domingo, noviembre 30, 2008

Sueño 59. Tres limbos (30-XI-08)

1. El avión en el que viajo vuela sobre la Ciudad de México. Está por chocar con un obelisco pero no pasa nada, no se siente nada.
El avión no aterriza. Pasan horas -algunos pasajeros afirman que son días- y no aterriza.
Poco a poco el pasaje va llegando a la conclusión de que estamos muertos. Pienso en la injusticia de la muerte (hay un bebé con su joven madre) y me pregunto si es real. Me toco el rostro y sí lo siento.
¿Es la muerte esta especie de limbo?
Luego digo en voz alta: "si este limbo es la muerte, entonces lo compartimos sólo con quienes nos morimos, pero ¿y si morimos solos?".

2. Entonces el avión hace una parada. Se sube Paolo Silvestri (ya envejecido) junto con otras personas. Voy hacia él y lo saludo. En cualquier caso, desciendo en la siguiente parada.
Bajé en una ciudad muy extraña, pero que supuestamente conozco. En su plaza central, con edificios tipo europeo, hay un árbol perfecto y frondoso. Es el símbolo de la ciudad.
Camino alejándome del centro junto con Claudio Francia y con Taidita. Una parte de las afueras está en blanco y negro, como que la ciudad se construye y se deconstruye a nuestro paso a partir de nuestra percepción. ¿Estamos muertos? ¿Estamos en un limbo semivivo en el que la realidad es mera construcción de nuestra mente?
Hay unas marquesinas o anuncios a color. Distingo el rojo. Comento que veo cosas en color y cosas en blanco y negro. Taidita me dice que a ella le pasa igual. Pregunto en qué color ven el anuncio que yo veo rojo. Ellos lo ven en blanco y negro.
-Esto quiere decir que la realidad la hacemos nosotros.
Entendemos (Taidita se entusiasma) y la realidad que percibimos respeta los colores, las formas, es fiel y hasta los peces que nadan en el río artificial son perfectos (y rojos).
"Esto es Matrix, no es real", me digo, y entonces la realidad de la Ciudad del Árbol se me presenta descarnada: sólo son estructuras. A lo lejos se aleja, como huyendo, la espalda-estructura de una figura humana sin carne ni sangre. Descubrí el secreto, lo que indica que/

3. Despierto en el avión que está por aterrizar en el Aeropuerto de la Ciudad de México. Bajamos a una zona enrejada desde la cual se tienen que tomar elevadores. Unos pasajeros lo hacen. Otros esperamos el elevador y no llega y no llega, hasta que comprendo que estamos semivivos.
Llega Joaquín López Dóriga y nos dice que nos tenemos que quedar allí encerrados en una parte del aeropuerto (nuestro crimen es no estar vivos del todo), y que además hay condiciones que cumplir, como no fumar (y Taide hace entrega de una arrugada cajetilla). Nos dan una botella de agua a cada uno. Bebo con fruición la mía, pero ¿cómo está eso de que no podemos salir? ¡Y tampoco fumar! Pienso que es necesario huir, que hay más libertad en una cárcel que en este limbo.
Luego me digo: "¿Qué estaba haciendo aquí López Dóriga? Esto es absurdo. Esto es un sueño".
Despierto, ora sí que definitivamente.

miércoles, noviembre 26, 2008

Biopics: Las Tres Gracias

Un examen frustrado

Dediqué buena parte de las primeras semanas tras mi regreso a estudiar para el examen de Matemáticas Financieras. Lo presenté con una gripe tremenda y me fue mal, para extrañeza del profesor Bertoni, quien me dijo que estaba sorprendido, porque yo parecía ser de los pocos que entendían su clase. Utilicé el resfriado como pretexto, pero la verdad yo las matemáticas las suelo entender cuando me las explican, pero tengo serias dificultades para hacerlo con libros. Lo que pude más o menos contestar fue lo que se me pegó de las clases: las horas de estudio nada más me hicieron bolas. La ventaja fue que –tal como se estilaba- Bertoni no me puso calificación en la libreta, pero me citó para que volviera a presentar el examen en febrero (no me fue tan mal, saqué 26).

La Pelos de Máis

Cuando llegaron Eduardo Mapes y Jorge Carreto de México, nos fuimos con varios cuates a comer pizzas a la campiña. Recuerdo que esa noche, avivado un poco por el vino y mucho por la compañía, me sentía yo feliz, en gran camaradería. Como que las cosas en el mundo estaban en su lugar correcto. Al regresar a casa, le comenté ese sentimiento a Eduardo.
-Pues yo estoy que me lleva la chingada -respondió.

-¿Por qué? –pregunté sorprendido.

-Margherita me cortó –dijo con mucha tristeza-, anda con el tal Iaio.

Me sentí muy mal. Por mi amigo –a pesar de que Margherita no me latía y de que lo quise alivianar con alguna frase de comprensión-, pero también por mi incapacidad para ver con claridad lo que estaba sucediendo a mi alrededor y por la frustración de que ese instante perfecto no lo era. Más de una vez –y supongo que no soy la única persona-, justo cuando sientes que todo se ha acomodado, algo –a veces algo menor, a veces algo trágico- te recuerda que la vida es sinónimo de imperfección.

Pero todo sigue, y pasado ese momento, Jorge, Vadillo y yo –en típico comportamiento masculino- aprovechábamos distintos momentos para joder al pobre de Mapes sobre Amargurita y lo mala onda que era. En una ocasión estábamos jugando dominó –con Vadillo en vez de Daniele sí eran buenas partidas- estuvimos friegue y friéguelo. Alfonso Vadillo era el más ácido: “Ya olvida a la Pelos de Máis”, “pinche Pelos de Máis no te deja pensar”, “me cae que no sé qué le viste a esa flaca Pelos de Máis”. Eduardo tiró las fichas, se levantó y se fue a su cuarto.
-Pinche Pelos de Máis, ya nos chingó la cuarteta – decretó Vadillo-.

Le tre Grazie

La verdad es que en esa época ya nos juntábamos mucho más con un grupo más grande, más variopinto y más interesante que el que tenía a las Bucciarelli como eje. Lo constituían, por un lado Paolo y Anna con varios de sus cuates ligados a Il Manifesto; y por el otro Claudio Francia y sus cuates ligados al PCI, entre los que estaban Daniele y la banda de San Dámaso. A este grupo multiclasista, de izquierda racional, se unió también Beppe Falavigna.
Parte fundamental de esa nueva banda eran tres amigas que habían estudiado DAMS (Arte, Música y Espectáculo) en la Universidad de Bolonia. Claudio se había hecho novio de una de ellas, a la que se había ligado en la Biblioteca Estense. Su novia era Iolanda Silvestri, mejor conocida como la Dandi y sus compañeras inseparables era Elisabetta Bazzani, la Betti y Marta Cuoghi-Costantini, la Marta. Las tres estaban trabajando en aquel entonces en su tesis –que combinaba arte, historia y un poquito de economía- sobre los tejidos artesanales emilianos entre los siglos XVII y XIX.

Las tres eran mujeres muy interesantes y todas tenían un conocimiento apabullante de la cultura clásica. Alguien (no recuerdo quien) les puso de sobrenombre “Las Tres Gracias”, pensando en los frescos de Pompeya y las pinturas clásicas de Boticelli y Rubens, pero no solamente en ello. Como las de la mitología, Dandi, Betti y Marta siempre estaban juntas, presidían banquetes, danzas y otros placenteros eventos sociales y difundían gozo y amistad entre los mortales. Y, por supuesto, cada una a su manera, eran agraciadas.

La Dandi
era rubia, muy delgada, con mucho porte pero con voz de pito. Vestía bien y vivía en la calle más elegante de Módena. Cuando sonreía hacía una mueca que quería ser voluptuosa, pero que en realidad era maliciosa. Le encantaba provocar a los demás –particularmente a Claudio- y ser el centro de atención. Era muy divertida, sobre todo si no la tomabas totalmente en serio, y jugabas con ella –con el intelecto y con otras cosas-. A Donna Aldesira, la mamá de Claudio, no le gustaba como novia de su hijo, y se lo decía directito: “Claudio, no me gusta tu novia burguesa, búscate una buena chica comunista”. De las tres Gracias, Dandi era Eufrósine, cuyo nombre significa “gozo y alegría”.
La Betti
tenía los ojos claros y el cabello oscuro, la voz grave y era la más bonita de las tres. Era hija de un ferrocarrilero. Había sido novia de Paolo en una época ya lejana, cuando los dos estaban en la prepa y militaban en Poder Obrero. Al igual que sus compañeras era rollerísima, sólo que más que las otras dos. No era tan apasionada como ellas y a menudo fungía de pacificadora. Carecía de la arrogancia de la Dandi, y no era avasalladora como su amiga, pero cuando hablaba a veces parecía que te estaba dando una lección. Betti era Aglaya, cuyo nombre significa “la esplendente”.
La Marta
era morena, delgada y de ojos grandes. Vivía en Maranello, donde su papá despachaba en una gasolinería. Era seria y la más culta de las tres, que ya es decir. Era de las que cuando leía “cinabrio” en un poema de Octavio Paz, sabía perfectamente que se trataba de un mineral bermejo, semejante al cuarzo, y se sorprendía de que los demás no lo supiéramos. A diferencia de sus compañeras, tenía una visión pesimista de la vida (“espero no llegar a los cincuenta”, dijo cuando cumplió 25 años) y, al igual que Dandi, era un tanto histriónica. Le gustaba sentarse en el suelo (“como ardilla”, decía Dandi) y meterse en interminables discusiones ontológicas, sociológicas, psicológicas y demás, sobre todo si era con Jorge Carreto, quien por un tiempo se hizo del rogar. Marta era Talía, cuyo nombre significa “la portadora de flores”.

Sin duda, las Tres Gracias hicieron más pasajera nuestra estancia en Módena.

