martes, febrero 23, 2010

Biopics: Sobrevivientes de una curva

En Marzo de 1978 viajamos a Oaxaca, donde Felipe, el hermano de Patricia se casaba con María Cristina, la amiga de Patricia. Dos anécdotas son recordables de ese viaje. Una, que pasábamos por el centro de la ciudad cuando nos topamos con un indígena harapiento tirado en la calle, y el hermano de María Cristina fue con un policía. Creíamos que para ayudar al hombre, pero no: fue para regañarlo porque dejaba que ese indio maloliente diera mal aspecto y no se lo llevaba detenido (más tarde nos enteramos que la familia de ella había investigado a la de Felipe, por si el segundo apellido, Young era en realidad Yung, delatando origen chino; para tranquilidad de aquellos, era en realidad Jung, y delataba origen prusiano). La segunda fue en el banquete, porque hacía un frío del carajo y un amigo norteño de Felipe, muy caballero él, le prestó su saco a una gringa escotada… que lo mantuvo puesto aun después de que llegara el novio, mientras el bigotón caballero norteño seguía aterido.

Después fuimos a Houston (y saqué nueva visa gringa, no sin problemas, porque no se explicaban por qué había yo, que trabajaba en Culiacán, ido a la embajada en la capital y no al consulado en Mazatlán). Sucede que el cuñado de Patricia se había llevado el Datsun a Houston (no sé si con el consentimiento de ella) y fuimos a recoger el auto. Estuvimos un par de días con Miguel Angel, el cuñado, y Elizabeth, la hermana. No parecían muy compatibles. Él estaba clavado con su especialización en cardiología y con las enfermeras buenonas; ella, en la nueva moda de hacer ejercicio con música, que pronto recibiría el nombre de aerobics.

Total, que tomamos el carro y manejamos hasta Nuevo Laredo (no sin problemas en la frontera, porque se preguntaban por qué un auto con placas de Sonora cruzaba por Tamaulipas), escuchando varias veces la canción número uno del hit parade, “Hotel California”. De ahí, otro tramo largo, con escala turística en Saltillo, hasta Gómez Palacio, Durango. Patricia se sentía cansada de manejar, pero quedamos en que lo haríamos los dos hasta la capital duranguense y en ella reposaríamos un día antes del trayecto más difícil: cruzar la sierra hasta Mazatlán.

Ese día, que era el cumpleaños 25 de Patricia, yo manejé, despacio y con mucho cuidado, pues tenía poquísima experiencia, por el tramo de la sierra de Victoria. Luego Patricia tomó el volante. Estábamos ya cerca de nuestra meta cuando de repente sentí un frenón y, en automático, me puse en la posición de emergencia que aparece en las cartulinas de los aviones. “Ya valimos madre”, pensé mientras me zangoloteaba y escuchaba el golpeteo enloquecido de las láminas… “así que esto es morirse”. De pronto los golpes cesaron y junto con la inmovilidad vino el silencio. Yo estaba en el peligroso asiento del copiloto y dije: “No te preocupes, no me pasó nada”. No obtuve respuesta. Volteé y no vi a nadie en el lugar del piloto. Luego escuché, de afuera, un quejido. Intenté abrir la puerta, pero era imposible porque el auto estaba ruedas arriba. Salí por la ventana y vi a Patricia tirada en medio de la carretera, en el sentido en que veníamos; el coche estaba volcado en sentido contrario. Fui hacia ella. Un autobús de pasajeros se acercaba. Hice señas y se detuvo. Bajó gente. Entre ellos, un tipo que se decía doctor, le aflojó las ropas a Patricia y la revisó someramente.

-Se rompió la columna –decretó-, no volverá a caminar.

Patricia, como en un susurro, me llamó y me dijo muy bajito:

-Es un pendejo. Sí siento mis piernas.

En el autobús también había un sacerdote, que le dio la extremaunción, puso su mano en mi hombro y dijo: “¡Resignación!”.

-No joda, padre –fue mi respuesta.

Un millón de pensamientos y sentimientos pasaron por mí durante esos minutos. El principal, que el antiguo novio de Patricia, que había muerto de cáncer dos años atrás, la reclamaba. “Mingo la está buscando”, me dije. Otra, el recuerdo de que tendría “una cruz” en mi matrimonio, en la lectura astral que me hizo mi amiga la gorda roquera en Módena.

Poco después llegó un hombre en un vocho. Llamó por radio a la Cruz Roja, en la que había sido rescatista. Le dio a Patricia unas buscapinas. Nos recomendó que no la dejáramos en la Cruz, sino en uno de los dos mejores hospitales de la ciudad. Uno de ellos era el Rodarte, como el apellido de un cuate de la prepa, y ahí le dije a los de la ambulancia que la enviaran. Recuerdo el nombre de ese buen samaritano: Joel Gorjón.

Salimos juntos de Gómez Palacio, pero llegamos separados a Durango. Patricia, en la ambulancia; el auto, en la grúa y yo, en la patrulla de la Federal de Caminos. En el hospital, los oficiales le preguntaron a Patricia quién iba manejando. “Yo”, respondió. Hasta entonces me di cuenta que en realidad había llegado detenido.

Quién sabe cómo fue el accidente. Patricia no lo recordaba bien: sólo que salió volando y se dijo “ya estoy en el cielo”, pero que cuando del cielo aparecieron montañas se dio cuenta de que estaba cayendo. “Voy a caer como gato”, se dijo, y empezó a darse la vuelta en el aire, pero a mitad del movimiento entendió que no era un gato y se estallaría las vísceras, regresaba a ponerse de espaldas cuando la encontró el asfalto.

Patricia tenía rotas cuatro costillas y fisuradas dos vértebras. Los médicos también descubrieron que tenía escoliosis. En la noche quiso incorporarse y se le ponchó el pulmón; tuve que hacerla de enfermero y cuidar el neumotorax en la vigilia. También a mí me revisaron: muchas contusiones, pero ninguna de consideración. Como quien dice, nomás estaba madreado. El caso era que ambos habíamos sobrevivido a la curva (y quizá nos fue bien, porque un accidente así en el tramo Durango-Mazatlán nos hubiera muy probablemente, llevado barranca abajo).

A los pocos días llegó Don Manuel, preocupadísimo. Patricia estuvo una semana en el hospital, tras de la cual ella salió con su papá a México –reposaría unos días en casa de mis padres- y yo a Culiacán, porque ya me había atrasado en el regreso a clases. Quisieron comprarnos el coche en 5 mil pesos, casi como fierro viejo, pero me enterqué y arreglé que lo mandaran a Culiacán, donde sería reparado. Hablando a posteriori y haciendo cuentas, no era mala oferta.

jueves, febrero 18, 2010

Correlación y causalidad: Vox Populi, Vox Dei

Los resultados de una encuesta nacional en viviendas arrojan la conclusión de que, a diferencia de lo que creen los científicos, la correlación sí implica causalidad. Tres de los principales encuestadores de México, unidos bajo las siglas BGISAC-M, entrevistaron a mil ciudadanos el pasado 28 de diciembre: una clara mayoría, 57 por ciento, respondió afirmativamente a la pregunta “¿Usted cree que la correlación implica causalidad?”, frente a sólo 12 por ciento que respondió negativamente y 31 por ciento que está indeciso, no quiso o no supo contestar. Las reacciones de las comunidades científica, filosófica, política y religiosa no se han hecho esperar.

“Es un mandato popular”, nos dijo una conocida analista política, autora de más libros de los que ha leído, pero que prefiere permanecer en el anonimato, “expresa claramente que el pueblo, y también las niñas bien, estamos cansados de tanta complejidad que nos quieren echar encima los científicos y requerimos de reglas claras, transparentes, que todo mundo pueda entender. Basta ya de los mandarines de la ciencia, la opinión pública quiere tomar las riendas y los científicos deben obedecerla:”

“Los números no mienten”, afirmó Roy Campos, uno de los encuestadores encargados del estudio, “los datos indican que la aceptación de la idea de que la correlación implica causalidad es ampliamente mayoritaria entre la gente con estudios de secundaria y preparatoria, entre periodistas y políticos, entre las clases medias y trabajadoras… es más grande que el promedio en el Bajío y alcanza cotas cercanas al 80 por ciento en estados electorales clave, como Veracruz y Oaxaca… sólo entre personas que estudiamos carreras con componente matemático persiste la vieja idea de que la correlación no implica causalidad”.

