miércoles, enero 25, 2012

Del naufragio como alegoría

Dentro de poco más de dos meses se cumplirá un siglo de la tragedia del Titanic. Mucha tinta correrá para conmemorar el evento y es que, más allá del extraordinario drama humano que significó aquel desastre, visto con la distancia que dan las décadas, fue simbólico en más de un sentido. Era una alegoría del fin de los viejos regímenes que todavía imperaban en el mundo, y que serían barridos muy pronto —en Europa, con la I Guerra Mundial y el advenimiento del fascismo, el comunismo y las democracias modernas; en México, con la revolución que estaba en marcha y que la dictadura de Victoriano Huerta no iba a poder detener—.

Decía el viejo Marx que la historia se repite, pero una vez como tragedia y la otra como farsa. Así parece —en términos relativos, porque también fue trágico—  el caso del naufragio del crucero de diversiones “Costa Concordia”, frente a la isla del Giglio. También este suceso puede ser una alegoría de los tiempos que vivimos, en Italia y en otras latitudes.

El Titanic fue arrastrado al fondo del mar tras chocar con un iceberg en mar abierto. La causa de la enorme mortandad de ese accidente se debe a la insuficiencia de botes salvavidas y el escándalo derivó de que casi todos los pasajeros de tercera clase fallecieron, mientras que casi todos los de primera sobrevivieron. Hubo una cruel selección de clase y —en contra de los cánones de comportamiento vigentes— fueron pocos los caballeros —como el millonario Astor o el único mexicano a bordo, un señor Uruchurtu— que cedieron sus lugares en los barcos de rescate. Se salvaron más hombres “de primera” que niños “de tercera”. Era un síntoma de que el ordenamiento de la sociedad era profundamente injusto.

En el caso del “Concordia”, el accidente no fue en medio de un océano  difícil y gélido, sino en un mar calmo, a pocos metros de la costa habitada. No lo causó el imponderable de un iceberg, sino la estupidez de un capitán que quiso presumir y pasar demasiado cerca de tierra, y se topó con escollos, en el primero de una serie increíble de errores.

Lo que pudo ser un incidente menor, creció a proporciones que lo convirtieron en gran noticia mundial, debido —en primer lugar— a la ineptitud del ya famoso capitán Francesco Schettino, pero también a una serie de negligencias, que hablan de un problema sistémico y que podrían servirnos como parte de la alegoría.

Es sabido que Schettino cometió el error de acercar demasiado la nave a la costa, desoyó advertencias, fue incapaz de ver la magnitud del problema y, en vez de hacerle frente, pidió comida para él y una acompañante; que ante la tragedia huyó del barco (o cayó “accidentalmente” en un bote salvavidas) y desobedeció la orden de regresar, emitida a gritos por el jefe de guardacostas, que estaba a cien kilómetros del hecho.

Es menos conocido que la evacuación comenzó por iniciativa de un grupo de oficiales, indignados por la inacción de su capitán, que fue caótica, porque muchos miembros de la tripulación no sabían qué hacer y que la mayor parte de los muertos se debió a este comportamiento errático: fue gente que se dirigió al lugar equivocado de la nave.  A diferencia de lo ocurrido en el Titanic, no hubo distinciones de clase entre las víctimas mortales.

El capitán del buque naufragado hace cien años se hundió con él. El escarnio social fue contra el dueño, Joseph Bruce Ismay, quien escapó en un bote reservado para mujeres y niños. En esta ocasión, el escarnio ha sido para el capitán Schettino. Lo merece, pero no debe ser el único en sufrirlo.

Son muchos en Italia los que acomunan el comportamiento del cobarde capitán con el de su dirigencia política. Presumido, fatuo y ligador en su conducta cotidiana; miedoso, indeciso e inepto en el momento de la crisis. No faltó quien dijera que tiene un “carácter italiano” y comparara la situación del “Concordia” con la del propio país, sujeto a un comando torpe, egoísta e incompetente. No faltó quien viera en la del crucero una imagen de ése y otros países a la deriva, a los que falta un verdadero líder, un comandante que sea capaz de sacarlos del atolladero en el que se encuentran. También a uno, aquí en México, le da por pensar esas cosas.

