viernes, octubre 29, 2010

La misteriosa dama del celular



En días recientes ha circulado por youtube un video promocional de la película El Circo, de Charles Chaplin, filmado en 1928, en el que por unos instantes aparece una figura femenina que blande un objeto en su mano izquierda y habla, como si se tratara de un celular. Han abundado las hipótesis y las especulaciones. Bordaré sobre ellas, pero sobre todo presentaré una propia.

La primera hipótesis corresponde a los crédulos. Afirma que, efectivamente, está hablando por celular, y se trata de una viajera del futuro. Esa explicación tiene un par de problemas. El primero es que tendría que estar hablando con alguien, y no había otro celular en la tierra en 1928. Se alega que podría estarse comunicando con el mundo del futuro, porque si viajó en el tiempo, emprenderá el viaje al pasado dentro de muchos años. Entonces yo me digo -y es el segundo problema-: si la tecnología diera para hacer eso, de seguro ya se habría ahorrado el engorroso aparatito y la viajera del futuro usaría una suerte de celular "manos libres".
Hay quien ha escrito que la verdadera intención de la ruca que viajó al pasado era que la filmaran, que un loco obsesivo se pusiera a analizar el video y lo subiera a youtube, se armara un escándalo y ella pudiera presumir de todo eso a sus amigas.

La segunda corresponde a los incrédulos. Dicen que se trata de una viejita loca, que habla sola mientras se acomoda el sombrero con una peineta. A esta versión, aunque lógica y probable, le falta poesía. Nada más ver el corto, y es evidente que hay algo poético en él. De perdida, podrían notar las facciones duras del personaje y sus zapatotes, y concluir que se trata de un travestí loco, que habla solo mientras se acomoda el sombrero con una peineta.

La tercera es la de los hacedores de complots. Efectivamente el personaje tiene un celular en la mano, y habla con él. Pero se trata de un montaje: la mujer del siglo XXI, con ropas de hace 80 años, es una superimposición. Habría que preguntarse cuál es el motivo para hacer eso. No pueden ser los centavitos por clic, porque son ya muchos los que han subido el video. Los complotistas tendrán que llegar a la conclusión de que se trata de un perverso juego político para desviar la atención... ¿de qué? ¿De las mugrosas elecciones intermedias gringas? Habrá que esperar qué dice El Peje: a lo mejor él sí descubre un compló "de la mafia" dirigido, por supuesto, en su contra.

La cuarta la inventé yo. Me parece elegante, y por eso es la que más me gusta. Un señor del siglo XXI entró en un hoyo del tiempo, en un salto cuántico. Estaba hablando por teléfono celular con un amigo cuando de repente se encontró caminando por las calles de Burbank, California, en el set de la película de Chaplin, enfundado en un vestido ridículo y con un sombrero de plumas. Lo único que no cambió de su atuendo fueron los zapatos. Por unos instantes sigue caminando hasta que se topa con el falso elefante, se percibe con esa especie de disfraz, en un mundo extraño. Se detiene. No lo quiere creer. Sigue hablando, pero no obtiene respuesta: ya no hay señal. Poco a poco va cayendo en cuenta de lo que le ha sucedido: está vestido de mujer, sin identidad, atrapado en el pasado, y no conoce el camino de regreso.

martes, octubre 26, 2010

Biopics: Un verano muy teatral

El desencanto


El examen de laurea fue también un magnífico pretexto para re-conocer Módena y sus alrededores, y para visitar, esa vez con Patricia, otras partes de Europa.

El mismo día que llegamos fuimos –a instancias de Jorge Carreto, quien tiene la extraña creencia de que cuando uno cruza el Atlántico lo primero que quiere es pachequearse- al Palasport de Bolonia a un concierto de Peter Tosh, que estuvo muy bueno y que hubiera yo gozado muchísimo de no haber estado tan cansado.
En ese concierto me encontré a varios cuates de la bola modenesa, y pude constatar que en el breve lapso de dos años algo en ellos había cambiado. Varios habían dejado la militancia política activa y se habían hecho, como decirlo, más epicúreos. O tal vez yo lo percibía así porque había recorrido el camino inverso. En todo caso, no era el único. Mi amigo Claudio Francia me recordó que él había dicho, en los primeros días de nuestra amistad, que los compañeros de la izquierda extraparlamentaria que lo acusaban de reformista lo volverían a llamar “Cremlino” tras un tiempo, y comentó que estaban en ese camino de vuelta a sus orígenes.

¿Qué había pasado? ¿Por qué los compagni parecían mucho más interesados en la suerte de los boat-people que escapaban de Vietnam que en el inminente triunfo de la revolución sandinista en Nicaragua –que yo, junto con medio México, había seguido con avidez por la televisión-? Una parte de la respuesta está en el distinto énfasis de los medios, en México y en Italia, por uno y otro tema. La otra me la dio Claudio: el asesinato de Aldo Moro de parte de las Brigadas Rojas había significado un duro golpe para la izquierda. Para los comunistas, era el fin del sueño del Compromiso Histórico. Para la ultra pensante, algo peor: entender que habían estado más cerca de los terroristas que de la construcción de una alternativa socialista. Un desencanto de distintos tonos.

El Festival de Sant'Arcangelo

Además era verano. Y el verano es para divertirse. Así que otro día –ya resuelto el asunto de la tesis- fuimos Claudio, Carreto, Patricia y yo, en el rojo Fiat Cinquecento de Claudio a Sant’Arcangelo di Romagna, un pequeño pueblo cerca de la costa adriática en el que se desarrollaba un festival de teatro callejero, que pocos años después alcanzaría fama internacional. El chiste de Sant’Arcangelo es que, como está situado en una colina, no tiene una plaza grande, sino muchas pequeñas, y en cada una de ellas se desarrollaba un espectáculo diferente, a menudo ligado al folklore regional, pero también había presencia de algunas troupes extranjeras. Todo era gratuito, así que recorriendo el pueblo, de plazoleta en plazoleta, uno pasaba de ver a unos mimos daneses, a un grupo de baile romañolo, a unos performanceros o a una puesta en escena más tradicional. 

En esas estábamos cuando pasó entre nosotros un grupo que seguía a una vírgen-mamarracho que recorría el pueblo sobre unos zancos enormes. Subían las pendientes empedradas, llegaban a un descansillo y se ponían a hacer una ronda infantil, cantando “Chocolate/ Amarillo (sic) / Corre corre/ Que te pillo/ A estirar/ A estirar/ ¡Que el demonio va a pasar!”, y daban paso al católico esperpento, que continuaba su ascenso. Los seguimos un buen rato. Era el grupo catalán Els Comediants, entonces semidesconocido, que estaba haciendo su pasacalles festivo y liberador (y se notaba, de maravilla, que los actores respiraban ya un aire de libertad muchos años pospuesto en España).

Esa noche dormimos los cuatro en el Cinquencento, que estaba estacionado en medio de un campo de futbol. Al otro día me desperté con tremenda tortícolis, pero igual fuimos a Rímini a darnos un bañito en sus atestadas playas.


Notre Dame des Fleurs

Pero habría más sorpresas teatrales. Las iniciativas culturales estivas en Módena estaban cada vez más desarrolladas, así que en Piazza Grande se presentó, siempre gratuitamente, el grupo del mimo inglés Lindsay Kemp, con su espectáculo Flowers, basado en la novela de Jean Genet, Nuestra Señora de las Flores.
Esa representación tocó mis fibras más sensibles. No lo hizo por la trama, que había que adivinar, ni por el texto, que no tenía, sino por la estética. Apelaba a las emociones, no a los pensamientos. Era una sórdida dramaturgia ceremonial desplegada en cámara lentisima, con una música hipnotizante. Era como la fantasía de un prisionero resguardado bajo un laberinto de telas y velos. Y esa musa horrenda y magnífica, Lindsay Kemp, “Nuestra Señora de las Flores”, se movía a un ritmo onírico y me llevaba con ella, lentamente, a sus sueños, sus fantasmas, su pasión (que es sufrimiento), al goce.

El sol no está solo

Y al día siguiente, un espectáculo muy diferente. Eran de nuevo mis amigos Els Comediants, que presentaron una obra divertida, que abrevaba de lo mejor del teatro popular europeo. Il Sole, se llamó en italiano; Sol, Solet, en catalán. Dos pícaros viajeros van en busca del sol (van del invierno al verano) y terminan encontrándolo, precisamente en la plaza donde se desarrolla el espectáculo. “Il sole non è solo. Il sole è a Modena”, decía con su fuerte acento español el narrador y del balcón principal salía un sol precioso, como si fuera la primera vez que estuviera de verdad presente en esa neblinosa ciudad: el sol de la alegría más profunda en el corazón. De otro balcón salen el rey y la reina, saludan y dicen que irán abajo a bailar. Se retiran y abajo aparecen como gegants, figuras de grandes dimensiones, vestidas con ropajes tradicionales que, conducidas desde adentro por una persona, se ponen a bailar con el personal.
Tras los gegants, un grupo de música popular terminó por amenizar la noche, convertida en alegre baile colectivo en esa ciudad tan tendiente a la melancolía y a la crítica seria.
Estaba yo en esa magia de felicidad, cuando de repente Patricia se retrajo y fue a sentarse a una banqueta de la plaza.
-¿Qué te pasa? –le pregunté, mientras el grupo tocaba “Islas Canarias”.
-Tuve el presentimiento de que a mi mamá le pasó algo, -respondió.
-Pues no sabemos si le pasó, ni podemos saberlo. Para qué preocuparte de algo que no sabes.
No la pude hacer cambiar de opinión. A su mamá no le había sucedido nada, pero era tan grande su carácter culpígeno, que le (nos) impidió terminar de gozar plenamente ese momento.


Un instante

Eran también los días del festival regional de L’Unità. Allí comí anguila, pasta con carne de burro y carne de jabalí. Allí también se presentó Lindsay Kemp, con un espectáculo cómico-popular, dirigido al público familiar, de menor calidad que Flowers. Y tras el evento me topé con Patrizia de Candia –que había asistido con su ex novio de Bolonia-. Lo comentamos brevemente –a ella no le pareció que hicieran competir a los niños contra las niñas; yo opiné que no me importaba-. Luego ella desapareció, pero no su sonrisa de mi memoria.