Otro de los autores del estudio, Ricardo De la Peña, se pregunta “si con los resultados de la encuesta podemos determinar que las correlaciones implican efectivamente causalidad, precisamente a partir de la convicción mayoritaria”.

Hay quien opina que así es. El filósofo alemán Günther Gottchalk, cuestionado al respecto, afirma que se trata de “un avance notable en el campo de la meta-epistemología, con importantes implicaciones en los campos de la política, la mercadotecnia y las ciencias de la salud”. Sin embargo, comenta, hay todavía algunos elementos por aclarar: “Lo que no sabemos es, por ejemplo, si la correlación funcionaba antes de su aprobación mayoritaria. Podemos decir que hoy las canas producen la muerte –ya que hay una correlación inversa entre cantidad de canas y expectativa de vida-, pero no sabemos si esa afirmación era válida antes de la encuesta”.

Otro filósofo, más popular, Yordi Rosado, afirma que “luego de haberme pasado tanto años en seminarios de discusión ontológica, esta conclusión es de lo más alivianadora, porque estaba muy cañón eso de buscar causalidades”.

Mientras los filósofos se ponen de acuerdo –y a pesar de que el tercero de los encuestadores, Ulises Beltrán, ha señalado la necesidad de realizar nuevos estudios- los mercados han reaccionado con entusiasmo. Las acciones de Wella y Procter & Gamble (productora de Clairol) han aumentado notablemente, en previsión de un surgimiento en la demanda de tintes para el cabello para prolongar la vida; otro tanto ha sucedido con las de Nestlé y Unilever, así como con el precio internacional del café, ya que existe una correlación positiva entre consumo de café y actividad sexual después de los 70 años (que los científicos achacaban al hecho de que a los ancianos enfermos, que tienen menos sexo por su precaria salud, se les suele prohibir el café). Análogamente, bajaron las acciones de Pfizer.

En el mundo deportivo, el famoso analista conocido bajo las siglas de FOM asegura: “Tengo clara la película: México ganará sólo medallas de plata en Londres 2012… en 1932 sólo ganamos plata, igual pasó en 1952, 1972 y 1992; la correlación está clarísima”. También comentó que, por razones de seguridad nacional, sería útil que, en el futbol mexicano, los árbitros trabajaran en contra de Pachuca, Toluca y Pumas, ya que hay una correlación entre campeonatos conseguidos por estos equipos y aumento de las ejecuciones por el narcotráfico. FOM pidió ser particularmente severos con los Tuzos, ya que la violencia del crimen organizado ha aumentado mucho desde que obtuvieron su primer campeonato, en 1999.

Por su parte, la politóloga Lola Carmina, profesora del ITAM, asevera que se abre toda una nueva gama de estudios para su rama profesional. “Piense usted, por ejemplo, en la correlación entre el índice del mercado de valores y el largo de las faldas: la Rho es de 0.85; o en la Ley de Mierscheid, que correlacionó la producción de acero en Alemania con los porcentajes electorales obtenidos por el partido socialdemócrata. El reto para los politólogos de hoy es encontrar correlaciones igualmente significativas”.








Los partidos políticos recibieron con júbilo la noticia y, en un insólito comunicado conjunto, PAN, PRI y PRD coincidieron: “El estudio prueba lo que desde años hemos sostenido: que ni los efectos de las políticas públicas ni los principios e idearios partidistas tienen importancia alguna. La opinión pública no es sólo lo más importante: es lo único”. Los partidos menores se quejaron por haber sido excluidos, pero al final se les dejó firmar la declaración al calce.

