lunes, marzo 31, 2008

Biopics: Tensiones y cajas de embalaje


Poner la casa no fue sencillo. Compramos colchones, almohadas, sábanas y cobijas (yo, el doble), Franco y Otello nos regalaron una mesa vieja, para la cocina, y unas sillas. También nos dieron una hornilla, que nos permitiría cocinar. Compramos un tanque pequeño de gas y Franco nos lo conectó simultáneamente al boiler y a la cocineta, con lo que al fin tuvimos agua caliente para bañarnos.
El problema era el resto del mobiliario. A diferencia de lo que conocíamos con anterioridad, en Italia no eran comunes los clósets, y la gente ponía su ropa en armarios. Tampoco teníamos librero, ni escritorio. Ni dinero para comprarlos. Así que abordamos el problema, pero de manera muy distinta.
Un día, Mapes y Carreto faltaron a clases y comí con Janette en la trattoria Dina, una de las pocas fondas baratas que había en la ciudad y a la que los mexicanos nos volvimos asiduos. De regreso nos encontramos a Jorge, Eduardo y un cuate chihuahuense que había estudiado inglés y había llegado a visitar a Mapes. En el departamento había un montón de cajas de embalaje. Franco y Otello los habían llevado a recogerlas a una fábrica de autos (quiero pensar que la Ferrari). Su intención –a la que se abocaron apasionadamente, con el chihuahuense- era construirse su armario-librero.
Estuvieron chingándole a la carpintería lírica una semana entera, a menudo hasta altas horas de la noche. En tanto yo –consciente de que no se me da el trabajo manual- me dediqué, con Janette, a buscar maderas y ladrillos en las construcciones cercanas, para hacer algo mucho más simple: un mueble grande abierto, con ladrillos como columnas y pedazos de madera cubiertos de papel tapiz como pisos, en el que colocamos la ropa, y otro chaparro, con dos maderas muy largas y su respectiva fila de tabiques, que servía como librero. También me hice de un triplay grande, que pinté de color café y coloqué sobre una base de metal que me había regalado Franco. Ya tenía escritorio.
Eduardo y Jorge, en tanto, serruchaban, ponían bisagras, hacían puertas, páneles y un ruidero infernal. Supongo que querían que los ayudáramos, pero ni lo pidieron abiertamente ni mucho menos nos ofrecimos. Al final, a Eduardo le quedó bastante mono su mueble; el de Jorge era más grande y extravagante, una suerte de catedral de madera barata bastante loca, y parecía notablemente menos seguro. Había dejado un hueco en el que metió la cama: la cabeza quedaba debajo del armatoste y a mí me daba cosa que un día se le cayera encima.
Cuando hubieron terminado, se decidieron a limpiar aquello, que parecía el taller de Pepe el Toro. Ese día íbamos Janette y yo a salir a dar un paseo, cuando Mapes, con cara adusta, indica hacia un ladrillo mío que había sobrado y, con un gesto mandón, sin palabras, exige que me lo lleve.
Mi mamá me decía “polvorita”, por mi carácter explosivo. De un jalón se me sube la bilirrubina y a los pocos segundos se me baja. Dice que lo heredé de mi papá. Será la herencia, pero cuando tomé el ladrillo que se me sube la bilirrubina y amenazo a Eduardo con tirárselo. En ese momento se me baja, pero a él se le sube, blande la escoba que tenía en la mano y me amaga con ella. Janette y yo salimos corriendo, entre mentadas. Cuando regresamos, horas después, Eduardo ya no estaba. A diferencia de mí, es difícil que Mapes se encabrone, pero cuando le pasa, le dura un buen rato. Esa vez su enojo fue tal que se fue a calmar tres días a Roma. Cuando regresó, todo había vuelto a la normalidad. Creo que fue el único enojo serio, pero bien efímero, que tuvimos Eduardo y yo en varios años de convivencia.


En bicla por Via Emilia

Jorge, Eduardo y yo también nos compramos unas biclas. Fuimos con Otello, a un tallercito donde las vendían de segunda y tercera mano. Bicis de ciudad. Mapes y yo compramos las más baratonas; Carreto, una un poquito mejor. Platiqué con Janette y decidimos no comprar una para ella, a como estaban las cosas financieras.
De la casa –que estaba en la esquina oriente de la ciudad- a la Facoltà –que estaba casi en el extremo sur- hacíamos media hora en bicicleta. Con el tiempo fuimos descubriendo las mejores rutas, pero los primeros días nos íbamos por el peor lugar pensable en la peor temporada posible: Via Emilia en noviembre.
La Via Emilia es una larga calzada en línea recta que une la ciudad de Rímini, en el Adriático, con Piacenza y Milán. A lo largo de esta vía se desarrollaron distintas ciudades: Bolonia, Módena, Reggio, Parma, a las que cruza por el centro. En la medida en que uno se mueve hacia la periferia, Via Emilia se convierte en la carretera libre que une a Módena con Reggio y con Bolonia.
El protector de Módena es San Gemignano, un obispo que obró un milagro grandioso. Cuando Atila asolaba la península itálica –y se decía que donde el Flagellum Dei pasaba no volvía a crecer la hierba- Módena estaba en su itinerario. San Gemignano rezó para salvar a su querida ciudad. El día que pasó Atila había una niebla tan densa que ninguno de los Hunos notó que estaba atravesando Módena.
Pues bien, el paso de Atila por la vieja Mutina ha de haber sido en noviembre, mes en el que –como dice el cantautor Francesco Guccini- “fuman nubes bajas”. En esa época del año todos los objetos pierden su contorno y parece que puedes cortar la niebla en pedacitos.
Nosotros, locos, regresábamos de la escuela por Via Emilia, pedaleando bien duro para que se viera la luz trasera, activada por una dinamo. De seguro no se veía ni madres y los trailers nos pasaban rozando. Como nuestra vuelta era a la izquierda, nos deteníamos en la cuneta y, tras unos minutos de espera, al momento de no divisar vehículo alguno –lo que no era sencillo, a pesar de que todos llevaban faros de niebla- nos convertíamos en una sombra que cruzaba Vía Emilia hecha la mocha.

