martes, agosto 24, 2010

Biopics: Año Nuevo de 1979 en Cuba


A finales de 1978 viajamos a Cuba los Guevara, Patricia y yo, para conocer de cerca la revolución, y para visitar a mis parientes cubanos. Lo hicimos de la única manera que se podía sin pasar por trámites interminables: a través de un tour de siete días, con hotel pagado.
Con el tour –compuesto mayoritariamente por simpatizantes del PST-, visitamos el Museo de la Revolución y salimos hacia Cienfuegos, la tierra natal de mi abuela materna, donde pasamos una noche, pasando por la graciosa ciudad de Trinidad y por la Ciénega de Zapata, zona en la que los revolucionarios combatieron a la “contra” tras el triunfo de Fidel –hay una película muy buena sobre aquel lugar y tiempo, El Brigadista-, donde también visitamos el cocodrilario. Uno de los turistas más jóvenes del grupo, aprovechado de que en el camión había barra libre, estaba borrachísimo durante esa visita. El adolescente cruzaba un puente de troncos cuando trastabilló y fue a dar al estanque de los cocodrilos. No cayó sobre ningún saurio y estaba cerca de la orilla, para su fortuna. Eso sí, la peda se le bajó en un segundo.
Los turistas se podían clasificar en dos categorías: los que iban a ver los defectos de la revolución cubana y los que iban a ver sus bondades y triunfos, que eran mayoría. Típicamente, los primeros se quejaban de la “falta de libertad” porque una guardia del museo no les permitió sentarse en su silla y, todavía más típicamente, los segundos aseguraban que sí estaba permitido hacerlo (cuando era obvio, y lógico, que no) y agregaban que si los cubanos no consumían en las diplotiendas era estrictamente por convicción revolucionaria.

Pero por supuesto, lo que en realidad valió la pena de aquel viaje fue mi familia cubana.
Los Alzola Rodríguez habían estado unánimemente con la revolución cuando triunfó Fidel. Un par de décadas después, la unanimidad apenas estaba rota con la disidencia pasiva de la tía Haydeé. Mi abuela cobraba una pensión como “viuda de obrero destacado”; mi tío Frank –muy a su pesar- cobraba otra por minusválido, y se las arreglaba haciendo cola para otras personas; mi tío Alfredo terminó la carrera tras la victoria fidelista y era abogado laboral, mi primo Alfredo había estudiado tres carreras –ingeniería eléctrica, pedagogía y filosofía-, era profesor universitario y funcionario del Ministerio de Educación Superior, su esposa Mary era estomatóloga, mi prima Katia –divorciada- había sido maestra de francés en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, pero para entonces ya trabajaba en la empresa estatal de gas. Katia tenía un hijo; Mary y Alfredo, dos niñas.
La abuela y Frank todavía vivían en el viejo departamento en la calle de Infanta, mientras que el resto estaba en Ciudad Deportiva (ahora llamada Reparto Maceo), en una sola casa a la que habían construido un anexo para la familia de mi primo Alfredo. Estaban intentando hacer una permuta para que la anciana abuela y Frank se pasaran a Ciudad Deportiva, y poco después lo lograron. El departamento de Infanta era mucho más pequeño y modesto de cómo yo lo recordaba. La casa del Reparto Maceo era fresca, cómoda, con un jardincito al frente y el porche en el que la familia se ponía a platicar, llegada la noche, cada quien en su mecedora. Su nivel de vida era más o menos el de una familia de clase media-baja de Culiacán.

Durante casi todo el tiempo que estuvimos en La Habana, mi primo Alfredo fungió como guía. “No soy miembro del Partido”, nos dijo, “pero mi corazón está con el Partido”. Con él paseamos por la Habana vieja –algunos vagos recuerdos de mi visita en 1959-, por el centro de la ciudad, notablemente descuidado, por el Vedado y por otras zonas.
Pero Alfredo, si bien integrado a la Revolución, era una persona que pensaba por sí misma. Cuando llegamos a la Plaza de la Revolución, Arturo Guevara exclamó entusiasmado: “¡El Ché!” y Alfredo, con cara sombría, atajó:
-Por culpa del Ché todavía tenemos libreta de racionamiento.
En su versión personal, la disputa interna de mediados de los años sesenta era entre un socialismo racional, propugnado por los prosoviéticos, y un socialismo extremo, cercano al modelo chino, que manejaba sobre todo el Ché Guevara. Decía que las tesis económicas del Ché eran absurdas y que causaron desabasto general en la isla. También criticaba que el populismo vigente en aquellos tiempos –la segunda mitad de la década de los sesenta- frenara la educación. Sólo estudiaban los que de verdad lo querían mucho, porque se glorificaba el trabajo manual. Fueron los años en que se casó –Mary se cosió su propio vestido consiguiendo la tela con muchos trabajos-, en los que el alcohol estaba prácticamente prohibido –y él y su papá fabricaron un alambique para hacer aguardiente de arroz- y no había ni un par de zapatos.
La frase “todavía tenemos libreta de racionamiento” también implicaba otra cosa: la certeza (o al menos la esperanza) de que llegaría el día en que ese símbolo de la escasez desaparecería. Por lo pronto, el papel del baño era una rareza –y había que usar el Granma para limpiarse-, así como casi todos los productos de aseo. De comida, sólo lo más básico. Un día la tía llegó de la tienda con un saco de pimientos: era lo único disponible “por la libre” y, en una lógica de supervivencia, la lógica era agarrar lo que hubiera. Así que la familia tendría ensalada de pimientos, dulce de pimiento y pimientos en conserva por un buen rato.
Le pregunté a Alfredo si compraba cosas en el mercado negro. Me respondió que sí. Inquirí después sobre cómo la pasaría el hipotético cubano que no comprara nada por esa vía.
-Muy mal –respondió tajante-.
-La abuela no compra nada en el mercado negro –agregó-. Le llevamos cosas y le decimos que las conseguimos por otro lado. Si no, estaría de verdad muy necesitada.
También nos llevó a visitar la Cujae (Ciudad Universitaria Juan Antonio Echavarría), donde él daba clases, y nos presumió un reloj digital que su equipo fabricó. De la Cujae –que a fin de cuentas era muy parecida a cualquier centro universitario público de América Latina- nos impresionó un pizarrón de corcho en el que estaban pegadas grandes fotografías de estudiantes que habían hecho fraude en algún examen. Nos pareció un buen escarmiento.
Aunque, claro, aquellos escarmientos tenían algo de político. Guevara le comentó a Alfredo que le habían dicho que a las familias que eran muy sucias, la gente del barrio las corría y las mandaba a otro barrio más malo y que al final de la cola, había un barrio de puros cochis. Alfredo le dijo que sí, que eran cosas que decidía el Comité de Defensa de la Revolución, que en algunos lados –como en Ciudad Deportiva- funcionaba bien, pero que en otros era manejado por gente envidiosa o fanática y, por joder al envidiado o al elemento no integrado, le echaban basura a la casa, le hacían la vida imposible y lo terminaban degradando. Por eso lo mejor era ser discretos.
Y no es que Alfredo no estuviera integrado. Una vez, hablando de los primeros años de la Revolución, dijo con orgullo:
-Le dimos pared a 15 mil contrarrevolucionarios.
“Le dimos pared”, decía, cuando en esos años él era apenas un adolescente caguengue que contribuía con muchas jornadas de voluntario cortando caña y jalando p’alante, pero que sólo tomó un arma con el servicio militar obligatorio.
El que había tomado armas para ocupar y expropiar fábricas –y nos enseñaba gozoso su viejo y desteñido uniforme azul de miliciano- era el tío Alfredo, para maravilla de Guevara. La abuela cantaba frente a la tele el himno del 26 de julio y se mostraba preocupada por la suerte del “hermano pueblo argelino” tras la muerte de Boumedienne, Katia estaba preocupada por hacer una buena visita a la diplotienda y la tía Haydeé contaba algún chiste que concluía con la pinga rusa incrustada en el pueblo cubano. Entonces Mary le preguntaba qué había pasado cuando estaba con su nieto en la playa y llegó Fidel montado en un yipi.
-¿Pues qué querías que hiciera, chica? Llevé al niño a que Fidel lo besara.
El Comandante en Jefe estaba por encima del bien y del mal.

