miércoles, diciembre 09, 2009

Leyendas olímpicas invernales: Steven Bradbury

Para Steven Bradbury ya era una victoria estar en los Juegos Olímpicos de Salt Lake City, en 2002. Era la cuarta vez que asistía y, a sus 29 años, seguramente sería la última.

Steven era el más veloz de los patinadores australianos de pista rápida, y tenía una larga historia atlética, con pocos triunfos –lo que era de esperarse porque la cálida Australia nunca se ha distinguido por atletas invernales-. En 1991 había sido parte del relevo nacional que, sorpresivamente, ganó el campeonato mundial, en Sydney. En los Juegos Olímpicos de 1992, vio desde la banca como su escuadra era eliminada en la ronda semifinal. En Lillehammer 1994 ya encabezaba al equipo y subió al podio, con una medalla de bronce en los 5 mil metros de relevos. Era su mejor momento. En la competencia individual quedó en octavo lugar en los 500 metros y fue 24º en los 1000 metros.
Luego la suerte se le volteó y vinieron las lesiones. En un choque de 1995, un patinador le pasó por encima del muslo izquierdo: la cuchilla lo atravesó y perdió cuatro litros de sangre. Bradbury tuvo que recibir 111 puntadas y tardó año y medio en recuperarse. Suficiente tiempo para volver a entrenar y asistir a los juegos de 1998, donde esta vez el relevo de Australia quedó en octavo y último lugar y, en sus competencias individuales, Steven quedó en los lugares 19 y 21.

Nuevo accidente en el año 2000. Al tratar de esquivar a un patinador caído, Bradbury se tropezó y fue a dar de cabeza contra la barrera. Se fracturó dos vértebras. En la intervención, le colocaron clavos en el cráneo; tornillos y placas en pecho y espalda. Tuvo que usar un inmovilizador cervical por mes y medio. Los doctores le dijeron que no debería volver a patinar. El australiano no les hizo caso y volvió al hielo, con dedicación. Tendría otros juegos olímpicos, compitiendo en el evento individual de 1000 metros, y se daría por bien servido.

En 2002, Bradbury ganó su heat en la primera ronda, pero su suerte parecía echada en la segunda, de cuartos de final, cuando se enfrentó, entre otros, a Apollo Ohno, el favorito local y al campeón mundial Marc Gagnon, de Canadá. Terminó en tercer lugar, pero Gagnon fue descalificado, así que el australiano llegó a semifinales.

Para la siguiente carrera, los rivales eran todavía más complicados: entre ellos estaban el campeón olímpico Kim Don-Seung, de Corea, el multimedallista olímpico Li JuaJun, de China y el canadiense Mathew Turcotte. Bradbury iba muy atrasado cuando estos tres patinadores chocaron entre sí y permitieron al australiano colarse al segundo lugar y pasar a la gran final.

En la final lo esperaban Ohno, el coreano Ahn Hyung-So (triple medallista de oro en Turín 2006), Li y Turcotte. La carrera entre los cuatro fue tremenda, mientras Bradbury se rezagaba cada vez más. En la vuelta final, los norteamericanos y los asiáticos disputaban centímetro a centímetro una medalla que iba a ser definida por milésimas; el australiano iba a 15 metros de distancia. Al llegar a la última curva, los cuatro terminaron derrapando y un efecto dominó hizo que todos fueran a chocar contra la barrera, Bradbury los esquivó y se llevó, para sorpresa de él mismo y del mundo entero, la primera medalla olímpica de oro para Australia en unos juegos olímpicos invernales. Pasó a la leyenda.

Bradbury resultó también filósofo. Tras ganar el oro declaró: “Obviamente no fui el patinador más rápido. No tomaré la medalla por el minuto y medio de la carrera que gané. La tomaré por la década de friegas que me paré”.
Aquella no fue una medalla fortuita, sino el justo premio a uno de tantos deportistas que, no importa la adversidad, jamás tiran la toalla.

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