lunes, octubre 29, 2012

La noche de metal

Todos estábamos encantados, la velada en mi casa había transcurrido amablemente, como lo atestiguaban las botellas vacías del vino que achispaba nuestros sentidos y la mole de platos que se había acumulado en una esquina del trinchador, porque estábamos tan a gusto que nadie los llevó a la cocina.

Le pedimos a Lucio que cantara otra canción. Se acomodó la boina y la bufanda. Nos dijo que era su más reciente composición: “Notte di metallo” (Noche de metal) y se puso a tocar su guitarra. Era extraño que esa canción novísima tuviera un definido sabor a las que componía en los años sesenta. Más aún, que hubiera una canción de Dalla que no podíamos tararear.

Cuando terminó de cantar me di cuenta de que en toda la noche no habíamos tomado fotos. Yo quería tener una junto a Lucio, para que se supiera que éramos amigos, así que le pedí que posara conmigo.

Se ve que no era el único interesado. Todo mundo, familiares y amigos, se apelotonó frente a las escaleras alrededor de Lucio. Mi sobrino Edgar tomó la foto con su celular. Lo hizo en el preciso momento en que mi cuñado Andy y Salvador De Lara acomodaron sus corpachones frente a Lucio y en el que nuestra otra invitada estrella, Amalia Rodrigues, salió del cuadro. Revisamos la imagen: no se atisbaba siquiera la boina.

El reloj tocó la una de la mañana. Sonó el timbre de la puerta. Mi hija abrió y entró un señor muy serio, vestido de enfermero.

-Venimos por el señor Lucio Dalla –exclamó.

Lucio nos lanzó una sonrisa-mueca que quería decir “ni modo”, se acomodó la boina y se dejó tomar dócilmente de la mano por el hombre de blanco.

Fue entonces cuando recordé que Lucio Dalla estaba muerto. En pocos momentos vendrían también por la señora Rodrigues.

Acompañé a Lucio y al enfermero a la salida. Al asomarme en el portón, encontré que toda la cuadra estaba llena de ambulancias color verde transparente. Cada ambulancia tenía una camilla enfrente. En ella se acomodaban distintas personas que iban saliendo de las casas. Muchos viejos, poca gente joven, algunos niños.

Y en las camillas volvían a agonizar: a cambio de un día de regreso en la tierra, repetían el último y terrible instante en el que perdían la vida.

Mientras se acercaba a mí el enfermero que venía por Amalia Rodrigues pasaron dos redivivos rumbo a sus camillas.

-El próximo viernes tomamos por asalto el sitio de taxis del barrio para rolar a gusto por la ciudad–dijo uno.

“Vamos a arrepentirnos siempre de la idea de revivir temporalmente a los muertos; esto va a ser un caos”, pensé.

Alcé la vista. El cielo nocturno se veía pesado, muy pesado, como de metal.    
 

miércoles, octubre 24, 2012

Biopics: En el unomásuno



A finales de 1982 recibí la invitación de Luis Ángeles, economista metido al periodismo entre otras mil actividades, para colaborar en el unomásuno, en aquel entonces el periódico más progresista y prestigiado del país. Luis se encargaba de la sección económica y consideró que mis artículos encajarían bien en ella. Sobra decir que me encantó la idea.

Luis Ángeles me pidió que entregara rigurosamente mi columna los miércoles en la tarde, pero también me advirtió que él no decidía la publicación, sino los subdirectores Carlos Payán y Miguel Ángel Granados Chapa, así que no podía garantizar si saldría publicada el jueves, el viernes o dos semanas después. Por lo tanto –y esto era evidente- mis escritos no podían ser estrictamente coyunturales, sino bordar sobre temas de espectro un poco más amplio, y no podía utilizar palabras como “ayer” o “la semana pasada” –algo que terminaría por ser muy útil en mi estilo periodístico.

Así, yo pergeñaba cada semana mi artículo, caminaba de la colonia Nápoles al edificio en la colonia Nochebuena donde se imprimía el uno, le entregaba el original a Ángeles y cotorreaba un rato en la redacción, sobre todo con Rafael Barajas, “El Fisgón”, quien en ese entonces era el caricaturista de la sección económica. Las raras veces en que no estaba Luis, entregaba la colaboración a la subdirección.

Algunas veces mi artículo se publicaba el jueves; algunas otras, el viernes; a veces tenía que esperar más de una semana y en ocasiones, tras acumularse, salían tres o cuatro artículos míos en ráfaga. En esos días los cuates decían que el uno era “Báez informa”. Con el tiempo me fui dando cuenta de que cuando estaba Payán, mis colaboraciones se publicaban con rapidez y, cuando estaba Granados, tardaban bastante. Durante casi todo 1983 así fue. Cuestión de gustos y afinidades de los editores.

