martes, julio 21, 2009

(Biopics: "Yo esquié con Tomba, la Bomba")

Panatta, Nastase y Ramírez

Como ya no tenía que ir a clases, me impuse la obligación de estudiar ocho horas diarias para cumplir con los exámenes que me faltaban. El clima y la poca actividad de la ciudad ayudaban a conseguirlo, como promedio diario. Así que solía pasármela pegado a los libros y los artículos especializados de economía internacional.

Como sólo íbamos una que otra vez a la facultad (sobre todo a la ordenada y rica biblioteca), dejamos la saludable tarea cotidiana de pedalear al menos una hora diaria en la bici. Las cascaritas futboleras de la escuela, en las que se enfrentaba el Primer Mundo (emilianos, lombardos y trentino) contra el Tercer Mundo (sardos, venetos, mexicanos y griego) con los romanos jugando de comodín (y con ello, determinando el ganador, porque Beniamino era buenísimo) de bien poco servían para combatir eficazmente el sedentarismo, así que Mapes, Carreto y yo decidimos pegarle al tenis.

Nos compramos raquetas (yo, una Yonex “ligerísima” que no tardó en ser muy pesada cuando aparecieron las de fibra de carbón) y juegos de pants y chamarra idénticos, salvo en el color. El de Eduardo era azul, el de Jorge era negro y el mío era verde bandera. Así ataviados nos íbamos a las canchas de Módena Est, vacías en medio de un frío perro, a jugar nuestros partiditos de reta a tres juegos. Por el color de los uniformes, nos asignamos a los tenistas de moda: Mapes era Adriano Panatta, Carreto era Ilie Nastase y yo era Raúl Ramírez. Era divertido y no importaba que se nos congelaran orejas, narices y mocos (la cancha estaba cerca de las vías del tren y me gustaba imaginar que algún pasajero, al vernos, pensara que estábamos totalmente locos). Al final terminábamos cansados y contentos (Panatta y Ramírez más, porque nos las arreglábamos para hacer encorajinar a Nastase con alguna decisión arbitral y comentar jocosamente acerca del “enésimo berrinche del rumano”).

Jorge –tal vez porque era el que más nalga hacía sentado por horas interminables frente a sus libros- decidió también salir a correr diariamente a la orilla de un afluente del río Pánaro cercano a casa, y se metió a lecciones de tae-kwon-do (“chop-chop”, le decía yo, confundiéndolo con el karate), de donde llegaba agotado. Se picó bastante con el tae-kwon-do: ahora es cinta negra, chorragésimo dan y desde hace años imparte clases de ese deporte que tanta gloria le ha dado a México.

"Yo esquié con Tomba, la Bomba"

El clima, por supuesto, se prestaba mucho más para los deportes estrictamente invernales, pero Módena no tenía pista de hielo (alguna vez fuimos, en bola, a Sasso Marconi, y yo era de los pocos que sabía patinar). Lo que algunos hacían era viajar a esquiar al Apenino modenés o (si tenían mucha lana) a los Alpes italianos.

Las hermanas Bucciarelli tenían una casa en Séstola, el centro de esquí más importante de la provincia de Módena, e invitaron a Carreto y a Mapes un fin de semana. Allí quedamos Claudio Francia y yo de vernos con ellos.

Claudio consiguió que su hermano le prestara su auto (un modelo de lujo) y también que me prestara sus esquís. Colocamos los dos pares en el portaesquís del coche y emprendimos el camino a Séstola. A los pocos kilómetros nos encontramos con un piquete de obreros en huelga. Fieles a nuestra costumbre, los saludamos a puño alzado. Metros después nos damos cuenta y nos carcajeamos: ¿qué habrán pensado los compañeros obreros de los dos chavos que les responden con el saludo comunista desde un auto elegante y con esquís sobre el toldo? “Burgueses snobs de mierda”, por decir algo ligerito.

En Séstola, renté unas botas para esquiar, tomamos el teleférico y llegamos a la zona central de esquí alpino. Había dos pistas: una para principiantes y otra para avanzados –que, entiendo, tampoco era la gran cosa-. Claudio me enseñó los principios básicos y descubrí que esquiar en nieve es muy sencillo; lo difícil es frenar. Hay dos métodos: uno es ir paulatinamente separando las piernas, juntando las rodillas y acercando las puntas de los esquís, con lo que baja la velocidad; el otro es un movimiento de caderas y rodillas que crea una suerte de derrape. Cuando dominas este último método, lo puedes ir graduando y avanzar en zig-zag colina abajo.

Las Bucciarelli, Mapes y Carreto (ya era la segunda vez que mis amigos esquiaban) se lanzaron alegremente por la colina de principiantes. Claudio intentó que perfeccionara, en lo planito, mis métodos de frenado y, cuando sintió que había aprendido lo suficiente, nos lanzamos. La sensación de ir deslizándose por la montaña nevada, a una velocidad bastante grande, mientras te pega el viento helado y ves pasar a tu alrededor a una pequeña multitud multicolor y alegre, es maravillosa y vital. Entiendo por qué quienes pueden esquiar a menudo, lo hacen. Tomaba yo las pequeñas curvas de la colina bastante bien. Lo suficiente como para que Claudio considerara que había aprendido, acelerara y se alejara para siempre.

Seguí gozando la sensación de fresco desliz, con el aire frío y oloroso a pino y el cuerpo que se mueve casi sin esfuerzo… hasta que sentí que había acelerado demasiado y era hora de frenar. Intento el movimiento de caderas y rodillas y lo único que logro, torpemente, es variar la ruta. La compongo y trato de separar las piernas y juntar las rodillas: tal vez ya no acelero, pero la velocidad no baja y no baja. ¿Qué hago? Veo que a mi izquierda se acumula un montón de nieve, cambio levemente la dirección y cuando estoy cerca, me echo un clavado a lo mullidito. La salvé.

Reemprendo mi camino, otra vez la sensación agradable, pero de nuevo la aceleración y las dificultades para frenar. Cuando ya parece que lo estoy logrando, se aparece una reja y me estampo contra ella. Puff. Esquío despacito para el elevador rotatorio que me depositará de nuevo en la cima de la colina.

Arriba, mis cuates me informan que se van a la pista para avanzados. Yo ni de loco. Vuelvo a emprender el descenso en la de principiantes, con idénticos resultados: percibo la sensación agradable, siento que acelero demasiado, veo el montón de nieve y me lanzo… poco después intento frenar antes de la reja y me estampo. Lo diferente fue la subida, porque a la mitad se me desvió el esquí, perdí el equilibrio y caí. Se me hizo larguísimo, casi un Gólgota, el ascenso a pie, sobre todo porque tienes que hacerlo de manera lateral, con los esquis paralelos.

Total, que me quedé sentado tomando el brillante sol (y un brandy), sentadote en una silla, esperando el regreso de los cuates. Eran casi las seis (y me preocupaba por la devolución de las botas) cuando los divisé. Los italianos iban zigzagueando alegremente, Jorge iba tras ellos, en un zigzag algo torpe, y Eduardo –vestido con suéter y saco- los rebasaba rodando. Se volvía a incorporar, esquiaba otro poco, y volvía a rodar. Así hasta llegar abajo.

Mientras esperaba a los amigos, un grupo de niños se lanzó varias veces, de manera vertiginosa, por la pista para avanzados. Uno de ellos gritaba: “Sono una bomba!”. Como el año y el lugar coinciden, he llegado a afirmar que esquié con Alberto Tomba, La Bomba. Desgraciadamente, no tengo forma de comprobarlo.

miércoles, julio 15, 2009

Biopics: Un amigo en llamas

Llegué a una congelada Módena, muy dispuesto a estudiar todos los textos de economía internacional que requería la materia, la siguiente en mi lista de exámenes, pero rápido lo interrumpí.

Alfonso Vadillo había decidido dejar la facultad y cambiarse a Roma, para hacer unos estudios en el Instituto Gramsci. Se estaba quedando con una gringa que tenía un gato castrado, que Vadillo detestaba, así que se lo robó y nos lo trajo de regalo. Era blanco y grande. Nomás por joder a Vadillo, Mapes le puso “Berlinguer” al gato, “porque lo caparon los gringos” (Berlinguer era el secretario general del PCI). El animalejo resultó ser una compañía divertida.