Finalmente, también las iglesias opinaron. El semanario Desde la Fe recordó que “la gran mayoría de los mexicanos son católicos”, subrayó que “Vox populi, vox Dei” y culminó afirmando que “por lo tanto, es hora de terminar ya con la falsa separación entre Iglesia y Estado”.

Pero la religión que más ha festejado los resultados de la encuesta ha sido el pastafarianismo. Un vocero de la religión pastafari, que venera al Monstruo Volador de Spaghetti (y que propuso a la antidarwinista Junta de Educación de Kansas que un tercio del tiempo de enseñanza se dedicara al “diseño inteligente” cristiano; otro, a las enseñanzas del Monstruo Volador de Spaghetti y el último, “a las conjeturas lógicas basadas en amplia evidencia científicamente observada”) ha dicho que la encuesta los reivindica como asociación religiosa y, sobre todo, que reafirma el carácter de los piratas como “enviados de la divinidad”. Efectivamente, hay una correlación inversa entre el número de piratas y el calentamiento global, que causa tantas inundaciones, huracanes y otros desastres. O, como bien explican los pastafari, es obvio que la nación con más piratas, Somalia, sea la que menos dióxido de carbono emite.










Así que queda asentado como verdad que la correlación implica causalidad. Lo que no sabemos es cuánto dure esa verdad, porque los tres encuestadores planean repetir el ejercicio en otra fecha. Tal vez la opinión pública cambie, y regresaremos a la época de dominio científico, en la que era complicado detectar las relaciones causales. Lo que todo indica como inmutable es que la mayoría tiene siempre la razón.

Y eso es mucho más importante que ser congruentes.

miércoles, febrero 17, 2010

30 discos de los años setenta

Vienen en estricto orden alfabético. Quería que fueran 25, pero me resultó imposible bajar a esa cantidad. Los de jazz (y los italianos) merecerán, algún día, listas aparte.

461 Ocean Boulevard - Eric Clapton
Abraxas - Santana 
All Things Must Pass - George Harrison
Apostrophe (') - Frank Zappa 
Atom Heart Mother - Pink Floyd
Cruel Sister - Pentangle
Dark Side of the Moon
– Pink Floyd

Dire Straits
- Dire Straits

Eat a Peach
– Allman Brothers Band

Every Picture Tells a Story
– Rod Stewart

Exile on Main St
. – The Rolling Stones

Exodus
– Bob Marley & The Wailers

Houses of the Holy
– Led Zeppelín

Imagine
– John Lennon

Joan Armatrading
– Joan Armatrading

Joe’s Garage
– Frank Zappa

John Barleycorn Must Die
– Traffic

Led Zeppelin IV
– Led Zeppelin

London Calling
– The Clash

Mind Games
– John Lennon

Osibisa
– Osibisa

Overnite Sensation
– Frank Zappa

Planet Waves
– Bob Dylan

Sweet Baby James
– James Taylor

Sticky Fingers
– The Rolling Stones

Tapestry
– Carole King

Tea for the Tillerman
– Cat Stevens

The Wall
– Pink Floyd

Thick as a Brick
– Jethro Tull

Who’s Next
– The Who


jueves, febrero 11, 2010

Glorias olímpicas invernales: Georg Hackl

El luge es un deporte peculiar. Requiere de una fortaleza enorme en la parte superior del cuerpo, fundamental para el impulso inicial pista abajo. También de una condición física extraordinaria, para sostener una presión igual a 5 g. Pero lo que más demanda es de una fuerza mental excepcional, para controlar la adrenalina a la hora de bajar a más de 150 kilómetros por hora y guiar el pequeño trineo con movimientos mínimos, porque la diferencia entre ganar y perder puede ser de milésimas de segundo. Nadie ha destacado tanto en el luge como Georg Hackl, cinco veces medallista olímpico.

Para brillar cuesta abajo hay que ser valiente, pero también obsesivo. Una parte del espectáculo de Hackl era verlo antes de la carrera, totalmente concentrado, repasando casi a ojos cerrados la pista memorizada, haciendo en el aire los movimientos que repetiría sobre el hielo. Por eso, cuando Hackl se deslizaba, parecía que lo había hecho antes, siempre, exactamente así, precisamente de la forma más eficiente.

