miércoles, marzo 24, 2010

Un paseo en lancha


Me lo platicó un viejo periodista. Corrían los años setenta y una tarde llegó a verlo un cuate suyo, que trabajaba en la Dirección Federal de Seguridad.

-Estoy que me lleva la chingada –fue lo primero que dijo.

Le había tocado participar en un operativo en contra del secuestro de un chamaco en Guerrero. A él y a varios de sus compañeros les dieron la orden de tomar la carretera hacia Acapulco. Partieron tres comandos, con un oficial al volante y dos escondidos en la parte trasera de la camioneta. El primero llevaría una maleta, supuestamente con el dinero del rescate; los segundos, armas largas. En algún lugar, pasando Cuernavaca, encontrarían al pie de la carretera, esperándolos, a un tipo vestido todo de blanco, con un paliacate rojo al cuello, que pretendería recoger la maleta. De atrás del auto saldrían los otros oficiales, lo capturarían y lo obligarían a confesar dónde tenían secuestrado al muchacho.

Salió el cuate del periodista manejando el primer auto. Ya casi llegaban a Acapulco cuando por fin vio al hombre de blanco, con su paliacate rojo, a un lado de la cuneta. Detuvieron el auto y el hombre se acercó; el policía bajó con la maleta y de inmediato saltaron sus compañeros, amagaron al de blanco y lo levantaron.

Se lo llevaron a Acapulco, al fin que estaban cerca. En una casa de seguridad, lo interrogaron durante varias horas. No confesaba. Le pegaron con un tubo en el estómago, le patearon los güevos, le dijeron que no tenía escapatoria, pero el tipo insistía en que no sabía nada. Decidieron entonces llevarlo a un paseo en lancha con motor fuera de borda.

A bordo de la lancha, más madrazos, hasta llegar a alta mar. Allí, era la vuelta buena. Le hundían la cabeza en el agua de mar y arrancaban la lancha por unos segundos. Lo sacaban y apenas lo dejaban tomar una bocanada de aire para volver a golpearlo y a preguntarle. El hombre no cantaba. Tras una de las vueltas, lo levantaron y se percataron de que ya no respiraba. Entonces decidieron tirar el cadáver, y que lo devoraran las olas.

Regresaron a la base y el cuate del periodista llamó a su jefe.

-Comandante, el operativo salió mal. El sospechoso no confesó y se nos murió.

-¡Cómo serán pendejos! –gritó la voz al otro lado del teléfono- El siguiente comando encontró al secuestrador, confesó todo y acabamos de rescatar al plagiadito. ¡Y ustedes perdiendo el tiempo en Acapulco, chingao!... ¿Qué hicieron con el muerto?

-Lo tiramos al mar, mi comandante.

-Pues sí, ni pedo. Regrésense de inmediato.

-¡Matamos a un inocente, compadre! –confesó el oficial, con voz quebrada, al periodista- ¡A un inocente!

Y se echó a llorar.

Cosas que pasaban en el México que se nos fue.

¿Se nos fue?

No hay comentarios.: