miércoles, abril 18, 2012

Glorias olímpicas: Carl Lewis


 Carl Lewis fue conocido como “El Hijo del Viento”. En cierto modo era verdad. Su madre compitió en los 80 metros con vallas, en los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952 y tenía, junto con su padre un club deportivo, en el que el niño Carl y su hermana Carol entrenaron desde pequeños. Creció en el ambiente del atletismo, pero cambió la disciplina de una manera trascendente.

El joven Lewis destacó desde la preparatoria, cuando saltó la distancia de 8.13 metros -increíble para un juvenil- y ya era un velocista estrella. Entrando a la universidad ya tenía claras sus metas: “quiero dedicarme al atletismo, ser millonario y nunca tener un trabajo de verdad”. Hay que decir que las alcanzó, y fue incluso más allá.

A los 19 años, era parte del equipo estadunidense que asistiría a los juegos de Moscú 1980, pero el boicot de Jimmy Carter lo impidió. Dos años después, se acercó peligrosamente al récord mundial de Bob Beamon –aquel inigualable salto en México-, cuando saltó 8.76. En el Mundial de Atletismo de Helsinki 83, se llevó tres oros: salto de longitud (8.56 m.), 100 metros planos (9.93 s.) y relevo 4 x 100.

Su primera cita olímpica fue en Los Ángeles 1984, sin la presencia de las naciones socialistas. Antes de los juegos declaró que quería emular los logros de Jesse Owens, el atleta afroamericano que humilló a la Alemania nazi al ganar cuatro medallas de oro en Berlín: longitud, 100, 200 y 4 x100. Ahora el propósito era distinto: obtener buenos contratos de publicidad después de la hazaña. Lo hizo con cierta facilidad, estableciendo récord olímpico en los 200 metros y mundial en el relevo.

Sin embargo, los grandes contratos no llegaron de inmediato. ¿Las razones? Por un lado, el estilo altanero de Lewis –que luego patentaron los velocistas afroamericanos de EU-; por el otro, la impresión entre los publicistas de que era demasiado fino, de que estaba demasiado acicalado. “Si eres un atleta masculino, el público quiere que parezcas macho”, declaró un representante de Nike.

El Hijo del Viento repitió sus tres oros en los Mundiales de Roma de 1987. Enterró a su papá con la medalla de oro de 100 metros planos que había ganado en Los Ángeles (“no te preocupes, conseguiré otra”, habría dicho) y se lanzó a competir en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988. Allí ganó con facilidad el oro en salto de longitud y se enfrascó en una final histórica de 100 metros. La carrera fue ganada fácilmente por el canadiense Ben Johnson, con un récord mundial impresionante: 9.76 s., pero Johnson fue descalificado por uso de esteroides, y el oro terminó en manos de Lewis, quien también obtendría plata en los 200 metros. El mal manejo de la estafeta dejó fuera del podio al relevo 4 x 100 de Estados Unidos: la primera de muchas veces que esto sucedería.

En los Mundiales de Tokio 1991, Lewis obtuvo oro en los 100 planos y en el relevo, y se tuvo que conformar con la plata en el salto largo, el día en que tanto él como Mike Powell rompieron el récord mundial de Bob Beamon: sólo que Lewis saltó 8.91 y Powell, 8.95. El Hijo del Viento, fiel a su estilo, declaró que su rival había realizado “el mejor salto de su vida, y nunca más lo volverá a hacer”. Powell volvió a superar la marca de 8.90 (aunque ayudado por el viento); Lewis no lo hizo nunca más.

En Barcelona 1992, Lewis derrotó apretadamente a su archirrival Powell en el salto de longitud y se llevó el oro en el relevo 4 x 100, pero no pudo siquiera calificar como parte del equipo de EU en 100 y 200 metros planos.

Pasaría otro Mundial (Stuttgart 1993), en que Lewis alcanzaría apenas un bronce en los 200 metros, antes de la última cita olímpica de este superestrella: Atlanta 1996. Allí ganó, por cuartos juegos consecutivos, la medalla de oro en el salto de longitud. Era, además, su noveno oro olímpico. Lewis insistió ante los medios que quería romper esa marca y pedía que lo incluyeran en el relevo 4 x 100, al que no había calificado. Nadie del equipo quiso ceder su lugar y dejar que El Hijo del Viento ocupará un lugar en solitario en el Olímpo deportivo. Tal vez en pago a la actitud arrogante e individualista que siempre lo acompañó.

Más allá de la simpatía o la personalidad, Carl Lewis fue el más grande velocista del siglo XX y uno de los pocos que alcanzó la gloria tanto en la pista como en el campo.

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