jueves, octubre 21, 2010

Guerrilla Marketing

Cuando todavía no despuntaba el amanecer, una camioneta color gris se estacionó a un lado del parque, en lugar prohibido. De la parte trasera bajaron tres jóvenes, dos mujeres y un hombre, vestidos en ropa deportiva. El muchacho cargaba un maletín de tela que había adquirido forma de cubo, seguramente por una caja que tenía adentro. Al volante estaba un hombre de cejas pobladas y barba muy oscura, que se mantuvo allí mientras los jóvenes hacían breves ejercicios de estiramiento, con las piernas sobre el piso de la cajuela de la camioneta.
Por allí pasaba el Pastelero, que los vio mientras iba en su decimaquinta vuelta al circuito.
A la altura del 500, el muchacho dejó la mochila junto a un árbol. La abrió, sacó unos paquetes, los metió en su cangurera. Pasó otros a las chavas, que hicieron lo mismo. Levantaron los brazos y se pusieron a hacer algo de calistenia. Se veía que eran novicios.
Eso lo notó hasta el Doc, que pasaba por ahí trotando, mientras escuchaba The Grand Wazoo en su ipod.
Los tres jóvenes empezaron a trotar muy despacio, tanto que algunos de los caminantes los rebasaban. Estaban haciendo una tarea de reconocimiento. Pasaron por el Cero, junto a la zona de calentamiento y la pequeña pista para sprints. Apuntaron mentalmente que allí había bastante gente. El hombre de la barba negra les había dicho que dieran una vuelta para que la gente los ubicara como si fueran otros corredores. Era parte del papel que tenían que jugar.
Los Gordos Diabólicos, que no faltan un solo día a correr, de inmediato los notaron. El muchacho, un güerito, tenía cara de tonto. Pero las chicas estaban guapas, y eso siempre da gusto ver, aunque uno esté haciendo abdominales.
Mientras trotaban, los muchachos notaron que entre el 100 y el 200 había muchas entradas al parque, y que había algunas personas estirándose, que en la zona interna estaban unas muchachas haciendo ejercicios con pelota y que en un claro unos hombres de cierta edad desempacaban capotes, muletas y espadas. Subieron por unas curvitas y ya estaban de nuevo frente a la camioneta. El barbón había bajado. Se detuvieron. El rostro del muchacho estaba rojo del esfuerzo.
¿Listos? –preguntó el de la barba negra.
-¡Listos! –respondió animosa una de las chicas, de blusa blanca y licras negras.
Esperaron unos segundos a que llegara el primer corredor. Era Mister K., el que siempre presume de los muchos kilómetros recorridos. Cuando estaba a unos metros el muchacho exclamó:
-¡Qué hambre tengo!
Y se puso a correr a la derecha de Mister K.
-¿Quieres algo rico y natural? –le preguntó una de las muchachas, y se puso a la izquierda del corredor, que –fiel a su costumbre- sólo fijó su vista en los senos.
-¡Por supuesto!
De atrás llegó corriendo la otra chica, casi jadeando porque no es que Mister K. hubiera bajado su ritmo y, estirando la mano, le ofreció un paquetito al hombre.
-Es la nueva barra integral Vida Natural, deliciosa.
Mister K. tomó apresuradamente la barrita con una de sus manos enguantadas (el otro guante escondía, debajo, la llave de su carro).
-¿Y a qué canijas horas quieren que me coma esto?
-A la hora que quiera –alcanzó a decir el muchacho con una sonrisa.
Caminaron de regreso al 600 y se encontraron a otros corredores. Siguieron con su tarea. Algunos, sobre todo los que iban caminando, aceptaron de buen grado la barrita. Otros menos, sobre todo los que iban muy rápido, y en la persecución la barra de cereal se iba haciendo pedazos. A veces, en el momento de la entrega –y sobre todo si el atleta le parecía fotogénico- el barbón, que era el jefe del equipo, tomaba una foto.
“Está saliendo bien la estrategia” –pensó el hombre de barbas negras-, “vendremos todos los días de la semana y, como estos corredores son lideres de opinión si se trata de alimentación nutritiva, harán mercadeo viral por nosotros. De boca a boca se conocerá el producto”. Miró de reojo la camioneta por si pasaba algún policía.

Al Doc le tocó una barrita bastante deshecha, a pesar de que corría muy despacio. Estaba dudando si tirarla en uno de los depósitos de basura que están por el 100 cuando vio que iban llegando, desde dos avenidas convergentes, los guaruras de Kramer Hernández, el banquero. Redujo todavía su paso.
A diferencia de otros personajes relevantes que hacían ejercicio en ese parque público, Kramer hacía ostentación de su aparato de seguridad. Caminaba cien metros y trotaba otros cien teniendo al lado a su jefe de seguridad, “el Gringo” –un tipo que unos decían que era ex marine; otros, que del Special Service británico o del Mosad israelí, pero los Gordos Diabólicos afirmaban que era un experto tirador traído de la guerra civil en la antigua Yugoslavia-; atrás de ellos, muy cerca, iba un escolta mexicano con la sobaquera por encima de la playera; luego otros dos, uno por dentro del campo y otro en la pista, a quien a menudo se le veía salir la cacha de la pistola por los shorts. Esta vez no estaba el gringo.
A ninguno de los corredores le hacía gracia el entorno de Kramer. Era una suerte de violencia silenciosa la que ejercían sobre el parque, que lo arrancaba de su condición de oasis en medio de los problemas citadinos. Por eso era común que los más avezados cambiaran de ritmo al verlo. Los más lentos lo reducían, para que el grupo se les alejara. Los más veloces, lo aceleraban, para dejarlo atrás.
El Pastelero y los Gemelos Korioto estaban en el grupo de los veloces, pero el primero les llevaba unos sesenta metros de ventaja a los otros cuando rebasó a Kramer y su escolta por ahí del 450.
El güerito y las muchachas estaban a la altura del 500, imitando algunos de los estiramientos que habían visto en la zona de calentamiento; su jefe había regresado a la camioneta porque recordó que había dejado el celular sobre el asiento, y ahora sonaba con insistencia. Vieron pasar al Pastelero, a ése ya le habían dado su barrita. Se acercaban unos nuevos.
-¡Qué hambre tengo! –exclamó el muchacho, y se puso a correr junto a Kramer.
-¿Quieres algo rico y delicioso? –dijo la chica, y se colocó a la izquierda del guarura principal.
Los Gemelos Korioto habían distinguido al grupo del banquero y se disponían a acelerar, cuando la tercera chica inició su carrera, sacó un objeto metálico de la cangurera, intentó meterse entre el jefe de escoltas y Kramer y apuntó el objeto a la cabeza del banquero. Los hermanos frenaron instintivamente, y es que no pasó un segundo cuando el hombre de la sobaquera sacó su arma y le disparó en la nuca a la muchacha, que cayó muerta al instante, y el guarura de la pistola en el short la desembuchó sobre un tipo de barbas, al que descubrió corriendo de la penumbra arbolada a la pista blandiendo una cosa de metal brillante, y lo dejó tirado en un charco rojo.
Del otro lado del celular, el dueño de la pequeña empresa de cereales se preguntaba si de verdad había sido un éxito lo que le vendieron como guerrilla marketing.

