeda- para posar con él y con Tito, cosa que hicimos. Luego un periodista de El Día se sentó al lado del mandatario yugoslavo y comenzó una serie de retratos personales, de los cuales ustedes conocen el mío.

En esa foto aparezco con una gran sonrisa, una solapa del cuello por encima del saco. A mi izquierda está Tito, puro en mano, Echeverría voltea hacia él, y el traductor, en medio, dice algo. Detrás de mí están Mapes, brindando a la cámara, con una copa de champagne, Mártir mirando a la cámara, Fidel Herrera y Jorge Carreto con la mirada hacia abajo, y Ríos totalmente distraído.
Tras las fotos, Echeverría propuso que los estudiantes y los jóvenes nos quedáramos una semana más en Yugoslavia, “el tiempo que ustedes quieran”, para aprender de su particular experiencia socialista. “Debemos ver qué cosas se pueden aplicar a México”, remata.

Casi al final del evento, le pregunté a Julio Figueroa, por qué no se había tomado una foto.
-Ese no es Tito –me dijo-. Ese es un monito que está junto a Echeverría.

jueves, octubre 11, 2007

Biopics: De gira con Echeverría VII

Salimos de Venecia con un frío cortante, primero en barco y luego en avión hasta Viena, donde nos alojamos en el Hotel Imperial (y ahí recalaban, puntuales, las cajas de cartón llenas de libros). Algunos miembros de la comitiva salieron, por no sé qué razones, a Zurich, y a los becados –que ahora también éramos colados- nos dieron sus cuartos. Casta y yo estábamos en el que le tocaba a Hernando Pacheco y a cada rato nos querían meter sus maletas.
En Viena le escribí a Janette, a quien mi beca a Italia no le gustó mucho porque tenía la intención de ir a México e inscribirse en La Esmeralda, diciéndole que viniera a Europa y que la pasaríamos bien. No fue una idea muy inteligente, pero tampoco terrible.
Estaba yo con Consuelo, en su cuarto –una suite que le tocaba a Muñoz Ledo-, tratando de convencerla de que cambiara su peinado aseñorado, cuando llegó la orden de cambiarnos y ponernos el smoking. Eduardo se quedó en el hotel, yo me hice güey con mi traje oscuro y mi corbata de moño, según yo casi indiferenciables del smoking.

Smokinados llegaron los mexicanos a la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial –enfrentito del hotel-. Yo, muy confiado hasta que, gulp, me ví en uno de los espejotes de la sala. El traje se veía gris y la corbata de la chingada.
Regresaba yo del evento, cotorreando con Pablo Echeverría cuando de entre la gente llega una señora mexicana a preguntarnos si éramos los hijos del Presidente. Pablo inmediatamente le dijo que no. La señora insistió en conocerlos, así que fuimos adonde estaban Alvaro y Rodolfo con Jorge Carreto, a quien presentamos como Pablo Echeverría. La señora quedó feliz.
El Capitán Salinas me dijo que no podía entrar a la cena, porque era “de riguroso smoking”, por lo que me sentí aliviado de no hacer el ridículo. Aproveché para decirle a Julio Figueroa que de smoking se parecía a Benito Juárez. Me fui caminando al hotel y esa es la única imagen viva que me quedó de Viena. Luces y gente esperando el tranvía. Me cambié y bajé a cenar al hotel, donde también manyaba el valet de Echeverría. Gran sorpresa me causó encontrarme al salir de ahí a Consuelo y a Mártir. Aunque iban vestidos correctamente, no tenían lugar en el protocolo de los estirados austriacos. Me dijeron que Femito, Desentis y Medina Araujo se quedaron en la puerta, esperando que les dieran chance. Propusieron ir a una discoteca, cosa que acepté.
Mártir y Consuelo bailan bastante mal; los austriacos, peor. Por lo tanto, no me sentí mal. Eduardo y Castañares, en tanto, se pasaron cinco horas caminando por Viena.


Al otro día, de vuelta a levantarse temprano y desayunar harto. Partimos en tren a Linz, a visitar la siderúrgica Ovest-Alpine. Salimos en el tren del presidente austriaco, con meseros de vagón en vagón, sirviendo copas. Como había niebla y no se podía ver nada, me dormí.
En Linz hacía un frío horroroso y nos recibieron una banda y cientos de aprendices agitando banderitas. Me sentí de lo más ridículo caminando en alfombra roja mientras chavos de mi edad, mis iguales, hacían valla. En “lo calientito”, o sea dentro de la fábrica, nos recibieron los dirigentes de la empresa, que nos explicaron el funcionamiento de la fábrica. Dimos una vuelta y el más emocionado era Herstl, el director del IPN, quien nos estuvo explicando (al Rector Soberón, a Eduardo y a mí) el funcionamiento de esta siderúrgica. Tiró una gran neta al decir; “Yo sería feliz en un lugar así, trabajando aquí”. Consuelo, en tanto, andaba, casco en cholla, apunta y apunta tras el Presidente quien, claro, la descubrió y anduvieron del brazo todo el santo rato (fotógrafos dábanse vuelo).
Durante la comida se presentaron danzas tradicionales de Austria, con su musiquita lenta y sus pasos monótonos. El regreso estuvo cubierto por la niebla.
En Viena visitamos la Organización Internacional de Energía Atómica, donde se firmaron dos convenios. Me asomé a ver las firmas del libro de invitados; antes de Luis vino un jeque árabe y un malgache o algo así, pero vino un empleado y se llevó súbitamente el libro.
Saliendo de allí, llegó un grupo de chilenos refugiados, con una bandera, gritando: “¡Chi-le-Mé-xi-co! ¡Chi-le-Mé-xi-co!”. El Presidente improvisó unas palabras y se escucharon vivas a Echeverría. Me aventé un “¡Viva Allende!”, en coincidencia con Rodolfo Echeverría, y se armó el pequeño coro.
En el camión, Julio Figueroa criticaba a los chilenos “por refugiarse en un país burgués”.
El siguiente evento fue un buffet que ofrecía el presidente Echeverría al presidente Jonas. El ambiente fue totalmente diferente al protocolo austriaco. Llegaron unos estudiantes de la “forestal de Durango” que estaban en Viena (eso fue lo que entendí) y cantando “Ya llegó el que estaba ausente” y Femito le dedicó no sé cuál canción al Presidente, pero no se le escuchó nada.
-Fue serenata particular –respondió cuando le dijimos que no habíamos oído.
Regresé bastante cansado, muy dispuesto a dormirme (Eduardo y Rodolfo todavía fueron al bar del hotel). Sucedió, sin embargo, que el Doctor Flores me animó a ir –con Víctor Urquidi, Villamar, Figueroa, Casta y un estudiante mexicano de música- a la parte típica de Viena a tomar vino dulce. Acepté al sentir que conocía demasiado poco esta bella ciudad.
Tomamos unos taxis –ya era cerca de medianoche-, llegamos a la zona típica y nos metimos a un localito. Nomás entrando, unos austriacos nos preguntaron en inglés de dónde éramos.
-De México.
-Gracias por el 39.

Le preguntamos a Flores por qué el agradecimiento. Nos explicó que México fue la primera nación del mundo, y por mucho tiempo la única, que tuvo la decencia de condenar formalmente la invasión nazi a Austria. La piel se me puso chinita. Volteamos hacia los comensales austriacos con ojos de agradecimiento. Había orgullo patrio, reconocimiento a Lázaro Cárdenas, pero también una sensación no sólo de ignorancia, sino también de mezquindad. En México, uno piensa en Austria y lo primero que se le viene a la cabeza son Maximiliano y el penacho de Moctezuma, para concluir en “pinches güeros”. En Viena, pensaron en México y dijeron “Gracias por el ’39”.
Fue la primera vez que ví los ojos de Urquidi brillar de alegría. Trajo músicos que cantaron canciones vienesas tan lentas que un vals parece rock’n’roll. Urquidi meneaba las manitos al ritmo de la música y soñaba en el Siglo XIX.
De ahí pasamos a otro bar, donde defendí –junto con el estudiante de música, lo cual me dio mucho gusto- el valor musical de las canciones de Cri-Cri. El tipo le encargó a Villamar, para que las regalara de su parte al Presidente, una fotografía de Maximiliano -¡a Echeverría!- y un billete de 20 millones de marcos (1923, la gran inflación). Dudo que Villamar lo haya hecho.

Al día siguiente –que era nuestra salida de Austria- nos volvieron a despertar muy temprano y nos llevaron a la construcción de la Ciudad de las Naciones Unidas. Incluso Echeverría estaba desmañanado, porque fue la única vez que lo vi cabecear y porque preguntó el nombre del arquitecto cuando ya se lo habían dicho.
Poco antes de salir para Yugoslavia, el Capitán Salinas pasó a la parte delantera del autobús y con aire adusto, se dirigió a la comitiva.
-Señores, esto es una vergüenza nacional –dijo.
Abundó revelando que el Hotel Imperial de Viena acababa de ser saqueado por la comitiva (es decir, por nosotros).
Empezamos todos a poner cara de occisos. Por ejemplo yo, que me había llevado unas hormas para zapatos, o Carreto, quien expropió un fólder de piel con la papelería del hotel. Cuando Salinas pasó a lo específico, nos dimos cuenta de que éramos bebés de pecho comparados con los demás.
-Se llevaron toallas, almohadas, juegos de sábanas. Carajo, hasta cortinas se llevaron. Por favor devuélvanlas. Ustedes nos dicen y las regresamos discretamente. Es el prestigio de México, señores.
Silencio.

La prensa austriaca, pinches estirados, tomó nota del asunto. Además publicaron que los mexicanos éramos una caterva de mal vestidos.

miércoles, octubre 10, 2007

Biopics: De gira con Echeverría VI

Del evento donde nos dieron la beca fuimos al Instituto Italo – Latinoamericano, donde Echeverría se encontraría con “operadores económicos” (eufemismo italiano para decir empresarios) y se echaría un discurso “unitario”, de signo opuesto al que acababa de dar. Recuerdo la referencia al bajo precio de la mano de obra mexicana.
En el mismo lugar fue la recepción a la colonia mexicana en Italia. A diferencia de los que vivían en Alemania, y que eran más pudorosos, éstos se la pasaron pide y pide dinero, y el hombre del maletín atrás de Echeverría se la pasó saque y saque dólares.
De ahí, un grupo salió a una trattoría. Fuimos los becarios, Pablo y Rodolfo Echeverría, Femito, un amigo suyo de Aguascalientes, Julio Figueroa, Adolfo Desentis, Francisco y Lucrecia (estudiantes de cinematografía), una amiga de Lucrecia y dos putas glorificadas que viven en Roma: una como de 40 años; la otra, como de 25.
Desentis recitó poemas de Pablo Neruda, Femito estaba conciliador y abogó “por la hermandad estudiantil”, el hidrocálido cantó muy bonito, yo recité dos poemas “Yo no lo sé de cierto” y “Masa”, los comensales romanos cantaron algo y nos despedimos de beso (Eduardo fue como tres veces por las chavas).

Todos, menos Francisco, llegamos al Gran Hotel. Varios de confianza –antigua y nueva- nos quedamos cotorreando en el cuarto de Mapes, y de pronto Carreto saca un toque de mota. Nos asombramos.
-Si hay una manera segura de llevar mota a Europa es en el avión presidencial –explica.
Nos echamos un toque, al rato Eduardo medio corre a los que hacíamos mal tercio; a Carreto y a mí no nos queda más que echarnos otro toque, y a mí, ponerme nomás tantito paranoico.

El 10 de febrero otra vez nos despertaron a la apurada y no hubo tiempo más que para ir derechito al camión. Ahí Julio Figueroa me pidió que lo ayudara a cargar unas cosas de unas chavas –estaban en el hall-, fuimos y, para nuestra tremenda sorpresa, nos llamó un encargado del hotel. Las chavas habían intentado robarse toallas y ceniceros. Seguridad había esculcado las bolsas que habían dejado y tenía sus pasaportes. El Capitán Salinas estaba hecho una furia.
-La chingada con ustedes.
Yo: -No sabíamos, Capitán Salinas, palabra.
Salinas: -Qué poca madre, metiendo chavas a los cuartos. Este es el nombre de México. Esto lo va a saber el Señor Presidente.
Figueroa: -Pues dígaselo, a ver qué cosa dice.
Yo (en un momento de iluminación): -Sí, porque las señoritas estuvieron con los hijos del Señor Presidente.
Calmose Salinas y nos mandó al camión. Al rato llegó Mártir corriendo, porque se había quedado dormido. Sobre él se cebó Salinas, cada vez más neuras.

En el camino al aeropuerto, me quedé pensando con tristeza: “Pinches viejas, nos agarraron a mí y a Julio porque nos vieron como los más pendejos. Soy demasiado ingenuo”.

Aterrizamos cerca de Vicenza, porque el primer ministro Mariano Rumor quería mostrarle a Echeverría la casa donde nació. De ahí tomamos un autobús a Venecia.
Llegar a Venecia y recorrer el Gran Canal fue maravilloso e inolvidable. Era algo más allá de lo imaginable, y estaba yo boquiabierto ante la belleza antigua y señorial de sus palacios e iglesias, su serenidad de agonizante. Febrero, frío y gris (creo que nunca he sentido tanto frío en mi vida como aquel día), es el mejor tiempo para visitar esta beldad en derrumbe, decadente. Junto a mí estaba un teniente del Estado Mayor, Carlos Del Pozo –quien años después sería mi cuate el Capitán Del Pozo- y sólo atinábamos a intercambiar miradas, interjecciones y palabras de admiración por lo que se presentaba ante nuestros ojos.
Nos alojamos en el Hotel Danieli, “Hotel de Reyes”. Aquí vivieron Dickens, George Sand, D’Annunzio, Wagner. Atmósfera exquisita, aunque recargadísima, llena de adornos y con candelabros gigantescos. Mi cuarto daba a un pequeño canal y, si sacaba la cabeza, podía ver San Marcos. Almohada y sábanas de seda, sobre las cuales estaba posada, delicada y femenina, una gladiola.
Del hotel salimos a la Plaza de San Marcos, que estaba llena de niños vestidos a la usanza del Siglo XVII con motivo del carnaval, que se avecinaba. Serios, parecían fantasmas de los antiguos habitantes de Venecia.

Pensando que era una visita sólo turística, Eduardo, Julio Figueroa y yo nos fuimos a dar la vuelta por la ciudad. Nos encontramos a Rodolfo Echeverría caminando solo por el Gran Canal, nos fuimos a tomar una cerveza con él y luego al hotel, donde nos esperaban los militares para decirnos que el Señor Presidente había preguntado por nosotros durante su visita a los establecimientos de la fábrica Montedison y que estaba dando una vuelta por la ciudad. Había que encontrarlo. Castañares, el Doctor Flores, Víctor Urquidi, Nafinsito y Peyró tampoco habían ido, así que se formó una gran patrulla en busca del Preciso. Lo encontramos pronto.
Visitamos con Echeverría el Palacio Ducal y ahí nos comentó de un libro en el que él estudió y que habla mucho sobre Venecia. Afortunadamente, nosotros también lo habíamos leído (Historia Económica de la Edad Media, de Henri Pirenne) y algo comentamos. Entonces nos recomendó, ingenuo, que usáramos la Biblioteca de Venecia (sic) para nuestros estudios.
Después de la vuelta nos preparamos para una cena que se ofrecería en uno de los palacios venecianos. En esta cena sucedió algo muy interesante. Nos tocó sentarnos a Consuelo, a Eduardo y a mí con cuatro militares del Estado Mayor.
Quien empezó la conversación fue Gortárez, el hombre del maletín. Dijo que los estudiantes y los militares “somos enemigos, pero quizá es porque no nos conocemos”. Estuvimos de acuerdo y en principio nos dimos cuenta de que son extremadamente jóvenes (entre 23 y 25 años) y para ellos la jerarquía es todo. Preguntaban:
-¿Qué lugar son ustedes en la escuela? Todos nosotros somos de los primeros 20.
-Nosotros también –respondió Consuelo.
-Sí, ¿pero qué lugar exactamente?
Nos preguntaron luego por qué había tantos grillos en la Escuela:
Consuelo
(sin duda coucheada por su apá para decir lo correcto): -Es que hay muchos oportunistas que juegan con los estudiantes.
Yo: -Lo que pasa es que en nuestra escuela se discuten todos los días los problemas que hay en el país y existe un sentimiento de que hay que resolverlos lo más pronto posible.
Consuelo: -Es que hay muchos acelerados.
Gortárez: - Eso es. Que quieren subvertir el orden. Y eso no se puede. Una manifestación va contra el orden público. Es que los militares no pensamos como civiles.
Yo: -¿Y eso los hace sentirse diferentes, o también superiores?
Gortárez (pensativo): -Diferentes… pero también superiores en algunos aspectos, la verdad.
De ahí pasé a hablar de cómo Vargas Llosa se mete a estudiar la vida del militar, y de que los militares, por estar más cerca de la muerte, viven más intensamente. Convenimos en que teníamos que conocernos mejor.
Gortárez: -Pero lo que se necesita es un escritor que sea también militar.
Hablaron de la vida militar y de que los envidiaban porque eran del EMP y que de seguro a la mayoría los iban a mandar a lugares pinches cuando terminara el sexenio, dizque para compensar.
De ahí, pasamos a comentar sobre el golpe de Estado en Chile, y dijeron que admiran a Pinochet, pero sólo porque tiene escritos militares “de gran valor”, pero por supuesto “respetan” posiciones como la del Embajador Corbalá. Afirmaron que les habían mandado “información de inteligencia” que explicaba las razones del golpe, pero estuvieron de acuerdo en que eran “informaciones unilaterales”. Para mí que simpatizan con Pinochet.
Mientras Consuelo y yo hablábamos de Chile con los tres tenientes, Eduardo y Salinas se habían enfrascado en una discusión sin fin sobre el movimiento del 68. Por fortuna llegaron los brindis oficiales y la cena terminó sin mayores contratiempos. Nos dimos un abrazo y quedamos de “entendernos mejor” en el futuro.

viernes, octubre 05, 2007

Biopics: De gira con Echeverría V

Poco después de que Flores nos hiciera la Gran Revelación, Eduardo y Jorge le contaron la situación especial en la que estaba Carreto. Más tarde, llegaron a nuestra mesa tres muchachos que estudiaban en Roma. Uno, economía, es del Opus Dei; otro, estadística y también tiene cara de sacerdote, pero mejor onda; el tercero, cinematografía, y se queja del “carovita”. Del lounge del hotel sale un obispo gordo y enjoyado y se mete a una limosina. Parece una imagen de Fellini-Roma.
Protocolo exoneró a los estudiantes de la fiesta con smoking con el presidente Leone. La comida a la que nosotros fuimos la daba un tercer secretario de Protocolo y era en una de las trattorías más populares de Roma. Asistieron también Flores y sus dos colaboradores más cercanos, Alfonso Solares y Rodulfo Figueroa. Me la pasé hablando con un barboncito (chistes tontos y mi versión de Italia según D’Amicis). El tercer secretario, putísimo, a instancias de Flores se echó un brindis para cubrir formalidades. Nombramos a Castañares representante de los estudiantes para que lo contestara. El bueno de Casta, como me lo temía, habló como diez minutos de la Carta de los Deberes y Derechos de las Naciones y de Nuestro Señor Presidente y de Nuestro Señor Secretario de Relaciones Exteriores.