Cuba nos había interesado bastante como para querer quedarnos otra semana. Iniciamos gestiones para hacerlo, que empezaron siendo bastante burocráticas, hasta que se nos ocurrió comentar que éramos miembros del Comité Estatal de Sinaloa del Partido Mexicano de los Trabajadores.
-Habérnoslo dicho antes, compañeros –y nos dieron el permiso. Lo que no logramos fue que Mexicana de Aviación nos permitiera posponer el vuelo de regreso.
Pasamos el año nuevo en Tropicana –invitamos a Katia, Mary y Alfredo-, donde también celebramos el vigésimo aniversario del triunfo de la Revolución. También fuimos a un barecito a escuchar fílin, y dimos una vuelta con los niños en el Parque Lenin (se oía muy chistoso que la mamá dijera: “o te portas bien o no hay Parque Lenin”). A la casa llegó un primo de mi mamá que era del Comité Central (al parecer porque era experto en cítricos, y eso estaba de moda), que a Guevara le pareció presuntuoso… y a mí también, nomás que no lo dije.

Regresamos a México con una visión positiva, en lo general, de la revolución cubana. Habíamos visto muy poca miseria –algunos solares (vecindades) terribles en Centro Habana-, el campo verde parecía más productivo de lo que nos decían los propios cubanos (y en las casas de piso de cemento que se divisaban desde la carretera se divisaba un ventilador, prueba de que tenían electricidad), la gente parecía satisfecha, se veía desorden y alegría, mucha chunga, mucho consentimiento a los niños (la vecina tomaba todos los días la guagua al centro para comprarle a su niño “el yogurt que le gusta”).
Distintas personas nos habían hablado de los problemas, de las contradicciones, de las carencias y también de algunas injusticias de la revolución. Era unánime la crítica a la burocracia, a la política del chisme de vecindario y a los medios del Estado, que no eran objetivos –“ni en la reseña de la guerra de Vietnam, chico; los vietnamitas conquistaban una posición y meses después la volvían a conquistar, sin que supiéramos nunca que los yanquis la habían tenido por un tiempo, como si la ideología contara en eso”- y muchos, los chistes ácidos sobre la falta de satisfactores económicos. Nos trajimos en la alforja muchos de esos chistes (“críticos dentro de la revolución, compañero”), que ahora serían de lo más ligerito. También la idea de que esa revolución socialista podía mejorar, acompañada por más de una duda sobre si era capaz de hacerlo.

A Guevara lo que más le gustó, según me dijo, fue mi familia. Un cuarto de siglo después se sorprendería, pero no demasiado, al eneterarse de que aquella unanimidad revolucionaria se había convertido, con los años, en una decepción generalizada y en la salida de Cuba de casi todos sus miembros.

viernes, agosto 06, 2010

Motamex, una modesta propuesta


Ahora que ha iniciado formalmente la discusión acerca de la legalización de las drogas, me permito hacer una modesta propuesta que no sólo contribuirá a disminuir el clima de violencia en el que se ha sumido el país, sino que también hará, en el mediano plazo, que –como reza la propaganda gubernamental- la droga no llegue a nuestros hijos.


La base de la propuesta es la legalización del cultivo, el consumo y la comercialización de la mariguana -droga que representa el 60 por ciento de los ingresos de los cárteles del crimen organizado-, pero bajo ciertas condiciones de control estatal e institucional.

La propuesta incluye la despenalización inmediata de la mariguana, pero con la obligación de parte de los productores de entregar todo excedente (es decir, la parte de la cosecha que no sea estrictamente de consumo personal) a un organismo estatal descentralizado, creado ad hoc, que bien podría llamarse Motamex, y tener instalaciones en Badiraguato, Sinaloa, Coyuca de Catalán, Guerrero y Ciudad Victoria, Tamaulipas. La planta de Guerrero se especializaría en producción “verde”, mientras que las del norte y noroeste podrían hacer uso de cultivos transgénicos.

Motamex fungiría como monopolio de Estado tanto en la compra de materia prima como en la comercialización. Fijaría precios de garantía, establecería controles estrictos de calidad, tendría a cargo la industrialización y sería la distribuidora exclusiva del producto (posiblemente a través de la creación de su propia cadena de tiendas, la Conaca, Comercializadora Nacional de Cannabis). Dado que la mariguana tendría una tasa altísima de impuestos, Motamex sería –al menos al principio de su vida- una importante fuente de ingresos públicos, lo que permitiría posponer, de nuevo y ojalá hasta las calendas griegas, la impopular reforma fiscal, que puede ser tan costosa electoralmente.

Ahora bien, como es de suponer que pocos o ninguno de los actuales barones de la droga se dedicarán al negocio que les era tan rentable cuando era clandestino (y se pasarán a otras actividades ilícitas, como hicieron los mafiosos en EU, al pasar del alcohol a los juegos de azar y la trata de blancas), también hay que imaginar que los productores dispuestos a entrar al negocio legal de la mariguana necesitarán apoyos. Para eso estará Fidedroga, un fideicomiso destinado a dotar de créditos blandos para insumos, fertilizantes y otros aperos a los productores nacionales.

El mecanismo es sencillo: Fidedroga presta a los productores, en función del tamaño y calidad de sus tierras, éstos entregan la cosecha a Motamex, bajo un precio de garantía –y se les descuenta el crédito de Fidedroga, a menos, claro, de que haya habido sequías, inundaciones, plagas u otros problemas, de los que suelen abundar-. Motamex produce, en bonitos empaques de diseño nacional, mariguana de la mejor calidad y la distribuye a través de las tiendas Conaca.

Para mayor éxito de la propuesta, se sugiere que al frente de Motamex, Fidedroga y Conaca, se coloque a funcionarios con nula experiencia en la agroindustria (que la única tierra que conozcan sea la que tienen debajo de las uñas, pues), de preferencia expertos en mercadotecnia egresados del Tec, al estilo del actual Director General de Aeronaútica Civil, que tan relevantes resultados ha dado a la nación. La "misiòn y visión" de estos funcionarios sería presentar vil guarhumo como si fuera mariguana D.O.C.

Y ya encarrerados, tomando en cuenta de que será necesario contratar algunos millares de obreros para la confección de la droga comercializable, el gobierno podría reconvertir a los trabajadores que todavía quedan en el SME para servir al monopolio estatal de la mariguana. La Secretaría del Trabajo le daría de inmediato la toma de nota a Martín Esparza.

Bastarán unos cuantos años de esta combinación para que: 1) tras un breve auge, la actividad agroindustrial en su conjunto sufra crónicamente de pérdidas severas; 2) se descubran una serie de fraudes en Fidedroga y Canaca, que las tienen al borde de la quiebra; 3) crezcan las tensiones entre los productores agrícolas y los miembros del sindicato porque los altos costos laborales inciden en una baja artificial en el precio de garantía; 3) Motamex pase de ser una fuente de recursos públicos a una carga para el erario; 4) la mariguana sea cada vez más escasa en las mal surtidas tiendas oficiales, y la poca que se consiga fuera de ellas sea de importación de California y tenga precio en dólares.

Pasarían al menos dos legislaturas en las que los representantes populares se enfrascarían en una agria discusión sobre las ventajas y desventajas de liquidar Motamex y sus subsidiarias (alguno defendería la idea de bajar los impuestos para mantener a flote la empresa; otro sugeriría partirla en Motamex-producción, Motamex-refinación y Motamex-amapola, para que abarcara otras drogas; no faltaría quien hablara de privatizarla). Cuando la situación fuera finalmente insostenible, Motamex pasaría a los siete círculos del infierno de Fideliq (Fideicomiso Liquidador de Instituciones de Crédito, que a su vez, para entonces también llevaría varios años en proceso de liquidación).

Para entonces, la todavía reciente y violenta guerra de los cárteles habrá pasado a la historia, los malosos se habrían dedicado a otra cosa –ilícita, pero sin tanta sangre-… y la mota no sólo escasearía, sino que habría pasado totalmente de moda.

Eso sí, los diputados tendrían que volver a discutir sobre una reforma fiscal estructural, con carácter de urgente.

jueves, agosto 05, 2010

Estrellas solidarias

La nota más interesante para los peloteros mexicanos en Grandes Ligas durante julio fue que por primera vez fueron llamados tres de ellos –Adrián González, Joakim Soria y Yovani Gallardo- al Juego de Estrellas y que, tanto Soria como Gallardo declararon que no asistirían el año próximo al juego de estrellas programado en Phoenix, de mantenerse la ley racista de Arizona –el Titán González lo había expresado semanas antes-. Se llevaron críticas kukluxklanescas, pero el aplauso solidario de quienes estamos a favor de los derechos humanos. Por lo demás, Jorge Cantú pasó a un equipo contendiente, los Rangers de Texas, pero en una situación de doble filo.

Aquí, el desempeño del contingente nacional, de acuerdo –como es costumbre- por lo logrado a lo largo de la temporada.

Adrián González continúa cargando a los Padres en su loca carrera hacia la postemporada. No mantuvo durante julio el nivel increíble del mes anterior, entre otras cosas porque le volvieron a dar bases por bolas al por mayor (bateó para .276, con 5 jonrones y 17 producidas). Lleva marca en el año de .289, con 21 cuadrangulares y 68 remolcadas. Para documentar su carácter de beisbolista completo, y para de nuevo contradecir al inexistente librito, Adrián –bateador a la izquierda- tiene el tercer mejor porcentaje en contra de lanzadores zurdos.

Yovani Gallardo se lesionó poco antes del Juego de Estrellas, no pudo participar en él y perdió una salida de temporada regular. Volvió al montículo con dos salidas de calidad y dos salidas malas. En la temporada, lleva marca de 10-5, 14 salidas de calidad, efectividad de 2.71 y 142 ponches, en línea con volver a superar los 200 chocolates en la temporada. Con la majagua, ya conectó su cuarto jonrón y sólo Cory Hart lo supera, en el equipo, en OPS (embasamiento + slugging)

Joakim Soria ha salvado juegos en sus últimas 23 apariciones en la lomita de pitcheo, para los Reales de Kansas City. Eso tiene una sola definición: consistencia. Sin embargo, en el mes perdió un juego al que llegó cuando estaban empatados. En el año, 0-2, 30 rescates (es el tercer año consecutivo que alcanza cuando menos esa cifra) y 2.20 de limpias.

Jaime García ha empezado a tener salidas sin tanta efectividad. Tuvo marca de 2-1 en abril, en el que tres de sus seis aperturas fueron de calidad (la tercera victoria se la tiró el gordito Dennys Reyes). En la temporada lleva 9-5, 2.53 de limpias y 97 ponches.

Jorge Cantú se mantuvo a la baja durante julio, en el que bateó solamente para .238, con 4 producidas. A finales de mes se barajó su pase a los Rangers de Texas, líderes de la división oeste de la Americana. Algunos analistas consideraron que, en medio del fuerte line-up tejano, Cantú brillaría; otros se preocuparon por la posibilidad de que el de Reynosa tenga juego sólo contra lanzadores zurdos. Está sucediendo lo segundo y Jorge tendrá que luchar por jugar todos los días. En el año lleva .263, con 10 jonrones y 54 producidas.

Elmer Dessens la está haciendo muy bien en el relevo intermedio de los Mets. Sólo en 4 de las 28 ocasiones que ha lanzado en la temporada 2010 le han podido anotar, y eso se refleja en un minúsculo 1.93 de PCL. En el año lleva 2 ganados, 1 perdido y  4 holds (ventajas sostenidas).

Alfredo Aceves  (3-0, un juego salvado, 3.00 de PCL) todavía no regresa al bullpen de los Yanquis. Siguen diciendo que ya merito. .

Dennys Reyes. El especialista zurdo de los Cardenales mejoró en julio respecto a junio. Salvó un juego, tiró otro (el de Jaime García) y mantuvo dos ventajas.  Su marca del año es de 2 ganados, 1 perdido, 6 holds, tres rescates desperdiciados y PCL de 3.77.