martes, octubre 19, 2010

Biopics: La presentación de la tesis

Al terminar la primavera del 79 yo ya había por fin terminado la tesis. Parboni me había aprobado dos capítulos y le había enviado otro par por correo, pero quería aprovechar la sesión de exámenes de verano (sólo había tres al año) para presentarla y defenderla. Así que en aquellas vacaciones, viajamos Patricia y yo a Italia, en buena medida gracias a la ayuda del Doctor Edmundo Flores, entonces director del Conacyt, quien consiguió el segundo boleto de avión.
Llegamos a Módena el 12 de julio y nos quedamos en casa de Claudio Francia y sus papás, siempre tan amables y comunistas. El primer problema surgió porque el profesor Parboni de entrada no estaba dispuesto a discutir una tesis “a caballo”. Le dije por teléfono que iría a Roma, donde él vivía, a discutirla, a ver qué le parecía. Aceptó.
Parboni vivía muy cerca del Vaticano, en un departamento de clase media alta venida a menos, que había sido de su familia. Era un lugar amplio, abarrotado de libros, casi todos de economía. Aunque era verano, el lugar me pareció frío por la ausencia de adornos y pinturas. Era como una amplísima celda de un monje enclaustrado. Uno de los problemas vitales de Parbus era su soledad.
Allí comimos los tres una ensalada de sottaceti que él había preparado (y nos pasó la receta) y él y yo discutimos, entre un par de botellas de vino, la tesis. En lo esencial, me pidió corregir un par de detallitos. En la forma, me comentó que el estilo era muy diferente al de los scholars italianos, que siempre querían ser neutros y casi nunca usaban metáforas o utilizaban el sarcasmo, pero la aprobó. Iría a Módena la fecha fijada para los exámenes, que resultó ser el emblemático 26 de julio. El profesor Salvati, quien se había ofrecido a pasar como relator de la tesis, en caso de que Parboni se mostrara demasiado mamón, quedó como contrarrelator.
En Italia, los exámenes para acceder al grado de Dottore son presididos por un jurado de once profesores, de los cuales sólo dos han leído la tesis: el relator, que es el asesor, y defenderá la tesis junto con el sustentante, y el contrarrelator, cuya tarea es encontrarle defectos y contradicciones y acorralar al sustentante. Los otros nueve pueden preguntar sobre la tesis –o sobre cualquier tema-, pero se entiende que lo hacen sin haber leído el trabajo del estudiante. El examen se solicita al estilo medieval: en una carta escrita a mano en papel sellado, dirigida al Magnífico Rector, en la que se señala quién es el Clarísimo Profesor que funge como relator y quién, el Clarísimo Profesor que hace el papel de contrarrelator.

El argumento central de la tesis (que se puede encontrar en el artículo “La Composición de Cartera de la Banca Mexicana Privada y Mixta (1970-1976)”, en Investigación Económica 167, enero-marzo de 1984, pp 135-150) es que en el periodo se aceleraron las tendencias concentradoras en el sector financiero privado y se prepararon las condiciones para un cambio cualitativo en el sistema bancario en el país (que pasaría del sistema de banca especializada –bancos comerciales, financieras e hipotecarias- a la llamada “banca múltiple”).
Analicé los cambios en el tiempo de la a relación entre diversas categorías del balance contable de las instituciones respecto al total de activos y pasivos, y la de las utilidades respecto al valor neto, y dividí el análisis según el tamaño de las instituciones. Concluí que la mayor rentabilidad económica obtenida por los grandes bancos indicaba que fueron eficientes al procurarse mejores ventajas en su financiamiento al sector privado y al gobierno, mientras que mantuvieron un costo relativamente superior en el lado de los pasivos, que el comportamiento de la liquidez de activos y pasivos no fue parejo (los bancos siguieron prestando cada vez más a largo plazo, pero no varió mucho la temporalidad de los depósitos) y que el sistema de intermediación terminó sobrecalentado por el exceso de liquidez de los depósitos.
En ese contexto se da un proceso de concentración financiera que provocó, por una parte, que las empresas menores –que competían en la periferia del sector- se encontraran frente a una situación de más incertidumbre y, por la otra, que las empresas mayores hubieran rebasado su tamaño óptimo.
En ese sentido, la instauración de la Banca Múltiple brindaba ventajas institucionales y reforzaba el principio de las reservas concentradas (“las reservas financieras cumplen mejor su función anticoyuntural mientras están concentradas”) y esto era claramente favorable a la estabilidad financiera de cada banco. Sin embargo, argumentaba, una mayor estabilidad de cada empresa financiera no significa automáticamente una mayor estabilidad del sistema en su conjunto. La tasa de endeudamiento neto de las empresas financieras no se reduce y, aunque su liga con el riesgo empresarial es menos directa que en el caso de la tasa de endeudamiento bruto, sigue siendo un factor de riesgo. Más aún en un sistema con problemas de diferencial de liquidez.

La experiencia del examen fue bastante peculiar. Ese día lo presentamos unos doce, y yo estaba entre los últimos. Iniciaba con el aula llenísima, que era vaciada cada vez que el jurado se reunía a deliberar, y a cada vuelta había un poco menos gente. A Jorge Carreto le tocó como cuatro turnos antes que yo. Al terminar cada quien, se iba con sus invitados al bar de Hermes, debajo de la Facultad, y el buen barista le regalaba champaña a todos, en pago por tantos años de clientela, que ahora terminaban.
Mi examen iba en caballo de hacienda hasta que Salvati –haciendo a la perfección el papel de villano que le toca al contrarrelator- hizo la pregunta del millón:
-En la tesis dices que la inflación del periodo fue empujada sobre todo por el alza en las tasas reales de interés, pero también que hubo una mejora en la distribución del ingreso. Si mejoró la distribución del ingreso ¿no deberíamos pensar entonces en una inflación empujada por el alza en los salarios reales?
Me tenía contra la pared. Pero recordé que todos mis sinodales tenían más lagunas que yo respecto a la economía mexicana, así que me saqué de la manga una respuesta que tenía elementos de verdad, pero parciales. Y sí, en cambio, mucho rollo.
-Escribí que había mejorado la distribución del ingreso; no los salarios reales. Sucede que a fines de 1972 se descongelaron los precios de garantía de los productos agrícolas, porque ya no se podía seguir relegando ese sector respecto a la industria. Esto significó mayores ingresos para los campesinos, y es a ellos a quienes me refiero cuando hablo de distribución del ingreso. Por supuesto, esto empujó los salarios nominales de los obreros al alza, pero no los reales. Sostengo que el aumento del diferencial entre tasas activas y pasivas de interés significó un aumento real de costos para las empresas, de tanta o más importancia que el aumento nominal de salarios, incapaz de explicar por sí solo una inflación que ya no es reptante, sino de dos dígitos.
-Luego de esa exhaustiva respuesta –concluyó Salvati- el jurado se reúne a deliberar. Por favor desalojen el aula. Y se quedaron los once profes.
La votación fue 110 sobre 110, y mención honorífica, lo que también acabó con el mito de que las lode, la mención, estaban proscritas para meridionales y mexicanos. Ya era yo Dottore in Economia e Commercio y podía irme a echar un par de copas de champaña con Hermes y con los cuates.  

Pasados los años me sucederían dos cosas con la tesis. Una fue descubrir que uno de los rasgos que presumía yo en el análisis que significaban “inversiones a largo plazo”, y que era la acumulación de acciones entre los activos bancarios, a menudo resultaba no de una estrategia específica de integrar finanzas y producción o de pensar en el largo plazo, sino de una política de cobranza “a lo chino”. No tienes liquidez para pagarme, págame con acciones. La otra fue lamentarme de que no existieran en esa época las computadoras personales. ¡Lo que pude haber hecho simplemente con un programa dbase III!
Y por supuesto, tengo todavía menos claras que en aquel entonces las causas radicales de la inflación de los años del echeverrísmo.   

Pero por supuesto, hubo mucho más que un examen durante ese viaje.

lunes, octubre 11, 2010

Surrealismo olímpico bicentenario


Me hubiera gustado diferir de las voces unánimes y hablar bien del Festival Olímpico Bicentenario. Pero no se puede. Mal ideado, peor planeado y todavía peor organizado. Al tiempo, todos sus defectos son, de alguna forma, espejo de los que predominan en el país.


La obsesión por Reforma.

La primera pregunta que se hizo todo mundo respecto a este festival, y que se repitió después, fue: “¿Por qué en Reforma?” ¿Por qué no en Ciudad Universitaria, que tiene bastantes instalaciones? ¿Por qué no se remodeló algún deportivo –se le hubiera bautizado “Bicentenario”- para realizar allí las actividades? ¿Por qué no se descentralizó, digamos, entre la Alberca Olímpica, el Gimnasio Juan de la Barrera y la Magdalena Mixhuca?
En otras palabras, ¿a qué se debe esa obsesión por hacer pasar todo evento con pretensiones “históricas” por Paseo de la Reforma de la capital de la República? Del plantón político, al recorrido –reiterado hasta la aburrición- de un auto Fórmula Uno, al árbol gigante de navidad, a este festival deportivo. Pareciera que no hay otro lugar posible ni en la ciudad, ni en el país entero.
La respuesta tiene que estar en los símbolos. Poco a poco, la zona de Reforma está desplazando al Zócalo y al Centro Histórico como centro neurálgico del país. Estar en Reforma significa estar ahí, en el núcleo activo por el que todos quieren pasar. Primero fueron las casonas y palacetes; más tarde, los hoteles de lujo; luego, los rascacielos de oficinas; de manera creciente, las oficinas públicas. Muy pronto, los centros bancarios y el Senado. Algún día, tal vez, la famosa Estela de Luz del Bicentenario.
Además, esa avenida fue la sede principal de unos festejos exitosos que se quedaron en la memoria colectiva: los del centenario de la Independencia. 
En otras palabras, el gobierno federal (o la CONADE) quería seguir ocupando el espacio central de este país centralista. Quería transmitir las imágenes simbólicas de los deportistas corriendo alrededor del Ángel de la Independencia o lanzando sus flechas a un lado de la Diana Cazadora.
En esa apuesta, las imágenes simbólicas se impusieron a la lógica más elemental: es imposible suplantar un complejo deportivo en dos cuadras citadinas. Lo simbólico se vuelve ridículo.

Los sucedáneos

¿Entonces qué pudimos observar los capitalinos el fin de semana pasado? Pudimos ver, en la principal arteria de la ciudad, a niños y jóvenes deportistas de todos los niveles hacer como que practicaban su deporte en unos sucedáneos de canchas. Pudimos ser visitantes de una suerte de deportivo virtual (que de seguro se ha de haber visto rete bonito en las imágenes 3-D que los organizadores presentaron a los directivos) en el que lo artificioso brotaba a cada instante.
Había sus excepciones, pero desgraciadamente la mayoría eran sucedáneos de deportistas. Supongo que han de haber sentido bonito las niñas de primaria que jugaron balonmano en una minicancha, los chavos de liga pony que practicaron en cajas de bateo, los participantes de un partido de futbol entre Pumitas en cancha reducida o los de una clase de secundaria de básquetbol o quienes jugaron una cáscara de hockey en un espacio mínimo. Pero como espectáculo para la población, y como supuesta muestra de fortaleza deportiva nacional, fue algo penoso.
Más penosa, todavía, fue la instalación de la minialberca, que no se veía nada, en la que unos gorditos nadaron antes de la llegada del multimedallista Phelps, que causó un remolino de gente… que no tenía ángulo para verlo nadar.
Es que ellos no lo sabían, pero los asistentes a Reforma eran nada más los extras de un producto que se quería mediático.