Aparecer como articulista en las páginas del unomásuno era, también, símbolo de estatus intelectual y político. Daba prestigio. También daba un poco de dinero, que se fue haciendo cada vez más importante, en la medida en que la situación económica nacional se hacía cada vez más apretada.

Capeando el temporal económico

Además de las colaboraciones en el diario, la urgencia por tener algo más de dinero me llevó a buscar en 1983 otras fuentes de ingreso, lo que implicó aceptar todo tipo de invitaciones a ciclos de conferencias, cursos en provincia y exámenes profesionales en universidades incorporadas a la UNAM (la Anáhuac no pagaba nada mal a sus jurados).
Patricia, por su parte, había rentado desde 1982 un consultorio dental por las tardes. Durante varios meses los pacientes llegaron a cuentagotas –a menudo llevados por mí- y ella ganaba menos que la renta, pero para el año siguiente las cosas se fueron estabilizando. El consultorio vespertino significó que Rayo entró a un jardín de niños cercana al mismo -“Fairy Spring”, se llamaba- en un horario rarísimo, que normalizamos al año siguiente (y era muy divertido llevarlo en las mañanas a la colonia Roma, mientras tarareaba “De-du-du-du-de-da-da-da”, de Police). 

Eso no bastaba para que sucedieran, cada vez más a menudo, cosas desagradables. Típicamente, llevabas cierta cantidad de dinero para el súper, y la cuenta era superior. Entonces, a regresar productos. "¿Dejo el jamón o el jugo de uva?" Y para atrás iba la botellota de vidrio con el néctar. Y la cajeta. Y las galletas rellenas de pasta de higo. 

miércoles, octubre 17, 2012

Biopics: De la Madrid y la crisis



Cuando tomó posesión Miguel de la Madrid, lo primero que hizo fue echarle un balde de agua helada a la población. Para evitar que “la Patria se nos deshaga entre las manos” y para contrarrestar “un clima propicio para los enemigos del sistema”, el nuevo Presidente se propuso hacer una gestión de la crisis basada en políticas ortodoxas de estabilización que, al no tomar en cuenta los orígenes de la situación, se tradujeron en años de estancamiento y altísima inflación. 

Varias de las medidas que, de manera desesperada, había tomado José López Portillo en sus últimos meses en el Ejecutivo, fueron rápidamente revertidas por De la Madrid. El control de cambios pasó a mejor vida en el primer mes (y el dólar se fue a 150 pesos); la principal prioridad en términos de las relaciones económicas con el exterior fue el servicio de la deuda externa, que era asfixiante. A  los banqueros se les reintegró el 34 por ciento de la banca, como adelanto a las (re) privatizaciones que vendrían años después. Pero sobre todo, se aplicó una política de contención salarial, supuestamente para defender el empleo.

Había un aspecto inevitable en la política de ajustes de De la Madrid. En los gobiernos anteriores, las paraestatales y los burócratas habían crecido de manera desmesurada, y era necesario hacer un ejercicio de racionalización. Sin embargo, éste no se hizo de manera quirúrgica, privatizando o eliminando empresas que nada tenían que hacer en el sector público y trabajos cuya existencia sólo obedecía al más trasnochado de los keynesianismos. Se hizo a lo grande –o, por decirlo de otra forma, a lo bruto-. Alguna vez escribí el símil del matasanos que, para bajar de peso a su paciente obeso, le corta un brazo o una pierna. (Y la verdad, más que obeso, estaba pasadito de peso: generaba 15 por ciento del PIB y 5 por ciento de los empleos directos).

Se consideró que el mercado corregiría muchas de las distorsiones creadas en el lopezportillismo pero, de nuevo, se pasaron de medicina. Con la teoría de que cambios en los precios provocarían cambios en la demanda (típicamente, el caso de la gasolina), pero sin tener en cuenta la anterior ruptura del pacto social implícito, se generó varias veces lo que clasifiqué como “el ciclo G-T-D”: incrementos en la gasolina, que preanunciaban aumentos en la tortilla (y otros productos básicos), que a su vez alimentaban –por el diferencial de precios- corridas contra el peso y devaluación del mismo. La demanda no se ajustaba, y tampoco los precios relativos de los bienes: lo que había era un cambio en los precios absolutos de los bienes y en los precios relativos de los servicios, en particular, caían los ingresos reales de los asalariados, mientras los demás se defendían como podían.

Pero tal vez lo más grave de la conducción económica en ese sexenio fue el sector externo: por un lado, se trató a los desequilibrios estructurales como si fueran de corto plazo y, con base en las recetas del FMI –que en esa época estaba bastante a la derecha del actual- se obtenían resultados macroeconómicos muy limitados a un costo social muy elevado; por el otro, el énfasis dado al servicio de la deuda externa –que, en esa época se renegoció en términos de plazos, más que de quitas efectivas de interés- mantuvo al sector público en una constante anemia financiera, y lo incapacitó para contribuir a detonar el crecimiento.

Sólo hacia el final de ese sexenio algunas de las concepciones cambiarían (o, mejor dicho, tomarían fuerza quienes sostenía una visión menos ortodoxa) y se trabajó en soluciones con sentido político-social, más allá de los libritos de texto. Pero en general, esos seis años fueron de estancamiento severo e inflación más que galopante. Cuando se habla de “la década perdida”, hay que recordar que su núcleo duro está en los terribles años de Miguel de la Madrid.

¿Y por qué pongo este breve análisis de política económica en mi biografía? Porque esa crisis económica fue importante en mi vida. La sufrí, la combatí y la analicé, pero sobre todo lo primero. Y se sabe que las condiciones materiales influyen mucho en las decisiones vitales.


jueves, octubre 04, 2012

Estrellas consistentes y novatos que irrumpen duro





















Mexicanos en GL. 2012

2012 fue un año desigual para los mexicanos en las Ligas Mayores. Hubo de todo. Lo más rescatable: la consistencia estelar de Adrián González y Yovani Gallardo (quien implantó record de 4 temporadas seguidas superando la barrera de los 200 ponches), la irrupción de Miguel González y Cochito Cruz y el redescubrimiento de Óliver Pérez, ahora en la faceta de especialista zurdo. Lo más triste, la ausencia de Joakim Soria, por lesión, y que probablemente haya sido la última temporada en que hayamos visto a Rodrigo López como big leaguer.   

Aquí, el desempeño del contingente nacional, de acuerdo con lo realizado en la temporada (como siempre, se incluyen los mexico-americanos que estuvieron en el equipo de México en el Clásico Mundial).

Adrián González termina la temporada con número más que aceptables, sobre todo tomando en cuenta los sainetes ocurridos en Boston. Tras mejorar en los últimos días su actuación con los Dodgers (lleva una seguidilla de 15 juegos consecutivos conectando de hit), acabó con .299 de porcentaje, 18 cuadrangulares, 107 producidas y 2 robos. A su favor, además del fildeo extraordinario, la consistencia en porcentaje y llegar a 5 años produciendo 100 o más carreras. En su contra, que es el cuarto año seguido en que disminuye la producción de jonrones. Sigue siendo un pelotero de elite, pero el último dato lo aleja de los mega-estrellas.

Yovani Gallardo es ejemplo de consistencia. Una máquina de ponches y de salidas de calidad, ocasionalmente salpicado de aperturas horrorosas que afectan su porcentaje de carreras limpias admitidas, pero no su efectividad real. Encabezó las mayores en salidas de 6 entradas o más en las que admitió 3 carreras limpias o menos, con 25. Se convirtió este año en el lanzador con más temporadas ponchando a 200 adversarios o más, al llegar a cuatro seguidas (Fernando Valenzuela tuvo tres, pero hubieran sido cuatro de no ser por la huelga de 1981). Fue el puntal de la rotación de los Brewers y los ayudó a mantenerse en liza hasta la última semana. Su marca: 16-9, con 3.66 de PCL y 204 chocolates.

Miguel González ha sido la sorpresa agradable del beisbol mexicano en Grandes Ligas. Tras demasiados años en las menores, subió a Baltimore a finales de mayo y se hizo de un lugar en la rotación. 10 de las 15 aperturas del originario de Guadalajara fueron de calidad y dieron profundidad al pitcheo oriol. Terminó la temporada regular con 9 ganados, 4 perdidos, 3.25 de limpias y 77 ponches.

Marco Estrada, si sólo vemos su récord de ganados y perdidos (5-7), diríamos que el sonorense tuvo un mal año con los Cerveceros. No fue así. Poco apoyo ofensivo echó al traste varias de sus 11 salidas de calidad. Se ganó a pulso un lugar en la rotación de Milwaukee, en este año y también el próximo. Su PCL fue 3.64 y recetó 143 ponches.

Scott Hairston. El menor de los Hairston Arellano tuvo el año más activo de su carrera, jugando los jardines para los Mets. Bateó para .263 con 20 cuadrangulares, 57 impulsadas y 8 bases robadas, con la producción más alta de su carrera. Espera para el año próximo la posibilidad de jugar todos los días.

Luis Ayala comprobó que está de regreso como uno de los relevistas más confiables de las Mayores. Ayudó a Baltimore a llegar a postemporada. Su marca en el año, de 5-5, 1 salvamento, 11 ventajas sostenidas (holds) y 2.64 carreras limpias admitidas por cada 9 entradas lanzadas.

Luis Cruz tiene una de las historias más bonitas del año. El de Navojoa estaba por tirar la toalla, desesperado porque no lo llamaban a las Grandes Ligas cuando por fin se le hizo. Dicen que a la oportunidad la pintan calva y el Cochito la agarró por el único pelo, para establecerse en la titularidad de la tercera base de los Dodgers. Bateó para .297, con 6 jonrones, 40 impulsadas, dos robos y un guante preciso.

Jaime García tuvo un año complicado por las lesiones, pero lo finalizó a tambor batiente. El zurdo empezó irregular, se lesionó, estuvo fuera dos meses, y terminó muy bien. Su marca del año: 7-7, con 3.92 de limpias y 98 ponches. 12 de sus 20 aperturas fueron de calidad.

Alfredo Aceves pasó la campaña 2012 en la montaña rusa. Tras unos primeros juegos de pesadilla, se estableció como cerrador de los Medias Rojas de Boston y acumuló salvamentos y prestigio. Después, el ambiente tóxico del equipo cobró su cuota y el Patón fue uno de los más afectados. Terminó la temporada trapeando (mal) innings en juegos prematuramente decididos. Su marca en el año, 2-10 con 5.36 de PCL, 25 salvamentos y 8 rescates desperdiciados.

Óliver Pérez logró reinventarse. De irregular abridor pasó a especialista zurdo de los Marineros de Seattle. Lo relevante es que, desde esa posición modesta, estuvo más controlado y dominador que nunca. Sólo en su temporada de ensueño de 2004 aceptó menos hits y dio menos bases por inning lanzado que en 2012. Su récord del año: 1-3, con un hold y un rescate desperdiciado, un muy buen PCL de 2.12.

Luis Mendoza finalmente tuvo una temporada completa en Grandes Ligas, y ya fueron menos las ocasiones en las que los nervios al tener embasados dieron al traste con salidas que pintaban bien. Lanzó para unos Reales de Kansas City sumamente inconsistentes y deberá regresar a la rotación el próximo año. Terminó con marca de 8-10, 4.23 de PCL y 104 ponches recetados, 13 de sus 25 salidas fueron de calidad.

Fernando Salas tuvo una temporada muy distinta de la del año pasado, en que brilló. Ahora fue  pitcher del montón en el bullpen de los Cardenales de San Luis. El relevista acabó con 1-4, con efectividad de 4.30, 7 ventajas sostenidas (holds) y tres rescates desperdiciados.

Édgar González pudo regresar en los últimos meses de la campaña. Lo hizo como abridor de Houston y terminó con marca de 3.-1 y 5.04 de limpias. En ninguna de sus aperturas alcanzó a terminar la sexta entrada. Luchará por un puesto en la rotación de los alicaídos Astros el año próximo.

Jerry Hairston Jr. El veterano utility de los Dodgers inició bien la temporada, pero se lesionó. Está en los últimos años de su carrera, pero sigue siendo útil. Terminó el año con .273, con 4 vuelacercas, 23 remolcadas y un solitario robo de base.  

Rod Barajas empieza a pagar tantos años detrás del plato. El receptor de Pittsburgh bateó poco, aunque –como siempre- con poder: .206, 11 jonrones y 31 impulsadas. Tampoco estuvo muy hábil en sacar corredores: seis de cada siete adversarios que lo intentaron, se robaron la base. El problema es que era el único que podía hacer funcionar el pitcheo de los Piratas. Sin él en la guía como receptor, lo común era que tuvieran problemas.

Rodrigo López. El mexiquense estuvo un rato con los Cubs. No los convenció. Su marca: 0-1, 5.68 de PCL.

Jorge De la Rosa regresó a los Rockies al final de la temporada, tras su operación Tommy John. Lo hizo fuera de forma: perdió 2 de sus 3 salidas (la otra se fue sin decisión) y acabó con un horrible 9.28 de efectividad.  

Ramiro Peña. Un jueguito con los Yanquis y ya. Bateó de 4-1 y se regresó a Ligas Menores.

Alí Solís. Lo trajeron los Padres en septiembre, pero casi nada más a calentar banca. Participó parcialmente en 5 juegos. Dos como receptor y tres como bateador emergente. Todavía no pega su primer hit en las mayores.