viernes, noviembre 21, 2008

Riccardo Parboni y el señoriaje del dólar

Riccardo Parboni era una enciclopedia de economía. A diferencia de Biasco –pero sobre todo de Salvati, que a cada rato invocaba el carácter anárquico del capitalismo-, Parboni tenía una visión algo maquiavélica: era capaz de descubrir el “plan con maña” detrás de cada movimiento económico, y de estructurarlo de manera convincente y rigurosa.
Según Parboni, los sujetos de la economía internacional no son primordialmente las familias y las empresas, sino los Estados, que intentan influenciar y condicionar las características de los modelos financieros para servir a sus intereses nacionales.
Hacía un análisis profundo de los tipos de cambio, explicando cómo las devaluaciones (y las revaluaciones) tienen efectos acumulativos (a través de la inflación, en las naciones que devalúan) y que el pasaje de los sistemas de tipo de cambio fijo a tipo de cambio flexible no implicó un cambio en la demanda de reservas internacionales. En ese contexto, señalaba, había un país para el cual las consecuencias inflacionarias de la devaluación eran imperceptibles: Estados Unidos (de hecho, una devaluación del dólar tenía más efectos inflacionarios en el resto del mundo –a través, sobre todo, de los mercados de materias primas- que en el propio EU). Eso era debido a dos razones: el bajo grado de apertura de la economía norteamericana y la gran demanda de dólares para las reservas internacionales.
Para él, el fin de la convertibilidad del dólar en oro debió haber permitido el nacimiento de un sistema paritario, que no le confiriera privilegios a ninguna divisa: una moneda fiduciaria internacional (que pudo haberse desarrollado a partir de los DEGs –Derechos Especiales de Giro- del FMI, que son una suerte de divisa ponderada a partir de las aportaciones de los países miembros). Parboni dudaba del oro –aunque señalaba, profético, que su demonetización tardaría mucho-, por las dificultades de fijarle un precio estable (relativo a las otras divisas).
Sin embargo, decía, Estados Unidos impuso condiciones, ya que el país que emite moneda de reserva puede financiar su propio déficit externo con pagos en moneda local, sin tener que utilizar activos financieros acumulados precedentemente a través de superávits anteriores. En otras palabras, el país con la moneda de reserva se apropia de recursos reales producidos en el exterior (si su déficit es de cuenta corriente) o de títulos para el uso futuro de esos recursos (si su déficit es en cuenta de capitales). Para describir esta situación Parboni acuñó un término: “el señoriaje del dólar”.
Señalaba que, tras las fases en que EU dotaba de reservas al mundo, a través de ayudas y de inversión directa, habíamos llegado a una tercera, en la que ya no hay elementos de legitimación del poder americano, que se sirve del sistema para financiar déficits crecientes de cuenta corriente.
Su visión era la de un mundo capitalista unipolar que se estaba convirtiendo en multipolar, pero que se manejaba con las viejas reglas. Por ello, era un entusiasta del Sistema Monetario Europeo, y en particular del ECU (el antecedente del Euro).
Analizaba constantemente las asimetrías (con tablas de saldos de balanza de pagos, agrupando a las naciones en todo tipo de conglomerados). En su visión principal, dividía a los países en tres grupos: los que no tienen dificultad en su balanza de pagos, aun en situación de pleno empleo; los que que pueden financiar sus déficits, y los países “encadenados financieramente”, para los cuales el pleno empleo significa un déficit en balanza de pagos difícil de financiar. En el primer grupo ubicaba a Alemania, Japón, Holanda, Suiza, Noruega y –parcialmente- el Reino Unido. En el segundo, a Estados Unidos. En el tercero, al resto del mundo, incapaz de tener una iniciativa autónoma de relanzamiento económico. Obviamente, si EU tenía problemas financieros –como sería lógico si desapareciera la centralidad, el señoriaje, del dólar-, tendrían que ser las naciones del grupo uno las encargadas de sacar la economía mundial del atolladero. Por eso, a diferencia del resto de los profesores de la escuela, que temían la influencia alemana –y es que realmente la CDU (Unión Demócrata Cristiana) de aquella época era de miedo- , Parboni decía que la estabilidad de Europa y su futuro estaban en Alemania.
A mediados de los ochenta –ya se había peleado con buena parte de los profes de la facultad- pronosticó que antes del fin de la década Alemania se reunificaría; que la Perestroika que había iniciado Gorbachov terminaría por acabar con el comunismo –y aconsejaba que aprendiéramos ruso, porque iba a ser una potencia- y que algo similar ocurriría con China –y aconsejaba que aprendiéramos chino, porque iba a ser una potencia-. Lo tiraban de a loco.
Como escribí antes, Parboni nos enseñó técnica bancaria y teoría monetaria. Dedicó un buen rato a los monetaristas o “antikeynesianos”, como prefería decir. Al tiempo que nos enseñaba los fundamentos de la teoría, señalaba que éstos ven a la inflación como la violación del fundamento mismo en el que se basa la libertad del hombre, ya que viola la sacralidad de las relaciones contractuales entre los ciudadanos y desnaturaliza la relación entre los ciudadanos y el Estado, y que tomaron fuerza a partir de la insatisfacción por la incapacidad del keynesianismo para explicar coherentemente el fenómeno del estancamiento económico con inflación. Subrayaba que el nivel general de precios se mueve con continuidad, y no de manera discontinua, como lo sugería la “barrera inflacionaria” de Keynes y que la única novedad de los monetaristas –inscrita en una teoría con muchas lagunas- era la introducción masiva del concepto de expectativas, que debían ser tema de central interés para los keynesianos.
Parboni decía que el monetarismo había probado su bancarrota científica, porque no tiene una definición teórica de moneda, porque la selección del agregado monetario es arbitraria, porque no reconoce la inestabilidad de la velocidad de circulación de la moneda, porque –en contra de los principios máximos de Friedman- no resiste la prueba de la verificación empírica.
Hoy la caída de la hegemonía monetaria americana es evidente, los capitales se mueven como hormigas a las que les taparon el hoyo, en busca de algún recipiente estable de valor (y hasta el precio del oro anda en montaña rusa), las naciones que pueden tomar la estafeta lo dudan (y ya están también en recesión), la situación es de gran movilidad. En estas circunstancia, vale mucho la pena releer a Parboni (Finanza e crisi internazionale, Moneta e monetarismo, The Dollar and its Rivals), un economista genial, pero injustamente relegado. Varias de sus otras profecías se cumplieron: la unificación de Alemania, el Euro, el auge de China, pero no las pudo ver. Murió en 1988, de un ataque al corazón, a los 43 años.
Fue mi director de tesis y una guía durante los años en que me dediqué (casi) de lleno a la economía. Volveré a hablar sobre él.

jueves, noviembre 20, 2008

Salvatore Biasco y el fin de una era

Salvatore Biasco había publicado, años atrás, un artículo titulado: “La fine di un’era: lo sviluppo capitalistico nel dopoguerra”, llevaba tiempo revisándolo y enriqueciéndolo (algo muy distinto a la ordeña de la vaca que describió Aguilar Camín), y terminó en 1979 publicando un libro llamado L’inflazione nei paesi capitalistici industrializzati.

¿Cuáles eran las tesis centrales de “La fine di un’era”?

Que el Acuerdo de Bretton Woods que estableció el sistema monetario de posguerra –el llamado patrón oro-dólar- implicaba que Estados Unidos podía tener constantemente un déficit de cuenta corriente que el resto del mundo financiaba –a través de la acumulación de reservas en dólares-, mientras que las demás naciones se veían obligadas a cuidar el equilibrio en su balanza de pagos.

Esto a su vez significaba que, mientras que la economía de EU estaba jalada, esencialmente, por la demanda interna, las demás naciones –particularmente Europa occidental- estaban obligadas a un desarrollo jalado por las exportaciones y, por lo tanto, a abrir sus economías. Biasco decía que el Reino Unido, atado al poder de antaño de la libra esterlina, no decidía qué patrón de desarrollo seguir, y por eso vivió en aquellos años lo que llamaron el stop & go.

Uno de los grandes hallazgos de Biasco fue que la lógica del desarrollo jalado por las exportaciones funcionaba en tanto hubiera desfases en los ciclos económicos nacionales de los países que intercambiaban bienes y servicios. Que la demanda externa en fase alta supliera a la demanda interna en fase baja, y viceversa.

Esto, explicaba, era posible en tanto no se acercaran las economías a la plena utilización de los factores de la producción y, en particular, en tanto no se acercaran al pleno empleo, lo que sucedió en Europa a principios de la década de los sesenta.

Suceden entonces dos cosas simultáneamente: por un lado, la situación de pleno empleo fortalece a los sindicatos, y hace más fuerte su capacidad de presión para mejoras salariales reales y para un cambio en la correlación de poder de las sociedades; por otro, Europa –por decirlo de una manera- ya se sostenía a sí misma, y su gusto por financiar obligatoriamente el déficit estadounidense ya no era tanto. A mediados de la década, De Gaulle exigió a Estados Unidos que cambiara en oro las reservas en dólares que tenía Francia: evidentemente, eso era imposible al precio fijo de 35 dólares la onza establecido en Bretton Woods.

Según Biasco, la reacción política ante la mayor combatividad obrera fue una disminución de las inversiones, que servía para crear el desempleo necesario para hacer manejable el mercado laboral. Pero esto significó que se acabaran los desfases entre naciones comerciantes y se tradujo, sucesivamente, en freno al crecimiento económico y en inflación.

Por otra parte, cuando Nixon, en 1969, ante las presiones europeas declara unilateralmente una devaluación del dólar con respecto al oro, hace el equivalente a una declaratoria de moratoria parcial de deuda. Mi pagaré (el dólar que tienes en tus reservas) ya no vale 100, ahora vale 90. Esto desata el primer capítulo de una larga guerra económico-financiera entre Estados Unidos y Europa, y da pautas –por otra parte- para la elaboración de nuevos instrumentos financieros, como los swaps.

Otro punto central del análisis de Biasco es que, a diferencia de lo que había sucedido en épocas anteriores, esta vez no había una inflación nacional, sino que era resultado de un sistema mundial de relaciones. Decía que ni las modificaciones socio-políticas internas, ni las variaciones en la distribución del ingreso en los países individuales podían explicar el fenómeno. En cualquier caso, mayor conflicto interno significaba mayor pérdida de cohesión del sistema internacional: la lucha por la distribución del ingreso en naciones que se acercan al pleno empleo), crean condiciones que impiden a los países más estables desde el punto de vista político-sindical y monetario (Alemania o Japón), y más competitivos, mantener una influencia preponderante en el sistema mundial de precios.

Señalaba que cuando la politización del mercado es solamente implícita, en realidad los comportamientos económicos derivan de las reglas fijadas por la potencia hegemónica. Lo sucedido a finales de la década de los sesenta significaba que Estados Unidos ya no podía usar un poder disciplinario, ni los otros países lo iban a seguir de manera subalterna.

De ahí que se hiciera necesario entender la secuencia de los flujos de capital: las razones de fondo de la inestabilidad (una obsesión para Biasco), para encontrar una salida al laberinto… y Biasco decía que esa era una obligación para los partidos de la clase obrera, porque de otra forma la derecha encontraría una puertecita, y nos obligaría a todos a entrar por ella, aunque fuera muy estrecha.

En suma, la crisis económica internacional que se vivía en esos tiempos no era vista como producto de una razón única, sino resultado de una compleja red de mecanismos que interactuaban entre sí. Mecanismos de mercado, algunos (como la parte abierta de la economía contagia de inflación a la parte cerrada, por ejemplo); mecanismos financieros, otros; elementos políticos nacionales (los subterfugios para cambiar, o para mantener una determinada distribución del ingreso) y relaciones internacionales de poder (quien financia a quien, por qué y a qué costos).

Biasco tituló su famoso artículo como “El Fin de una Era”. Efectivamente, eran los estertores del Estado de bienestar y las políticas keynesianas. La derecha encontró una puerta, a través del monetarismo y el Consenso de Washington, y la economía volvió a crecer bajo otras condiciones sociales y en otro ambiente financiero (en el que, pese a todo, porque una visión monetarista de la inflación de aquellos años le echaría la culpa de todo el desastre a su endeudamiento de cortísimo plazo, Estados Unidos siguió financiandose a lo grande, permitiéndose déficits gigantescos mientras sus mastines de la ortodoxia exigían ajustes a las demás naciones).

No sé si Biasco siga escribiendo del tema. Publicó en los ochenta Gioco senza regole: l’economia internazionale alla ricerca di un assetto, luego pasó a tareas más políticas. Fue diputado (por el Partido Democrático de Izquierda) en una legislatura en la que Salvati coordinaba al grupo parlamentario (según Claudio Francia, el ojete de Berlusconi les puso un baile), y tuvo mucho que ver con la reforma fiscal de fines del siglo pasado. El caso es que ahora estamos ante el fin de otra era, y no nos vendría nada mal una explicación tan exhaustiva como aquella.

martes, noviembre 18, 2008

Biopics: Materias fundamentales

Soy de quienes creen que en la escuela se aprenden muchas cosas intrascendentes y unas cuantas cosas fundamentales. En aquel año académico me inscribí a ocho materias ocho, con un horario asesino –porque casi todas las clases se acumulaban de lunes a jueves-, a sabiendas de que me tardaría al menos otro año en cumplir con los exámenes de todas ellas. Creo que a la postre fue una buena decisión, no sólo por los efectos de la inmersión total, sino sobre todo porque en varias de esas materias aprendí la mayor parte de las cosas fundamentales que hay en la formación de un economista. En comparación, lo de los años anteriores había sido mero entrenamiento.

Cuatro materias resultaron importantes: eran Economía y Política Agraria, con Gianni Mottura, donde revisamos, por una parte, las tesis del “renegado” Kautsky, la vía junker y la vía farmer de la acumulación, así como una serie de artículos sobre la reforma agraria en Italia (que tenía varios puntos en común con la mexicana; entre otras, el uso político) y sus efectos en la economía regional; “Ciencia de la Programación”, con un maestro cuyo nombre no recuerdo, en el que estudiábamos, esencialmente, las interdependencias sectoriales de la economía, a partir de un análisis dinámico de la matriz de insumo-producto de Leontief; Una combinación divertida y formativa de álgebra lineal y sentido común. Ciencia de las Finanzas y Política Financiera, con Paolo Bosi, que –a pesar del nombre- versaba sobre presupuesto público y sus maneras alternativas de financiamiento, así como sobre los diferentes efectos de medidas de política fiscal o monetaria sobre la recaudación y Política Económica, con Andrea Ginzburg, que abordaba principalmente los efectos del comercio internacional en el desarrollo, pero también la formación de distritos industriales y los fundamentos del ciclo de negocios (que es también político). Con Bosi y con Ginzburg vimos un aspecto clave de la situación que empezaba a vivirse en aquellos años: la crisis fiscal del Estado.

Las otras cuatro materias resultaron fundamentales.

Michele Salvati, el jefe intelectual de ese grupo de jóvenes profesores, daba “Economía Industrial”, y se enfocaba en dos asuntos: los ciclos largos de creación y destrucción de capital –cómo a cada periodo de crecimiento corresponde el auge de ciertas ramas de la producción y cada crisis corresponde a un reacomodo del capital, que sale de estas ramas y pasa a generar otras, que serán las locomotoras del siguiente período de crecimiento- y los cambios en la toma de decisiones de las empresas –el paso de la racionalidad económica abstracta a las distintas razones organizacionales y psicológicas que han ido de la mano con el pasaje de la empresa tradicional a los corporativos modernos-. Y en medio de sus lecciones, Salvati a menudo se salía del tema, pero siempre para decir alguna genialidad políticamente incorrecta que –al final nos dábamos cuenta- efectivamente estaba ligada a los problemas que abordaba.

Massimo Pivetti daba Teoría Económica II. La parte central de su curso era un análisis detallado de la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, y se acompañaba de la revisión de la reabsorción del keynesianismo a la teoría ortodoxa (la “conciliación de Hicks” y las famosas curvas IS-LM), así como de la crítica de Garegnani al marginalismo. A diferencia de Salvati, Pivos era superordenado al dar clase. Inició la segunda lección sobre Keynes con un resumen de cinco minutos de lo que habíamos visto en la primera. En la tercera, antes de continuar con el desarrollo de la teoría, resumió en un minuto la primera y en cinco minutos la segunda. Y así sucesivamente. Era extremamente pulcro y preciso. Tenía percha y todas las compañeras estaban enamoradas de él (pero tenía pocos alumnos por su fama de muy exigente).

Salvatore Biasco daba Economía Internacional, era tímido y miraba siempre a la ventana durante sus lecciones, que no eran fáciles de seguir (en el fondo, hablaba para sí mismo; era un cuate muy neurótico que ponía seguros a sus sábanas para que no se le movieran durante el sueño, según contaban los compañeros que vivían con él). Pero los temas que tocaba, las lecturas que escogía y la manera aguda con la que trataba el asunto eran deslumbrantes. Con él vimos todo lo relativo al manejo de la balanza de pagos, pero también las relaciones políticas que estaban detrás de los movimientos internacionales de capital, del manejo de las finanzas mundiales y –en particular- el papel de la inflación en todo este enjuague.

La materia “Complementos de Matemáticas para Economistas” tenía relativamente pocas matemáticas. Se llamaba así porque en Italia los catedráticos son dueños de su cátedra, y suele haber sólo una por facultad. El nombre era un eufemismo para “Política Monetaria con Riccardo Parboni”, porque la titular de ese nombre era Maria Antonietta Campus. Parboni era un maestro joven, superneuras, que nos dio una visión filosófica del significado de la moneda en las culturas, nos enseñó una historia de las doctrinas de teoría monetaria –donde destrozaba con virulencia, pero también con precisión de cirujano, el monetarismo, la teoría que se quería proponer como alternativa a la crisis que azotaba el mundo- y también se internó en el grave asunto de las finanzas internacionales, explicando cómo en realidad se trata de un enorme juego de poder.

Si con Pivetti y Salvati entendí las bases del funcionamiento del sistema financiero (de cómo las decisiones de ahorro se convierten en decisiones efectivas de inversión), Biasco y Parboni me dieron muchísimas claves para la comprensión del “sistema-mundo”. Ese año decidí que mis áreas de especialización serían la teoría monetaria, el sistema financiero y la economía internacional.

Ahora que la economía mundial se encuentra en una severa crisis aquellas viejas lecciones vuelven a la mente, y lo hacen de manera machacona. Las tesis de Biasco, pero sobre todo las de Parboni –un genio muerto prematuramente- merecen, al menos, otro capítulo.

martes, noviembre 11, 2008

Biopics: Vadillo y los hippies

Una de las últimas cosas que hice antes de regresar a Italia fue asistir a una marcha de protesta contra las ejecuciones en España de jóvenes militantes de la ETA y de las GRAPO. Echeverría permitió esa manifestación, que le era útil para su política externa: solicitó la expulsión de España de la ONU. En realidad, aquellos eran los últimos estertores del régimen franquista. La marcha culminó en el Hemiciclo a Juárez. Recuerdo a mi amigo Julián Tonda muy animado –e indignado- en ella, y que alguien incluso gritó “Gora Euskadi Askatuta”.
En la sala de espera del avión que me llevaría de nuevo a Europa había dos españoles. Una señora muy decente les preguntó, casi asegurándolo, si estaban enojados con México, por la posición del gobierno. Se sorprendió de la respuesta:

-¡Pero señora, cuando España sea una democracia vamos a llenar de tequila todas las fuentes de Madrid!

Eran sindicalistas del PSOE y estuvimos conversando buena parte del viaje.


Al entrar al departamento de Módena me topé con una sorpresa. Estaba ocupado por una comuna de hippies. Eran amigos o conocidos de Margherita –a quien Eduardo le había dejado las llaves- y ella se los había prestado.

