viernes, abril 13, 2012

Biopics: Nuevo viaje a Cuba (1982)


La familia

Durante la Semana Santa de 1982 volvimos a ir a Cuba. Esta vez fui con mi mamá, Patricia y el bebé Raymundo. Compramos un tour de una semana en La Habana pero, como siempre, sólo usábamos el hotel para dormir y el resto del tiempo rolábamos con la familia cubana.

En el interin de la anterior visita había sucedido la invasión a la embajada de Perú de parte de “elementos” disidentes y la posterior fuga masiva, tras decidir el gobierno cubano la apertura de Puerto Mariel para quien quisiera largarse (y enviar a Estados Unidos, de paso, a centenares de presos comunes). Los marielitos fueron calificados por el régimen como “escoria” y no faltaba el chiste de la jinetera que no se iba al Mariel “poqque pallá va puro lumpen”.

El suceso afectó de manera indirecta a la familia, porque el ex marido de mi prima Katia, miembro del Partido, tomó la decisión de última hora de ir a Puerto Mariel a embarcarse, con la salvedad de que llegó cuando cerraban el puerto. El hombre fue expulsado del Partido, perdió el puesto de trabajo y la patria potestad del hijo, y sobrevivía a duras penas como vendedor ambulante. Pocos años después logró salir y, vueltas que da la vida, décadas después acogería en Miami a Arturito, el hijo de Katia.

Pero para 1982 la situación económica del cubano medio apretaba bastante, como de costumbre, pero no ahogaba como sucedería después del desmantelamiento de los subsidios soviéticos. Katia trabajaba en la compañía de gas, mi primo Alfredo lo hacía en el Ministerio de Educación Superior (a un tal Miguel lo acababan de “hacer” viceministro y mi primo presumía su Lada nuevo), la abuela había permutado el viejo y proletario departamento de Infanta por una casa en el reparto Maceo (Ciudad Deportiva), frente a la de los tíos, primos y sobrinos, donde vivía con el tío Frank, el tío Alfredo ya se había pensionado… en fin, una situación estable, a pesar de las penalidades para conseguir cosas de primera necesidad como jabón, papel del baño y diversos alimentos.

Mi mamá llegó con una enorme maleta cargada de regalos para la familia, cosas de primera necesidad, y tenía previamente identificado cada objeto para su dueño. También llevó un casete de Amanda Miguel, así que a toda hora se oía “Él me mintió”, entre gritos de la familia (porque los cubanos nunca hablan en voz baja). Por mi parte, le enseñé a Patricia, la hija de mi primo Alfredo, la canción infantil de moda, la del osito panda cantada por Yuri Por su parte, Alfredo me regaló un disco de Irakere y dos con grandes obras del cantautor-humorista Virulo: El Genesis y El Infierno, así como un disco infantil que tuvo algo qué ver con la formación político-científica-musical del Rayo.

Katia, Mary, Haydée y la abuela Lala estaban muy entusiasmadas con el Rayito, quien se la pasaba chapoteando en una alberquita de plástico, o paseando desnudito en medio del calorón habanero. “¡Qué bonito es!”, “A ver, nené, qué linda tu pinguita”, “¡Este niño es Saura, totalmente Saura!” (porque no era Báez, ni Mendoza, ni siquiera Rodríguez)

En esas fechas la escuela de las niñas los iba a llevar a un campamento de tres días a Santa María del Mar, que está a las afueras de La Habana. La tía Haydée se oponía: “¿Cómo, si están muy chiquitos?”. El caso es que fueron. Los fuimos a despedir una mañana y no había caído la noche cuando en el vecindario corrían las más delirantes versiones -“un niño salió llorando y no ha parado de llorar, tiene los ojos hinchadísimos y se va a quedar ciego”- y, tras un día de aguantar presión, al siguiente se organizó una excursión a la playa. A Santa María del Mar. Ahí, juntito al campamento. Mientras nosotros gozábamos el mar, Haydée y Mary salieron “a dar una vuelta” –es decir, a buscar a las niñas-. La tía incluso llevaba unos bocadillos de queso y dulce de guayaba “por si habían pasado hambre”. Lo que lograron es verlas pasar en bicicleta y saludarlas muy alegres y quitadas de la pena. Mary se retiró feliz, pero Haydée un poco frustrada porque no se habían dignado a detenerse y recibir los bocadillos entre las rejas.