Pero la pregunta —en el “Concordia” y en otros lugares— no es sólo si Schettino, si el capitán es culpable. Hay qué ver quién lo puso ahí. La empresa Costa Cruises se ha apresurado en lavarse las manos, cargándole la responsabilidad completa al pobre inútil de Schettino.

Pero esta empresa fue la que lo nombró capitán de su barco principal. Fue la que contrató una tripulación que —de acuerdo con testimonios de los supervivientes— parecía la torre de Babel, y no se podía comunicar en un idioma común. Fue la que cerró los ojos ante las prácticas —denunciadas ex post—  de firmar lista de asistencia a los simulacros de evacuación, pero no asistir jamás (y por eso, por ejemplo, no tenían idea de cómo bajar las lanchas). La que impulsó la peligrosa práctica de acercarse a las costas para saludar a ojos vista a los lugareños.  

¿Qué está detrás de todas estas decisiones de Costa Cruises? Maximizar ganancias con una desregulación de facto. El capitán inepto es acompañado por una tripulación en la que sólo unos cuantos se comportan de manera profesional —con toda probabilidad, entre ellos están los primeros indignados con la actitud de Schettino— y muchos navegan con la bandera del menor esfuerzo. Salarios castigados y hacer nada más la finta de cumplir con las normas.

El resultado está a la vista. Perecieron sobre todo quienes se equivocaron de lugar, en medio del caos. Pero ese caos no surgió de la nada: provino de una política específica: contratar barato, poner las formas por encima del fondo y pasarse las regulaciones por el arco del triunfo.

Creo que esa alegoría cabe para muchas partes en el mundo de hoy.

sábado, enero 21, 2012

Sueño 61: México y Al-Andaluz (21-I-2012)


Llegamos a una ciudad de México que parece extranjera. Tiene muchos edificios blancos, de cinco o seis pisos, de un estilo decimonónico muy recargado, con adornos dorados. Abundan las grandes iglesias, también barrocas y de colores muy claros. El autobús dobla (acaso iba por Avenida de la República y ahora circula por Reforma) y hay sobreabundancia de árboles, a los lados se ven edificios más nuevos, pero que imitan el estilo anterior. En ellos hay cafeterías y negocios con nombres en inglés y otros idiomas extranjeros. La gente que está en ellos se ve próspera, pero no elegante. Están serios. No reconozco mi ciudad.
A un lado del autobús discurre una procesión religiosa de jóvenes. La encabeza un grupo de muchachas con enormes ramos de flores en las manos. Están vestidas con pants y chamarra con capucha. Entonan un cántico que enaltece, al mismo tiempo, la igualdad entre hombres y mujeres y la virginidad femenina.
El autobús se detiene, descendemos. Una chica de la procesión se planta enfrente del pequeño grupo de ¿turistas? y empieza a echarse un choro religioso mareador. La rehuimos. Se nos vuelve a poner enfrente. Le damos la vuelta y nos metemos en unas callejuelas. Aquello se vuelve una persecución bastante divertida –porque sabemos que la muchacha es inocua- que incluye subir y bajar por distintos desniveles. En el juego, nuestro grupo se separa. Yo ya perdí a la muchacha, pero también me perdí yo.
Recalé a un mercado popular de esa ciudad de México que desconozco; la gente habla raro, viste raro, se comporta raro. Viene hacia mí un hombre moreno y me pregunta, en un lenguaje incomprensible, si esto es México o Acapulco (es lo que alcanzo a entender). Le respondo que México (porque obviamente no es Acapulco).  Otro señor que lo acompaña, moreno, de profundas ojeras y bigotito, le dice -pero en realidad me dice- en un español con fuerte acento árabe, que esto es México, resultado de la mezcla de culturas tras la conquista del imperio azteca por el imperio de Al-Andaluz.
-Sí, claro, los califatos de Fátima y Toledo –respondo.
-Y se ha dado una fusión muy interesante de las religiones –explica el hombre, que ahora reconozco como árabe-andaluz-, porque Al-Andaluz tiene una gran cultura de la tolerancia. Hay un sincretismo.
Me pregunto cómo es que han podido combinar el fanatismo religioso que se respira con el evidente bienestar económico. En eso, he entrado a una suerte de baños públicos, un gran edificio en donde hombres y mujeres se dirigen a espacios separados. Tomo la ruta de los hombres.
Camino en un pasillo y veo a un grupo de jóvenes que miran unas pantallas de plasma mientras hacen un movimiento pendular con sus cuerpos. En las pantallas se ve la historia de Iesus, que es el mismo y es otro. Me quedo mirando la pantalla y la música y las imágenes van haciendo que empiece, yo también, a hacer el movimiento pendular. “¡Iesus!”, exclamo, en un momento en el que ya siento mareos. Varios jóvenes han entrado en una especie de trance y empiezan a dar vueltas como los darvishes, aunque cambiando el ángulo de sus brazos. Yo también doy vueltas, más lento, pero intento alejarme y retirarme del lugar. Noto que todos ellos traen camisas azules; la mía es una playera verde. Veo que no soy el único que va saliendo (aunque son más los que entran). Los mexicanos creen en un solo Dios, y Mahoma y Iesus son sus profetas. Ahora me doy cuenta de que la chica que al principio nos seguía con insistencia era de una secta minoritaria: los de “Guadalajara” (de la Guadalupana).
A la salida de los baños (¿de pureza?) hay una muchacha que lleva una camiseta color amarillo pálido en la que se dibuja la silueta estilizada de una cabeza de puma.
-¿Es la playera de los Pumas? –le pregunto. Responde que sí.
-¿Y cómo va la porra?
Empieza a corear un goya, que es exactito al que yo conocía, sólo que al final, en vez de “Universidad”, dice “UNAM”. Autónoma también, mira.
-¿Y hoy hay partido?
-Sí claro –dice ella-, vamos.
Caminamos unas pocas cuadras y ahí está el estadio, que no es el de CU, pero también está hecho de piedra volcánica. Estamos por subir unas escaleras cuando se ve perfectamente que el Xitle, el volcán al otro lado del inmueble, empieza a hacer erupción. Corremos despavoridos, pero a sabiendas de que es sólo por instinto de supervivencia, porque los gases del volcán terminarán asfixiándonos.
En la huída, recalo en unas callejuelas. Muy pronto me doy cuenta de que es un laberinto más y de que esto es un sueño. Despierto y, al despertar, me pregunto por un instante si estoy despertándome en mi México o en otro, en el nunca fue desterrada la Inquisición. 

jueves, enero 19, 2012

Biopics: El partido pensante


La Comisión de Análisis
Lo fundamental de mi militancia en el PSUM fue mi participación en la Comisión de Análisis, que fungía como think thank del partido y que se desarrolló tomando como espina dorsal al grupo de asesores parlamentarios de la Coalición de Izquierda. Encabezaba la comisión Eduardo González Ramírez, y la formaban tres grupos de distinto origen partidario: los que proveníamos del MAP, que éramos mayoría, los del PCM y un grupo que se desgranó del PMT, luego de la profesión de antintelectualismo de Heberto Castillo, con académicos de la UAM, pero principalmente del CIDE. Entre estos últimos estaba un cuate que había seguido una ruta muy similar a la mía: pasò del Patria a Economía en la UNAM, luego pensó en hacer un posgrado en Módena, pero le dijeron que para qué iba a la sucursal si podía ir a la sede, y lo hizo en Cambridge; del extranjero pasó a la docencia y militancia en el PMT y ahora estaba en el PSUM. Se llamaba Carlos Márquez Padilla. Llegó a ser buen amigo mío.
Las diferencias respecto al grupo político de origen se desvanecieron de inmediato en el caso de los ex pemetistas, que se identificaron totalmente con los puntos de vista de quienes proveníamos del MAP y, en términos de nuestro trabajo, fueron irrelevantes en la relación con quienes venían del Partido Comunista. Acomunaban al grupo una clara conciencia reformista, la certeza de que era necesario que la izquierda realizara un amplio ejercicio de elaboración programática y de que no bastaba con proponer generalidades, sino respuestas viables para la realidad política y social de ese momento en el país. Teníamos que actuar, desde el principio, no como un partido de denuncia, sino como una organización con auténtica vocación de gobierno.  
Trabajamos con entusiasmo. El más animoso era el propio Eduardo González. Se estaba formando algo que le anhelaba desde hacía años, y que definió de manera muy gramsciana: “el partido pensante”.
La Comisión de Análisis redactó los documentos básicos del partido, que incluían un programa bastante estatizador (eran los tiempos en los que la izquierda todavía creía que “nación” venía de “nacionalizar”), pero mucho más racional y moderado que cualquier otra cosa que se hubiera presentado en América Latina. Habíamos varios en el grupo que argumentábamos en contra del dispendio gubernamental y de las transferencias sin ton ni son. Acuñè un término para definir esa posición: “austeridad soberana”, la política de un gobierno fiscalmente responsable, pero que toma sus decisiones con independencia y teniendo como prioridad el interés de la nación: esta idea fue penetrando poco a poco en el partido, pero no aparecía como tal en los documentos que mandamos al Comité Central para su aprobación. 
Me resultó gracioso leer, cuando los textos del partido estaban ya editados, que, como en mi caligrafía la r se parece mucho a la n, habían intercambiado a menudo las palabras “nacional” y “racional”, sin que –en el fondo- hubiera cambiado nada sustancial.
Cuenta Jorge Alcocer que a partir de 1983, en los cursos para extranjeros de la escuela de cuadros del PCUS en Moscú, los documentos básicos del PSUM eran de obligada lectura… pero dentro del módulo “revisionismo actual”.

El inicio de la campaña de Arnoldo
Muy poco después de la fundación del PSUM dio comienzo la campaña de Arnoldo Martínez Verdugo a la Presidencia. Inició en la montaña de Guerrero, una de las zonas más pobres del país, donde unos pocos años atrás el Partido Comunista había ganado su primera presidencia municipal, en Alcozauca. Allí habló uno de esos personajes maravillosos que tenía la vieja izquierda, el profesor Othón Salazar, un maestro normalista, fundador del Movimiento Revolucionario del Magisterio, con gran presencia en la zona de la Montaña, a cuyo desarrollo político y social había dedicado buena parte de su vida. Llamó a la gente a perder el miedo, porque es más aplastante que la miseria y que la ignorancia.
El eje del discurso político de Arnoldo sería desarrollar una revolución pacífica, dentro de la ley y las instituciones, con el apoyo de las mayorías. Una revolución con contenido socialista, pero profundamente democrática.
Este tipo de cosas no gustaban mucho a los estalinistas provenientes del PPM y el PSR (y a uno que otro viejo amargado que venía del PCM). La cosa se puso peor cuando Jaruzelski proclamó el estado de sitio en Polonia y Arnoldo calificó la situación como lo que era: un golpe de Estado. Los prosoviéticos estaban enardecidos. Medio se les pudo calmar con un dulcecito: el Comité Central tomó la decisión de bautizar ¡Así Es1 al periódico del partido, en vez de La Unidad que, en plena fiebre de nuestro eurocomunismo, era el nombre evidente en la mente de la mayoría. Estos cuates eran tan, pero tan autoritarios, que cuando hablaba su líder Gascón Mercado, a cada rato lo interrumpían con gritos de “¡Así es!”. Bueno, en homenaje a esos ecos borreguiles así le pusieron al periódico, que dirigía un veterano militante del PCM, Eduardo El Osito Montes. En varios de los primeros ejemplares de ¡Así Es! aparecieron colaboraciones mías.
Montes encabezaba una especie de comisión de comunicación social del que habían salido las dos consignas (“ideas-fuerza”, dirían los mercadólogos modernos) que definirían la campaña de Martínez Verdugo. Una era “Democracia y Más Salario”, que era, a fin de cuentas lo que pedía la gente. La otra iba más a fondo, a los valores: “Rescatemos lo mejor de nuestra historia”.
Durante años tuve en el estudio de mi casa un poster de aquella campaña. “Rescatemos lo mejor de nuestra historia” decía, y tenía una imagen de Sor Juana Inés de la Cruz, con una cita de la gran escritora novohispana: “Prefiero tener riquezas en mi entendimiento, y no mi entendimiento en las riquezas”. Abajo, el logo de la hoz, el martillo y el filito verde, blanco y rojo, y las siglas del partido: PSUM
Ahora lamento no haberlo guardado. Sería un tremendo recordatorio de lo que pretendía ser la izquierda mexicana entonces, frente a lo que es ahora.