Obsesión de tiempo completo, porque el adolescente Hackl decidió ser aprendiz metalmecánico con la principal finalidad de construir mejores trineos. Él los diseñó, él los guió, él mantuvo sus secretos. Los ajustes diminutos al artilugio terminan por ser tan importantes como los ajustes diminutos a los movimientos con los que se le controla. Y los movimientos corporales, hechos a velocidades de vértigo, han de ser exactos. Se decía que Hackl corría como un cadáver: se mantenía totalmente relajado en un descenso de locura y no incurría en una micra de moción innecesaria.

El historial deportivo de este atleta alemán roza la perfección. Desde 1987 hasta 2005 estuvo siempre en el podio de los campeonatos mundiales de la especialidad, en los que obtuvo 10 medallas de oro. En su debut olímpico, en Calgary 1988, se quedó con la plata, a 4 décimas de segundo de su compatriota Jens Müller. Luego sería tricampeón: en Albertville 1992, Lillehammer 1994 (donde ganó por 13 milésimas de segundo) y Nagano 1998. En Salt Lake City 2002 volvió a quedar en segundo lugar, detrás del italiano Armin Zoeggeller; con ello, se convirtió en el primer atleta en ganar medalla en cinco juegos olímpicos invernales consecutivos: la gloria era suya. Con casi 40 años, intentó un sexto laurel, en Turín 2006, pero quedó en séptimo lugar y anunció su retiro del luge. Ahora se lanza cuesta abajo en la pista de hielo sobre un wok (sí, sobre uno de esos grandes sartenes chinos)… y también en eso es campeón mundial.

martes, febrero 09, 2010

Biopics: Mis primeros alumnos

El nivel académico de la escuela de economía de la UAS era superior a mis expectativas. Efectivamente, la mayoría de los maestros tenían estudios de posgrado (un interesante programa les mantenía el sueldo íntegro mientras hacían la maestría, a condición de que regresaran a dar clases al menos por un tiempo equivalente al de sus estudios) y la mayoría de los estudiantes eran listos. Estrictamente en términos de enseñanza del plan de estudios, no estaban lejos del nivel de la UNAM –como comprobaría un par de años después-. El principal problema, tanto de unos como de otros, era la carencia de un humus de cultura general. Salvo contadas excepciones, sabían poco de historia, casi nada de literatura o artes; de filosofía, sólo un barniz de marxismo. Tenían serios problemas para aplicar la matemática abstracta a cualquier cosa que no fuera una operación. Todo eso les dificultaba el análisis y hacía menos enriquecedora la experiencia universitaria.

Los estudiantes de la mañana (que me pusieron “el de la mochila azul” porque, como decía la canción de moda era el “de ojos dormilones, me dejó gran inquietud y bajas calificaciones”) eran más aplicados que los de la tarde, por una razón sencilla: la mayoría de ellos estudiaba de tiempo completo, mientras que casi todos los del turno vespertino trabajaban. Los de la mañana terminaron de funcionarios del INEGI, asesores del CAADES (la asociación de agricultores) o profesores universitarios; los de la tarde, quién sabe dónde.

Entre estos últimos había un estudiante de 28 años, a quien apodé “Padre Padrone”, porque su historia me recordaba la del libro y película homónimos. Originario de la sierra de Guanajuato, había sido analfabeta hasta los 15 años, cuando dejó la ranchería y se fue a Culiacán. Allí trabajó como albañil y estudió primaria y secundaria abiertas, para luego entrar a la prepa. Se especializó en plomería. Una mañana me asomé por la puerta trasera de mi departamento y me lo encontré sentado en el edificio en construcción que estaba en obra negra. Me saludó con un gesto alegre y cansado a la vez. Aunque como estudiante estaba por debajo de la media, siempre me pareció un tipo admirable.