Percepción, propaganda y realidad

En el gobierno de Calderón ha privado la idea de que la percepción es más importante que la realidad. Y alguien los convenció de que la realidad se disfruta mejor por televisión. Así que no importa si el festival olímpico es de mentiritas, sino que retrate bien, que vista como un buen comercial.
Por eso, sobre el camellón central de Reforma, había dispuestos espacios privilegiados para los medios. Especialmente para la TV. Ellos son los encargados de difundir una imagen propia de un espectáculo. El sucedáneo del sucedáneo, en la esperanza de que los espectadores pasivos –nunca los ciudadanos- integren esa percepción a su realidad.
Se trata, pues, de un montaje. De propaganda. Por eso la gente y los deportistas estaban lejos unos de otros, como notó Ana Guevara. Lo importante era que éstos estuvieran cerca de las cámaras.
En ese sentido, como para que nos quede claro que todo es falacia, las esquinas del festival estaban marcadas por dos gigantescas y espectaculares bolsas: una de papas fritas “con sal de mar” y otra de Takis, porque Barcel y Ricolino son copatrocinadores. Y de esos productos son los únicos stands de comida permitidos. La comida chatarra dizque sale de las escuelas, pero entra por la puerta trasera, cobijada por el “deporte”.

Los costos 

Según la CONADE, el costo del evento fue de 40 millones de pesos (por supuesto, sin contar las pérdidas por retrasos del caos vial del viernes ni por los destrozos en la banqueta de Reforma). No es mucho respecto al presupuesto federal –ni a las otras celebraciones-, pero sí respecto al asignado para el deporte. Y resultó también serlo ante el número de asistentes, mucho más reducido de lo esperado.
40 millones es lo que solicitó la CONADE para la preparación de la delegación mexicana para los Juegos Panamericanos. Es el equivalente aproximado del gasto anual de las federaciones de natación y de taekwondo. Es lo que costaría reparar varias instalaciones olímpicas deterioradas (como el velódromo o la pista de Cuemanco). Es lo que costaría instalar en Europa un pequeño centro que acogiera a los deportistas mexicanos en gira, y les permitiera foguearse en más competencias.
Más que dispendio, la decisión nos habla de prioridades. Lo primero no es el deporte, sino la propaganda. No es la realidad, sino la imagen.
No sé si entre los costos se incluyen los salarios de la gran cantidad de policías - federales y capitalinos- que estuvieron en el evento. Se notaron mucho porque faltó público civil. Estaban en todos lados. Con oficio, pero sin beneficio –no se molestaron en hacer funcionar los filtros; su función se limitó a hacer bola-. Hacían como que vigilaban en una calle tapizada con sucedáneos de canchas deportivas en una dizque celebración bicentenaria. Mucha, mucha policía. El país surrealista del Señor Presidente.

miércoles, octubre 06, 2010

Biopics: Las elecciones de 1979


El problema de la falta de línea en el PMT era tan grande, que ni siquiera había una política clara respecto a las elecciones federales, las primeras después de la reforma de López Portillo. Había quienes consideraban que, ya que Heberto decía que el registro condicionado a las nuevas organizaciones de oposición era un chantaje político del gobierno, lo lógico era abstenerse. Otros afirmaban que, como el partido no había dicho nada oficial al respecto, en realidad estaba dejando en libertad a sus militantes a hacer lo que quisieran, de acuerdo con sus convicciones personales.

Pero nosotros, en el Comité Estatal, teníamos un problema adicional. Miembros del partido, de distintos niveles, sobre todo campesinos, nos preguntaban por quién votar. Debíamos tener una posición única, que no existía entre nosotros. Al final quedamos en que, respecto a las elecciones federales, diríamos lo mismo que con las de dirigente de la CNC: voten por quien quieran, si quieren… y entonces nos preguntaban: “Y usted, compañero, ¿por quién va a votar?”. Obtenían respuestas disímbolas.

A los del Partido Comunista sí les interesaba que los apoyáramos. Sabían de nuestra fuerza. Un día nos llama Chivas Farber, militante del PMT y figura popular en Culiacán, para avisarnos que el PCM le ha propuesto ser candidato suplente a diputado en el distrito 9, de la capital sinaloense, y nos pide consejo al respecto. Poco después lo hace Audómar Ahumada, líder y candidato titular del PC. Tenemos reunión con Chivas, le decimos que acepte, si quiere. Lo hace. En otra reunión, Audómar propone que los compañeros que encabezan el PMT en Higuera de Zaragoza sean los candidatos de la Coalición de Izquierda en aquel distrito. Guevara se niega, argumentando que es muy conocida la filiación pemetista de estos compañeros, y que no quiere crear confusiones (supongo que, sobre todo, en el Comité Nacional).

En el fondo, la participación electoral del PCM y la Coalición de Izquierda, más que otra cosa, nos daba envidia. Recuerdo que Guevara fue a la casa a ver el primer programa de los partidos políticos que se transmitía de acuerdo con la nueva legislación. Aparecía una animación con unos campesinos que recogían trigo con una hoz, se difuminaba, luego aparecía un herrero dando martillazos a un yunque, posaba el martillo en el yunque y ahí estaba la hoz, nueva difuminación y aparecía el símbolo del Partido Comunista. No pasaría mucho tiempo para que los programas de los partidos políticos hartaran a toda la población, pero ese momento fue emocionante. Indicaba que el país estaba cambiando y que su ruta era hacia la democracia.

En otra ocasión, casi por casualidad, recalamos en un mitin del Partido Comunista. Aproximadamente dos mil personas, en su mayoría jornaleros agrícolas. Al término, felicité por la capacidad de convocatoria a un amigo del PC –omito su nombre, porque en realidad es un buen tipo- y me respondió, con un tono de resignación:
-Pues sí, pero son puros oaxaquitas.

El día de la elección, algunos de los del PMT fuimos a votar; otros no. Yo fui solo, y me encontré que a mi casilla la habían movido de lugar una cincuentena de metros, a causa del calor. Habían puesto la mesa de registro bajo un árbol de mango y las mamparas se quedaron lejísimos. Así que crucé el símbolo de la hoz y el martillo de la Coalición de Izquierda apoyándome en el cofre del auto (finalmente reparado hacía unos meses). Mi primer voto verdadero.

