jueves, octubre 04, 2007

Biopics: De gira con Echeverría IV

Como los de la Comitiva Especial nomás estábamos para hacer bulto, al séptimo día descansamos. Protocolo organizó una excursión para visitar el radiotelescopio del Instituto Max Planck, pero el clima estaba lluvioso. Así que quedamos con Rodolfo de visitar Colonia y Dusseldorf; él consiguió dos VW de lujo, con chofer, y se impuso a los intentos del Capitán Salinas de mantenernos en un tour destinado al fracaso.
Salimos Rodolfo, Pablo, Consuelo, Castañares, Carreto y yo. Mapes se quedó dormido. Mi recuerdo es de la amplísima autobahn y que todo a nuestro alrededor eran enormes y modernas plantas industriales. Llegando a Köln, Rodolfo nos señaló pequeños restos de edificios destruidos por los bombardeos durante la guerra. Colonia, por lo tanto, era muy moderna, con la catedral al centro, milagrosamente salvada.
Esta iglesia es muy impresionante y sobre todo ostensiblemente austera. Parece, a mis ojos siglo XX que no escatimaron esfuerzo para que así fuera, mortificadora de la carne.
En Colonia nos topamos con la tripulación del avión presidencial y con el grupo que Alvaro Echeverría bautizó como “Los Hermanos Marx”: los de la Iniciativa Privada, Faesler y Conchello.
Paseando, nos topamos con una sex-shop. Entramos a fisgonear y, como echábamos mucho desmadre, nos invitaron a salir (en italiano). Alemanes y alemanas muy serios leyendo y haciendo sus compras. Ya afuera nos dimos cuenta que faltaba Carreto, cuando entramos a buscarlo, pasan los de la IP.
-Estamos buscando a un compañero que se quedó adentro –justifica Rodolfo.
-Ustedes que pueden –responde Conchello. ¿Qué pueden entrar sin pruritos o que pueden, punto y basta?
Carreto se había encerrado a ver una peli, al fin salió, nos fuimos a tomar un helado –que recuerdo carísimo- y de ahí a Dusseldorf.
Dusseldorf tiene calles amplias y gente muy elegante. Jardines y estatuas. Imité a Isadora Duncan bailando con mi bufanda y recordé dos o tres palabritas de mi alemán (reducido a casicero). Caminando por la calle principal decidimos pararnos a ver un rato el río correr y los jardines y la gente. Prendimos un cigarro. Luego decidieron seguir caminando y yo no, porque me mareo. Me quedé sentado en una banca con la esperanza de alcanzarlos pronto. Vi la gabardina de Consuelo y los seguí varias cuadras, todo para ver que la gabardina de Consuelo era en realidad de una señora germana y que yo estaba perdido en una ciudad desconocida.
Regresé a donde los había dejado y los encontré, buscándome.
Luego fuimos a comer al “restaurante de los periodistas” y de ahí a Colonia, donde se iba a efectuar la recepción que ofreció el embajador a la colonia mexicana en Alemania.
Llegamos con anticipación. Las secretarias de la embajada llevaban los mismos peinados de colmena y la misma moda que usaban en México años atrás, como si para ellas el tiempo se hubiera detenido. La mayoría de los miembros de la “colonia mexicana” nos veía con una suerte de admiración: viajábamos con el Presidente. Un tipo se acercó a explicarnos su revolucionario método para la industrialización de la basura en México.
Cuando llega Echeverría, le dice a Consuelo que su jorongo era lo más bonito que había visto en todo el viaje. (No me pregunten si llevaba el jorongo bajo la gabardina),
-Ay muchas gracias, Señor Presidente.
Sirvieron antojitos mexicanos y al rato llega el tipo de la basura emocionadísimo, después de saludar al Primer Mandatario.
-Le comenté sobre mis estudios y le entregué mis escritos, aunque no estaban corregidos. ¿Ustedes creen que el Presidente los lea?
-El Señor Presidente lee todo, se lo aseguro –contesté serenamente.
De esa reunión, nos fuimos a la cena de industriales. Yo, luego luego me puse mareadón por las tres o cuatro copas de champagne que sirvieron a la entrada. Sirvieron más champagne y Pablo y yo andábamos cuetes. Yo quería salir a orinar y tomar aire, pero el ojete del Capitán Salinas no me dejaba. Breve discurso de Echeverría y de un alemán. La I.P ahora sí de cuerpo presente, hasta adelante y puro en boca. Se les cae la sonrisa cuando Echeverría dice: “Y ahora les dirigirá la palabra un representante de los empresarios mexicanos”. Barroso le dice a Yarza: “Ve tú”. Yarza responde. “No, tú”. Total, va Yarza y se echa un discurso todo culero: vengan, necesitamos sus inversiones, en serio, por favorcito.
Durante la traducción alemana del discurso, Alejo –quien se había dado cuenta de nuestro estado inconveniente- nos sacó a Pablo y a mí. Pablo, enojadísimo con el discurso “vendepatrias” de Yarza. Regresamos a tiempo para ver a unos tudescos que miran con desaprobación cómo el General Castañeda se lima las uñas. No la haría como Presidente ¿o sí?