Un segundo estudiante de la tarde era un venezolano llamado Amílcar. Quien sabe por qué extraña razón estaba becado en México. Lo mandaron a la UNAM y le pareció muy difícil, por lo que se cambió a la UAS, pero en realidad se la pasaba en el billar. En el examen no atinaba a decir más que “el esclavismo, maestro, es la forma más típica de explotación”. Yo le decía que le estaba preguntando de otra cosa, y él insistía: “el esclavismo, maestro, es la forma más típica de explotación”. Lo reprobé.

Otra vez estaba yo comiendo en el Chics y pasaron dos chavos de ese mismo grupo en motocicleta. Me vieron y me saludaron efusivamente. A los tres minutos volvieron a pasar para mostrarme un cartelito que habían escrito a mano y que decía “Kista”. Según ellos, yo era un capitalista porque comía en un restaurant popular tipo americano. En la escuela, les dije que, bajo esa lógica miseribilista, ellos también eran “kistas” porque andaban en moto.


No sabía yo que el combate al miserabilismo iba a ocupar una parte importante de mis energías en Culiacán, pero entendí que era algo muy presente cuando Jaime Palacios me invitó a visitar la colonia Rubén Jaramillo, ubicada en una loma a espaldas de CU. Esa colonia se acababa de fundar a partir de una invasión de terrenos organizada por el PMT. Abajito de la “Ruby Jar” había otra colonia, la Obrero-Campesina, que se formó simultáneamente, sólo que organizada por los ex Enfermos.

La colonia era un hervidero de gente que estaba en una fase intermedia de la construcción de sus casas precarias. La mayoría de ellas consistía, por lo pronto, en un cuartito de tabiques con su puerta y su techo de asbesto. Pero tenían un “campísimo” de frente y harto espacio para desarrollarse hacia atrás. La colonia todavía no tenía electricidad o servicio de agua; y por supuesto faltarían muchos años para que tuviera banquetas, drenaje o pavimento. Eso no fue obstáculo para que Jaime me ofreciera un terreno: “te quedas a vivir unos días y luego lo legalizamos”. La perspectiva me pareció absurda, pero no lo era tanto para otro profesor de economía, Baldemar Rubio, que ya se estaba haciendo su casita allí. Al respecto un maestro de matemáticas, Santos López Leyva, me comentó: “No son ansias proletarias, sino propietarias: a ser dueño de una casucha en una colonia sin servicios, prefiero mil veces rentar en Las Quintas”. No sé si Baldemar tenga allí todavía su casa, pero con el tiempo la Rubén Jaramillo se convirtió en tierra de narcoajustes y ejecuciones.


En las primeras semanas de trabajo me hice cuate de otro profesor recién llegado, Tomás Saucedo, duranguense, que acababa de terminar su maestría en El Colegio de México y quien era uno de los pocos que conocía a Keynes más allá de la superficie. Un fin de semana fuimos –él con una estudiante aspirante a novia; yo, con Patricia- a El Tambor, una playa relativamente cercana a Culiacán, que en aquellos años estaba totalmente virgen. Nosotros cuatro éramos los únicos en más de un kilómetro de mar y arena. Supuestamente, Tomás no pertenecía a ningún partido, pero decía que así como los del PMT eran insistentes conmigo para que me afiliara, los del PC eran pertinaces con él. Terminó incribiéndose y militando con convicción. Durante mucho tiempo he tenido la sensación de que a mí me contrataron para balancear políticamente la enttrada de Saucedo a la escuela: es decir, que él ya era, desde el principio, simpatizante o militante del Partido Comunista (y he de decir, en eso de las sospechas, que varios de los compañeros “pescados” comentaron, años después, que ellos creían que había sido la dirección nacional del PMT la que, en una jugada estratégica, me envió a Sinaloa).

jueves, febrero 04, 2010

Leyendas olímpicas invernales: el bobsled de Jamaica


Los juegos olímpicos de invierno no son para naciones de clima cálido. Aun así, comparten con los de verano el propósito ecuménico. Ese elemento cardinal, aunado a una pizca de mercadotecnia, hizo famoso al equipo jamaiquino de bobsled, que debutó en Calgary 1988.