Jerry Hairston Jr. El cumplidor infielder fue pasado a la segunda base de San Diego, tras la contratación de Miguel Tejada en las paradas cortas de los Padres. En julio bateó para .277, con 2 jonrones, 8 producidas y 3 robos de base. En la temporada: .245, 7 vuelacercas, 42 remolcadas y 8 estafas.

Scott Hairston mejoró ligeramente su bateo en el mes. El jardinero de los Padres lleva en la temporada: .232, con 10 jonrones y 33 empujadas, además de 6 robos de base.

Rod Barajas, fiel a su costumbre, se fue desinflando conforme avanzó la temporada. Terminó el mes en la lista de lesionados. En el año lleva  .228, 12 cuadrangulares y 34 impulsadas.

Jorge De la Rosa regresó por fin a la rotación de Colorado, y se tardó un poco en volver a tomar el ritmo. Sus dos primeras salidas fueron muy malas; las otras tres han sido de calidad. En la temporada, su marca es de 4-3, con 5.01 de CL y 53 ponches.

Rodrigo López ha lanzado mejor de lo que dicen sus números de ganados y perdidos. El problema que ha tenido es que, a la hora mala, le pegan de jonrón: es un problema histórico para el de Tlanepantla (recordemos sus salidas en el Primer Clásico Mundial: ambas buenas, contra EU y Corea y en ambas perdió apretadamente tras un cuadrangular contrario): En la temporada, 5-10, 4.64 de efectividad, 79 ponches y 12 salidas de calidad (de 22 apariciones). Es el lanzador de Grandes Ligas que más palos de vuelta entera ha admitido en el año (27).

Francisco Rodríguez se consolida como abridor intermedio de los Angeles de Los Angeles, pero ya perdió otro juego en julio: 0-2, 4.06 de efectividad y una ventaja sostenida.

Ramiro Peña, jugando ocasionalmente (o, a menudo, como corredor emergente) se mantiene con los Yanquis y ha mejorado su bateo al grado de acercarse a la Línea Mendoza (su fildeo es una delicia). En el año tiene promedio de .204 con 11 producidas y tres robos

Juan Castro. El veterano infielder, a diferencia de Peña, fue rebajado por los Filis a AAA a principios de julio. En el año, .198 con 13 producidas.

Oliver Pérez regresó a las Mayores, al bullpen. En su primera aparición dio dos bases, pero sacó el inning; en la segunda, se las arregló para perder el juego admitiendo un cuadrangular; en la tercera, lo cosieron a palos. Su principal problema está en haber perdido la confianza en sí mismo. Su marca en el año, 0-4, 6.70 de limpias.

Augie Ojeda juega cada vez más esporádicamente. Batea para .169, con cuatro producidas.

Marco Estrada (0-0, con 9.53 de PCL) sigue lesionado y Luis Mendoza (0-1, 22.50 de PCL), en ligas menores.  

lunes, agosto 02, 2010

México en los JCC: un balance general

Terminaron los Juegos Centroamericanos y del Caribe, con los que los deportistas mexicanos inician su ciclo olímpico y las opiniones se dividen. Mientras que una parte de la opinión pública habla de “fracaso”, el titular de la Comisión Nacional del Deporte, Bernardo De la Garza, se declara satisfecho con los resultados. Ni lo uno, ni lo otro, y para eso están los números.

Como se sabe, México ganó los juegos de Mayagüez, al obtener 133 medallas de oro y encabezar el medallero general). Pero la meta era superar los 145 oros obtenidos hace ocho años en San Salvador, en los que –como ahora- la delegación cubana tomó la decisión política de no asistir, aduciendo razones de seguridad. La comparación de resultados nos permite tener una idea de la evolución del deporte mexicano por un periodo de ocho años.

En San Salvador 2002, México ganó el 32.6 % de las pruebas en las que participó. En Mayagüez 2010, se llevó la victoria en el 27.1 %. La relevante caída de cinco puntos porcentuales se puede explicar sólo parcialmente por el diferente nivel deportivo del anfitrión. En 2002, México superó a Venezuela por 35 medallas aúreas y a Colombia por 76. En 2010, las distancias se acortaron: superamos a los venezolanos por 19 y a los colombianos por 33.

El deporte femenino mexicano fue ampliamente superior al de sus rivales. No sucedió lo mismo con el masculino: los hombres venezolanos superaron a los mexicanos por dos oros. A diferencia de otros juegos, en esta ocasión todas las disciplinas dieron cuando menos una medalla a México.

En estos juegos, México llegó a mil medallas de oro y a 3 mil en total, superando a Cuba en la segunda cuenta (cosas de no asistir, mi socio).

En los JCC hay varios deportes que no son olímpicos y, dentro de los que sí lo son, hay algunos en los que las pruebas se multiplican a veces hasta el absurdo (por ejemplo, en el tiro con arco dan premio a cada distancia y en la halterofilia hay medallas por envión y arrancada, no nada más por el total). Tomando eso en cuenta, la diferencia entre México y Colombia aumenta (por ejemplo, ellos se llevaron las 20 medallas de oro en patinaje de velocidad), pero la que existe con Venezuela se achica.

Es necesario, entonces, ahondar, y ver dónde ha habido mejoras y donde ha habido caídas.

Empecemos por lo segundo, y llama la atención que las bajas más pronunciadas sean en los deportes olímpicos que más medallas reparten: atletismo, natación y ciclismo. Los tres tienen la característica de que el recambio de atletas de elite ha sido lento.

El bajón más grande fue en atletismo, México pasó de 17 oros, 10 platas y 6 bronces en 2002, a 7 oros, 6 platas y 11 bronces en 2010. Del 39.6 % de los oros, al 14.9 %; del 40.2 % de medallas posibles, al 26.7 %. Una revisión somera deja ver un desastre en el semifondo femenino, la práctica desaparición de la representación mexicana en las pruebas de velocidad y la consabida pobreza en las pruebas de campo. Los tres datos son preocupantes. Poco pudo hacer la Conade ante el caos de la Federación, sumida en grillas y favoritismos, y con varios atletas que se resisten a dejar su lugar a los más jóvenes.

Otra disciplina que quedó debajo de las expectativas fue la natación. No tanto por la cantidad de medallas –que incluso fue mayor que en San Salvador-, sino por el color de las mismas y porque en este deporte, en el que Cuba no pinta, México había ratificado su supremacía hace cuatro años, en Cartagena, Colombia. En 2002 se llevaron 15 oros, 13 platas y 7 bronces; repitieron el número de oros en 2006, pero ahora se quedaron con 6 medallas de oro, 19 de plata y 13 de bronce. Del 46.9 % de los oros, pasaron al 15 %; del 60.3 % del máximo teórico de medallas, bajamos al 51.3 %. Las mujeres obtuvieron el primer lugar, pero los hombres sólo ganaron una prueba y se fueron hasta un imperdonable quinto sitio.

El ciclismo sigue a la baja. De 5 oros obtenidos en 2002, México pasó a uno solo, en ciclismo de montaña. La pista fue una colección de bronces, lo que a nivel centroamericano deja mucho qué desear.
También cayeron la gimnasia artística (pasó del 57.1 % de los oros al 21.4 %), el karate, la gimnasia rítmica, la equitación, el judo, el boxeo y hasta el taekwondo, donde los triunfos –en estos dos últimos- correspondieron, casi exclusivamente, a las figuras consagradas a nivel mundial. En boliche fue un desastre de proporciones épicas.
A cambio de esto, hay otros deportes cuyo desempeño va notablemente al alza, y son indicadores de progreso real. En clavados estamos instalados en un nivel muy superior al del resto de la región: hace ocho años nos llevamos la mitad de los oros; ahora todos fueron para México. Tiro con arco fue la disciplina que más aportó a la delegación y ahora fueron los especialistas en arco recurvo –el que se utiliza en los juegos olímpicos- y no los de arco compuesto quienes se llevaron la victoria en casi todas las pruebas en que participaron (15 de 16). Juan René Serrano y Aída Román fueron los máximos ganadores de los Juegos. También se afianza la supremacía mexicana en tiro deportivo, que ya había dado avisos en Cartagena. Fueron 13 oros, frente a sólo 6 en 2002.