Pero no sólo trajo al gato, sino también malas noticias. Supo que nuestro amigo Carlos Mársico había tenido un terrible accidente en su casa de Perugia. Le sucedió cuando, en un día helado, estaba repintando una de las recámaras de su departamento. Había puesto un calentador de kerosene en el centro de la pieza, y en algún momento lo rozó con sus manos llenas de thinner; las manos y los brazos se incendiaron y él trató de apagar el fuego en sus pantalones, pero sólo logró que también su pierna se viera envuelta en las llamas. Carlos se revolcaba en el suelo, entre gritos, y acudió una de sus inquilinas de turno, una francesa, a quien se le ocurrió echarle un balde de agua al hombre en llamas, con lo que las apagó (pero también terminó pegándole la tela quemada a la pierna). Estuvo en cuidados intensivos y lo iban a trasladar a Roma.
Acompañé a Vadillo a Roma, y visitamos a Mársico al hospital. No teníamos idea de la gravedad del asunto –Alfonso incluso le había comprado un libro al que puso una dedicatoria chusca, y prefirió arrancar la página-. Carlos estaba como los hospitalizados de caricatura: los dos brazos y la pierna vendados y alzados. Lo acompañaban sus padres (la única vez que los ví y estaban afligidísimos). Él se dio ánimos para bromear con nosotros: “lo bueno fue que se salvó el pirrín y eso es lo más importante”, pero hubo un instante en que lo ví mirar mis manos –yo gesticulaba con ellas- con triste y verdadera envidia.
Mársico tendría que estar en terapia “por lo menos un año” para poder recuperar el movimiento de las manos, nos explicó la mamá, y nos dijo que Carlos no se daba cuenta de lo difícil que había sido para él superar los problemas que le dejó la poliomielitis que adquirió de niño (pero nosotros sí nos dimos cuenta de lo difícil que había sido para ella). Los dejamos mientras ella le encendía un cigarro al hijo, se lo ponía en la boca y se lo retiraba (cosa impensable en los hospitales de hoy, pero muy relajante, en ese momento, para Carlos). Era una imagen conmovedora.
Días después, la familia salió hacia Buenos Aires. Carlos tardaría menos del año en volver a usar sus manos (aunque dos dedos quedaron rígidos) y se daría, incluso, un rol por Sudamérica antes de regresar a Italia.

Yo aproveché que en Roma no hacía tanto frío para quedarme un par de días más. Alfonso Vadillo me presentaba con sus cuates como el hijo que había tenido Marlon Brando con una mexicana mientras filmaba Viva Zapata! Era un extraordinario mitómano. A una gringa le dijo que su nombre era Alfonso Pemex, el gran heredero petrolero de México. A varios italianos, que era descendiente de los emperadores aztecas, y hasta se quejaba amargamente de la renta “ridícula” que pagaba el Estado mexicano a su familia por permitir que los turistas visitaran las pirámides en las que estaban enterrados sus ancestros.

jueves, julio 09, 2009

Biopics: Lecciones de manejo

Lecciones de manejo para conductores nerviosos

Antes de aquel viaje a México había tomado la decisión de aprender a manejar. Ya iba yo con retraso respecto a mis compañeros (a diferencia de muchos, jamás me interesó la mecánica y Víctor me había intentado enseñar dos veces, que terminaron en fracaso: la primera, apreté el acelerador en vez del freno y cruzamos Thiers a ciegas; la segunda, un poli nos cachó y nos sacó cincuenta pesas). Hasta Raúl Trejo –flamante papá- ya sabía manejar. Él me comentó que había aprendido en la Escuela de Manejo Ángel, “especialista en conductores nerviosos”. Me dije que si Trejo había aprendido, esa escuela debía de ser buenísima, así que me inscribí.

El curso constaba de una semana. Llegaba el instructor en la mañana, con un vocho de dos volantes (si el alumno se apendejaba, el maestro usaba el otro) y el curso duraba 5 horas: una al día, de lunes a viernes. El lunes, apenas aprendí a sacar el clutch y avanzar, el instructor me mandó al tráfico de Mariano Escobedo y Marina Nacional. El método para conductores nerviosos consistía en meterlos luego luego en el caos citadino. El martes dimos otro rol hacia Azcapotzalco; el miércoles fue tomar el Periférico a CU y de regreso (ya para entonces yo manejaba tranquilo); el jueves, lección intensiva de glorietas y el viernes, lo más difícil, que es estacionarse, sobre todo en espacios reducidos. Pasé el curso pero, fiel a mi costumbre de posponer todo trámite, me tardé cinco años en sacar la licencia de conducir.

Expectativas presidenciales

Poco después fue la toma de posesión del nuevo Presidente, José López Portillo. Recuerdo particularmente dos comentarios al respecto de parte de mis amigos. Luis Foncerrada se mostraba optimista: “Con Echeverría la economía creció, pero muy a lo loco; López Portillo va a poner orden”. Raúl Trejo era un poco más mesurado: “Lo que comentaba con los cuates es que al menos vamos a tener seis años en los que se podrá hacer política sin que te metan a la cárcel”. Ambos estaban equivocados.

Un rol a Acapulco (y algo más)

La de Foncerrada no habría de ser la única boda a la que asistiera en aquellas vacaciones. También se casaron Julián Tonda (con Lourdes Sánchez) y Hermann Bellinghausen (con Blanca Rico, quien luego desarrollaría una buena amistad conmigo).

En el interin entre las dos ceremonias, Jorge Carreto, Susana Duprat, Patricia y yo nos echamos un breve rol a Acapulco.

Primero pasamos por Agua de Obispo, donde teníamos planeado quedarnos una noche. Dimos una vuelta por el ríachuelo, que corría tranquilo entre rocas. Eran un día y un paraje agradabilísimos. Patricia y yo nos perdimos, convenientemente. Al regresar, nos topamos con que el tío de Carreto había llegado y nos veía con cara hosca, así que mejor nos fuimos directamente al puerto. En el camino, en el Cañón del Zopilote, escuchábamos la música de Santana en el carro de Jorge. Con esa música como soundtrack perfecto del momento, cruzábamos velozmente el territorio bajo las montañas y sentíamos la calidez de la mutua compañía. Me sentía feliz. Hay ocasiones en las que unos minutos de felicidad se vuelven determinantes. Lo he pensado muchas veces, años después.

Patricia y yo tuvimos que adelantar nuestro regreso, porque ella había dicho a las guardianas teresianas que se había ido a Iguala con una amiga, y tenía cita con ella, en México, para que la mentira cuadrara bien. En aquel viaje, me pareció que su carácter disconforme era la expresión de un inconformismo de base con “enorme potencial revolucionario”. Eso quise ver. Además, era diferente a otras chicas que había conocido. Por un lado, era dentista –una carrera que los de economía despreciábamos por mero prejuicio-, pero se decía de izquierda; por el otro, tenía una historia romántica detrás: su último novio, un tal Mingo, había muerto de cáncer unos meses antes de que nos conociéramos.

Poco antes de mi regreso, Patricia me dijo: “te quiero”. Tragué saliva. “Yo también te quiero” –respondí de botepronto. Quedamos que a mi próximo regreso ella me recibiría, pero “eso sí, estarás libre e independiente, y no en esa residencia de aspirantes a monjas”.

miércoles, julio 01, 2009

El dios azteca de las bases por bolas




Junio fue un mes extraño para el contingente mexicano en Grandes Ligas. Los resultados fueron mixtos y un par de peloteros –el toletero Adrián González y el lanzador Edgar, del mismo apellido- lograron récords que lindan entre lo curioso y lo raro. El primero es el dios azteca de las bases por bolas; el segundo, el relevista toletero.

Aquí el seguimiento del contingente, siempre de acuerdo con el desempeño acumulado en la temporada:

Adrián González terminó mayo e inició junio a tambor batiente, conectando cuadrangulares a un ritmo que envidiaría Babe Ruth, pero durante el mes los lanzadores contrarios encontraron la fórmula para evitar que el de Tijuana se volara la barda: alejarle la bola. Mejor que se tome una base a que mande lejos la canica, al cabo que, con la lesión de Scout Hairston, era antecedido por esa máquiina de outs llamada Brian Giles y seguido por un Kouzmanoff en pleno slump. Así, Adrián estableció una rara marca en la Liga Nacional: ocho partidos consecutivos en los que recibió al menos dos pasaportes, así como diez partidos seguidos tomando la base gratis. Lidera, de lejos, las mayores en el departamento de pasaportes recibidos: es el dios azteca de las bases por bolar. Esto redundó en contra de su promedio de bateo y de su ritmo jonronero (se equivocan, porque no saben interpretar estadísticas, quienes creen que Adrián batea cuadrangulares porque “es selectivo”; los pega porque tiene poder y más bases, menos vuelacercas), pero ayudó a la estadística más importante de los toleteros, el OPS (porcentaje de embasamiento + slugging), en el que Adrián tiene 1.002: esto quiere decir que, en promedio, Adrián gana una base y unos centímetros por cada vez que se para en la caja de bateo. Impresionante. Terminó junio con una lesión en la rodilla, al barrerse tras un triple. Si lo hacen descansar, perderá su posición como el jugador de Ligas Mayores con más partidos consecutivos, porque también es caballo de hierro. Sus números en junio: .235, con 4 jonrones y 8 producidas; en la campaña: .271, 24 y 48.

Yovani Gallardo sigue lanzando de manera extraordinaria. Casi todas sus salidas en junio fueron de calidad y casi todas sus derrotas han sido en duelos de pitcheo. En junio: 3 ganados, 2 perdidos, con un magnífico 2.20 de efectividad. En la temporada –tras su derrota 1-0 el 1º de julio, 8-5, 2.75 de carreras limpias y 114 ponches. Lidera la Liga Nacional en porcentaje de bateo de los contrarios: un ridículo .187

Joakim Soria tuvo pocas oportunidades de salvamento por la baja de juego de los Reales, pero sigue en la elite de los cerradores. En junio, ganó un juego (que no había podido salvar), desperdició un rescate y consiguió tres, con 1.80 de PCL. En el año, su marca es de 2-0, 10 juegos salvados y 1.93 de carreras limpias.

Alfredo Aceves se ha convertido en pieza clave del bullpen de los Yanquis. Ganó otros 2 juegos en junio, para colocarse con marca de 5-1 y 2.16 de PCL.

Jorge Cantú ha bateado más para el porcentaje que para el poder: .324 en junio, pero con un solo jonrón y 10 producidas. En el año, el tamaulipeco lleva .287, 9 palos de vuelta entera y 49 remolcadas.

Scott Hairston se pasó buena parte del mes en la lista de lesionados, afectando el rendimiento en general de los Padres, pero ya regresó. En junio, .243 con 2 jonrones y 5 producidas. En el año; .309, 9 y 27, además de 6 robos.

Jerry Hairston Jr. El mayor de los Hairston Arellano bajó en su bateo, pero sigue aprovechando su guante y su versatilidad para jugar a diario. En junio, .226, con 6 remolcadas. En la temporada, .249, 7 jonrones, 22 impulsadas y 7 robos.

Rod Barajas superó una lesión en el tendón de la corva y sigue en la receptoría de Toronto. En junio bateó para .224, con 4 jonrones y 12 producidas. Además se robó una base, la segunda en 11 años de carrera. En la campaña, .266, 7 y 38.

Dennys Reyes. El gordito de Higuera de Zaragoza tuvo una tarde aciaga –donde de paso ayudó a su compatriota Jorge de la Rosa- pero fuera de ello, ha seguido efectivo. En junio, a pesar de su 5.40 de PCL mantuvo 5 ventajas. En el año, 0-1, 4.35 de limpias, 13 ventajas sostenidas y un juego salvado.

Jorge De la Rosa vive una temporada bizarra. El zurdo de los Rockies no ganó un juego en abril, el mes que mejor lanzó, pero en junio –aunque estuvo tan inconsistente como en mayo, con 6.08 de limpias- los bats lo apoyaron y ganó 4 y perdió 1. En el año, 4-7 y 5.64 de PCL y buenos 87 chocolates.

Juan Castro jugó poco en el mes, a pesar de lo caliente de su bat y lo bueno de su guante. En junio se fue con .313. En la campaña: .347, 1 cuadrangular, 7 impulsadas.

Ramiro Peña es otro joven que ya quedó con el equipo grande de los Yanquis, jugando en la tercera y como campocorto. En junio, bateó para .333 con 3 producidas. En el año, .267, con 7 impulsadas y tres robos.

Edgar González Sabín ha sido ahora probado en los jardines por los desesperados Padres. El hermano de Adrián bateó en junio .195, con un jonrón y 4 producidas. En la campaña: .186, 4 y 11

Augie Ojeda sigue a la baja. El infielder de Arizona bateó en junio apenas para .162; en el año, .234, con un jonrón, 4 producidas y dos robos.

Jorge Campillo sigue en la lista de lesionados, con marca de 1.0 y 4.15 de limpias.

Luis Ayala, tras fracasar varias veces en juegos apretados, fue dejado en libertad por los Mellizos. Se dice que los Piratas lo podrían contratar. En la temporada lleva 1-2, con 4.18 de limpias.

Elmer Dessens regresó a las mayores el mismo día que corrieron a Ayala. Ha lanzado en tres juegos para los Mets, con marca de 0-0 y 4.50 de limpias.

Édgar González no ha brillado en la loma, pero el lanzador de Nuevo León empató un récord extraño de la Liga Americana: pegar dos hits jugando como relevista, algo que no se había visto en 40 años. Su marca en el año, 0-1, con 5.74 de limpias.

Alfredo Amézaga (.217-0-2) sigue en la lista de lesionados, al igual que Oliver Pérez (1-2, 9.97), quien se cura de su chafitis aguda jugando en las Menores.

Walter Silva volvió a recibir una oportunidad con los Padres y volvió a fallar. Empeoró su marca del año a 0-1, con 9.35.

Luis Cruz (un hit en dos turnos), Arturo López 0-0 y 19.29 de carreras limpias y Luis Mendoza 0-0, con 36.00 de PCL, siguen en las menores..