Sin calefacción, el refri está en el balcón

Pasaban los días y el frío empezaba a calar. Descubrimos pronto que no había necesidad de refrigerador. Ponías una botella de vino en el balcón y al poco tiempo ya estaba fría. Un par de huacales sirvieron para colocar allí los alimentos. No lo sabíamos, pero dentro de algunas semanas más, el refri balconero se convertiría en congelador.
En esos días llegó a Módena la mamá de Carreto, a visitar a su hijo. Estuvo pocos días. Se la pasó tejiendo, nos contó un par de anécdotas de su juventud, se clavó con un disco de Mina y nos invitó unas pizzas. Cuando regresó a México, le dijo a mi mamá que yo no tenía ni para un café.

jueves, marzo 27, 2008

Leyendas olímpicas: Dorando Pietri

La llegada de Dorando Pietri a la meta es una de las imágenes más recurrentes en la historia de los juegos olímpicos de la era moderna. Este diminuto carpigiano (provincia de Módena) era un fondista que había conseguidos distintos éxitos antes de competir en el primer maratón olímpico en el que se corrió la distancia de 42.195 kilómetros. Fue hace un siglo, en los juegos de Londres, 1908 (la distancia agregada era para que la línea de llegada estuviera frente al palco de la reina).

Pietri se mantuvo en el grupo hasta la mitad de la prueba, cuando empezó a acelerar. Faltando 10 kilómetros, iba en segundo lugar, detrás de un sudafricano. Dorando fue avisado de que el líder de la prueba había entrado en crisis, y redobló el paso, rebasándolo en el kilómetro 39.
Al entrar al estadio, deshidratado y desfalleciente, Pietri dio una vuelta equivocada. Los jueces le hicieron notar su error y, al momento de regresar, cayó por primera vez. Se levantó y prosiguió lentamente su paso. En el calvario hacia la meta tendría otras cuatro caídas; en cada una de ellas, los jueces lo ayudaron a levantarse. Se tardó diez minutos en avanzar los últimos 350 metros. Aún así, totalmente exhausto, protegido por los jueces y ante los aplausos de 75 mil espectadores, fue el primero en terminar la carrera.

En segundo lugar arribó un competidor de Estados Unidos y el equipo de las barras y las estrellas levantó una queja contra la ayuda recibida por el italiano en los últimos metros. Pietri fue descalificado.
Arthur Conan Doyle, el famoso creador de Sherlock Holmes, estaba entre los espectadores aquel día, cubriendo el evento para el Daily Mail. Allí escribió: “La gran empresa del italiano jamás podrá ser borrada de los archivos del deporte, independientemente de la decisión de los jueces”. Tenía razón.
A iniciativa del escritor y del diario, por suscripción popular se hizo un trofeo conmemorativo, que la propia reina Alexandra entregó a Pietri en una ceremonia especial. La conmoción causada por su esfuerzo sobrehumano lo había hecho, de inmediato, en Inglaterra y en el mundo entero, un personaje inmensamente popular.
Tras los juegos, Dorando siguió compitiendo, y ganó buen dinero como profesional. Pero nunca volvió a participar en juegos olímpicos.

miércoles, marzo 26, 2008

Biopics: La Facoltà

En los días de nuestra entrada a la Facoltà di Economia e Commercio tuvimos una larga plática con Michele Salvati, el profesor más influyente (y el viejo cuate de Lajous). En ella, nos explicó que el plan de estudios era bastante flexible y que nos habían revalidado las materias obligatorias por nuestros “estudios de licencia” (como la hoja de materias de la UNAM decía “Licenciado en Economía”, que es el nombre de la carrera, asumieron que se trataba de un grado intermedio). Había diferentes “direcciones” de los estudios. En la “básica”, combinabas materias de economía polìtica con otras de economía empresarial; había una histórica, otra matemática y una teórica, y cada una de ellas era una especie de guía, que no había que seguir a pie juntillas. Los tres escogimos la dirección “teórica”, que nos evitaba –hasta cierto punto- materias relacionadas con la jurisprudencia y las peculiaridades italianas y no nos atosigaba de matemáticas.
Descubrimos que, según los italianos, nos habían hecho una revalidación parcial. Pero en realidad nos dieron un gran aliviane. De las 17 materias que había yo aprobado en México, revalidaron 11, con la salvedad de que las materias italianas eran anuales, y las mexicanas, semestrales. Salimos ganando.