En llegandito al hotel, varios de nosotros fuimos al Hotel Flora, donde estaba el centro de prensa, para hablar a México. Ahí me quedé platicando con Julio Figueroa, quien me enseñó una Carta Abierta al Mundo que acababa de escribir. En ella planteaba “científicamente” la Única Posibilidad de Constituir una Relación de Amor Chingona, como el mecanismo para acabar con el “dominio de la no-vida” y con “la negación de todo humanismo”. Julio es un tipazo, pero es carne de anarquismo. Vive en la amargura soñando con el Nirvana, concluí.


El primer acto del día siguiente fue en Piazza Venezia, un homenaje a los caídos, en el que estuvimos de puro mirón. El segundo era al otro lado de Roma, un homenaje a Benito Juárez en la plaza del mismo nombre. El tráfico nos atrapó y antes de que llegáramos, ya estaba Echeverría de regreso.
De ahí, al Vaticano. Días antes nos habían preguntado si queríamos ir, y yo dije que no, suponiendo que era lo políticamente correcto. Cuando me enteré de que el único otro que no iba era Lázaro Rubio Félix, pedí que siempre sí me dieran mi tarjeta de visita.
En la Santa Sede, estuvimos paradotes más de una hora en un cuarto vigilado por Guardias Suizos, mientras en la sala adjunta conversaban Echeverría y el Papa. Las conversaciones nuestras se desviaban hacia las pinturas que adornaban el techo, los querubes con las nalguitas y pititos castamente cubiertos, la Virtud, en cambio, ofrecía de beber leche a seno descubierto. A cada rato pasaba un obispo gordo (o cardenal) y los guardias se encuadraban militarmente y presentaban sus hachas, haciendo un ruidero. El Medioevo.
Los militares, divididos entre religiosos y ateos, se molestaban entre sí. Descubrí a Martínez Lambarry, un tipo ultrapopis del Patria, a quien saludé nomás por fregarlo. Echeverría los había invitado a él y a su mamá a ver al Papa
(su padre tuvo algo que ver en el acercamiento entre México y el Vaticano), e hicieron el viaje a Roma ex profeso. Se llevó la sorpresa al vernos a Mapes y a mí en la gira.
De ese cuarto nos pasaron a otro, también lleno de pinturas, pero con asientos. La Comitiva Especial de un lado; el Grupo de Trabajo, tripulación y prensa, del otro. Me tocó entre Carreto y Celestino Salcedo. Fui a preguntarle no sé que cosa a Pablo y me quedé un minuto platicando con los Echeverría. Volteo y miro a Lambarry verde de envidia. Jorge Carreto también lo notó y dijo: “es la gente que no se fija en personas, sino en investiduras”.
Nos regalaron medallas benditas, y nos aseguraron que daban indulgencias. Consuelo tuvo un altercado con Hernando Pacheco y se cambió de asiento con Carreto. Minutos después aparecieron Echeverría y los miembros distinguidos de la comitiva. Poco después, Paulo VI, vestido de blanco.
El Papa leyó en español los acuerdos a los que llegó con nuestro Presidente. Acto seguido, fue a saludar de mano a los Echeverría. Después abrió los brazos y empezó a caminar por el corredor. Parecía flotar, quería mirar con dulzura y pus no. Cristo caminó con los pies sobre la tierra y trabajó de carpintero y sudó y corrió.
Al regresar, Giovanni Montini da su mano a besar a los afortunados a los que les tocó asiento contiguo al corredor. Las azafatas y muchos periodistas le besan el anillo. La suerte en nuestra fila correspondió a Castañares, quien, sonrojado, simplemente aprieta un instante su mano contra la del Pontífice y la retira. Comentario de Consuelo: “Qué asco”.
Se retiran Paulo y Luis, tras ellos la Comitiva Oficial, los Echeverrítos y la Comitiva Especial. No, la Comitiva Especial no: guardias suizos dan un portazo en plena cara de Celestino Salcedo, quien cae sobre el Doctor Flores. Celestino echa humo campesino, casi mienta madres. Consuelo echa pestes todo el tiempo: “No debí de haber venido”. Le digo que valió la pena pero ella sigue enojadísima.
En el camión, el chofer dice: “Da bambino ero un piccolo fascista. Di grande, un grande comunista”. Y Consuelo me aconseja: “No comentes sobre el Papa, nos pueden oir”.


Del Vaticano, la comitiva volvió a dividirse. A los jóvenes nos llevó el agregado cultural Sánchez Mayans al restaurante Alfredo, famoso por los fettuccini. Y de ahí, a la sede de la FAO, donde Echeverría iba a hablar. Allí nos encontramos a algunos de nuestros conocidos del día anterior y nos sentamos en un lugar reservado “para los estudiantes mexicanos”.
Estaban presentes todas las delegaciones menos cuatro: España, Portugal, Chile y Estados Unidos. Dos naciones con las que no teníamos relaciones diplomáticas, otra que tenía régimen fascista y los vecinos del norte, que le aplicaban la ley del hielo a la retórica tercermundista de Echeverría.
El discurso del Presidente aquel día, titulado “Cooperación o caos”, la verdad estuvo bastante bueno. Planteó que el problema del hambre no era de cada país, sino de toda la humanidad y que, por lo tanto, la ONU tenía que trabajar en él: una propuesta multilateralista que en esos años era realmente innovadora. Un discurso valiente y anti-imperialista, muy de Echeverría, pero que cometió el tremendo error de nombrar como genio a Josué de Castro, un demencial economista brasileño.
Cuando el discurso estaba por terminar, un militar nos hizo señal a “los 5” para ir adonde él apenas terminado el evento. Carreto, nerviosísimo, esperaba el momento para plantear su petición. “Díle que somos un grupo de trabajo”, aconsejé.
En un apartado, los militares nos hicieron firmar un recibo y nos dieron a cada uno 750 dólares en efectivo (3 meses de beca). El dinero salió de un maletín repleto de fajos de billetes verdes que tenía hasta arriba una pistolota así de grande. Hablamos un rato con Gortárez, el casi legendario Hombre del Maletín. Nos cuenta que duerme con el maletín, que siempre trae esposado, bajo la almohada. Siempre sueña que se lo roban y se despierta. O que él se lo roba, y lo persiguen. “Es que tengo una responsabilidad muy grande”. Luego de cada gira, vuelve a cada país a pagar cuentas y deshacer entuertos.
Nos llamó Edmundo Flores y fuimos hacia el Presidente. Echeverría, con más enjundia y ganas de hacer las cosas que conocimiento de causa, nos reveló que México se había convertido en un importador neto de alimentos y que era necesario revertir la situación.
-Señor General, ¿ya les dio las becas a los muchachos?
-Sí Señor Presidente. 750 dólares a cada uno, tres meses de beca.
-Señor Presidente, Señor Presidente… -interrumpe Jorge Carreto- yo…
-Mire Señor Presidente –interviene el Doctor Flores- ya que son cinco los becarios, ¿no podrían ser seis? Este joven tiene muchas ganas…
-Sí, sí, cómo no. (A Carreto): Si yo creía que usted venía con beca.
(Carreto nerviosonriente): Es que somos un grupo de trabajo que…
Echeverría: Doctor Flores ¿Cómo con cuanto vive un estudiante promedio en Italia?
Flores se voltea al grupo donde están los estudiantes mexicanos que viven en Roma y le hace la pregunta al del Opus Dei, quien responde que 90 mil liras mensuales.
Echeverría: ¿Y cuánto es eso… en dólares?
Flores: Como 150 dólares.
Echeverría- Pues vamos a darles el doble a los muchachos, para que no tengan problemas y 500 dólares para que se instalen. General Castañeda: 650 dólares a cada uno y 1400 a éste, que también se queda.
Castañeda llama a Gortárez y le da los pellizcos al maletín de los dólares. Mientras reparte el dinero pregunta: -¿Entonces el joven ya no va a Austria y Yugoslavia?
-Claro que sí –responde Echeverría- ¿Quieren ir, muchachos?
-Sí, cómo no (a coro)
-Perfecto. ¿Y usted Doctor Flores?
Flores: -Aquí tengo listo mi pasaporte (lo saca y lo entrega a Castañeda, quien se ve que no le gustan mucho esas cosas).


Durante toda nuestra estancia en Italia recordamos con rencor al estudiante del Opus Dei que dijo que se podía vivir con 90 mil liras al mes. El chavo prángana promedio requería de 150 mil. Por lo demás, esa fue la única vez que nos dieron 300 dólares mensuales. A partir de ahí, la beca bajó a 240 dólares (o más precisamente, a 3 mil devaluables pesos mexicanos). De los retrasos se hablará mucho después, porque en el momento éramos ricos.

La leyenda del Hombre del Maletín dice que, efectivamente, un día Gortárez cumplió su pesadilla y huyó con el tesoro a Nueva York, que el EMP y la Interpol lo persiguieron, pero que él se hizo ojo de hormiga para siempre. Me gustaría creerla, pero no la creo.

jueves, octubre 04, 2007

Biopics: De gira con Echeverría IV

Como los de la Comitiva Especial nomás estábamos para hacer bulto, al séptimo día descansamos. Protocolo organizó una excursión para visitar el radiotelescopio del Instituto Max Planck, pero el clima estaba lluvioso. Así que quedamos con Rodolfo de visitar Colonia y Dusseldorf; él consiguió dos VW de lujo, con chofer, y se impuso a los intentos del Capitán Salinas de mantenernos en un tour destinado al fracaso.
Salimos Rodolfo, Pablo, Consuelo, Castañares, Carreto y yo. Mapes se quedó dormido. Mi recuerdo es de la amplísima autobahn y que todo a nuestro alrededor eran enormes y modernas plantas industriales. Llegando a Köln, Rodolfo nos señaló pequeños restos de edificios destruidos por los bombardeos durante la guerra. Colonia, por lo tanto, era muy moderna, con la catedral al centro, milagrosamente salvada.
Esta iglesia es muy impresionante y sobre todo ostensiblemente austera. Parece, a mis ojos siglo XX que no escatimaron esfuerzo para que así fuera, mortificadora de la carne.
En Colonia nos topamos con la tripulación del avión presidencial y con el grupo que Alvaro Echeverría bautizó como “Los Hermanos Marx”: los de la Iniciativa Privada, Faesler y Conchello.
Paseando, nos topamos con una sex-shop. Entramos a fisgonear y, como echábamos mucho desmadre, nos invitaron a salir (en italiano). Alemanes y alemanas muy serios leyendo y haciendo sus compras. Ya afuera nos dimos cuenta que faltaba Carreto, cuando entramos a buscarlo, pasan los de la IP.
-Estamos buscando a un compañero que se quedó adentro –justifica Rodolfo.
-Ustedes que pueden –responde Conchello. ¿Qué pueden entrar sin pruritos o que pueden, punto y basta?
Carreto se había encerrado a ver una peli, al fin salió, nos fuimos a tomar un helado –que recuerdo carísimo- y de ahí a Dusseldorf.
Dusseldorf tiene calles amplias y gente muy elegante. Jardines y estatuas. Imité a Isadora Duncan bailando con mi bufanda y recordé dos o tres palabritas de mi alemán (reducido a casicero). Caminando por la calle principal decidimos pararnos a ver un rato el río correr y los jardines y la gente. Prendimos un cigarro. Luego decidieron seguir caminando y yo no, porque me mareo. Me quedé sentado en una banca con la esperanza de alcanzarlos pronto. Vi la gabardina de Consuelo y los seguí varias cuadras, todo para ver que la gabardina de Consuelo era en realidad de una señora germana y que yo estaba perdido en una ciudad desconocida.
Regresé a donde los había dejado y los encontré, buscándome.
Luego fuimos a comer al “restaurante de los periodistas” y de ahí a Colonia, donde se iba a efectuar la recepción que ofreció el embajador a la colonia mexicana en Alemania.
Llegamos con anticipación. Las secretarias de la embajada llevaban los mismos peinados de colmena y la misma moda que usaban en México años atrás, como si para ellas el tiempo se hubiera detenido. La mayoría de los miembros de la “colonia mexicana” nos veía con una suerte de admiración: viajábamos con el Presidente. Un tipo se acercó a explicarnos su revolucionario método para la industrialización de la basura en México.
Cuando llega Echeverría, le dice a Consuelo que su jorongo era lo más bonito que había visto en todo el viaje. (No me pregunten si llevaba el jorongo bajo la gabardina),
-Ay muchas gracias, Señor Presidente.
Sirvieron antojitos mexicanos y al rato llega el tipo de la basura emocionadísimo, después de saludar al Primer Mandatario.
-Le comenté sobre mis estudios y le entregué mis escritos, aunque no estaban corregidos. ¿Ustedes creen que el Presidente los lea?
-El Señor Presidente lee todo, se lo aseguro –contesté serenamente.
De esa reunión, nos fuimos a la cena de industriales. Yo, luego luego me puse mareadón por las tres o cuatro copas de champagne que sirvieron a la entrada. Sirvieron más champagne y Pablo y yo andábamos cuetes. Yo quería salir a orinar y tomar aire, pero el ojete del Capitán Salinas no me dejaba. Breve discurso de Echeverría y de un alemán. La I.P ahora sí de cuerpo presente, hasta adelante y puro en boca. Se les cae la sonrisa cuando Echeverría dice: “Y ahora les dirigirá la palabra un representante de los empresarios mexicanos”. Barroso le dice a Yarza: “Ve tú”. Yarza responde. “No, tú”. Total, va Yarza y se echa un discurso todo culero: vengan, necesitamos sus inversiones, en serio, por favorcito.
Durante la traducción alemana del discurso, Alejo –quien se había dado cuenta de nuestro estado inconveniente- nos sacó a Pablo y a mí. Pablo, enojadísimo con el discurso “vendepatrias” de Yarza. Regresamos a tiempo para ver a unos tudescos que miran con desaprobación cómo el General Castañeda se lima las uñas. No la haría como Presidente ¿o sí?