También los compañeros del partido mandaron cosas a Cuba. La gran mayoría, a sus amigos o amigovios. Raúl Trejo, a su hija Claudia, que ahora vivía en La Habana, con su mamá, porque Tere Escudero, la ex de Raúl, se había vuelto a casar con un cubano. Fuimos de visita a casa de Tere, donde estuvimos cotorreando muy a gusto (y Tere firmó su solicitud de ingreso al PSUM, que yo le había llevado), mientras Claudia jugaba con Patricia, la hija de Alfredo, que era de su edad. El marido de Tere platicó una anécdota de cuando hacía trabajo voluntario y un día llegó de visita el Ché. Todos los muchachos corrieron para ver al héroe, sólo para recibir un regaño porque habían pisado el pasto que ellos mismos habían plantado. Del lado de los niños, era chistoso ver cómo la hija de Raúl y Tere –que a la sazón tenía 5 años y medio- hablaba una mezcla de cubano y mexicano. Cuando nos fuimos Claudia le gritó a su amiguita: “¡Voltea pacá!”, Patricita no entendió y yo traduje: “Dijo que tú vires pallá”.


La microfracción

Aparte las anécdotas, lo que más recuerdo de aquella visita fueron mis largas pláticas político-filosóficas con mi primo Alfredo. Una de ellas se extendió toda la noche, mientras paseábamos por el reparto, en labores de vigilancia organizadas por el Comité de Defensa de la Revolución (a mí se me permitió acompañar a Alfredo porque presentó a su primo mexicano como “un dirigente del partido marxista-leninista de por allá”).

Una parte de nuestras disquisiciones versaba sobre la historia contrafactual, o alternativa: lo que pudo ser y no fue. Le platiqué los cuentos “¡Peligro, Religión!” y “Capullo en Flor”, de Brian Aldiss. El primero, del encuentro de muchos mundos paralelos en los que la historia discurre igual hasta un momento de quiebra (que puede ser en el Siglo I o tras la II Guerra Mundial); el segundo, en un contexto muy cachondo, de unos chinos que viven en la ficción propagandística de que han conquistado el mundo y están en Londres, cuando en realidad están en un pueblo chino y ellos son los conquistados.

El segundo cuento dio pie para que Alfredo platicara largamente acerca del proceso revolucionario cubano, la etapa difícil de finales de los años sesenta e inicios de los setenta, y los retos del proceso en el futuro. Volvió sobre el tema, que había tocado en mi visita anterior, tres años atrás, de la existencia de varias facciones dentro del grupo que dirigía la revolución. De 1978-79 me había quedado claro que él aborrecía a los prochinos y no tenía la mejor impresión del Ché Guevara. En esta ocasión fue más lejos y me habló de la microfracción.

A mediados de los años sesenta, un grupo de antiguos militantes del Partido Socialista Popular (el “partido marxista-leninista de por allá” cuando Fidel andaba intentando la guerrilla), integrados a la revolución cubana –algunos con puestos importantes- empezaron a hacer una campaña de crítica a lo que consideraban eran debilidades del proceso. En lo economíco, la excesiva centralización, la improvisación absoluta en el manejo de las empresas estatales, el abuso del trabajo voluntario, la estatalización de la tierra, la profusión de la burocracia, el deterioro de la infraestructura, la falta de bienes de consumo. En lo político, el mando unipersonal de Fidel y el creciente “culto a la personalidad”, la militarización de la sociedad cubana y la falta de libertades, iniciando por la de expresión. Según esto, el grupo quería reanimar un debate “dentro de la revolución” para reverdecerla. Obviamente, fueron acusados de traidores (“prosoviéticos, les dijeron entonces) y condenados a largas penas de prisión. Tras el rompimiento con los maoístas (“chinos de mierda”, les habría dicho Fidel cuando no quisieron subsidiar el arroz), se pensó que la susodicha microfracción podía ser rehabilitada, pero no fue así.

Empero –decía Alfredo- los puntos que había tocado ese grupúsculo con sus críticas eran nodales y a cada rato renacían en las discusiones. En ese sentido, la microfracción había sobrevivido a su propia muerte política.Y desde entonces, la revolución iba en un vaivén de apertura y cerrazón: de autocrítica y represión a esa autocrítica. Su suerte dependería de qué bando ganara. Tras el Mariel hubo una ligera apertura y Alfredo esperaba que se consolidara. Yo también. Ambos nos equivocamos y aquello acabaría por anquilosarse, cerrarse y apretarse hasta lo indecible, exacerbando los defectos que los críticos señalaban.

Me pregunté en voz alta: ¿Hubiera sido el PSUM, en un ejemplo de historia contrafactual, el equivalente del PSP en una revolución socialista en México?: Alfredo me dio a entender que sí: había leído los ejemplares de nuestro periódico Así Es que le había llevado yo a Tere Escudero. Algunos sucesos en años posteriores parecen también sugerirlo.


¿Hasta siempre?

Nos fuimos de Cuba esperando volver pronto. No fue así. Aquella fue la última ocasión en la que ví a mi abuela Lala y al tío Frank. No he vuelto en tres décadas a la isla que vio nacer a mis padres pero seguiré ligado a ella, de manera indefectible y contradictoria.

1 comentario:

carnet de manipulador de alimentos dijo...

que pena, espero que puedas volver pronto...

Un saludo!