El primer año, siguiendo los lineamientos comentados con Salvati, nos inscribimos a Teoría Económica, con Giancarlo De Vivo; Economía Política II, con Sebastiano Brusco, Matemáticas Financieras, con Carlo Bertoni; Planificación Económica Territorial, con Gianni Mottura e Historia de las Doctrinas Políticas, con Leonardo Paggi.
En los primeros días se me hizo un poco difícil entender las lecciones, particularmente la de matemáticas. Me hacía bolas con eso de la “ix” y la “ípsilon”, acostumbrado como estaba a la equis y la ye. Otra cosa que me golpeó fue el olor a sudor añejo que albergaban las aulas. Si bien, por razones de la falta de gas, esas primeras semanas yo tampoco me bañaba, el tufo al entrar era repelente en el sentido estricto de la palabra: abrías la puerta y como que el olor te rebotaba. Y una de mis primeras sorpresas fue ver que en el pasillo había unos enormes muebles que servían como gancho colectivo: todos llegaban colgaban allí sus abrigos y se metían a clases. Mi primer pensamiento fue: “¡Cámara, aquí nadie se roba los abrigos!”.

En Teoría Económica leíamos a Knut Wicksell, de quien sólo habíamos tenido vagas referencias en México. La escuela escandinava del pensamiento marginalista, muy interesada en la sustitución de bienes; a la izquierda de la inglesa –que era la dominante aquellos años- y muy a la izquierda de la austriaca –que pasó a ser hegemónica en los ochenta. De Vivo era un maestro novato, con quien no hice química.
Bertoni, el de Matemáticas Financieras, se parecía al profesor chiflado (versión Jerry Lewis), sólo que pasadito de peso. Era simpático y explicaba bien, sólo que su materia estaba difícil: además de las matemáticas financieras en sentido estricto, vimos vectores, autovectores, valores, autovalores, y algo de programación en Fortran.
Gianni Mottura decía ser el Papa de los Valdeses (era sacerdote de la iglesia valdesa) y además era dirigente de Avanguardia Operaia (Vanguardia Obrera). Su clase pudo ser maravillosa, si se hubiera ceñido al tema –estrictamente, la planeación económica del territorio: delimitación de zonas fabriles, comerciales, habitacionales, mixtas y verdes en función de las expectativas económicas y demográficas, algo en lo la que la ciudad y la provincia de Módena eran ejemplos excelentes-. Pero andaba en el rollo de explicar cómo se forman el empleo y el desempleo en sus distintas categorías, haciendo énfasis en la situación de las mujeres y en los cambios cualitativos en la composición de las tasas de desempleo a partir de la migración del campo a la ciudad. Algo también muy interesante, pero no tan novedoso para mí como lo otro. Por otra parte, a Mottura le gustaba bajar a cada rato al bar a echarse una copita.
Sebastiano Brusco era la verdadera autoridad en planificación económica territorial, y –al menos en términos de difusión y autopromoción- pieza importante en la ordenada opulencia modenesa. Pero su curso era, casi en su totalidad, un análisis minucioso del libro de Piero Sraffa “Producción de mercancías por medio de mercancías”. Sraffa fue un economista cercano a Keynes, pero también a Gramsci (de hecho, él le regalo las plumas y los cuadernos con los que el líder marxista escribió sus famosos “Cuadernos de la Cárcel” del líder marxista) que fundó la teoría neo-ricardiana, a la que estaban adscritos varios importantes profes de la Facoltà. Se tardó más de 30 años, desde su refugio en Cambridge, Inglaterra, en escribir las 120 páginas de su librito, y nosotros casi un año en mal entenderlo: se trata de un
modelo lineal de producción en el que, a partir de los salarios y la tecnología, se determinan la estructura de los precios relativos y la tasa de ganancia. Esto significa que el valor del capital sólo se puede conocer junto con los precios, y esto –a su vez- está determinado por la distribución del ingreso. Todo esto nos aleja de las tesis neoclásicas dominantes y nos regresa, indefectiblemente, al mundo de la teoría clásica, que se dedica al valor y la distribución. Junto con el libro de Sraffa, nos chutamos artículos de economistas italianos que eran, esencialmente, críticas sraffianas a la teoría dominante. Era un cambio radical respecto a la “crítica” que se hacía a los marginalistas en la UNAM, casi exclusivamente ideológica.
Brusco competía con Salvati como profesor influyente en la Facoltà; la ventaja de que él vivía en Módena y Salvati se largaba todos los viernes a Milán acabó, años después de nuestra partida, en darle la victoria.
La clase de Leonardo Paggi, Historia de las Doctrinas Políticas, era chida. Paggi no era economista, sino un historiador, situado en el ala izquierda del PCI. Allí descubrimos a Bobbio, nos metimos en hondos análisis históricos acerca del liberalismo como fenómeno opuesto al consociacionismo y, obviamente, nos internamos en los complejos meandros de Gramsci, de quien Paggi es un gran experto. Al profesor le interesaba particularmente un tema cuyo estudio a mí también me parecía seductor: la génesis, desarrollo y muerte del fascismo.


Las 150 horas y los primeros amigos


Algunas de las materias de la Facoltà tenían presencia obrera. Una de las recientes conquistas sindicales en Italia era que las empresas tenían que conceder cada año 150 horas al 5 por ciento de su plantilla, para que se capacitaran en lo que quisieran. Los trabajadores, por su parte, se comprometían a utilizar otras 150 horas de su tiempo libre en dicha capacitación.
Dos de las materias obligatorias que nos habían revalidado, Economía Política I y Economía y Política del Trabajo eran frecuentadas por algunos de estos obreros. En particular, por cuadros sindicalistas. Asistimos como oyentes a algunas de estas clases. La primera era impartida por Fernando Vianello, un gordito barbón que explicaba con mucha claridad. La segunda, por Vittorio Foa, un importantísimo líder sindical, miembro de la dirección del Partido de Acción (de resistencia antifascista), luego del Partido Socialista y, en esa época, uno de los dirigentes nacionales del Partido de Unidad Proletaria (PdUP), que acababa de fusionarse con el grupo de Il Manifesto. Sus clases eran mucho de historia viva y había que conocer demasiado los nombres y las circunstancias, y nosotros no teníamos ese conocimiento. Lo entretenido era ver las preguntas y las posiciones de los obreros.

En los primeros días unos pocos condiscípulos se acercaron a nosotros. Francesca Bucciarelli, quien había estado en México invitada por los hijos del embajador italiano; Daniele Tomasi, El Loco de San Dámaso, un cuate que, cuando supo que éramos mexicanos, exclamó: “¡Qué envidia, pueden leer a Neruda en su lengua original!” y Claudio Francia, quien a la sazón era el dirigente de la sección universitaria del Partido Comunista. Con los tres trabamos una buena amistad. Carreto sigue siendo muy cuate de Daniele y, a la fecha, Claudio es uno de mis amigos más queridos y entrañables.

miércoles, marzo 19, 2008

Glorias olímpicas: Naim Suleymanoglu


De estatura, creció poco. A los nueve años, medía 1.13 y pesaba 24 kilos. Pero quería levantar pesas, una tradición en su Bulgaria natal. Llegó hasta el 1.50 y 60 kilos, en los que destacaba el músculo comprimido y bien entrenado. Con ese cuerpo alcanzó la gloria olímpica.
Era un fenómeno. A los 15 años empezó a despedazar los récords mundiales. Levantaba el triple de su peso. A los 17, era el gran favorito para llevarse el oro olímpico, pero el boicot de los países de la órbita soviética a los juegos de Los Angeles se lo impidió. Semanas después de los juegos, Naim levantó 30 kilos más que el campeón.
Jamás ganaría medallas para Bulgaria. A mediados de los ochenta, el régimen de Yitkov –tal vez para paliar el descontento interno- emprendió una persecución étnica contra la minoría turca, a la que pertenecía Naim Suleimanov. Pretendieron que el halterista renegara de su origen y afirmara que los otomanos habían forzado a sus ancestros a cambiarse el apellido. Se rehusó, pero de todos modos la prensa oficial publicó que había dicho lo que no había dicho. Aprovechó una competencia en Australia para desertar y solicitar la ciudadanía turca.
Con los padres del pesista como rehenes, hubo una intensa negociación entre las dos naciones. Turquía acabó pagando un millón de dólares por su liberación, y por su derecho para competir por el país de la media luna en los juegos de Seúl. Pasó a ser Suleymanoglu.
Lo que hizo en Corea no tiene precedentes. Rompió en añicos los récords mundiales: 152.5 kilos en arranque, 190 en envión. Derrotó al medallista de plata por 30 kilogramos y levantó más, incluso, que el campeón olímpico en la categoría inmediata superior.
De carácter exuberante, Suleymanoglu era a menudo personaje principal en la prensa escandalosa de Turquía. Pero en la competencia ponía mucha presión sobre sus rivales. Su táctica consistía en no ir a la segura, sino levantar pesos altísimos desde su primer intento. Así, derrotó fácilmente al búlgaro Peshalov en Barcelona, para conseguir su segundo oro. En Atlanta, se enfrascó en un duelo tremendo con un halterista griego, Leonidis, y tuvo que romper su propio récord mundial para obtener su tercer laurel. La táctica, sin embargo, no funcionó en Sydney, donde iba por una inédita cuarta medalla dorada.
El Hércules de Bolsillo es, según la opinión unánime, el más grande halterista de todos los tiempos.

viernes, marzo 14, 2008

Biopics: La Conferencia Mundial de Alimentación

Flores nos llamó a Roma para que participáramos en la Conferencia Mundial de Alimentación, a la que nos había inscrito como miembros de la delegación mexicana. Esta conferencia tenía como objetivo declarado buscar formas para eliminar el hambre en el mundo y fue inaugurada por el Secretario General de la ONU, Kurt Waldheim. Luego intervino Henry Kissinger. Nosotros llegamos más tarde, cuando Flores supo que el Presidente Echeverría iba a asistir y seguro preguntaría por sus muchachos becados en “Ciencias de la Alimentación”.
Por lo que nos adelantaron Flores, Solares y Antonio Mártir –a quien Flores, tal vez para paliar el retraso de la beca, lo había nombrado como una suerte de enlace entre la representación mexicana ante la FAO y la embajada, el pleito central era quién iba a financiar el combate al hambre. Los países ricos, por supuesto, no querían hacerlo. México había conseguido ser la cabeza del llamado Grupo de los 77 (que eran en realidad 102 naciones no-alineadas) a partir de una grilla enormísima que realizaron Flores y Solares, que sacó del juego a Argentina, a la que le correspondía por turno.
Luego de la primera sesión plenaria, en la que se plantearon los puntos de vista generales, la Conferencia se dividió en nueve grupos de trabajo: cada “mundo” (los industrializados, los comunistas europeos y los subdesarrollados) se ponía de acuerdo sobre tres temas y luego todo se discutiría en la plenaria. Nuestra misión era hacer bola (la delegación mexicana era casi tan grande como las de Estados Unidos, la URSS e Italia), pero a mí me tocó jugar un papel algo más interesante. De ello escribí, una semana después, a mi familia (y es lo que está en rojo).

