lunes, mayo 18, 2009

Santomé y Avellaneda en la colonia Juárez

El sior Toño, el sior Patiño (Abuelo de Miguel) y yo solemos comer en un restaurante cerca del trabajo. Hace unos meses recaló allí, en un horario similar al nuestro, una pareja. Él, calvo y de bigotito calado, muy serio, rondando la cincuentena; ella, al menos veinte años más joven, espigada, morena, de buena formas y también muy seria. Ambos, con ropa y actitud de oficinistas menores. Daba la impresión de que iniciaban un romance. Los bautizamos como Santomé y Avellaneda, en honor a los protagonistas de La Tregua, la novela de Mario Benedetti.

También Santomé y Avellaneda se hicieron habituales del lugar. Y más de una ocasión alguno de nosotros logró robarle una mirada, y hasta una sonrisa, a la seria y guapa Avellaneda, lo que generaba en Santomé la reacción inmediata de tomarla del talle, para mostrar que la poseía y para impedir que se escapara.

Un viernes, a mitad de la junta de redacción, Toño -quien descansaba ese día- me llamó por teléfono. Me dijo que estaba con su esposa en el restaurant habitual y que había visto a Santomé "con sus retoños". Tras la junta, Patiño y yo fuimos a comer y, efectivamente, allí estaba Santomé con dos muchachos adultos, parecidos a él y que le decían papá. Patiño y yo nos preguntamos si -como en la novela- uno lo estaba ayudando con su jubilación y el otro era un gay de clóset. Esa única ocasión Santomé se dirigió a nosotros y nos deseó buen provecho.

Volvieron Santomé y Avellaneda a frecuentar el restaurante, y nosotros a robar juguetonamente un instante la atención de la joven mujer. Fueron también el último día que abrieron los restaurantes, antes de las medidas de emergencia por la epidemia de influenza los cerraran temporalmente. Avellaneda, extrañamente, iba de jeans y llevaba cubrebocas; Santomé tenía puesto su trajecito.

La epidemia de influenza pasó, los restaurantes reabrieron. No hemos vuelto a ver a Avellaneda (pero sí a Santomé, saliendo apurado, junto a uno de sus hijos). Y ahora que ha muerto Benedetti me preocupa que uno de sus personajes quiera empecinarse en seguir los pasos de la novela.

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