lunes, enero 09, 2012

Sartre y La Estela de Luz




Voy a hacer tres comentarios con relación a la Estela de Luz.

El primero es largo y parte de que, al ver el monumento terminado y haciendo sus monerías lumínicas, lo primero que me vino a la mente fue el inicio del prólogo de Jean Paul Sartre al libro “Los Condenados de la Tierra”, de Franz Fanon.

Sartre habla de la creación, de parte de los países colonialistas, de
“una falsa burguesía forjada de una sola pieza” que les sirviera de intermediaria y que les ayudara a vestir la desnudez de la explotación. “La élite europea se dedicó a fabricar una élite entre los naturales; se seleccionaron jóvenes, se les marcó en la frente, con hierro candente, los principios de la cultura occidental, se les introdujeron en la boca mordazas sonoras, grandes palabras pastosas que se adherían a los dientes…” Esas mentiras vivientes no tenían ya nada que decir a sus hermanos; eran un eco; desde París, Londres, Ámsterdam nosotros lanzábamos palabras: "¡Partenón! ¡Fraternidad!" y en alguna parte, en África, en Asia, otros labios se abrían: "¡...tenón! ¡...nidad!" Era la Edad de Oro.”

Esa ”edad de oro” de los colonialistas, decía Sartre, había acabado, porque las voces negras, las amarillas, las cobrizas, se abrieron y hablaban solas. Con su propio lenguaje, sus propias formas de expresión, su propia concepción de la historia de su colectividad.

Pero hay quienes, desde este lado del mundo, han confundido el proceso de globalización que abarca, de manera positiva, muchos aspectos culturales, con el del deslumbramiento abyecto –y ciego por naturaleza- ante todo lo que parezca primermundista.   

La Estela de Luz no nos dice absolutamente nada de las gestas de independencia o revolución. A cambio, grita "¡...tenón! ¡...nidad!" a todo pulmón (aunque en este caso “¡…nidad!” se refiere a modernidad, por aquello de los enormes juegos computarizados de luces).

El monumento conmemorativo, inaugurado con dieciséis meses de retraso, confunde lo grande con lo grandote, lo luminoso con lo brilloso, lo moderno con lo tecnológico. Confunde el oro con cuentas de vidrio.

El proyecto nació mal, con posposiciones que imposibilitaron actuar con previsión. Originalmente estaba pensado un arco, que coronara el final de la parte céntrica del Paseo de la Reforma, el Arco Bicentenario. Pero un jurado inepto se pasó por el arco del triunfo las bases del concurso y aprobó una maqueta, sin tomar en cuenta las especificaciones estructurales que multiplicaron varias veces el precio y retrasaron la obra hasta el ridículo.

A lo largo de la construcción del engendro, empezaron a salir a la luz pública versiones de malos manejos e irregularidades varias que, por lo pronto, han resultado en la inhabilitación de cuatro funcionarios de la empresa paraestatal constructora. Es posible que sólo hayamos visto la punta del iceberg y que los funcionarios encomiados por Felipe Calderón en twitter, por la obra, hayan recibido el beso del diablo al respecto (creo que al menos el señor Villalpando tiene mucho qué decir todavía; no tanto por corrupto, sino por inepto). En ese sentido, la Estela de Luz es signo de los tiempos.

El segundo comentario es de extensión media y tiene qué ver con la inauguración y sus secuencias. Creo que habla de los personajes.

Hubo varias voces que sugerían al presidente Calderón no inaugurar personalmente el monumento, porque significaba avalar un proceso opaco y con costos escandalosos, así como cargar con el costo político de una obra impopular. Que lo hiciera el secretario de educación Lujambio, de manera discreta. Calderón no se arredró, pensando –tal vez con la mira puesta más allá de la coyuntura- que con el tiempo el enojo popular quedará diluido y se le asociará históricamente con un ícono importante de la ciudad.

Lo que sí hizo fue cambiar intempestivamente la fecha, y adelantarla un día, para evitar las previsibles manifestaciones en contra. El resultado fue un festejo en sordina, casi íntimo, totalmente alejado de la gran verbena popular que se había imaginado en un inicio. No se invitó al arquitecto que la diseñó. Un evento vergonzante.

Posteriormente, Calderón afirmó que se trata de “un portento de arquitectura e ingeniería mexicana” y felicitó a los servidores públicos que tuvieron qué ver con la obra (y con el fiasco).

Resulta significativa la actitud del Presidente, indicativa de su carácter y estilo de gobernar. No rehúye la presencia en un acto potencialmente dañino para su imagen, pero busca la manera de que éste sea de bajo perfil. Después pone oídos sordos a la crítica social y, al son de “a lo hecho, pecho”, se congratula con los principales responsables, sin importar que a alguno de ellos le esperen, posiblemente, rondas judiciales infernales. “No hay más ruta que la nuestra”.

No sabemos si la apuesta de Calderón por el olvido y el largo plazo termine por dotar de un significado positivo a la Estela de Luz. Eso dependerá de la capacidad de la gente por convertirla en un espacio propio y en punto de referencia. Ha sucedido con otros monumentos; puede suceder con éste. De lo que no se salva Felipe Calderón es del rechazo masivo de la generación de sus contemporáneos al objeto que él inauguró y nos hizo financiar.

El tercer comentario es breve, y recoge una opinión cada vez más difundida. Si en Cuajimalpa ya existe el edificio de “Los Pantalones”, en Avenida Rubén Darío están dos torres apodadas “Las Cocas” y en Monterrey, una de las sedes del Tec tiene como nombre popular “El Servilletero”, los dos monolitos verticales en la entrada de Chapultepec bautizados oficialmente como Estela de Luz, muy bien pueden llamarse “La Suavicrema”, porque eso es lo que parecen. 




sábado, enero 07, 2012

Un tranvìa llamado delirio


La puesta en escena no era de las mejores. La producción era aceptable, pero Blanche, Stella y Kowalski estaban totalmente sobreactuados, al grado que el drama me provocaba risas involuntarias, que no podía evitar, a pesar de que había sido invitada a una audición especial, casi privada, y me daba un poco de pena con los demás asistentes.

“Siempre dependo de la amabilidad de extraños”, decía la actriz que hace de Blanche, doblando la mano sobre la frente, con una afectación de caricatura. Kowalski caminaba con las piernas bien separadas, como charro, y se rascaba el sobaco, como chango. Y Stella siempre tenía una mirada de borrego, caminaba con la cabeza un poco gacha, para que supiéramos que era una mujer ofendida y abnegada. En fin, que habían convertido Un Tranvía Llamado Deseo en una feria de tópicos.

Pero Cuando llegó el momento en el que Stanley Kowalski rompe el plato y le grita a Stella, ordenándole que nunca más le hable así, apareció un nuevo personaje en escena. Era nada menos que Laura Bozzo.

-¡No le grites a tu mujer, desgraciado! –grita ella.

-Usted cállese, vieja loca, ¿qué hace aquí? –responde Stanley.

-Vengo a defender a estas pobres mujeres de tu violencia machista.

-Ni madres. Esta es una obra de teatro, no un talk-show de la televisión. Usted no sabe nada de nuestra historia. No sabe que Stella y yo éramos felices hasta que llegó esta loca –y señala a Blanche.

-¡Señorita Laura, señorita Laura, ayúdenos! –grita Blanche- Este hombre es subhumano, es primitivo, es muy violento.

-Y esta mujer está loca, y sólo dice mentiras. ¿A ver, por qué no le dices cómo conseguiste esos vestidos elegantes, esas perlas y brazaletes? ¿Por qué no le hablas de que tuviste que venir a Nueva Orleáns porque en tu pueblo tenías fama de puta? 

-¡Stanley, no andes hablando de esas cosas! –reclama Stella.

-Pero si el público ha visto la obra y ya las sabe, si serás pendeja.

-Oye, no permito que insultes a mis invitadas –advierte Laura.

-¿Cuáles invitadas? Si esta es mi casa, y a usted nadie la invitó, pinche vieja.

Laura hace caso omiso de Kowalski, y se dirige a Stella:

-A ver, Stella, ¿por qué aceptas todos los malos tratos que te da tu marido?

-Ay señorita Laura, no sé. Es muy violento, pero eso también me gusta un poco, porque es muy masculino.

-¿No estarás confundiendo lo masculino con ma-chis-ta? –Laura grita la última palabra, mirando a una cámara inexistente frente al centro del escenario.

-Es que fíjese que ha de ser porque nada más quiero sobrevivir. Es que soy muy ignorante.

La obra da otra vuelta de tuerca. Aparece en el escenario Jorge Ortiz de Pinedo, caracterizado como el personaje de su escuelita, pero armado con la regleta de sus supuestos profesores. Da un reglazo en la mesa de los Kowalski.

-No Stella, tú no eres ignorante. La escuela te enseñó lo que tenía que enseñarte, amiga. Lo que pasa es que te falta carácter.

Kowalski se levanta y se carcajea, burlándose de Ortiz de Pinedo.

-¿Y ahora tú? ¡Qué pinche ridículo! Con bigotes y vestido con pantalones cortos. Y amenazando con esa reglita de utilería. Te me vas a la chingada ahorita mismo.

Ortiz de Pinedo da otro reglazo, con autoridad. 

-No has entendido nada, obrerito. Te pareceré ridículo, pero yo soy un hombre exitoso. Tengo mucho dinero, soy muy conocido, soy famoso, tengo las viejas que quiera. Yo soy la verdadera escuela de este país… junto con mi amiga la señorita Laura.

Mientras la obra descendía al delirio, afuera se escuchaban ruidos. Al parecer, atraída por la popularidad de los actores, mucha gente intentaba dar portazo. Volteé a mi alrededor, y los pocos espectadores parecían esconderse detrás de las butacas. Algo penoso. Tuve ganas de salirme, pero temía que si lo intentaba, los guardias de seguridad que estaban conteniendo a los fans, y que al parecer eran de la Policía Federal, me lo impedirían.

-¡Qué hermoso país hemos construido! –exclama Ortiz de Pinedo y, lo que faltaba, era la llamada para que entre la compañía del Bicentenorio, con Daniel Bisogno y los Mascabrothers al frente, junto con una Doña Inés escotada y de minifalda y un grupo de bailarinas. Algunas, emplumadas con penachos que quieren imitar al de Moctezuma; otras, con sombrero y cananas: una, disfrazada de Ángel de la Independencia. Todas con grandes tacones y muy poca ropa.

Los Mascabrothers empiezan a dar pasitos de baile, queriendo ser cachondos, pero sin lograrlo. Se escucha una tonada pop:

México, doscientos años,
México, doscientos años,
Qué feliz tu cumpleaños
Vive tu Bicentenario

-¡Támos caóooones! –grita un Mascabrother, disfrazado de Igor, el asistente de Frankenstein.