Los resultados oficiales de esas elecciones sorprendieron a muchos. A quienes creían que los partidos nuevos iban a ser aplastados. A quienes habían medido posibilidades de los nuevos con base en el tamaño de las manifestaciones (y pensaban que el PST iba a quedar bien posicionado). A los propios comunistas. El PRI, como siempre, había arrasado con 72.8 %; el PAN, segundo, con 11.8; el PCM, tercero, con 5.4; y más atrás, en ese orden, PPS, PST, PARM y PDM.

A mí el porcentaje obtenido por los comunistas no me sorprendió en lo absoluto. Sí me sorprendió que el bastión rojo hubiera sido el Distrito Federal, donde obtuvieron más del 13 % (uno estaba obnubilado con la visión de la capital huertista, pero aquello era historia antigua). En Sinaloa, el PC estuvo en línea con la media nacional (y los amigos pescados estaban genuinamente asombrados de constatar que el PRI sí tenía mayoría de votos reales). La Coalición de Izquierda colocó a 18 diputados en la Cámara.

Aquellas elecciones –en las que, sin duda, el PRI infló su votación- dejaron varias conclusiones. El camino de las urnas empezaba a ser transitable y con rumbo al futuro. El gobierno no iba a abrir el escenario electoral nada más para cerrarlo: habría partidos de oposición para mucho rato. El prejuicio contra la izquierda socialista en México no era tan grande como muchos creían. Heberto estaba equivocado y posiblemente había medido mal su potencial, subestimándolo.
Guevara resumió nuestro sentimiento: “Si el PMT hubiera competido aquí en Sinaloa, nos llevábamos el 10 por ciento”.

lunes, octubre 04, 2010

Dos estrellas indiscutibles, un novato memorable y una enorme decepción


Mexicanos en GL. 2010

Terminó la temporada regular 2010 en Grandes Ligas. Las dos estrellas indiscutibles de la pelota nacional, Adrián González y Joakim Soria, brillaron por su consistencia. Yovani Gallardo está a punto de madurar otro grande. Jaime García tuvo un año de novato memorable… pero para otros jugadores 2010 resultó agridulce, o de plano muy amargo, como para Oliver Pérez. De último momento, los Padres de San Diego (y de Adrián González) se cayeron del camión que los llevaba a postemporada. Eso deja a sólo dos mexicanos en activo para los playoffs: Jorge Cantú de los Rangers de Texas y Ramiro Peña, de los Yanquis neoyorquinos.  
Y ahora, el desempeño del contingente nacional, en orden descendente según lo logrado en la temporada.



Adrián González, por sí solo, explica buena parte de la notable campaña de los Padres, de los que fue bujía. Salvo una ligera baja en mayo, se mantuvo siempre en los primeros planos ofensivos  Sus números del año: .298, 31 cuadrangulares y 101 carreras producidas. Le bateó .337 a los zurdos (rompiendo las reglas del inexistente “librito”). Para darnos una idea de lo que sería en un parque menos inhóspito que el Petco, Adrián bateó de visitante para .315, con 20 jonrones y 59 impulsadas… y es el primer jugador en toda la historia de San Diego en conectar 30 o más vuelacercas por cuatro temporadas seguidas. El que los Padres no hayan calificado lo alejará del título de Jugador Más Valioso de la Nacional (que deberá ir, si la lógica se impone a Joey Votto).

Joakim Soria, si nos atenemos a los números, es el mejor cerrador de Grandes Ligas. El que tuvo esta temporada el mejor porcentaje de salvados sobre oportunidades de rescate… y el que lidera las Mayores en esa tabla desde julio de 2007, cuando tomó el papel de cerrador de Kansas City. Pero juega para los paupérrimos Reales y está lejos de las candilejas. De no haber fallado en su última aparición del año, hubiera encabezado la Liga Americana en rescates, a pesar de jugar para el peor equipo de su división. Sobra decir que ha roto prácticamente todos los récords de la franquicia. Su marca del año: 1 ganado, 2 perdidos, 1.78 carreras limpias admitidas por cada 9 innings lanzados, 43 rescates (frente a sólo 3 desperdicios) y 71 ponches propinados (más de uno por entrada).

Jaime García, con los Cardenales de San Luis, tuvo una temporada de ensueño. El zurdo de Reynosa se coló a la rotación de los pajarracos con una buena primavera y terminó por convertirse en una de las figuras del equipo y fuerte candidato para novato del año, en una de las generaciones más brillantes de los últimos tiempos (sus principales competidores son el receptor Buster Posey, de los Gigantes, el jardinero Jason Hayward de los Bravos y el torpedero Starlin Castro, de los Cachorros). Jaime terminó la campaña con 13 ganados y 8 perdidos, 2.70 de PCL –el cuarto mejor de la liga- y 132 ponches. 19 de sus 28 aperturas fueron de calidad. Para darnos una idea de lo que esto significa, cuando Fernando Valenzuela ganó el premio Cy Young al mejor pitcher y el Novato del Año, tuvo marca de 13-7, 2.48 de efectividad y 180 ponches, 16 de sus 25 aperturas fueron de calidad. Eso sí, El Toro tuvo 8 juegos completos, García sólo 1, que fue blanqueada.    

Yovani Gallardo fue el único lanzador de lujo con el que contaron los Cerveceros de Milwaukee. Normalmente muy certero, entró en un par de “slumps” de pitcheo a media campaña, que le impidieron tener una gran temporada. Aún así, apunta a grandes cosas. Terminó el año con 14-7, 3.84 de limpias y 200 ponches, con dos blanqueadas. Es apenas el segundo lanzador de los Cerveceros en ponchar a 200 o más enemigos en dos años consecutivos… curiosamente el anterior, hace 23 años, fue Teodoro Higuera. De sus 31 salidas, 17 fueron de calidad (lanzar 6 entradas o más, permitir 3 carreras limpias o menos). Con Yovani también hay que señalar su bat: .254 con 4 jonrones y 10 impulsadas.