En varias disciplinas, siguió un amplio dominio mexicano en la región, como nado sincronizado –con Nuria Diosdado-, remo, canotaje, raquetbol, squash, triatlón y pentatlón moderno. En otras, sin grandes triunfos, hubo avances respecto al pasado: vela (pero con los mismos personajes), badminton, esgrima (donde se arrancó un oro a Venezuela, que es potencia continental), lucha y tenis de mesa. En volibol de playa seguimos igual: bien las mujeres; regular, los hombres. En la debutante gimnasia de trampolín, México ganó los dos oros.

La halterofilia merece párrafo aparte. Por una parte, aunque las pesistas mexicanas (aquí nuestros representantes varoniles no dan una) mejoraron los resultados de San Salvador, sus cuatro medallas de oro fueron dos menos que en Cartagena 2006 y, encima, la halterista Cynthia Domínguez perdió sus medallas al dar positivo en el dopaje. Ya perdimos una plaza olímpica por doping; se requiere de más y mejor vigilancia.

Termino la revisión general con los deportes de conjunto. Lo mejor fue el oro en hockey masculino y la plata en el femenino (siempre he dicho que es un deporte que se nos da… si lo practicáramos). La plata en básquetbol masculino no es un milagro, sino la muestra de que en el país hay muy buenos baloncestistas, a pesar de los directivos (creo que hay como cuatro federaciones). También hubo plata en beisbol. Estrenamos rugby con un bronce, repetimos bronces en balonmano y en volibol y waterpolo seguimos como los cangrejos, ahora con tres bronces.

No parece casual que en aquellos deportes donde el fogueo a nivel internacional es constante, los mexicanos hayan sido claramente superiores; que allí donde ese roce mundial se ha adelgazado, hayamos perdido escalones y que en las disciplinas donde la región “no pinta”, estemos en la misma posición relativa (pero, probablemente, atrasándonos respecto al resto del mundo).

En términos numéricos, las disciplinas que mejoraron respecto al 2002 fueron: Tiro (+7 oros), clavados (+5), arquería (+5), nado sincronizado (+4, pero todas eran pruebas nuevas), pesas (+4, pero -2 respecto a Cartagena), badminton (+3), gimnasia de trampolín (+2, pruebas nuevas) esgrima (+1 y +6 platas), vela (+1 y +3 platas) hockey sobre pasto (+1 y +1 plata), tenis de mesa (+1 y +1 plata), lucha (+1 y +2 bronces), triatlón (+1, prueba nueva), patinaje artístico (+1), béisbol (+1 plata), ski (plata en el debut), rugby (bronce al debutar), softbol (+1 bronce).

Las que quedaron aproximadamente igual fueron: Remo (hubo 10 oros, bajo el número de platas, pero también bajó el número de pruebas: el rendimiento promedio mejoró), canotaje (6 oros en total, un oro se hizo bronce, pero eso se debe en parte a la mala programación de las pruebas: a la final de C-1 seguía inmediatamente la de C-2), raquetbol (6 oros, quedó idéntico), squash (5 oros, una plata se hizo bronce), volibol de playa (idénticos oro femenil y plata varonil), pentatlón moderno (un oro se hizo plata, pero porque México compitió por equipos con la pareja “B”), patinaje de velocidad (una plata más, pero menos medallas totales), balonmano. En judo hubo dos platas más, pero también se repartieron dos medallas más.

Las que bajaron: Atletismo (-10 oros), natación (-9), boliche (-5, y ahora no hubo una sola victoria), gimnasia artística (-5), taekwondo (-5), ciclismo (-4), ecuestres (-3), karate (-2), gimnasia rítmica (-2), tenis (-1), waterpolo (-1), box (-2 platas), volibol (-1 plata).

En resumen, el típico claroscuro. Por lo tanto, el típico espejo de nuestra situación nacional: mejoras en algunas cosas, empeoramiento en otras, con el estancamiento como resultado final.