miércoles, abril 03, 2013

Biopics: Transcondovac


 
Al inicio de 1984, Patricia decidió que sería año de buena suerte (estaba bien equivocada), y en la primera semana recibimos una llamada extraña. Nos habíamos ganado un fin de semana en Acapulco. Todo lo que teníamos que hacer era ir a recoger nuestra garantía a una casa en la colonia Narvarte.

Sospeché que algo podía estar mal y, horas antes de la cita, fui al lugar. Eran unas oficinas, un señor muy amable me dijo que efectivamente habíamos ganado un premio para ir a “Acapulquito rico” y que todo lo que teníamos que hacer era soportar una plática de unas dos horas, con café y galletitas. Así que fuimos.

En la plática, a la que asistieron otras cuatro o cinco parejas, un animoso vendedor nos habló del novedoso concepto de Transcondovac. Consistía en lo siguiente: comprabas un tiempo compartido en Acapulco, Puerto Vallarta, Mazatlán o Cancún, con duración de 20 años y la empresa se comprometía a que, si querías hacer un cambio, trueque o permuta –para no ir siempre al mismo lado- ellos te la conseguían. Trasferencias de Condominios Vacacionales: transcondovac. Había precios claramente diferenciados, según la temporada del año, y no nos pareció tan caro el de Acapulco en temporada media. Además, había un razonable sistema de crédito –pagos fijos, y en época de inflación aceleradísima-. Total, dije que sí. También lo hicieron otras familias, de apellidos Baeza y Baena. Como que no había sido sorteo, sino búsqueda en el directorio telefónico.

Los pagos, aunque fijos, no estuvieron tan fáciles, porque todo subía menos los salarios. El hotel de Acapulco, con su cocineta, estaba padre –sobre todo para los niños-, aunque no fuera de playa. Tal vez sobre decir que el sistema de transferencias nunca funcionó: había que solicitar con meses de antelación, y la única vez que lo hice resultó que nadie de Puerto Vallarta quería ir a Acapulco. Cuál garantía.

Por un tiempo presumí con Fallo Cordera que mis 20 semanas en Acapulco habían costado igual que los abonos de su familia a los partidos capitalinos del Mundial de Fut (y en gradas lejanonas). El tiempo se encargaría de quitarme, parcialmente, la razón: el costo anual de mantenimiento (las letras chiquitas) equivalía al 50 por ciento del precio normal del hotel: en otras palabras, habíamos pagado por adelantado, con cierto descuento, diez semanas de hotel y cada año nos irían cobrando la otra mitad.

Aún así, tengo buenos recuerdos de las veces que fuimos a ese hotel en Acapulco. Tenía la extraña suerte de que, cuando estaba ya bien metido en el periodismo, se dieran notones en esos días, mientras estaba tomando el sol muy descansado: el desastre de Chernobyl, el crac de la bolsa de valores… Ya volveré a mencionar el lugar.

Cuando me separé y divorcié de Patricia, ella se quedó con el famoso Transcondovac. Sé que la primera vez se equivocó de fechas y llegó cuando la semana escogida finalizaba. Creo que lo vendió. Al menos eso espero, porque no fueron nunca más al hotelito de Acapulco.

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