Al día siguiente, tomamos el avión para ir a Italia. Un par de cazas alemanes nos escoltaron hasta llegar a la frontera. Estaban tan cerca que le veías la cara al piloto. Trato de hacer conversación con Alexis Grivas, camarógrafo presidencial, pero no me pela.
Como siempre pasa, la gira en Italia se complicó. Originalmente íbamos a llegar a Nápoles, a visitar la fábrica AlfaSud, pero estaba en huelga. Aterrizamos en Brindisi, donde nos metieron en un camión para ir hasta Taranto, donde visitaríamos la fábrica Italsider.
Durante el trayecto, Castañares (llamado “Casta” desde nuestra furtiva visita a la porno-shop) estaba a mi lado, preocupadísimo. “Ejto ej el sujdesarrollo”, decía con su acento tabasqueño, “yo no me quiero quedar aquí”. Y sí, lo que se veía era una campiña tipo Aguascalientes, pero con mujeres enlutadas, el camión no olía precisamente a rosas y el chofer era un cafre.
El conductor tenía el radio a todo volumen, una canzonetta que decía: “Che viva il nostro grande sole! (se repite tres veces) Viva l’amore!”
En tanto, Grivas sigue grabando y hablando con el chofer, que mueve mucho las manos al responder. Enfrente, un anuncio: “Vietato parlare all’autista”.
Llegamos a Italsider (Taranto se parece a Manzanillo) que es una parte de los proyectos para la industrialización del sur de Italia, que está mucho muy atrasado respecto al norte. Ahí hubo una explicación sobre la planta y sobre la parte del complejo siderúrgico Las Truchas, que realizará esta misma empresa. Casta suda y apunta números, empieza a bajar la neblina.
Salimos del edificio de oficinas y a Echeverría lo recibe un grupo de obreros que le explican que ayer hicieron huelga de 24 horas y que mañana harán otra. Echeverría, político, les dice que espera que todo se arregle bien y se sube al camión a darle la vuelta a la fábrica.
Afuera de las moles metálicas vemos decenas de obreros en actitud burlona o retadora. Un guía trata –inútilmente- de explicarnos lo que vemos. Algunos obreros levantan el puño. Julio Figueroa voltea y me sonríe: ha pintado una hoz y un martillo en un papelito y lo enseña a los obreros por la ventana. Más puños cerrados se levantan. Empiezan las preguntas políticas al guía. Voy en la parte trasera del camión y enseño, temeroso, mi puño. Obtengo, a cambio, sonrisas amplias y más puños que se levantan. Femito, en tanto, le hace competencia a Grivas con la cámara cinematográfica que le regaló Sansores.

De ahí nos fuimos al puerto de Taranto, donde comimos en un barco y sirvieron comida que identifiqué entonces como napolitana. Los meseros no se preocupan de qué lado sirven el plato y los del Estado Mayor otra vez nos dejan sin degustar el café.
Salimos y hacía un frío del carajo. Cuando Echeverría lo hizo, Gran Movimiento en tres barcos, guardias y cañones en acción. Después, himnos nacionales y en el italiano me meto un segundo las manos en los bolsillos, ganándome exagerada reprimenda del mamón de Fausto Zapata (en realidad no era exagerada, pero así era yo de provocador).
Luego tomamos el camión a Bari y de ahí al aeropuerto de Roma, donde lo impresionante era la cantidad de militares con metralleta en pose de francotirador.

En Roma nos alojamos en el Gran Hotel, tremendo lujo. Ya habíamos saludado al Doctor Edmundo Flores en el aeropuerto y en el hotel nos tomamos un trago con él. Allí nos hizo la Gran Revelación.
Flores nos contó que el Señor Presidente planeaba mandar a su hijo Pablo a estudiar fuera del país, pero que no se notara que había salido fuera. Por eso otorgó las becas para estudiar “Ciencias de la Alimentación”. Éramos la cortina de humo tras de la cual se escurriría el hijo del Presidente. El doctor Flores le contestó a Echeverría que muy bien, pero que él no se hacía cargo de la seguridad del muchacho. Le recordó que, recientemente, en Italia habían secuestrado al nieto del millonario Paul Getty, que le habían cortado una oreja y que el correo italiano es tan lento que la oreja se tardó 15 días en llegar de Nápoles a Roma, cuando el tren hace dos horas y media y la carta era de entrega inmediata. El Presidente, al parecer, se había echado para atrás, aunque Pablo se hubiera entusiasmado con la idea.
Es interesante cómo se dan las circunstancias, cavilé años después. Nos escogieron a nosotros, aunque no habíamos terminado la carrera, porque éramos de la misma edad que Pablo. Y de seguro vieron, en el pobre currículum de cada uno, un dato clave: éramos chicos de clase media, de prepa privada. Nos sabían izquierdistas, pero no ultrosos. Ya nos curaríamos. Nuestro trabajo iba a ser el de compañeros de Pablo. Por eso teníamos en esa gira un lugar por el que más de un diputado daría las nalgas. Pero, conexiones del destino, el nieto de Getty perdió una oreja, Flores ganó un argumento para evitarse dolores de cabeza y nosotros jamás volvimos a ver a Pablo. La vida es una tómbola.

No hay comentarios.: