jueves, octubre 30, 2008

Biopics: ... Y se gestaba la gesta obrera

Sapo cancionero

Otra de las cosas que hacía yo con Rafael Pérez Medinilla y con Víctor durante aquella estancia en México era ir a menudo al Sapo Cancionero, la peña que estaba en Satélite. Se tocaba música latinoamericana de protesta, pero el plato fuerte era Chava Flores, maestro de la trova cómica urbana, y también del albur. Ahí nos echábamos unas chelas, platicábamos de muchas cosas y en general la pasábamos bien.
Una noche, cuando el grupo de protesta en turno empezaba los acordes de “El Cóndor Pasa”, a Rafa se le ocurrió decir que era muy emocionante cuando tocaban esas notas en el momento en el que salían al campo los Cóndores de la UNAM, el equipo de futbol americano.

-Pues ora por decir esa pendejada pagas las chelas –dijo Víctor, genuinamente indignado.

-Oye, no tengo lana para pagarles a todos.

Yo me zafé, pero Víctor insistió, y el pobre Rafael, a regañadientes, le pagó la cuenta.

No fue la única vez que Víctor dejó de pagar. En otra ocasión, fuimos un grupo relativamente grande de cuates al Bar León, en el Centro. La rumba empezaba a ser cultura. Después de chupar bastante, a Víctor se le ocurrió subirse a tocar la tumbadora con el grupo. No le fue muy bien y, en vez de regresar a la mesa con nosotros, se salió del local y se fue a su casa. Días después, le reclamé y me lo tomó muy a mal.

Juegos (fuegos) Panamericanos

También en esos días se realizaron los Juegos Panamericanos en la ciudad de México. Fui un par de veces al beisbol, con Jonathan Davis, y vimos jornadas de gran calidad. También fuimos Davis, Rafael Rangel y yo a la final de futbol en el Azteca: México contra Brasil. Empezamos ganando, pero Brasil nos empató. Se fueron a tiempo extra y los brasileños estaban encima del área mexicana. Cuando más olía a gol sudamericano, un milagro: se fue la luz del estadio. Tras un rato de gritos multitudinarios de “¡juego, juego!”, a veces trocados por los de “¡fuego, fuego!”, se tomó la decisión –maquiavélica, más que salomónica- de otorgarle la medalla de oro a los dos equipos. Sentimos que era la manipulación priísta llevada a su máximo y nos fuimos del estadio. Era ya una multitud la que descendía por las rampas cuando sonaban los himnos (y la otra parte de los asistentes, emocionada, cantaba el himno nacional).


Turismo revolucionario

Cuando se acercaba la fecha de mi regreso a Italia, llegaron a México Carreto y Mapes. Su rol por Portugal había estado de lo más interesante, porque coincidió con la radicalización de la Revolución de los Claveles. Nada más que, rascándole un poquito, la radicalización coincidió también con la llegada de amplios contingentes internacionalistas en vacaciones revolucionarias de verano. Contaban Eduardo y Jorge que en el camping en el que se instalaron había mítin todas las noches, y que la voz cantante la llevaban los italianos de Lotta Continua. Se pitorreaban de los “tours revolucionarios” que organizaban algunas agencias de viajes: en la mañana, visita a una fábrica tomada por los obreros, plática y comida con los sindicalistas; en la tarde, participación en una marcha; noche libre. De cualquier forma, ellos llegaron contagiados de ese espíritu, y Eduardo con cualquier pretexto coreaba: “Vasco, Vasco, companheiro Vasco, nos saremos ta muralha d’aço”, de una manifestación en apoyo al primer ministro Vasco Gonçalves, que había nacionalizado bancos y aseguradoras, y estaba siendo asediado por los moderados de la revolución. Una parte de los integrantes de aquella “muralla de acero” se regresó a sus respectivos países, y Vasco estaba fuera del poder en otoño.


¡Que viene Vadillo!


Una tarde nos cita en la cafetería del CUC Alfonso Vadillo, aquel joven maestro con el que habíamos tenido problemas en segundo semestre. Nos dice que él también se va a estudiar a Módena, nos platica anécdotas muy cotorras –y otras, como la del tipo al que le pidió prestado su coche por un rato… y se lo llevó a Acapulco-, nos pide que le demos albergue los primeros días. Le decimos que sí. Salió a Italia pocos días antes que yo.


Especulaciones, y una gesta en marcha

A partir de los relatos portugueses de Mapes y Carreto, platicamos bastante acerca de los escenarios probables para una revolución democrática en México. Una de esas veces, en un Dennys, Carreto dijo que eso sólo podría pasar cuando el PRI se partiera en dos. Aseguró que él veía la coyuntura próxima: Mario Moya Palencia como candidato de la derecha priísta, y José López Portillo, como candidato de la izquierda. Eduardo le contestó que, en todo caso, la cabeza visible de la izquierda priísta sería Muñoz Ledo. Yo les dije que el PRI se partiría sólo desde abajo, cuando se rompiera el control corporativo sobre los obreros.

El tiempo diría que probablemente quien más cerca estuvo de la profecía fue Eduardo Mapes, pero en aquellos meses se gestaba la gesta obrera de la Tendencia Democrática de los electricistas, encabezada por Rafael Galván –senador priísta, pero importante personaje en la historia de la izquierda mexicana-. Eran los meses posteriores a la Declaración de Guadalajara, que pugnaba por eliminar el charrismo sindical, la organización de los trabajadores en sindicatos nacionales de industria y la participación de las organizaciones obreras en un proyecto de nación, que reorientara la economía con un sentido popular.

Yo ya había regresado a Italia, pero cuando llegaron Mapes y Carreto de México, estaban emocionados e impresionados por la marcha sindical, cuya vanguardia era la Tendencia Democrática.

-Una manifestación gigante –me decía Eduardo, los ojos entintados de alegria-, ¡De obreros!

viernes, octubre 24, 2008

Biopics: Mis (pocas) putas tristes

El día que cumplí quince años, mi papá me regaló cien pesos para que me fuera de putas. Con ese dinero compré el disco In-A-Gadda-Da-Vida y un par de libros. Se preocupó. Cuando cumplí dieciseis me regaló 200, con la misma intención explícita –supongo que supuso que cien lanas eran muy poco-, y otra vez me compré libros. En el siguiente cumpleaños no me dio dinero, pero pocos meses después me preguntó cuándo iba yo “a probar mujer”.
-Ay papá –le dije-, desde hace dos años me acuesto con mi novia.

Mi viejo pertenecía a una generación en la que todos sus integrantes perdieron la virginidad con prostitutas y se le hacía difícil imaginar que había otra manera de hacerlo. Yo llegué a la adolescencia al mismo tiempo que los primeros gritos de “haz el amor y no la guerra”, que la propagación masiva de la píldora anticonceptiva y que los primeros, leves, barruntos del feminismo.

Aquel fue un tema en el que jamás nos comprendimos. Entre otras cosas porque las anécdotas que me contaba, supuestamente pícaras, pero también preventivas, terminaban como cuentos de horror: de cómo la falta de protección se traducía en que luego te tenían que echar una sulfa por el meato para curar la sífilis, la gonorrea o los chancros. Hay que decir que la primera juventud de mi papá fue anterior a la invención de la penicilina. La era antigua de la medicina.

Y luego quería que me lanzara a esas aventuras.

Por eso, mis anécdotas con putas son escasas y tristes.

La primera sucedió cuando estaba en aquellas vacaciones de 1975. Cenaba unos tacos al pastor en el “Selene” con Rafael Pérez Medinilla –que siempre se comía al menos una docena-, cuando pasaron por ahí unos cuates suyos de la Escuela Bancaria. Dijeron que acababan de estar con sus novias, que estaban muy calientes y que si no nos íbamos de putas con ellos: exactamente el escenario que mi papá se hubiera imaginado. Les dijimos que no traíamos lana. “No importa”, respondieron, “total van, nos acompañan y nadie cobra por ver”. Yo tenía exactamente tres pesos con cincuenta centavos en el bolsillo.

Nos subimos en el carro de los cuates de Rafael y nos dirigimos a la calle de Juanacatlán (hoy Alfonso Reyes). Los lectores jóvenes posiblemente se han preguntado por qué la estación del Metro Juanacatlán tiene como símbolo una mariposa: pues precisamente porque allí revoloteaban las “mariposillas nocturnas”, que es como la prensa amarillista definía a las sexoservidoras. En esa calle nos encontramos con un tipo que nos dirigió a una casona donde podríamos escoger alguna chica.

Entramos y en el hall había unas muchachas flacuchas de minifalda recostadas en la pared e iluminadas por una luz roja. Se veían tristes, con la mirada gacha. En sillas y sillones estaban sentados, pasivamente, varios hombres. Quise poner cara de conocedor mientras veía a una chica, cuando junto a mí pasó volando el cuate que nos llevó a la casa, se lanzó por una ventana hacia un patio interior. Los judiciales que ocupaban el lugar lo atraparon cuando trataba de escalar una tapia.

-Bienvenidos, diviértanse –dijo con sorna uno de los policías.

Estábamos encerrados.

Fui a sentarme a una de las pocas sillas que quedaban vacías, mientras Rafael y sus cuates se quedaron parados cerca de la puerta, como si los fueran a dejar salir. Me dije: “No he cometido ningún delito; tengo 3 pesos con cincuenta centavos en la bolsa, y si acaso nos llevan a la delegación, a mi papá le parecerá de lo más natural”. Luego deduje que los judiciales estaban esperando a los otros miembros del grupo para llevárselos a todos, y me puse a platicar con el tipo que estaba sentado junto a mí. Me dijo que los policías habían llegado hacía una hora, cuando él estaba a punto de irse. Al rato bajó una puta, con la cabeza gacha, y con ella un comandante con cara de satisfacción. Ella pasó a pararse junto a las otras; él, a fumarse un cigarrillo al lado de sus compañeros. Poco después llegó un viejito, que subía muy ganoso las escaleras hacia los cuartos cuando fue interceptado por los judiciales.

-Siéntese, señor, ésta es su casa –le dijeron, entre risas.

Pasé a platicar con Rafa y sus cuates de la Bancaria. Los amigos estaban muy preocupados. A mí aquello me causaba gracia y se prestaba para la observación sociológica. Había un abismo entre nosotros.

Los policías se llevaron a los alcahuetes a un cuarto. Se les oyó discutir un poco. Al rato, silencio. Otro rato más y alguien pregunta:

-¿Dónde están los policías?

Uno de los cuates de la Bancaria jala tímidamente el portón. Está abierto. Salimos en fila india a la noche fresca de Avenida Juanacatlán.


La segunda –y última vez- que me topé con prostitutas fue en Hermosillo, Sonora, en 1983. Yo había ido a dar un cursillo de política monetaria para alumnos del último año de economía en la Unison (eran tiempos de buscar dineritos por donde se pudiera) y habíamos arreglado que tomaría el vuelo de regreso desde Ciudad Obregón, donde iría a visitar por unas horas a los que eran mis suegros. El curso terminó a las nueve de la noche de un viernes y mi camión a Obregón era a las tres de la mañana, así que dos de los alumnos me invitaron a un bar, a tomar unas chelas y oir charras (que así les dicen en Hermosillo a los chistes). Estuvimos muy a gusto hasta la una, cuando mandaron cerrar.

Lo que se le ocurrió a los chavos fue ir a la Zona Roja, porque Hermosillo –al menos en ese entonces- tenía una zona de tolerancia, en la que cada casa era de citas y había cantinas por doquier. No había asfalto en la Zona Roja –y supongo que tampoco drenaje-, pero el lugar no se veía sucio. Entramos en un tugurio de ficheras, pedimos unas cervezas y nos dedicamos a mirar a las improbables parejas bailando música de banda. Las chicas nos pasaban por enfrente, queriendo que les invitáramos un trago, pero no fue el caso. Se apagó la música, las luces iluminaron la pista y una de las muchachas hizo el striptease más desganado que he visto en mi vida. Cuando terminó, sin un aplauso, se puso la ropa al hombro y se fue. Jamás soltó la cara de tristeza.

El desnudo integral era la señal para que las muchachas fueran al abordaje de los clientes. Una, de dientes de oro, se sentó con nosotros y nos preguntó si queríamos ir al cuarto. Uno de los muchachos se veía animado, pero el que manejaba el dinero dijo que “no, gracias”.

-Soy cuarto bat y me obligas a sacrificarme –se quejó el compañero.

-Es el dinero de la generación, y aquí estamos con el profesor –repuso el otro.

Eran casi las tres de la mañana y me llevaron a la estación de autobuses.

martes, octubre 21, 2008

Miniguía para discursos de XV Años

En promedio, este blog recibe una búsqueda diaria de alguien que está buscando dar un bonito discurso para una fiesta de XV Años, y la página lo refiere a un antiquísimo cuento mío, que resulta de poca ayuda práctica.

El sábado pasado, asistí a una de esas fiestas, y el papá de la quinceañera –que, por lo demás, resultó ser un muy buen anfitrión- se echó un discurso tal, que me inspiró a elaborar esta miniguía.

El señor tomó el micrófono y dijo:

“Yo nada más quiero decirles que estoy muy contento por los quince años de mi hija. Ella es lo que más quiero y más adoro en la vida… Es mi única hija, son tres hermanos, pero ella es lo máximo. La amo, la quiero y la adoro. Y a ustedes también los amo, mis amigos y compañeros… Marco Antonio ¿estás ahí?... Levanta la mano… chin, no está, ha de haber ido al baño je je… Y la verdad estoy muy emocionado… Juan Carlos, ¿dónde está Juan Carlos?... allí en el fondo. Como les decía, yo hago todo por mi hija, la amo, la quiero, la adoro. Estoy tratando de que no se me salgan las lágrimas… La verdad yo tenía preparado un discurso como de 15 páginas (“¡Que lo lea!”, se oyen voces burlonas, a lo mejor de Juan Carlos), pero mejor no. Los quiero mucho, los amo, los adoro. Entonces les pido que brindemos.”

Es, como el lector podrá imaginarlo, el ejemplo de lo que no se debe hacer. Nos servirá de base para esta miniguía.

  1. Inicie con una bienvenida. “Queridos invitados, gracias por venir a esta fiesta”, “Sean todos ustedes bienvenidos a la fiesta de Fulanita”. No importa si ya saludó a todos de mano y si la fiesta lleva un buen rato. Usted es el anfitrión y esa es la manera cotidiana de abrir un discurso.
  2. El tema no es usted, sino su hija, los invitados y el motivo de la fiesta. No nos importa si está contento, emocionado, nervioso o con ganas de ir al baño. Hable de su hija y de sus invitados. En cualquier caso, use la primera persona para pasar al tema importante: “Doy gracias a la vida porque Fulanita celebra sus quince años y porque estamos con ella para celebrarlo, sus familiares, sus amigos y compañeros y los amigos que nos han acompañado a su mamá y a mí durante tantos años”.
  3. Hable de su hija, de la persona que es ella, no de sus proyecciones hacia ella. “Fulanita es una chica muy hermosa, estudiosa, vivaracha, buena bailarina (aquí ponga cualidades reales: no diga que es estudiosa si ha reprobado en la escuela)”. Agregue una frase poética, del tipo “sus ojos iluminan la casa”, “su sonrisa nos llena de felicidad”.
  4. No se refiera a ninguno de los invitados en particular. Está haciendo una distinción innecesaria. Menos aún les pida que levanten la mano. No se le ocurra decir que la festejada es su hija preferida, porque eso crea traumas familiares. No se le ocurra decir “quince primaveras” porque estará mintiendo: si el cumpleaños es en primavera, estamos en la decimasexta; si es otra estación, la niña llegó hace unos meses a las quince primaveras. Tampoco, por lo que más quiera, invoque a los muertos: “Ojalá la estuviera viendo su abuelita, que en paz descanse… yo creo que la está mirando desde el cielo”. Es una fiesta. Por otra parte, deje los sermones para el cura (si fuera el caso). Usted está en el festejo. Por lo tanto, sea breve.
  5. No abochorne a la niña con alguna anécdota de su infancia. Lo más probable es que esté con sus amigos. En cambio, puede hablar, muy brevemente, de sus logros recientes o de sus proyectos. “Ahora está muy emocionada con el campeonato de natación”; “Acaba de aprender a tocar la guitarra, quiere estudiar música y ser roquera”, etcétera… y agregar que su familia la apoyará siempre.
  6. Culmine con un agradecimiento a los invitados por haber asistido y con dos brindis: uno por la quinceañera y su vida que se abre a las riquezas del conocimiento y de los sentimientos; otro, por el placer de haber vivido juntos ese momento.
  7. No diga que tiene 15 páginas escritas, si no las tiene. No escriba 15 páginas. Pero tampoco lo improvise todo. Puede sacar discretamente del bolsillo una tarjetita con el esquema del discurso: -Bienvenida, introducción, descripción de Fulanita, sueños de Fulanita, agradecimiento y brindis. Una frase acompaña cada línea. El discurso no debe durar más de cinco minutos. Si dura menos de tres minutos, pero tiene una frase linda, los invitados –y sobre todo su hija- se lo agradecerán.

miércoles, octubre 15, 2008

Poemas a dos manos con Víctor y Hermann (Biopics)

Durante aquel verano en México, varios cuates intercambiamos textos. Se me ocurrió hacer un ejercicio poético con Vïctor: cada uno escribiría un poema y luego intercalaríamos los versos. Sorpresivamente, tenían tema y tono similares. Luego hice lo mismo con Hermann, y la afortunada casualidad se repitió.
Aquí los textos.


Media sandía destrozada
-Para Alejandro Aura


Las sonrisas masturbadas se congratulan,
han destrozado mi incisión en la madera
para que se devoren en la calle
las tripas vivas
y los ojos a penas discretos,
quémase incienso en un rictus parturiento,
llegan al punto climático de la lengua
y no saben si son perros de pavimento.
Ya no quedan restos de mi infancia,
o gaviotas atroces anidando en el intestino,
jamás la sonrisa y la embriaguez frente a frente.
Sí, apenas unas fotografías turbias.
Un hoyo inmenso llamado Progreso,
una llaga cruel que se anida
en generaciones prematuramente viejas,
ah, es saliva en el seno antiguo, marchito,
es la púber semilla terrada, hambrienta y vegetal,
clavados los dientes en la esperma mutilada.
Corren autos, locomotoras, cien mil máquinas
sobre la marquita que dejaste
(es que dicen que te los entregan de regalo:

los ojos de ciudad, esos que nunca se irritan
Use Colirio Eyemo).
Muerta está la ruta del Poeta,
enloquecida la mujer que de la ventana lo espiaba,
amargadas las palmeras.
Han destrozado nuestra Media Sandía,
su jugo, que nos lactó, confúndese con basura,
cien vehículos la horadan por segundo.
Me despido de las caras de mis amigos,
del tochito y de la paleta de limón,
de que mi incisión en la palmera,
devuelva,
brinde,
un trozo de realidad que ya no es.

Víctor Monjarás Francisco Báez
29 de agosto de 1975


Levantándose de la lona, nuestro púgil recibe poética adhesión


Altero de lucha insaciada
rasca el cielo con tu arpa monocorde
bajo ramas de la noche turbia y a veces cálida,
mendiga olivos, novias nuevas y sonetos
que ocultan ferazmente el sabor de tierra
o ruptura de tierra húmeda.
Te apachurran venas de la calle
caras de sudor a veces limpio
y las nubes, hoscas piedras melancólicas
o corpiño de ancestrales cambios.
Invádete la perfidia de los vidrios,
ondean, volátiles, muros de ebriedad,
errores que se cometen al paso de los años
te golpean la panza
sobre los salvajes cuerpos de endebles brazos
de tibia ansiedad reputada de inmunda.
Se aflije la carne muda, se caen las vigas,
derrumbes sacrosantos, perlas de ciudad,
afuera del viento, al romperse las ventanas
se escucha la Charrita del Cuadrante:
hace espanto en el clima que irá creciendo
y un gruñido de monedas te apea,
juegas tumba con tus dedos,
las manos se crisparán algunas,
aplanas el cigarro, comes pulgas,
los arsenales vomitarán esperanza
en corazones paridos por páramos hirvientes.
Ay, tristes tortas de manteca
queman incesantemente tu calaña,
noche turbia,
finas hermanitas recién atropelladas
y entre líneas deglutidas,
calificación aprobatoria al ser humano
que prueba sus tenis sobre el asfalto.
Óyese tu canto tras la lluvia de lamentos
hoy como mañana dispuesto a romper los récords mundiales
de velocidad y resistencia al trabajo y al hambre:
es la hoz del vengador
con que comienza tu mirada
para poder instaurar una marca inútil y olímpica
que ondee y diga hasta aquí llegaron la esperanza
y tu trino de avecilla aterida.
(Es seguro que de inmediato el récord se rompa
y así endeble permanezca en crecimiento).
Hoy como ayer digamos:
sobre estas calles turbias no hay tiempo.
Hoy, agazapado en tu espera,
medio orgulloso de tu calcinación,
el Patrio Mes te mienta la madre,
así que nos importa tan poco decir algo del mañana
y henchidos vamos de chingada y espíritu
chingando y jodiendo y dándole en la madre al espanto.

Hermann Bellinghausen Francisco Báez
19 de septiembre de 1975


viernes, octubre 03, 2008

Una campaña con tres grandes



Terminó la temporada regular 2008 en las Grandes Ligas, con buenos resultados, en general, para el creciente contingente mexicano. Tres connacionales refulgieron con un brillo especial. Joakim Soria, quien apenas en su segundo año, destrozó la marca de más salvamentos para un mexicano; Adrián González, quien a base de toletazos y carreras producidas, va en camino al superestrellato y Jorge Cantú, quien protagonizó uno de los más grandes regresos del año. Aparecieron figuras prometedoras y otros jugadores, ya con experiencia –como Jorge Campillo y Edgar González Sabín-, aprovecharon la oportunidad. La nota triste fue el fin de la carrera ligamayorista de Esteban Loaiza.

Así cumplieron los mexicanos en GL, durante 2008 (clasificados de acuerdo con su desempeño):

Joakim Soria. El derecho de Monclova cerró con un septiembre perfecto (1 ganado, 9 salvamentos, 0 carreras admitidas) una temporada extraordinaria, en la que, con un equipo perdedor, fue el segundo máximo cerrador de la Liga Americana (sólo debajo del Superchamo Rodríguez) y el tercero entre esa elite (sólo detrás de Mariano Rivera y Joe Nathan), en porcentaje de carreras limpias. Sobrio, seguro, controlado, con variedad de lanzamientos, Joakim terminó su campaña con los Reales con marca de 2-3, 42 salvamentos en 45 oportunidades y un extraordinario 1.60 de PCL.

Adrián González. El inicialista de los Padres fue el único bat realmente temible en ese line-up. En septiembre disparó 8 jonrones y produjo 25 carreras para terminar la temporada altísimo en ambas categorías: 36 cuadrangulares (quinto en la Liga Nacional) y 119 remolcadas (tercer lugar) son números relevantes, que cobran su verdadera dimensión cuando pensamos que Adrián juega la mitad de sus partidos en el paraíso de pitcheo que es Petco Park. De visitante bateó 22 jonrones y produjo 70 carreras. Bateó para .279 de porcentaje en el año, pero para .304 fuera de San Diego. Haga usted la cuenta y piense de qué fenómeno estamos hablando. Eso, sin contar que es una maravilla elegante con el guante.

Jorge Cantú inició el año con un contrato de ligas menores, tratando de recuperar la titularidad ligamayorista. Los Marlines le dieron la oportunidad de luchar por su lugar y su historia fue de éxito creciente. Salvo un bachecito en agosto, fue consistente con la majagua y formó parte del histórico infield en el que, por primera vez en la historia, todos sus integrantes batearon más de 25 cuadrangulares. Terminó septiembre a tambor batiente, y sus números totales en la temporada fueron: .277 de promedio, 29 jonrones, 95 impulsadas y 6 robos. Ahora tiene derecho a arbitraje salarial y Florida piensa recontratarlo, posiblemente para que ocupe la primera base (lo que sería mejor, porque fildeando en tercera cometió 20 errores).

Dennys Reyes. El gordito de Higuera de Zaragoza simple y llanamente se estableció como uno de los más efectivos especialistas zurdos del beisbol grande. En el año tuvo 3 ganados, 0 perdidos y una llamativa efectividad de 2.33, tras aparecer –por lo general muy brevemente- en nada menos que 75 partidos. Es seguro que pedirá un aumento sustancial al millón de dólares que gana por temporada. Es probable que Minnesota no pueda pagar y que en 2009 lo veamos en otra franela.

Jorge Campillo. La estrella de este tijuanense que finalmente pudo asentarse en la gran carpa, brilló mucho a media temporada, pero hacia el final se fue apagando. Tras un mediocre septiembre, en el que le vieron cada vez más su famosa bola invisible, terminó la temporada con marca de 8-7, 3.91 de carreras limpias, 107 ponches y un muy decente 1.24 de WHIP (hombres embasados por hit o pasaporte por entrada lanzada).

Oliver Pérez. El espectacular zurdo sinaloense tuvo una temporada de altibajos, en la que demostró su calidad, pero en la que falló en un par de momentos cruciales para las esperanzas de los Mets (aunque tuvo tres salidas de calidad, apenas pudo ganar un juego en septiembre, mes en el que se disparó hacia arriba su PCL). Terminó la campaña con 10 ganados y 7 perdidos, 4.22 de carreras limpias, 180 chocolatotes, pero también más de un centenar de pasaportes. Le falta concentración a la hora buena para consolidarse como el compañero inseparable del gran Johan Santana en la rotación metropolitana.

Yovani Gallardo pudo demostrar en el año su gran calidad, pero una lesión –causada por un rival mal intencionado- lo tuvo en la lista de inhabilitados casi todo el tiempo. Otra cruz que cargó fue la falta de apoyo ofensivo de sus Cerveceros (y hasta defensivo, en el primer juego de postemporada, donde cargó con la derrota por carreras tan sucias como la conciencia de un narco). Pudo abrir apenas cuatro juegos (lo lesionaron el 1º de mayo y no volvió hasta fines de septiembre), terminó sin decisión, pero con un magnífico 1.88 de carreras limpias.

Jorge de la Rosa era el que conocíamos durante la primera mitad de la temporada: un juego bien lanzado, uno mediocre, otro terrible, con demociones al bullpen y regresos a la rotación. Tras el juego de estrellas, el trabajo psicológico con el neoleonés de los Rockies funcionó de maravilla y Jorge fue otro: ahí estaban su variedad extraordinaria de lanzamientos, pero no los nervios y la inseguridad. Su marca antes del Juego de Estrellas daba lástima: 3-5 y 7.26 carreras limpias admitidas por cada 9 innings lanzados. Su marca posterior al Juego de Estrellas da envidia: 7-3, con 3.08 de PCL. Y mejoraba conforme la temporada se hacía vieja. Se ganó repetir en Colorado, y ojalá veamos siempre al De la Rosa de la segunda mitad. Sus números en el año: 10-8, con 4.92 de limpias y 128 ponches.

Alfredo Amézaga fue parte fundamental de los novedosos Marlines. A la defensiva, cubrió casi todas las posiciones –le faltó ser catcher y, este año, primera base- y siempre con habilidad. A la ofensiva, terminó cediendo su titularidad ante el mayor poder de Cory Ross. Jugó 125 de los 162 partidos. Bateó para .264, con 3 jonrones, 32 producidas y 8 estafas.

Edgar González Sabin. El de Tijuana, y hermano de Adrián (primera vez que dos hermanos mexicanos comparten equipo en las Mayores) aprovechó la lesión de Tadahito Iguchi para quedarse en el roster de San Diego, primero como titular y luego compartiendo la titularidad. Terminó la temporada con .274, 7 jonrones, 33 impulsadas y un robo. Lo pusimos debajo de Amézaga por el fildeo. Edgar tiene rango y atrapa bien; le falta deshacerse más rápido de la bola.

Alfredo Aceves pasó a finales de agosto de los Sultanes de Monterrey a los Yanquis de Nueva York y, para él como si nada más hubiera cambiado estadio (lanzó, y muy bien, en el penúltimo partido jugado en Yankee Stadium). A sus 25 años, se vio muy asentado. De 6 salidas, 4 fueron de calidad (y en ninguna le hicieron más de 2 carreras limpias). Parece un prospecto formidable. Terminó con 1-0 y un magnífico 2.40 de carreras limpias.

Luis Ayala tuvo una temporada compleja, con inopinados cambios en su juego y en su suerte. Con los Nacionales de Washington no la hizo y perdió su papel de preparador del cierre. Pasó a los Mets y las circunstancias lo pusieron como cerrador. Tuvo varias buenas actuaciones, pero a la hora buena, en el partido que decidía el pase a play-offs, el mochiteco volvió a fallar. Se suponía que los Mets le harían una buena oferta para convertirse en cerrador titular, ahora se dice que buscarán en el mercado. Si yo fuera Omar Minaya, sí contrataba a Luis Ignacio, pero para preparar cierres. Los números de Ayala en la campaña: 2 ganados, 10 perdidos, 9 salvamentos y un poco elegante 5.71 de carreras limpias.

Germán Durán vivió la típica montaña rusa de estar a ratos con los Rangers de Texas y a ratos en las sucursales. El utility zacatecano regresó en septiembre y se vio bastante bien. Sus números del año: .231, 3 vuelacercas, 16 producidas y un robo. Es previsible que regrese en 2009.

Juan Castro inició el año con Cincinatti, fildeando de maravilla pero no bateando nada de nada. Regresó a la gran carpa con los Orioles, fildeando de maravilla y bateando alguito. Su guante le permitió tomar la titularidad en las paradas cortas de Baltimore durante los meses finales, aunque a veces cubrió la antesala. Números ofensivos de la campaña: .198, 2 cuadrangulares, 16 impulsadas.

Luis Cruz. El sonorense fue una de las novedades septembrinas. Llegó a los Piratas de Pittsburgh y no sólo se tomó su “tacita de café”, sino que jugó casi todo el mes como titular del campocorto bucanero. Bateó para .224 con 3 producidas y un robo. Pero lo relevante es su fildeo: .990 en una de las posiciones más difíciles.

Ricardo Rincón. Cuando todo mundo suponía que el veracruzano no regresaría a las Ligas Mayores, el veterano especialista zurdo pasó, en septiembre, de los Diablos a los Mets, donde cumplió a secas su labor. Terminó con 0-0 y 4.50 de limpias.

Jaime García, otro lanzador debutante, estuvo en julio y agosto con los Cardenales de San Luis, hasta que se lesionó. Terminó con 1-1 y 5.63

Oscar Villarreal. El de San Nicolás de los Garza inició con los Astros de Houston, pasó a los Marineros de Seattle y terminó con los Rockies de Colorado. De los tres equipos, sólo jugó con el primero. 1-3, con 5.02 de limpias.

Esteban Loaiza. 1-2, con 5.23 de efectividad, y los Medias Blancas de Chicago como su último equipo, son (a menos de que su hombro sea como Lázaro y reviva de entre los muertos) los datos de la última campaña del tijuanense en Grandes Ligas. Queda como el segundo máximo pitcher ganador mexicano, sólo detrás del grandioso Fernando Valenzuela.

Edgar González. El lanzador de los Diamantes de Arizona terminó en la lista de lesionados tras una campaña poco relevante, en la que tuvo 1 ganado y 3 perdidos, con 6.00 de limpias.

Luis Mendoza. El novato veracruzano ocasionalmente se vio bien, pero más a menudo fue vapuleado –al parecer es falta de confianza; los nervios lo traicionan apenas alguien se le embasa-. Sólo con los Rangers de Texas, que tienen uno de los más débiles staffs de pitcheo, pudo haberse quedado tanto tiempo. En septiembre le fue pésimo: 0-2, 13.50 de limpias. En el año: 3-8, con 8.67; casi dos hombres se le embasaron por entrada lanzada.

Marco Estrada. La esperanza en el relevo de los Nacionales de Washington todavía no muestra de lo que es capaz. El joven sonorense anduvo por las Mayores en agosto y septiembre, todavía con más pena que gloria. En el año: 0-0, con 7.82 de limpias.

Freddy Sandoval se tomó su primera tacita de café en la Gran Carpa, con los Serafines. El tijuanense juega el campocorto, pero fue utilizado sobre todo como corredor emergente. Bateó para .167, producto de un hit en 6 turnos.

Elmer Dessens regresó a Grandes Ligas en septiembre, esta vez con los Bravos de Atlanta. Pero le fue mal al veterano de Hermosillo. En cuatro ocasiones subió al montículo, en tres lo machacaron. Terminó con 0-1 y un horroroso 22.50 de carreras limpias.