martes, octubre 29, 2013

Biopics: El secuestro de Arnoldo



Pocos días antes de las elecciones intermedias de 1985 un grupo guerrillero, denominado Partido de los Pobres, secuestró a Arnoldo Martínez Verdugo, quien había conducido al PCM a la fusión con otras fuerzas de izquierda y había sido nuestro candidato presidencial tres años atrás. Meses antes, habían secuestrado a otro militante, llamado Félix Bautista.

Lo que salió de ese secuestro fue bastante traumático. Sucede que en 1974, el PDLP (porque tenía siglas hasta en el artículo) había secuestrado al cacique político de Guerrero, el ex gobernador Rubén Figueroa, junto con un sobrino suyo (que de casualidad era profesor en Economía). Ambos fueron liberados tras el pago de un rescate y, ante la persecución implacable del gobierno, los guerrilleros entregaron parte del dinero a Félix Bautista, que a la sazón era militante del Partido Comunista. Èste, lleno de miedo, habría dado el dinero al Partido, que se lo quedó. Ahora los guerrilleros se cobraban de la manera que sabían hacerlo: ejerciendo la violencia.

El problema político es que había transcurrido una década. El PC ya no era una organización minúscula y semiclandestina. De hecho ya no existía, porque el PSUM era otra cosa: una organización plural de izquierda, que se decantaba claramente por la vía legal y electoral. Pero los fantasmas del pasado regresaban en forma de pesadilla. Los fantasmas de la relación entre un partido legal y una agrupación que se movía en la ilegalidad; entre una organización que propugnaba el cambio pacífico y otra, que apostaba por la lucha armada y la violencia.

Nos quedó claro que el partido no había hecho nada –o muy poco- y había callado respecto al plagio de Bautista, y que los guerrilleros, en el delirio de recuperar “su” dinero –que en sentido estricto pertenecía a quienes pagaron aquel rescate-  decidieron apostar más alto y se llevaron a Arnoldo.

La reacción inicial de Pablo Gómez, a la sazón secretario general del PSUM, fue decir que el partido era otra cosa y que no negociaba con terroristas. Eso ayudó a crear más incertidumbre sobre la suerte del dirigente.

A final de cuentas, hubo un pago del rescate de parte del gobierno federal y Arnoldo y Bautista fueron liberados, pero aquello nos pegó. Creo que más en el ánimo con el que los miembros del partido fuimos a la cita electoral que en votos reales.

Nos pegó, sobre todo, por la sensación de ser, en cierto modo, la continuidad de una historia política con momentos oscuros. Una historia que a veces contrastaba con la visión que teníamos de nosotros mismos, como luchadores por la democracia en todos los sentidos de la palabra.

La dirección del PSUM, al final de los sucesos, emitió un documento en el que dejaba clara la indeclinable vocación del partido por el cambio dentro de la legalidad democrática, las instituciones y la Constitución, así como su rechazo tajante a la vía armada. Sin embargo, esas declaraciones, aunque ciertas, ya eran solamente control de daños. Generaron un breve debate en los medios sobre las cosas que tenía que dirimir la izquierda y hasta ahí.

En distintos momentos he tenido la impresión de que ese debate debió de haber sido más riguroso y más tajante. Tal vez así hubieran tenido menos eco otros delirios que surgieron en años siguientes.

martes, octubre 22, 2013

El viraje


La discusión acerca de la reforma hacendaria y la votación en la Cámara de Diputados dejan ver claramente dos cosas. La primera es que las ideologías están de regreso. La segunda es que el grupo político que encabeza Andrés Manuel López Obrador ha hecho un viraje significativo, una deriva a la derecha.

Durante muchos años la política del país vivió una suerte de limbo ideológico, que pasaba por un lado por el descafeinado del nacionalismo revolucionario priista; por otro, por la reconversión aparente de Acción Nacional hacia posiciones centristas, en búsqueda del voto mayoritario; por el tercero, por la indefinición del PRD a partir de la incorporación de grupos y personajes de tendencias diversas y de la crisis del socialismo global.

