martes, noviembre 18, 2008

Biopics: Materias fundamentales

Soy de quienes creen que en la escuela se aprenden muchas cosas intrascendentes y unas cuantas cosas fundamentales. En aquel año académico me inscribí a ocho materias ocho, con un horario asesino –porque casi todas las clases se acumulaban de lunes a jueves-, a sabiendas de que me tardaría al menos otro año en cumplir con los exámenes de todas ellas. Creo que a la postre fue una buena decisión, no sólo por los efectos de la inmersión total, sino sobre todo porque en varias de esas materias aprendí la mayor parte de las cosas fundamentales que hay en la formación de un economista. En comparación, lo de los años anteriores había sido mero entrenamiento.

Cuatro materias resultaron importantes: eran Economía y Política Agraria, con Gianni Mottura, donde revisamos, por una parte, las tesis del “renegado” Kautsky, la vía junker y la vía farmer de la acumulación, así como una serie de artículos sobre la reforma agraria en Italia (que tenía varios puntos en común con la mexicana; entre otras, el uso político) y sus efectos en la economía regional; “Ciencia de la Programación”, con un maestro cuyo nombre no recuerdo, en el que estudiábamos, esencialmente, las interdependencias sectoriales de la economía, a partir de un análisis dinámico de la matriz de insumo-producto de Leontief; Una combinación divertida y formativa de álgebra lineal y sentido común. Ciencia de las Finanzas y Política Financiera, con Paolo Bosi, que –a pesar del nombre- versaba sobre presupuesto público y sus maneras alternativas de financiamiento, así como sobre los diferentes efectos de medidas de política fiscal o monetaria sobre la recaudación y Política Económica, con Andrea Ginzburg, que abordaba principalmente los efectos del comercio internacional en el desarrollo, pero también la formación de distritos industriales y los fundamentos del ciclo de negocios (que es también político). Con Bosi y con Ginzburg vimos un aspecto clave de la situación que empezaba a vivirse en aquellos años: la crisis fiscal del Estado.

Las otras cuatro materias resultaron fundamentales.

Michele Salvati, el jefe intelectual de ese grupo de jóvenes profesores, daba “Economía Industrial”, y se enfocaba en dos asuntos: los ciclos largos de creación y destrucción de capital –cómo a cada periodo de crecimiento corresponde el auge de ciertas ramas de la producción y cada crisis corresponde a un reacomodo del capital, que sale de estas ramas y pasa a generar otras, que serán las locomotoras del siguiente período de crecimiento- y los cambios en la toma de decisiones de las empresas –el paso de la racionalidad económica abstracta a las distintas razones organizacionales y psicológicas que han ido de la mano con el pasaje de la empresa tradicional a los corporativos modernos-. Y en medio de sus lecciones, Salvati a menudo se salía del tema, pero siempre para decir alguna genialidad políticamente incorrecta que –al final nos dábamos cuenta- efectivamente estaba ligada a los problemas que abordaba.

Massimo Pivetti daba Teoría Económica II. La parte central de su curso era un análisis detallado de la Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero, y se acompañaba de la revisión de la reabsorción del keynesianismo a la teoría ortodoxa (la “conciliación de Hicks” y las famosas curvas IS-LM), así como de la crítica de Garegnani al marginalismo. A diferencia de Salvati, Pivos era superordenado al dar clase. Inició la segunda lección sobre Keynes con un resumen de cinco minutos de lo que habíamos visto en la primera. En la tercera, antes de continuar con el desarrollo de la teoría, resumió en un minuto la primera y en cinco minutos la segunda. Y así sucesivamente. Era extremamente pulcro y preciso. Tenía percha y todas las compañeras estaban enamoradas de él (pero tenía pocos alumnos por su fama de muy exigente).

Salvatore Biasco daba Economía Internacional, era tímido y miraba siempre a la ventana durante sus lecciones, que no eran fáciles de seguir (en el fondo, hablaba para sí mismo; era un cuate muy neurótico que ponía seguros a sus sábanas para que no se le movieran durante el sueño, según contaban los compañeros que vivían con él). Pero los temas que tocaba, las lecturas que escogía y la manera aguda con la que trataba el asunto eran deslumbrantes. Con él vimos todo lo relativo al manejo de la balanza de pagos, pero también las relaciones políticas que estaban detrás de los movimientos internacionales de capital, del manejo de las finanzas mundiales y –en particular- el papel de la inflación en todo este enjuague.

La materia “Complementos de Matemáticas para Economistas” tenía relativamente pocas matemáticas. Se llamaba así porque en Italia los catedráticos son dueños de su cátedra, y suele haber sólo una por facultad. El nombre era un eufemismo para “Política Monetaria con Riccardo Parboni”, porque la titular de ese nombre era Maria Antonietta Campus. Parboni era un maestro joven, superneuras, que nos dio una visión filosófica del significado de la moneda en las culturas, nos enseñó una historia de las doctrinas de teoría monetaria –donde destrozaba con virulencia, pero también con precisión de cirujano, el monetarismo, la teoría que se quería proponer como alternativa a la crisis que azotaba el mundo- y también se internó en el grave asunto de las finanzas internacionales, explicando cómo en realidad se trata de un enorme juego de poder.

Si con Pivetti y Salvati entendí las bases del funcionamiento del sistema financiero (de cómo las decisiones de ahorro se convierten en decisiones efectivas de inversión), Biasco y Parboni me dieron muchísimas claves para la comprensión del “sistema-mundo”. Ese año decidí que mis áreas de especialización serían la teoría monetaria, el sistema financiero y la economía internacional.

Ahora que la economía mundial se encuentra en una severa crisis aquellas viejas lecciones vuelven a la mente, y lo hacen de manera machacona. Las tesis de Biasco, pero sobre todo las de Parboni –un genio muerto prematuramente- merecen, al menos, otro capítulo.

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