Al día siguiente, tomamos el avión para ir a Italia. Un par de cazas alemanes nos escoltaron hasta llegar a la frontera. Estaban tan cerca que le veías la cara al piloto. Trato de hacer conversación con Alexis Grivas, camarógrafo presidencial, pero no me pela.
Como siempre pasa, la gira en Italia se complicó. Originalmente íbamos a llegar a Nápoles, a visitar la fábrica AlfaSud, pero estaba en huelga. Aterrizamos en Brindisi, donde nos metieron en un camión para ir hasta Taranto, donde visitaríamos la fábrica Italsider.
Durante el trayecto, Castañares (llamado “Casta” desde nuestra furtiva visita a la porno-shop) estaba a mi lado, preocupadísimo. “Ejto ej el sujdesarrollo”, decía con su acento tabasqueño, “yo no me quiero quedar aquí”. Y sí, lo que se veía era una campiña tipo Aguascalientes, pero con mujeres enlutadas, el camión no olía precisamente a rosas y el chofer era un cafre.
El conductor tenía el radio a todo volumen, una canzonetta que decía: “Che viva il nostro grande sole! (se repite tres veces) Viva l’amore!”
En tanto, Grivas sigue grabando y hablando con el chofer, que mueve mucho las manos al responder. Enfrente, un anuncio: “Vietato parlare all’autista”.
Llegamos a Italsider (Taranto se parece a Manzanillo) que es una parte de los proyectos para la industrialización del sur de Italia, que está mucho muy atrasado respecto al norte. Ahí hubo una explicación sobre la planta y sobre la parte del complejo siderúrgico Las Truchas, que realizará esta misma empresa. Casta suda y apunta números, empieza a bajar la neblina.
Salimos del edificio de oficinas y a Echeverría lo recibe un grupo de obreros que le explican que ayer hicieron huelga de 24 horas y que mañana harán otra. Echeverría, político, les dice que espera que todo se arregle bien y se sube al camión a darle la vuelta a la fábrica.
Afuera de las moles metálicas vemos decenas de obreros en actitud burlona o retadora. Un guía trata –inútilmente- de explicarnos lo que vemos. Algunos obreros levantan el puño. Julio Figueroa voltea y me sonríe: ha pintado una hoz y un martillo en un papelito y lo enseña a los obreros por la ventana. Más puños cerrados se levantan. Empiezan las preguntas políticas al guía. Voy en la parte trasera del camión y enseño, temeroso, mi puño. Obtengo, a cambio, sonrisas amplias y más puños que se levantan. Femito, en tanto, le hace competencia a Grivas con la cámara cinematográfica que le regaló Sansores.

De ahí nos fuimos al puerto de Taranto, donde comimos en un barco y sirvieron comida que identifiqué entonces como napolitana. Los meseros no se preocupan de qué lado sirven el plato y los del Estado Mayor otra vez nos dejan sin degustar el café.
Salimos y hacía un frío del carajo. Cuando Echeverría lo hizo, Gran Movimiento en tres barcos, guardias y cañones en acción. Después, himnos nacionales y en el italiano me meto un segundo las manos en los bolsillos, ganándome exagerada reprimenda del mamón de Fausto Zapata (en realidad no era exagerada, pero así era yo de provocador).
Luego tomamos el camión a Bari y de ahí al aeropuerto de Roma, donde lo impresionante era la cantidad de militares con metralleta en pose de francotirador.

En Roma nos alojamos en el Gran Hotel, tremendo lujo. Ya habíamos saludado al Doctor Edmundo Flores en el aeropuerto y en el hotel nos tomamos un trago con él. Allí nos hizo la Gran Revelación.
Flores nos contó que el Señor Presidente planeaba mandar a su hijo Pablo a estudiar fuera del país, pero que no se notara que había salido fuera. Por eso otorgó las becas para estudiar “Ciencias de la Alimentación”. Éramos la cortina de humo tras de la cual se escurriría el hijo del Presidente. El doctor Flores le contestó a Echeverría que muy bien, pero que él no se hacía cargo de la seguridad del muchacho. Le recordó que, recientemente, en Italia habían secuestrado al nieto del millonario Paul Getty, que le habían cortado una oreja y que el correo italiano es tan lento que la oreja se tardó 15 días en llegar de Nápoles a Roma, cuando el tren hace dos horas y media y la carta era de entrega inmediata. El Presidente, al parecer, se había echado para atrás, aunque Pablo se hubiera entusiasmado con la idea.
Es interesante cómo se dan las circunstancias, cavilé años después. Nos escogieron a nosotros, aunque no habíamos terminado la carrera, porque éramos de la misma edad que Pablo. Y de seguro vieron, en el pobre currículum de cada uno, un dato clave: éramos chicos de clase media, de prepa privada. Nos sabían izquierdistas, pero no ultrosos. Ya nos curaríamos. Nuestro trabajo iba a ser el de compañeros de Pablo. Por eso teníamos en esa gira un lugar por el que más de un diputado daría las nalgas. Pero, conexiones del destino, el nieto de Getty perdió una oreja, Flores ganó un argumento para evitarse dolores de cabeza y nosotros jamás volvimos a ver a Pablo. La vida es una tómbola.