Jorge De la Rosa perdió un par de meses por un problema en el dedo y tardó un poco en retomar su ritmo de pitcheo. El zurdo de los Rockies terminó la campaña con 8 ganados, 7 perdidos, 4.26 de carreras limpias y 113 chocolates. De sus 20 salidas, 12 fueron de calidad (y las últimas tres, a pesar de ello, las perdió, en plena debacle de Colorado). Se supone que el año próximo, agente libre, obtendrá un buen contrato.

Elmer Dessens, como el vino viejo, mejora con la edad. El veterano sonorense resultó ser de lo más salvable de los Mets de Nueva York, con quienes se desempeñó como relevista intermedio. Acabó la temporada con récord de 4-2, 11 holds (o ventajas sostenidas en situación de rescate) y un salvamento desperdiciado. Su PCL, 2.30 es el más bajo de su carrera ligamayorista.

Jorge Cantú vivió un año en la montaña rusa. Comenzó a tambor batiente, con los Marlines, y rompiendo el récord de más partidos consecutivos produciendo carrera a inicios de temporada. Luego, mientras su bat se iba paulatinamente apagando, fue transferido a los Rangers de Texas, que sólo lo usaron frente a lanzadores zurdos. La oscuridad era casi total cuando conectó el jonrón que aseguró el pase de los tejanos a postemporada y en las últimas semanas le dieron más juego. Sus números del año: .256, con 11 vuelacercas y 56 producidas.  

Jerry Hairston Jr. fue pieza importante de los Padres en sus buenos momentos, se lesionó dos veces en el año… que coincidieron (quién sabe si coincidentalmente) con malos resultados para su equipo. El utility, además de brindar grandes servicios con el guante, bateó para .244, con 10 jonrones, 50 remolcadas y 9 robos de base.

Rod Barajas jugó una parte de la temporada con los Mets, y otra –tras un receso por lesión- con los Dodgers de Los Angeles. Bateó con poder: .240, con 17 cuadrangulares y 47 impulsadas.

Alfredo Aceves inició muy bien con los Yanquis, como relevo largo, pero una dolencia en la espalda lo mantuvo fuera por más de media temporada. Terminó bajo cirugía. Al final, los Bombarderos del Bronx prefirieron no arriesgar su recuperación. En 2010:  3-0, un juego salvado, 3.00 de PCL.

Dennys Reyes se mantuvo como especialista zurdo de los Cardenales. El de Higuera de Zaragoza terminó 3 ganados, 1 perdido, 1 salvado, 6 holds, tres rescates desperdiciados y PCL de 3.55.

Rodrigo López fue el pitcher mexicano que más innings lanzó en 2010: 200.  Fue el único miembro de la rotación de Arizona que cumplió con todas sus salidas. De las 33 que tuvo, 15 fueron de calidad. Su porcentaje de carreras limpias admitidas, 5.00 –que está por debajo de la media, pero no mucho- se tradujo, en un equipo malo, en 7 victorias y 16 derrotas (es la segunda vez que lidera una de las ligas mayores en esta indeseable categoría). Fue el lanzador más bombardeado: aceptó 37 jonrones. A cambio, ponchó a 116 rivales. Si algo puede decirse del veterano de Tlanepantla, es que fue un profesional cumplido.

Fernando Salas. El derecho sonorense se desempeñó en la segunda mitad de la temporada como relevo intermedio con San Luis. Récord de 0-0, 3,52, una ventaja sostenida y un rescate desperdiciado.

Francisco Rodríguez, relevo intermedio de los Angeles de Los Angeles, terminó el año con 1-3, 2 holds, un rescate desperdiciado y 4.37 de PCL.

Scott Hairston inició como titular en el jardín central de San Diego, pero terminó calentando la banca. En el año bateó para .210, con 10 jonrones, 36 empujadas y 6 robos de base.

Ramiro Peña participó en 95 juegos con los Yanquis de Nueva York, pero en 25 de ellos sólo como corredor emergente y en otros tantos como emergente de bateo o fildeo. El joven utility regiomontano bateó para .227 con 18 producidas y 7 robos

Juan Castro fue por un rato, durante la lesión de Jimmy Rollins, paracorto titular de los Filis, pero perdió el puesto y acabó fuera del róster.  Regresó con los Dodgers, pero brevemente: .194 con 13 producidas.

Luis Cruz se tomó una tacita de café con los Cerveceros. Fue 17 veces al bat y pegó 4 hits, entre ellos un bonito triple productor.

Augie Ojeda, aunque estuvo todo el año en el róster de Arizona, jugó bastante poco. Bateó para  .190, con 5 producidas.

Marco Estrada (0-0, con 9.53 de PCL) tuvo una desangelada actuación con los Cerveceros antes de lesionarse. No parece que en Milwaukee haya mucho interés en su regreso.

Luis Mendoza (0-1, 22.50 de PCL), volvió a probar suerte en la Gran Carpa, ahora con los Reales, y volvió a fallar. Ahora estrepitosamente.  

Oliver Pérez tal vez no fue el peor beisbolista mexicano en Grandes Ligas de 2010, pero sí la más grande decepción. Abrió siete partidos (dos aperturas fueron de calidad), pero lo normal en ellos era que le pegaran o le ganara el descontrol. Pasó al bullpen y fracasó. Lo mandaron a la lista de lesionados hasta que fue imposible esconder que lo suyo, más que la rodilla física era la confianza mental. Regresó al róster y en tres meses y medio apenas le dieron oportunidad de lanzar 7 entradas: sólo en una de ellas no le anotaron carrera y se las arregló para perder dos juegos más, dejando su marca de 2010 en 0-5, con 6.80 de PCL y más pasaportes que ponches. Una lástima. El gran contrato que firmó (36 millones de dólares por tres años) ha sido señalado como una de las causas por las que la directiva de los Mets despidió al gerente general Omar Minaya.  

(Tomé la caricatura de Joakim Soria del blog de un chavo que se llama Alán Rodríguez)