La idea surgió de un par de estadunidenses avecindados en Jamaica quienes, tras ver una competencia local de empujar carritos, y conscientes de que lo primero que se requiere en el bobsled es ser un buen velocista, intentaron reclutar un equipo entre los mejores corredores de la isla. Al final, sólo lograron el apoyo de un coronel de las fuerzas armadas y tuvieron que conformarse con cuatro soldados: Davon Harris, Dudley Stokes, Michael White y Samuel Clayton.

El equipo –que compitió con un bobsled rentado- llamó mucho la atención y participó dignamente, hasta que sufrió un aparatoso accidente. Los jamaiquinos de todos modos terminaron la competencia, llevando el carrito a cuestas por el resto de la bajada. La historia fue llevada al cine, con muchísimos cambios (como el de hacer del equipo un contendiente serio) en la cinta Cool Runnings (Jamaica Bajo Cero).

No sería la única vez que Jamaica presentaría un equipo de bobsled. Lo volvió a hacer, patrocinada por una marca de cerveza, en Albertiville 92 y en Lillehammer 94, donde quedó en el lugar 14, por encima de escuadras de Estados Unidos –y su famoso bob del millón de dólares-, Rusia, Italia y Francia.

Pero no se crea que la famosa exhibición de Jamaica en Lillehammer ha sido la mejor realizada por un equipo de bobsled proveniente de latitudes tropicales. Ese honor corresponde a la representación de México, en St. Moritz 1928, que terminó en el lugar número 11 (decimoséptimo en la primera manga; séptimo en la segunda), por encima de representantes de Holanda, Francia, Suiza, Bélgica, Polonia, Alemania, Rumania, Luxemburgo, Italia y Austria. El equipo constaba de L.M. Elizaga (capitán), G. Díaz, Mario Casasús, Juan de Landa y J. Díaz. Es un pedacito de historia deportiva que bien valdría la pena escudriñar.

lunes, febrero 01, 2010

Biopics: El profesor novicio

Llegando a Culiacán, Patricia y yo nos alojamos a un hotelito pegado al puente de Tierra Blanca. Barato y vacío. Desde ahí hablé por teléfono con Jaime Palacios, con quien debía yo contactarme para arreglar cuestiones referentes al inicio de mis labores y de quien esperaba ayuda para resolver algunos asuntos vitales: conseguir casa, en primer lugar. Palacios acudió rápidamente, me dijo que en dos días tenía yo que encargarme del grupo y nos acompañó en un tour en busca de casa, que se reveló muy breve: pronto estábamos desempacando nuestras escasas pertenencias en un departamento barato y vacío, en la avenida Niños Héroes, el malecón del río, en la colonia Las Quintas. Una de las primeras cosas que aprendí en Culiacán era que los lugares baratos y vacíos era propiedad de narcotraficantes o, de perdida, de gente que tenía esa fama. Jaime, amablemente, se ofreció como fiador en la renta del departamento.
Como no fue difícil la instalada, al poco rato nos llevó Palacios a dar una vuelta por la ciudad y a comer carnes en su jugo. En el camino siguió midiéndome políticamente. Afirmaba estar convencido de que la mejor forma de coadyuvar a la liberación de nuestro país del yugo de los explotadores nacionales y del imperialismo era a través de la militancia en un partido de izquierda que representara y defendiera verdaderamente los intereses de los trabajadores. Sin mucho pensarlo, le reiteré que estaba de acuerdo. El tampoco lo pensó mucho, porque de inmediato sacó de un fólder unas hojas de afiliación al Partido Mexicano de los Trabajadores. Diplomáticamente, le pedí que las volviera a guardar. “Si me afilio a algo, es porque voy a militar en serio”, le dije.
Mi rechazo no cambió para nada la actitud amable y abierta de Jaime. Cambió de tema y comentó que era dueño, con otros amigos, de la única librería digna de ese nombre en Culiacán. También se puso a hablar de beisbol. Cuando supo que a mí también me gustaba el beis, sentenció:
-Pues cada año hay un juego entre los del PMT y los del Partido Comunista. Tendrás que definir con quien juegas.
-Quien quita, a lo mejor soy el ampayer –contesté.
Luego fuimos a comprar una cama matrimonial, que sería nuestro único mueble por dos semanas. Llegamos a nuestro departamento en el camión de la mueblería.
Apenas hecha la noche, Patricia y yo salimos a pasear al malecón culiacanense. Allí ella me dijo: “Vas a ver, Pancho, tú y yo vamos a cambiar este lugar”.