Madrax a Pekín

La noticia ha dado la vuelta al país.
Roberto Madrazo Pintado, sí, el mismo que compitió por el PRI para la Presidencia de la República, ganó su categoría (Veteranos entre 55 y 59 años) en el Maratón de Berlín. Y lo hizo con un tiempazo. Aquí su Urkunde, tomado de la página web del maratón.


Roberto Madrazo
33751
Platz / Overall: 146
Platz / Overall: 1 (in Altersklasse / Agegroup: M55)
Nettozeit / chiptotal: 02:40:57
Bruttozeit / clocktotal: 02:41:12
5 km: 00:25:31
10 km: 00:50:36 / 00:25:06
15 km: 01:16:03 / 00:25:27
20 km: 01:42:42 / 00:26:40
25 km: 00:00:00 / 00:00:00
30 km: 00:00:00 / 00:00:00
35 km: 02:03:53 / 00:00:00
40 km: 02:29:34 / 00:25:42


El lector puede constatar que es un tiempazo. Si Madrazo hubiera corrido así en el Mundial de Atletismo de Osaka, hubiera quedado en 54º lugar, por encima del representante de México Rito Régules, entre otros.
Ahora bien, como ha señalado la prensa, hay un dato aún más impresionante. Madrax hizo 1 hora y 42 minutos en los primeros 20 kilómetros. Luego desapareció -el priísta argumenta que su chip no sirvió en esas metas intermedias- para cruzar los 35 k. en 2 horas y 3 minutos. En otras palabras, hizo 21 minutos en 15 kilómetros. Hubiera lapeado a Gabrselassie en una carrera de pista, y corría más rápido que un ciclista del Tour de France cuando va de bajada.
Ha de haber sido por su rapidez que el chip no fue capaz de tomar el tiempo. Sólo los pesimistas, que quieren ver a México reflejado en el espejo negro de Tezcatlipoca, ponen en duda la honorabilidad de ese gran atleta que es Roberto Madrazo. ¡Qué digo atleta! ¡Es Flash, el superhéroe!
Además, Madrazo es un ejemplo de superación. Hace apenas seis meses, en el maratón de Londres, hizo un tiempo de 3 horas, 39 minutos y 35 segundos. La verdad, es un muy buen tiempo y Madrax es un fondista nato. Pero eso también quiere decir que, con arduo entrenamiento, bajó sus tiempos casi una hora.
Si, financiándose por si solo, hizo ese milagro ¿qué no podrá hacer con una beca de CIMA? Fácil le baja otra media hora y nos da medalla en Pekín.
Una última reflexión: ¡Cuánta gloria olímpica nos perdimos en los años mozos de Madrazo, por culpa de la maldita grilla!

miércoles, octubre 03, 2007

Ocasos y soles nacientes


Mexicanos en GL. 2007

2007 no fue un mal año para los mexicanos en las mayores. 20 peloteros aztecas vieron acción, y la lista histórica de connacionales en la Gran Carpa superó el centenar. Amanecieron dos grandes jóvenes prospectos: Joakim Soria y Yovani Gallardo, quienes compiten por el título de Novato del Año (que no ganarán). Un tercero, Luis Alonso Mendoza, puede seguir sus pasos. Hubo una consolidación importante, la de Adrián González como gran tolete. Y también hubo dos renacimientos: el de Oliver Pérez, quien parece haber encontrado la brújula perdida y el de Luis Ayala, que regresó por sus fueros tras una exitosa operación y una larga rehabilitación. Otros, como Alfredo Amézaga y Edgar González, se asentaron como ligamayoristas. En cambio, fue un año sufrido para Jorge Cantú y los veteranos Esteban Loaiza y Rodrigo López; los dos últimos ven cercano el ocaso. Ricardo Rincón fue contratado, pero nunca jugó y se despide de las Mayores.

Este fue su desempeño acumulado en la temporada.

Adrián González. El tijuanense se consolidó en 2007 como un bateador sólido y un guante de primera en la idem de San Diego. El Grand Slam que conectó el último día de la campaña –en el juego que eliminó a los Padres- sirvió al menos para darle redondez y triples dígitos a sus números en la campaña: 30 cuadrangulares, 100 carreras impulsadas, 101 anotadas, con .282 de porcentaje. Más relevante aún, tomando en cuenta que juega de local en el estadio que más favorece a los lanzadores. De hecho, Adrián encabezó las mayores en hits de dos o más bases como visitante. (Y si nos ponemos necios, y simplemente duplicamos sus estadísticas de visita, habría terminado con 64 dobletes, 40 jonrones y 128 producidas).

Joakim Soria. El coahuilense fue la primera gran novedad entre los peloteros mexicanos de grandes ligas. Su efectividad, guiada por una recta cortada extraordinaria, y su calma en el montículo, le hicieron adueñarse del puesto de cerrador de los Reales y, a pesar de lo débil del equipo, obtuvo 17 salvamentos, superando a Salomé Barojas en número de rescates por un pitcher novato mexicano. En octubre estuvo intratable, con 1.59 de carreras limpias. En el año, 2 ganados, 3 perdidos, 2.48 de PCL y 75 ponches (en promedio recetó más de un chocolate por inning lanzado). Una promesa hecha realidad.

Oliver Pérez. El de Oliver fue el regreso del año. Tras un terrible 2006, con 3 ganados y 13 perdidos, el culiacanense fue el mejor en la famosa rotación de los Mets. Cuando estaba controlado no hubo quien le hiciera sombra, y su personalidad ocurrente cayó muy bien entre la fanaticada. En septiembre tuvo marca de 3-1, pero el juego perdido resultó crucial en la debacle de los Metropolitanos. Terminó 2007 con 15 victorias, 10 derrotas, 3.56 de efectividad (el noveno en la liga) y 175 sopitas de pichón (de a una por inning). Un poco más de control y un poquito, sólo un poquito menos de temperamento, harán de este zurdo una estrella muy brillante.

Yovani Gallardo. Si alguien se pregunta por qué los Cerveceros de Milwaukee no pudieron mantenerse en la cima de su división, parte de la respuesta está en que no subieron antes a Yovani Gallardo. El novato michoacano demostró que es un estelar en ciernes, con un variado repertorio de lanzamientos, bastante estabilidad y hasta capacidad de bateo. En septiembre lanzó 21 entradas seguidas sin permitir anotación y tuvo una magnífica efectividad de 1.36. En su campaña de debut, 9 ganados con 5 perdidos, PCL de 3.67 (que hubiera sido de 2.84 de no ser por una apertura desastrosa) y 101 ponches.

Luis Ayala. Otro de los retornos amables del año. Sin grandes números, y llegando de sus lesiones a media temporada, la contribución de Luis Ignacio ayudó en mucho para que los Nacionales de Washington estuvieran lejos de hacer el ridículo que les habían previsto los analistas. Consistencia es el segundo apellido de Ayala, quien en septiembre se agenció 2 victorias y un rescate, para terminar con 2-2, 3.19 y un salvado.

Alfredo Amézaga. Durante buena parte de la temporada, el sonorense lució en distintas posiciones, con los Marlines. Más de 10 juegos en la segunda base, en el short y en la tercera; algunos en primera base y la mayoría en el jardín central. Amézaga ha superado su principal problema, que era el bajo porcentaje de bateo y se ha establecido en otro piso. Terminó el año con .263, 2 cuadrangulares, 30 producidas y 13 bases robadas.

Edgar González. El único mexicano en pasar a los playoffs, fue pieza importante para los Diamantes de Arizona. Como quinto abridor, cumplió a secas, supliendo a Randy Johnson. Como relevista largo, aunque menos efectivo, ganó varios juegos y –sobre todo- se comió muchos innings, lo que permitió que, a diferencia del año pasado, el bullpen de Arizona fuera funcional. En septiembre ganó 2 y perdió 2. Sus dos últimas salidas fueron fallidas, con lo que se le escapó la posibilidad de abrir en postemporada. Termina 2007 con récord de 8-4 y un poco agraciado 5.09 de limpias, debido en parte al problema de que admite demasiados palos de vuelta entera.

Luis Mendoza. El joven veracruzano, conocido como el Harry Potter del montículo, subió al equipo grande de Texas, en un salto desde AA, y lució bastante en su breve periplo, que fue mucho más que una tacita de café. Abrió dos juegos, que dejó ganados, sacó varios lanzamientos de la chistera y terminó con marca de 1-0 con un muy bueno 2.25 de efectividad. Deberá estar en el roster inicial de los Rangers en 2008.

Oscar Villarreal. 2007 fue un año más bien gris para el regiomontano. Se mantuvo en el bullpen de Atlanta, pero sin pena ni gloria, con actuaciones excelentes, regulares y malas. La estadística de 2-2, con un salvado y 4.24 de limpias nos dice que Óscar fue útil, pero no brillante.

Rodrigo López. Empezó muy bien y ayudó a los Rockies a pelear por el campeonato. Se lesionó, volvió sin ser el mismo y eso sólo sirvió para que empeorara y lo tuvieran que operar del tendón flexor de su brazo de lanzar. Se perderá 2008 y esperamos en 2009 su regreso. Podrá ser como el de Luis Ayala, sin perder su efectividad, o como el de Erubiel Durazo, a la Liga Mexicana. Terminó el año con 5-4, y 4.42.

Dennis Reyes. El zurdo de Sinaloa empezó muy mal el año y luego se compuso para ser el que había dominado a los bateadores en 2006. Una inflamación en su codo izquierdo lo dejó fuera de acción. Terminó con 2-1 y efectividad de 3.99.

Jorge de la Rosa. El Señor Inconsistencia lanzó varias joyas de pitcheo, con 8 salidas de calidad, con las que tuvo marca de 7-1. Juega en un equipo –los Reales- que no apoya mucho con el bat y casi todas sus otras salidas fueron de plano malas, por lo que sus números en la campaña fueron de 8 ganados y 12 perdidos. Estuvo un rato en la lista de lesionados. Su gran problema son las bases por bolas.

Esteban Loaiza. A una larguísima espera en la lista de lesionados siguieron dos magníficas salidas con los Atléticos de Oakland y una muy buena con los Dodgers. Después vino la debacle: cuatro derrotas seguidas en las que se vio a Loaiza descontrolado y poniendo la pelota para que se la fongueran. Revisaron su mecánica, vieron que ahí no estaba el problema y diagnosticaron “brazo muerto”. Ojalá reviva en 2008, pero por lo pronto, chapeau para Billy Bean, que lo vendió y demostró que nunca hace malos negocios, aún cuando lo parezcan. Los números del tijuanense en 2007: 2-4, 5.79 de limpias y tantos pasaportes (20) como chocolates.

Jorge Cantú. Quién iba a decir que el tamaulipeco iba a considerar que compartir la primera base de los Rojos era ya un avance. Tampa lo dejó en la banca durante buena parte de la campaña, lo bajó a menores y le llenó el hígado de piedritas. Regresó a la gran carpa vía Cincinnati, y sus números mejoraron. En el mismo número de turnos, Cantú bateó 12 hits con un doble y 4 impulsadas para las Mantarrayas… y 17 hits, 8 dobles, un cuadrangular y 9 impulsadas para los Rojos. Lo mejor de su retorno fue su paciencia en la caja, que le dio el mejor OBP de su carrera. Finalizó con .252, 1 y 13, y con la esperanza de adueñarse de un puesto titular el próximo año.

Elmer Dessens. Trapeó innings con Milwaukee hasta que se lesionó, primero, y lo corrieron, después. Los Rockies lo redimieron y allí también trapeó innings, con una salida de calidad y alguna paliza. Su desempeño no fue suficiente para quedarse en el roster estrecho de postemporada. Sus números: 2-2 y un nada agradable 7.15 de limpias.

Juan Castro. El sonorense, como siempre, brilló con el guante. Y, como de costumbre, estuvo oscuro con la majagua: .180, 0 cuadrangulares y 5 producidas. No acabó la temporada porque terminó lesionado.

Jorge Campillo. El pitcher ganador del partido clave de México en los Juegos Panamericanos fue subido, de nuevo a fin de año, al equipo grande de los Marineros de Seattle. Lo más relevante de su actuación fue la gran bronca que provocó al tirarle pelotazos a la cabeza a Vladimir Guerrero. Seattle perdió en todos los juegos en que participó el de Tijuana. En el año: 0-0 con 6.75 de limpias, una expulsión y una suspensión.

Humberto Cota (.286, 0, 3) perdió no sólo la titularidad, sino también la suplencia en la receptoría de los Piratas; Oscar Robles (.231, 0, 2), estuvo un rato con los Padres, bajó a AAA y regresó sólo para bajar aún más su porcentaje de bateo; Gerónimo Gil jugó un ratito en Colorado, bateó para un microscópico .071.