Tuve la oportunidad de participar en la Conferencia de una manera entre chusca y patética. Sucede que el representante de México en la Comisión III del “Grupo de los 77” era uno de los zombies que mandó Brauer, el Secretario de Agricultura, y lo estaba relevando Antonio Mártir. Ahora bien, Mártir me necesitaba para que leyera en un inglés bien pronunciado el proyecto de resolución de ese grupo.
Cuando llegamos, todavía no estaba hecho y además, por un error de Valdés (el de la SAG), muy pocos representantes estaban en la reunión. Para acabarla de amolar, ese fue el día en que llegó Echeverría a Roma y el representante mexicano en la Comisión II se peló de la Conferencia “para ir a ver al Señor Presidente”, dejando encargado a otro tipo, que hizo lo mismo. Entonces se quedó solo Rodulfo Figueroa, del equipo de Flores, pero a la hora de la hora, tuvo que ir al aeropuerto “a entregar unas actas” (léase “ver al Señor Presidente”), dejándole el toro a Toño Mártir. Para esto, México encabeza el Grupo de los 77, así que imagínense qué show de mierda.
Así que quedamos Valdés, que no tiene idea de lo que se grilló para esta Conferencia, y yo, que no tengo experiencia ni conocimientos suficientes para estos casos, en medio de representantes de todo el mundo y tratando de sacar una resolución importantísima. Valdés no quería hacer nada y se salía de la mesa con la excusa de que no había quórum. Me invitó una coca y me dijo: “Mejor nos hacemos pendejos y nos vamos a ver al Presidente”. Yo le dije que iba al baño y fui a buscar consejo con Mártir, que estaba en la otra comisión, atado a una silla, defendiendo las posiciones de México. Me dijo que usara “mi experiencia en Economía”.

-Tú aguanta, y manéjate como si fueras la mesa de una asamblea estudiantil. Es lo mismo, pero con traje.
Convencí a Valdés y regresamos al auditorio. Era evidente que no iba a haber quórum, pero los representantes de India y Yugoslavia –que eran, junto con Argelia y Cuba, los países con los que México, a través de Alfonso Solares, había grillado con antelación- propusieron que se instalara una Comisión Redactora y se creara otra comisión “para buscar a los compañeros no-alineados y reunirnos aquí a las cinco”. Igualito que en Economía. Aprobamos el asunto. Llegaron a ver qué resolución habíamos tomado los representantes de los otros dos bloques. El del Primer Mundo (Bélgica) se burló de nosotros. El del bloque soviético (Bulgaria) nos miró con paternalismo. Y sí, ahí estaba la comisión tercermundista haciéndolo todo de última hora, el vietnamita levantando la mano para tomar la palabra.
Me dediqué a torear a Valdés un par de horas, que se me hicieron eternas. A eso de las cinco y media la Comisión Redactora terminó su labor y leyó el documento ante un auditorio que evidentemente no tenía quorum. Apenas acabado de leer el documento, algunos representantes propusieron agregados que fueron aceptados más por la prisa que por convicción. Sólo había 34 países presentes y Valdés no quería firmar la resolución (“aquí ya no hicimos nada, manito, al fin en la plenaria está Flores y nos saca de pedos”).

A las seis en punto de la tarde se fueron los intérpretes y todos teníamos que hablar en inglés. Esa fue la salvación, porque Valdés no sabe ni mais.
Valdés propuso que la resolución fuera solamente indicativa, porque no había quórum. A la hora de traducir, expliqué: “el Presidente [de la mesa] pide que la resolución sea indicativa, pero esa no es la posición oficial de México” y me eché el rollo de que tenía que ser oficial, porque los otros dos bloques tenían posición oficial. Siguieron hablando los delegados (“ya estoy cansado, manito, ya no le des la palabra a nadie”, me dijo Valdés), hasta que el cubano hace una propuesta de tres puntos concretitos: demos un voto de confianza a la iniciativa, avisemos mañana domingo a los delegados que no asistieron y vayámonos. Era el momento.
-Any objections? –dije- No? The session is closed, program approved. Y con gusto le pegué al martillo para declararlo.
Después Valdés, culero, no quería firmar el documento e insistía en que todavía había tiempo para ir a la recepción a la Embajada. El yugoslavo y el indio ya habían terminado la redacción y Valdés se resistía a firmar, porque no hubo quórum. Toño y yo casi tuvimos que arrastrarlo, porque temía perder la chamba.
Le explicamos que tenían que ser muy brutos los otros delegados para decir “hey, firmaron un documento y yo no estaba haciendo mi trabajo”, Mártir le prometió que él, personalmente, hablaría con los delegados que no asistieron.
Al salir del Palacio de los Congresos, en una noche ya fría y lluviosa, Valdés me dice, todavía preocupado.
-Híjole, a ver cómo nos va.
-Nos va a ir a toda madre, no te preocupes.
Un par de días después, el Proyecto del Grupo de los 77, Comisión III, ganó un par de artículos muy favorables en la prensa italiana, sobre cómo México encabezaba la lucha de las naciones emergentes en pos de un nuevo orden mundial, coherente con la Carta de los Deberes y Derechos Económicos de los Estados, etcétera.

El lunes siguiente, en la plenaria, Echeverría se echó un discurso en el que señalaba que la crisis alimentaria mundial se debía a la incapacidad del modelo de producción de las naciones ricas para crear solidaridad internacional, y propuso la creación de un Banco Mundial de Alimentos, así como otras iniciativas que estaban en los documentos aprobados por el Grupo de los 77 (entre ellos, el que había firmado, a rastras, el buen Valdés). Fue muy aplaudido y la prensa señaló que el presidente mexicano había sacado a la Conferencia de su parálisis.
Más tarde hubo una reunión multitudinaria con el Preciso, y Flores aprovechó para decirle que el Licenciado Ceceña nos había escogido porque “le estaban echando a perder la escuela… son demasiado buenos”, y preguntarle qué onda con nuestras becas. El Señor Presidente dio instrucciones precisas al General Castañeda para que el asunto se arreglara, pero no vimos al hombre del portafolio.

Nos tocó hacer bola en una breve gira que realizó doña María Esther Zuno de Echeverría. Comimos en unos jardines muy bonitos en algún lugar del Lazio, y luego visitamos la pequeña ciudad de Viterbo. La gente que estaba en la plaza central, excitada de ver tanto guarura y camarógrafo, creyó que el visitante era “l’onorevole Moro. Unos viejitos se asomaron de una ventana, saludaron a María Esther y ésta, resuelta, se metió al edificio y los visitó en su departamento. Salió a los pocos minutos, con lágrimas en los ojos:
-¡Cómo se puede querer tanto a alguien en tan poco tiempo! –exclamó.
Luego dimos una vuelta semiturística por el lugar (no había mucho que ver). Pasamos frente a la sede del Partido Comunista Italiano y la señora Echeverría pidió que le tomaran una foto frente al local. Pero sólo el fotógrafo de Presidencia. Llamó a Mapes y le pidió que posara junto a ella, “porque luego no me creen”.

miércoles, marzo 12, 2008

Biopics: En pos de casa modenesa

El inicio de clases se acercaba, y la búsqueda de alojamiento en Módena se hacía cada vez más urgente. Fuimos varias veces allí, quedándonos en el Albergo della Libertà, un hotel baratón frente a la sinagoga. La ventana de nuestro cuarto daba a un callejón, el Vicolo Squallore.
Carreto y Mapes tenían un concepto de lo que querían rentar; yo tenía otro distinto. A mí me interesaban los departamentos céntricos, con servicios, aunque fueran pequeñitos. A ellos les atraían casas semiabandonadas en la periferia, y se imaginaban remodelándolas. Necesariamente, asumí que era yo una minoría de uno (Janette terminaría yéndose, sabíamos) y me tenía que acomodar a sus intereses, evitando solamente que cayeran en algún exceso.
En cualquier caso, la oferta inmobiliaria era mínima y cara. Una situación bastante apremiante. En uno de nuestros viajes de regreso a Perugia, Jorge Carreto exclamó, desesperado:
-Si orita me dieran un boleto de regreso a México, lo tomaba.
-Yo también –respondí convencido.
-Pues yo no –dijo Eduardo con tono desafiante, y acto seguido rompió en dos su boleto de tren (eran unos cartones chiquitos y gruesos); luego lo rompió en cuatro, en ocho, en dieciseis…

La Facultad de Economía y Comercio no se encontraba ni en el Centro Histórico (ahí estaban Jurisprudencia y las oficinas administrativas) ni en Ciudad Universitaria (donde estaba la mensa, además de Medicina, Ingeniería, Ciencias, Biología, Farmaceútica y Agronomía), sino que ocupaba dos pisos en un moderno complejo de edificios, llamado Z-2, al sur de la ciudad.
Pues bien, un día estaban Carreto y Mapes tomándose un café en uno de los bares del Z-2, y estaban tan desesperados que le preguntaban a todo mundo si sabía de departamentos en renta. Allí hicieron conversación con un plomero que estaba haciendo reparaciones a su edificio, y con su cuñado, de oficio mediador de Plaza Grande (coyote en la compraventa de oro, diríamos en México): Franco Brighenti y Otello Bizzini. Ellos serían un grandísimo aliviane durante nuestra estancia en Módena, particularmente en los primeros meses.
Franco y Otello de inmediato se dispusieron a ayudarnos. Nos acompañaban en nuestra búsqueda, y en más de una ocasión abogaron por nosotros usando el dialecto modenés. Sucede que los modeneses, pueblerinos y prejuiciosos, tenían reservas hacia nosotros, jóvenes greñudos de un país extranjero y semidesconocido. Las expresaban de la mejor manera que sabían: confundiéndonos con italianos del sur. Con maruchèin. Esta palabra dialectal, cuyo significado literal es “marroquíes”, era utilizada comúnmente para referirse a todo aquel nacido al sur de los Apeninos, y que era abiertamente despreciado y discriminado por los ricos y supuestamente muy civilizados norteños.
-Más vale que no sean maruchèin, porque ellos plantan jitomates en la tina –dijo una hipotética casera.
Al final, cuando ya las clases propedeúticas habían empezado, a través de Otello conseguimos un departamento adecuado (el uso de la primera persona del plural es un decir: quienes lo vieron y dieron el sí fueron Eduardo y Jorge). Estaba en un edificio novísimo, era amplio, tenía dos recámaras y un comedor cerrado que podía servir como tercera recámara, baño, cocina, terraza y hasta garage. Eso sí, estaba en la periferia absoluta de la ciudad (de hecho, la calle no tenía ni nombre) y faltaba nomás que conectaran el gas, indispensable para el invierno que se avecinaba. El contacto de Otello era otro mediador, Leoni, que trabajaba para el propietario, el notario Zibordi. Por supuesto, hicimos un contrato perfectamente chafa, a nombre de I Signori Messicani.
Estábamos en la espera de que nos entregaran el depa cuando nos llegó una intimación urgente de Edmundo Flores. Teníamos que regresar a Roma. Estaba por iniciar la Conferencia Mundial de Alimentación. La Patria requería de nuestra presencia.