Quise poner la mejor de mis caras y de mis actitudes con estos cuates, pero estaban muy lejos de ser los hippies clásicos de las revistas gringas alternativas. Tenían en común con ellos eran la greña, la vestimenta, el gusto por la droga y la costumbre de no bañarse, porque olían a madres. Fuera de eso, eran unos imbéciles absolutos: me hacían preguntas como “Oye, ¿en México no comen carne por razones religiosas?” o afirmaban, muy convencidos: “En la India se acaban de ponerles a enseñar inglés. Mueren de hambre y les enseñan inglés ¡Qué tonto!”.

Al segundo día, mientras veía que todos bebían té con leche de la misma escudilla comunitaria de plástico, que dejaban toda babeada, me dije “basta” y los mandé a la chingada. Esa misma noche llegó Alfonso Vadillo a pedir asilo, lo que sirvió para apurarlos. Una pareja de los hippies me pidió que los dejara quedarse otro día, mientras encontraban dónde recalar. Estuvieron toda esa jornada cogiendo en el cuarto de Carreto.


Vadillo era lo contrario a los hippies: estaba muy hecho a la cultura de la izquierda comunista latinoamericana, y se había traído consigo –además de su guitarra- una buena cantidad de casetes con música de protesta. Durante el par de semanas que estuvo en casa me enseñó muchos elementos básicos de cocina –lo que aún hoy le agradezco- y a rasgar en su lira el “rin del angelito”. Nos echamos largas sesiones escuchando a Ángel Parra (había una grabación de él a dueto con Vadillo, y a leguas se notaba quien desafinaba) y otros intérpretes de cuecas, chacareras, milongas y toda esa gama sudamericana. Luego consiguió departamento –se lo rentó un tío de Anna Bernardi-, céntrico, pero chiquito y húmedo, y se fue para allá.

En esos días dos amigas –que yo había conocido a través de Paolo y Anna- nos visitaban cotidianamente por las noches: Adriana Martinelli y Cristina Tazzioli, Kitti. Era evidente que Adriana iba por los huesos de Vadillo; yo nunca supe si Kitti iba tras los míos, o nada más por hacerle compañía a su amiga. En esa duda estaba –viéndome lentooote- cuando Alfonso consiguió su depa. Adriana siguió frecuentándolo. Kitti desapareció (pero me sigo preguntando si fue por mi lentitud).

lunes, noviembre 10, 2008

El caníbal ignorado

Todos los periódicos estaban metidos en otra cosa: los funerales de Camilo Mouriño y las otras víctimas del avionazo del 4 de noviembre. Y si había otra cosa que apuntar, estaba la fuga de odorizante a gas en Polanco, que causó pánico colectivo. Los días posteriores, los medios seguirían con el desarrollo de las investigaciones del desastre.

Esa improbable coyuntura permitió que Eduardo Cervantes Salgado ni siquiera rozara la esquina de una primera plana en los principales diarios de México. Pero el 6 de noviembre las autoridades lograron acreditar que el sujeto –detenido en abril por matar a mazazos a su propia madre- había asesinado y devorado parcialmente a su novia, Karen Guadalupe González.

En las notas de interiores se destacaba que esto significaba que Karen, cuyo cadáver mutilado apareció en el norte de la ciudad, no había sido asesinada –como se pensó originalmente- por El Caníbal de la Guerrero, el hombre que cultivaba con sus poemas a sus víctimas, para luego matarlas y comérselas revueltas con chorizo, y que acaparó por semanas las primeras planas y las discusiones de sobremesa.

Cervantes era discreto, no fue capturado espectacularmente, no llamó la atención más que de algunos especialistas, que descubrieron una similitud entre los cortes hechos a la madre –los pedazos fueron recogidos en el canal del desagüe- y los que recibió la muchacha, que resultó haber sido su ex novia. El único detalle emotivo del caso es que la joven fue identificada por su tatuaje: un corazón roto.

Cuando José Luis Calva Zepeda, El Caníbal de la Guerrero, apareció muerto en su celda, los periódicos dieron la noticia con pormenores y la gente discutió –como siempre- si fue de verdad un suicidio. Eduardo Cervantes Salgado morirá en el anonimato.

Cosas que pasan por no escribir poesía.