-Esto es México –avanza Bisogno, vestido de Juan Tenorio, al centro del escenario, mientras se despliegan las bailarinas-. Es alegría. Es el sabor de los pambazos. Es la vista de los volcanes. Es nuestro orgullo prehispánico (y es el turno de acercarse, enseñando pierna, de las emplumadas).

-Estarán muy gatas, pero yo sí les daba pa’ sus whiskas –exclama el Mascabrother Frankenstein.

-Es también la gesta de independencia (la tonada cambió, era el “Rock del Angelito”, y la vedette disfrazada de ángel se puso a rocanrolear, enseñando sus pechos)… y hay que decir que la libertad está buenísima.

-¡Basta! –grité, exasperada, y los actores se quedaron pasmados, congelados, inmóviles. Sólo Kowalski alcanzó a hacer un gesto, como diciendo “ya era hora”.

-¿Qué te pasa, no te gusta la función? –escuché una voz a mis espaldas, y luego sentí dos manos que me tomaban los hombros.

-Es un revoltijo, es una mierda –alcancé a decir, antes de darme la vuelta y encontrarme cara a cara nada menos que con Silvio Berlusconi.

-Es circo. El pueblo quiere más circo que pan. Es una ley,

-Pero antes el circo era entretenido, esto es infame.

-Es lo que le gusta a la gente, cara. Ya ves cómo se pelean por entrar. Todo lo que toco yo es un éxito.

-¿Usted produjo esto? –le pregunté, extrañada- ¿Pero si usted es italiano?

-Eh sí, yo lo produje. Soy italiano y universal –respondió al momento de tenderme una copa de champaña, que rechacé.

-¿No quieres venir a mi villa? Te gustará –dijo, pero de inmediato debió de haber notado mi cara de asco.

-Ya sé que soy viejo, que ya no estoy guapo, pero mira, tengo mucho dinero y mucho poder. ¿Tú sabes que el poder es el máximo afrodisíaco?

-Mire. Tal vez esté feo y viejo, y no haya maquillaje que esconda eso. Pero sobre todo está podrido: usted es malvado. 

-Pero soy el dueño del mundo, mujer estúpida y grosera –respondió Berlusconi, dio dos palmadas y la obra continuó.

Sentí otra mano sobre el hombro. Un guardaespaldas me invitó amablemente a abandonar el teatro.  

martes, enero 03, 2012

Más libros en 140 caracteres

Las pifias de los políticos se acumulan. A uno de ellos se le ocurrió decir que su libro favorito era El Principito, de Nicolás Maquiavelo. Les urge leer más, pero no tienen tiempo.

Por eso, en época de twitter (y de déficit de atención) seguimos sintetizando obras importantes en 140 caracteres: lo que cabe en un tuit.


El Castillo, Franz Kafka

K., agrimensor, es contratado por el Castillo. Tropieza con gestiones interminables. Su trabajo no existe, pero al Castillo lo satisface.

La Democracia en América, Alexis de Tocqueville

La aristocracia formal desaparece, con comercio aumenta la igualdad. Los pueblos se hacen soberanos. Adviene aristocracia industrial gringa.

El Capital, Karl Marx

Trabajo crea valor. Capitalistas se apropian de plusvalía obrera.. P=g, pero no. Hay tendencia decreciente de la tasa de ganancia, pero no.

La Tregua, Mario Benedetti

Santomé, cincuentón viudo, burócrata, padre frustrado, se enamora de la joven Avellaneda. Cree revivir. Y ella con él, pero muere de gripa.

El Maestro y Margarita, Mijail Búlgakov

Diablo y compinches hacen trastadas a nomenklatura. Sacan al Maestro del siquiátrico, a Margarita de su tristeza. Aquelarre. Pilatos se lava

Ulises, James Joyce

Dedalus rola tras balapleito con rumi, entre rìos de conciencia elucubrada, Bloom ofrece posada y rollo. Chingón el que supere 99 páginas.