lunes, marzo 10, 2008

Cien películas italianas (a ser salvadas)


 Una iniciativa en Italia escogió 100 películas italianas a ser salvadas; todas, filmadas entre 1942 y 1978. De ellas he visto cerca de la mitad, pero me atrevo a decir que ni son todas las que están ni están todas las que son.
Varios críticos han señalado ausencias notorias. En primer lugar, no hay ninguna película de Sergio Leone y, si bien a muchos no nos gusta el spaghetti western, lo cierto es que Leone hizo un par de cintas míticas y fijó un estilo inigualable.
Algunos más señalan -y están en lo cierto- que faltan películas de Lina Wertmüller y Liliana Cavani. Si bien la Wertmüller es exageradísima, también creó un canon y tiene al menos dos obras inolvidables; Cavani es una buena artesana, y debió también quedar incluida.
El último director que, a mi gusto, debió ser incluido por su influencia a nivel mundial (y diré que tampoco soy fan y que ha salido de la lista en 2014) era Darío Argento, maestro del terror aterciopelado. Si está Luciano Salce -el director de Buzzanca-, Argento debería estar, con más mérito.
Pero lo que más me molestó de la lista fue su carácter políticamente correcto. Los expertos se cuidaron de poner una cantidad exigua de filmes rojos, de la época culturalmente riquísima en la que el neorrealismo se desarrolló en un cine abiertamente comprometido. Y también se cuidaron de eliminar aquellas cintas cuyo contenido sexual las hacía polémicas.

Aquí, mi lista alternativa, que incluye algo de lo poco bueno realizado después de 1978.


1. Los 25 que más me han gustado.
  1. I compagni (1963) - Monicelli
  2. 8½ (1963) - Fellini
  3. La vita è bella (1997) - Benigni
  4. Ultimo tango a Parigi (1972) - Bertolucci
  5. Amarcord (1973) - Fellini
  6. La caduta degli dei (1969) - Visconti
  7. C'eravamo tanto amati (1974) - Scola
  8. 1900 (1976) - Bertolucci
  9. Todo modo (1976) - Petri
  10. Il Fiore delle mille e una notte (1974) - Pasolini
  11. Edipo re (1967/I) - Pasolini
  12. Indagine su un cittadino al di sopra di ogni sospetto (1970) - Petri
  13. Satyricon (1969) - Fellini
  14. Film d'amore e d'anarchia, ovvero 'stamattina alle 10 in via dei Fiori nella nota casa di tolleranza...' (1973) - Wertmüller
  15. Salò o le 120 giornate di Sodoma (1975) - Pasolini
  16. Professione: reporter (1975) - Antonioni
  17. Roma (1972) - Fellini
  18. I racconti di Canterbury (1972) - Pasolini
  19. La lunga notte del '43 (1960) - Vancini
  20. Uccelacci e uccellini (1966) - Pasolini
  21. Pane e tulipani (2000) -Soldini
  22. Mamma Roma (1962) - Pasolini
  23. Umberto D. (1952) - De Sica
  24. Fatti di gente per bene (1974) - Bolognini
  25. Il Postino (1994) - Radford
15 clásicas.
  1. Il giardino dei Finzi-Contini (1970) - De Sica
  2. Bellissima (1951) - Visconti
  3. Roma, città aperta (1945) - Rosselini
  4. Il sorpasso (1962) - Risi
  5. Riso amaro (1949) - De Santis
  6. Il vangelo secondo Matteo (1964) - Pasolini
  7. La strada (1954) - Fellini
  8. Rocco e i suoi fratelli (1960) - Visconti
  9. Miracolo a Milano (1951) - De Sica
  10. Una vita difficile (1961) - Risi
  11. Le notti di Cabiria (1957) - Fellini
  12. Ladri di biciclette (1948)- De Sica
  13. Il buono, il brutto, il cattivo (1966) - Leone
  14. Il Conformista (1970) - Bertolucci
  15. La dolce vita (1960) - Fellini

Las otras 60:

  1. Sacco e Vanzetti (1971) -Montaldo
  2. Padre padrone (1977) - Hermanos Taviani
  3. Bianco e nero (1975) - Pietrangeli
  4. Sbatti il mostro in prima pagina (1973) - Bellocchio
  5. Una giornata particolare (1977) - Scola
  6. Morte a Venezia (1971) - Visconti
  7. Allonsanfan (1973) - Hermanos Taviani
  8. L’invenzione di Morel (1974) - Greco
  9. La grande bellezza (2013) - Sorrentino
  10. Travolti da un insolito destino nell'azzurro mare d'agosto (1974) - Wertmüller
  11. La classe operaia va in paradiso (1971) - Petri
  12. Il mostro (1995) - Benigni
  13. Il Grido (1957) - Antonioni
  14. Ro.Go.PaG (1963) - Rosselini, Godard, Pasolini, Gregoretti
  15. Accattone (1961) - Pasolini
  16. Mediterraneo (1991) - Salvatores
  17. Il deserto dei Tartari (1976) - Zurlini
  18. Un borghese piccolo piccolo (1977) - Monicelli
  19. Dillinger è morto (1969) - Ferreri
  20. I clowns (1971) - Fellini
  21. Cesare deve morire (2012) - Hermanos Taviani
  22. Manuale d’amore (2005) - Veronesi
  23. Il portiere di notte (1974) - Cavani
  24. Giordano Bruno (1973) - Montaldo
  25. Gruppo di famiglia in un interno (1974) - Visconti
  26. I nuovi mostri (1977) - Varios
  27. I soliti ignoti (1958) - Monicelli
  28. La tigre e la neve (2005) - Benigni
  29. Malèna (2000) - Tornatore
  30. Giulietta degli spiriti (1965) - Fellini
  31. Telefoni bianchi (1976) - Risi
  32. Amici miei (1975) - Germi, Monicelli
  33. La mandragola (1965) - Lattuada
  34. Francesco d'Assisi (1966) - Cavani
  35. Siamo donne (1953) - Fraciolini, Guarini, Rosselini, Visconti, Zampa
  36. Dramma della gelosia - tutti i particolari in cronaca (1970) - Scola
  37. Il Decameron (1971) - Pasolini
  38. Il compagno Don Camillo (1965) - Comencini
  39. Conviene far bene l'amore (1975) - Festa Campanile
  40. Le notti bianche (1957) - Visconti
  41. Nuovo cinema Paradiso (1989) - Tornatore
  42. Violenza al sole (1968) - Vancini
  43. Tototruffa '62 (1961) - Mastrocinque
  44. Piccolo mondo, Don Camillo (1952) - Duvivier
  45. Porcile (1969) - Pasolini
  46. I cannibali (1970) - Cavani
  47. I pugni in tasca (1965) - Bellocchio
  48. A ciascuno il suo (1967) - Petri
  49. Il Bell'Antonio (1960) - Bolognini
  50. Vizi privati, pubbliche virtù (1975) - Jancsò
  51. Cadaveri eccellenti (1976) - Rosi
  52. Il Delitto Matteotti (1973) - Vancini
  53. La luna (1979) - Bertolucci
  54. Il caso Mattei (1972) - Rosi
  55. Lo straniero (1967) - Visconti
  56. Teorema (1968) - Pasolini
  57. Ieri, oggi, domani (1963) - De Sica
  58. Per qualche dollaro in più (1965) - Leone
  59. La terra trema: Episodio del mare (1948) - Visconti
  60. Splendor (1988) - Scola

Otras listas de cine:
Cien películas latinoamericanas
20 películas alemanas

(lista actualizada en mayo de 2020)

    martes, marzo 04, 2008

    Leyendas olímpicas: El Andarín Carvajal


    Uno de los personajes populares más fascinantes de los Juegos Olímpicos de la era moderna es Félix de la Caridad Carvajal, conocido como El Andarín. Era un cartero cubano con la obsesión por correr. Las crónicas lo describen como el primer ultramaratonista de la historia, porque eso de pasarse 12 horas seguidas al trote, dando vueltas al parque de San Antonio de Los Baños, no tenía precedente alguno.

    El Andarín Carvajal había trabajado también como hombre-anuncio. Convencido de que podría alcanzar la gloria en los Juegos Olímpicos de San Luis, en 1904, cambió la propaganda comercial con la solicitud de que el pueblo le financiera la aventura deportiva. Y así, por suscripción popular, consiguió el dinero para viajar –a duras penas- a Estados Unidos.
    Aquellos juegos olímpicos fueron –muy probablemente- los peor organizados de la historia, y la carrera de maratón destacaba por su desorden: se corrió a medio día, con un calor extremo, con un solo puesto de abastecimiento de agua, en terracería y con autos y caballos abriendo el paso y causando una polvareda. Carvajal apenas si pudo llegar a tiempo de su viaje a la línea de salida. Allí le dijeron que no podía correr en sus únicos pantalones y con unas tijeras los convirtieron en shorts. Corrió con sus botas de siempre porque no tenía más calzado.
    Sorpresivamente, Carvajal tomó la punta de la carrera desde el kilómetro 5. Sus perseguidores le seguían a una distancia cada vez mayor cuando lo asaltó el hambre, siempre canija. Se detuvo frente a un árbol de manzanas –verdes, dice la leyenda- y se fue comiendo varias mientras crecía la diferencia. La fruta prohibida le cobró una rápida factura: en el kilómetro 35, entre retortijones, El Andarín tuvo que hacer una parada técnica obligado por una diarrea feroz. Escondido entre los arbustos vio pasar a varios competidores. Aún así quedó en cuarto lugar.
    La peculiar saga de Félix Carvajal lo convirtió en personaje popularísimo en su natal Cuba e hizo perdurable su memoria en la historia olímpica, más allá de muchos ganadores.