jueves, julio 14, 2011

Biopics: Mi renuncia al PMT


Hacia finales de año, llegó Arturo Guevara de paso por México. Platicó que había habido una nueva visita de Heberto Castillo a Sinaloa, para tirar al Comité Estatal. Su argumento, ahora, era que habíamos participado en la reunión de Popo Park (por supuesto, hubo un militante mal escogido por los gordillistas, un veracruzano, que fue de soplón). Otra vez había fallado en su intento, sólo que en esta ocasión se fue encabronadísimo, llamando traidores a los compañeros y mostrándoles el dedo índice. Hubo algún revuelo en el Comité (en particular de Jaime Palacios, quien había sido excluído de las grillas con Gordillo) y decidieron hacer algunos cambios. Entre ellos, Guevara dejaba la dirección, y volvía el Nono Vega, quien siempre jaló con nosotros (meses más tarde, Mi René me comentó que también había tenido que ver en esos cambios la conducción errática de Guevara en las elecciones para rector de la UAS, que el Wally Meza perdió ante Jorge Medina Viedas).
Por mi parte, yo estaba cada vez más metido en el grupo que hacía Solidaridad y con el Consejo Sindical. De hecho, el fin de semana tras la llegada de Guevara habría una encerrona de dos días en las instalaciones de la Maestría en Docencia Económica (entonces en una casa al sur de la capital) para conformar un plan de acción, con vistas a la formación de una agrupación política.
Ese fin de semana, Guevara y su mujer fueron a Acapulco, a visitar a un hermano de él, y Patricia se fue con ellos. Pasé esos dos días en amplias e interesantes discusiones para dar forma a la agrupación. Y una noche redacté mi renuncia al PMT, que le entregué a Guevara para que la llevara a Culiacán.
El texto era de cinco cuartillas, y no agotaré al lector con todo su contenido. Estaba dirigido a Víctor Arnoldo Vega Manjarrez, es decir al Nono. Iniciaba con un reconocimiento: “tuve la satisfacción de ser compañero cercano de trabajo político del grupo de militantes sinceros, honestos y revolucionarios, que conforma la dirección política del PMT en Sinaloa” y luego hablaba de los problemas del partido.
El primero era la inexistencia de debate interno, “una política deliberada de la dirección nacional” que se convierte en “imposición de las posiciones de la dirección frente a toda discrepancia” y “apunta –no casualmente- a la autoperpetuación en el poder de la dirección nacional”.
Escribía yo que, como consecuencia, “la unidad partidaria es forzada artificialmente”, que “el aglutinante real es la confianza en la dirigencia”, se privilegia la disciplina y se desperdician las experiencias valiosas de muchos militantes, cuya creatividad se ve paulatinamente atrofiada. Terminaba señalando que “se ha dado un proceso de sustitución del partido por la organización del partido, que ha degenerado en la sustitución de la organización por el CN” Ya no seguí, pero vendría la sustitución del CN por Heberto.
El segundo punto era “la ausencia de una línea política que lleve a un proyecto alternativo de sociedad.” Decía yo que nunca había quedado claro cómo y con quién había que luchar por las distintas demandas del partido, a cuáles se les daría prioridad y cómo se entrelazarían. El resultado: un partido ubicado en la coyuntura, que se plantea “más como opositor al gobierno que como portavoz de un proyecto alternativo de funcionamiento de la sociedad mexicana” y un trabajo del CN más dedicado a la opinión pública que a la organización de masas.
El tercero se refería a algunas divergencias políticas. Estaba yo en contra de “sostener públicamente posiciones maniqueas, ver el país en blanco y negro extremos”. Concluía que “esto lleva al dogmatismo y al maximalismo radical más estériles”.
Escribí: “No se puede decir impunemente –en términos de eficacia política- que el Sistema Alimentario Mexicano es, simple y sencillamente, una trampa del gobierno burgués… que el Congreso del Trabajo es un órgano de la burguesía (¿Hay sólo una burguesía en México, el Estado burgués mexicano es un simple transmisor de decisiones que hace esa única burguesía en sus reuniones maquiavélicas, el Congreso del Trabajo es sólo un siervo fiel del gobierno?...” Había “una obcecada falta de tacto político” porque “se ha confundido la necesaria verticalidad en los principios con un purismo mal entendido, que vacía de significado el quehacer político”. 
El texto terminaba con unas aclaraciones sobre la tendencia de Gordillo, señalaba que el papel "objetivo" del Comité Estatal de Sinaloa había sido "mediar entre la tendencia citada y el compañero Heberto Castillo" y hacía una breve referencia a las acusaciones personales de Heberto, de que yo había contribuido "a socavar la unidad del partido", lo que negué rotundamente. Está fechada al 19 de diciembre de 1980.

 
Los ochenta se instalan



La victoria de las Aapaunam reseñada hace poco era una pata del trípode maldito que, con harta dosis de humor ácido, pronosticaba Raimundo Arroio para los años ochenta: Reagan en EU, las Aapaunam en el recuento y Jorge Jiménez Espriú en Rectoría. Sólo dos patas de ese trípode se sostuvieron, y la tercera al final no fue tan relevante, porque el nuevo rector, el doctor Octavio Rivero Serrano, no se destacó por nada y sólo administró la drástica disminución del subsidio que sufriría la UNAM.

Lo verdaderamente importante fue la elección de Reagan (no es que Jimmy Carter fuera santo de mi devoción, y hasta uno de izquierda se daba cuenta de que EU se había debilitado durante su mandato), que significó un importante giro a nivel mundial, con implicaciones económicas, políticas, socioculturales y hasta estéticas. Una década color pastel, en la que los grandes corrieron mucho y los demás nos quedamos atrás, en la que la crisis fiscal del Estado de bienestar que había dominado la etapa de crecimiento de posguerra se hizo definitiva, en México se desataría una crisis económica terrible, una hidra cuya cabeza principal fue la inflación desbocada que pulverizó salarios (entre ellos, el mío), y habría, además, otros cataclismas en el pàís, como el terremoto, la dominación absoluta de la peor cultura Televisa (lo de hoy es ligerito, créanme) y ese plomo llamado Miguel de la Madrid.

A mí me cayó el veinte de que las cosas estaban cambiando, y no para bien, cuando una noche de un lunes de diciembre –tras haber escuchado música alternativa con Estelota y haber platicado largo rato de Bataille y La Historia del Ojo, mientras ella me daba aventón a la casa-, me puse a ver el futbol americano por la tele. En eso, que Jorge Berry dice que desde Nueva York llega una muy mala noticia para los amantes de la música. Hizo una pausa dramática de pocos segundos (“se murió Leonard Bernstein”, pensé en esos momentos, quién sabe por qué), para al final decir: asesinaron a John Lennon.

Puta madre. The dream is over. Habría cosas maravillosas en los años ochenta (en primer lugar, el nacimiento de mis dos hijos mayores), pero buena parte de la década queda envuelta en mi memoria por la percepción de que algo sepultaba, de manera abrupta y persistente a la vez, mis sueños de adolescente.


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