Mi primera clase fue un fracaso total. La preparé mal. Quise hacer una explicación simplificada de la integración de los sectores en la economía y me salió un galimatías. Cuando estaba a punto de terminar volteé hacia el pizarrón todo garabateado y me dí cuenta de que aquello había sido un caos. Y no por esperado dejó de sacarme de onda que, al salir del aula, el alumno Zeledón, rodeado por varios compañeros, me pusiera un ultimátum: “Otra clase así, maestro, y lo vamos a correr”.
A continuación, decidí bajar mis pretensiones y basarme en el famoso Sunkel y Paz (El Subdesarrollo Latinoamericano y la Teoría del Desarrollo), por la noche le dí la clase a Patricia y le pregunté si había entendido. Me dijo que sí y me dije que si una dentista le entendía, cuantimás unos estudiantes de séptimo semestre de la carrera. Al día siguiente –con el grupo de la mañana-, yéndome paso a pasito, me fue mucho mejor. Lo mismo pasó con el de la tarde, formado por alumnos más activos. A las dos semanas, la opinión sobre el profesor novicio había cambiado: del “si sigue así…” pasó a la de “está joven, pero se ve que sí sabe”.
De hecho, yo sentía que tras el primer fiasco –y amenaza-, había sido puesto bajo vigilancia. En mi segunda clase con el grupo de la tarde vi sentado, entre los estudiantes, a un profesor de matemáticas y supuse que lo habían mandado a verificar mi calidad pedagógica. Resulta que él era físico de profesión y estaba estudiando economía como segunda carrera. Era el único otro profe chilango de la Escuela de Economía de la UAS, y me hice muy buen cuate de él: René Jiménez Ayala, Mi René.

Solía ir a pie a Ciudad Universitaria, que en esa época constaba de dos grupos de edificios separados por una larga explanada agreste y abandonada, atravesada por un ancho andador que muy pocos utilizaban. Una noche regresaba hacia la casa por ese andador y que me encuentro, pastando, a un burro. No le he de haber caído bien (ha de haber presentido que yo era profesor, o que era chilango), porque me persiguió un buen rato.

En esas primeras semanas en Culiacán conocí a mi suegro, don Manuel. Un día llegó en un camión de la Sahop, cargado con un comedor y un refrigerador. El comedor estaba bonito. El refrigerador, pesadísimo, que tuvimos que cargar entre cuatro –él, yo, el chofer de la Sahop y un hombre que pasaba por ahí y le ofrecimos 20 pesos-. En la subida del aparato me dí cuenta de que mi suegro, a pesar de su edad –contaba entonces con 65 años- era muy fuerte.
Don Manuel era un hombre sencillo, bueno, simpático y trabajador, ingeniero de profesión, era residente de carreteras y caminos federales –encargado de su mantenimiento- en la zona del sur de Sonora. Fuimos a comer con él al Chics –la versión culichi del Vips- y, sorprendentemente, apenas terminada la comida, anunció que se regresaba en ese instante a Obregón. Habían salido de madrugada, recorrido 700 kilómetros hasta Culiacán y ahora iban de vuelta. Me dijo –citando al Quijote- que prefería el camino a la posada. Así fue siempre: nunca se estableció en lugar alguno (no es casual que Patricia haya hecho cada año del bachillerato en una ciudad distinta), y a menudo daba la impresión de que iba en constante huida. Años después concluí que huía de su esposa, pero la amaba y no podía sino llevársela consigo en la eterna fuga.