Fueron tiempos de Fukuyama, de “fín de las ideologías”, en el que todos los partidos se peleaban por ocupar un sobrepoblado “centro” político. El PAN era el centro-derecha; el PRD, el centro-izquierda y el PRI, una melcocha que también apuntaba al centro.

Pero llegaron la crisis de 2008 y sus consecuencias globales. En lo económico y en lo político. Y así como México no pudo esquivar los efectos de aquel desastre (ese “catarrito” del que aún está convaleciendo nuestra economía), tampoco pudo evitar –aunque se haya tardado- que las posiciones ideológicas se volvieran a decantar a la manera tradicional.

Es lo que hemos vivido en el debate de la reforma hacendaria. Por un lado, la mayor parte de los empresarios, militantemente en contra, en cada una de sus organizaciones cúpula, con los matices de siempre, acompañada por los panistas, reciclados como defensores de los intereses de las “clases medias productivas”. Los voceros de estos grupos hasta de marxista han tildado a Peña Nieto.

Por el otro, la mayor parte del PRD, que considera correcto un aumento en la carga impositiva, que paguen más quienes más tienen y que las grandes empresas pierdan privilegios. Junto a ellos, más discretos, los priistas, que apoyan la iniciativa del Presidente y contribuyen a limarle los aspectos más polémicos.

Previsiblemente, para la reforma energética tocaría un cambio de alineación, con el PRD en contra y el PAN cercano a la iniciativa presidencial.

Hasta ahí todo normal, el esperado regreso al Siglo XX. Pero hay una excepción, un outlier, como dirían los politólogos modernos. Morena y sus partidos satélites, así como el ala supuestamente radical del PRD votaron, y vociferaron, en contra de una reforma que es progresiva respecto al ISR, que grava ganancias en bolsa, que elimina el régimen de consolidación fiscal (afectando a los 422 grupos empresariales más fuertes, que son menos del 1 por ciento de las personas morales), que corta con el dogma del déficit cero y que tiene lógica federalista.

Sería fácil y simplificador decir que el rechazo se debe exclusivamente a la conocida estrategia lopezobradorista de oponerse a todo lo que provenga del odiado gobierno. Hay algo de más fondo.

Tampoco podemos irnos con la finta de los sofismas (por usar una palabra amable con las mentiras evidentes) manejados por Martí Batres, que dicen que como la reforma libera a Pemex de parte de su carga fiscal, está hecha para preparar la venta del petróleo mexicano al extranjero. Son argumentos de una debilidad mental tan grande que ni quien los expresó se los traga.

El hecho es que la reforma hacendaria va en un sentido parecido a lo que proponía AMLO en el ya lejano 2006. Pero Andrés Manuel ya anda en otro lado del espectro.

Si revisamos la evolución del discurso de López Obrador podemos notar que ha habido un cambio de ejes. Cada vez se refiere menos a “la mafia en el poder” y cada vez más a los extranjeros a quienes se pretende entregar la riqueza nacional. Cada vez se refiere menos a los pobres y cada vez más al pueblo (o, siendo específicos y discriminantes, al “pueblo bueno”).  La mafia interna ha quedado reducida a Televisa, independientemente de que ésta haya sido afectada tanto por la Ley Telecom como por la reforma hacendaria y, en cambio, han aumentado las referencias nacionalistas y masiosares.

Morena fue específica en su defensa del empresariado nacional (¿”empresariado bueno”?) durante la discusión de las reformas. Fueran refresqueros, transportistas o mineros. Fue específica en decir que no era necesario un cambio fiscal, sino “acabar con la corrupción”. Y consideró, literalmente, dignos del muro de la ignominia, a los legisladores que aprobaron las reformas que dotaban de más recursos al Estado. En otras palabras, lanzó al bote de la basura las antiguas propuestas de su líder único.

¿Por qué lanzó a la basura esas propuestas? Porque Andrés Manuel está fuera del PRD, porque ya no trata de buscar un lugar dentro de la izquierda, sino de hacerse un espacio propio en la nueva disposición ideológica del país. Y ese espacio está en el nacionalismo radical.

Es que, sabrá el apreciado lector, AMLO es dialéctico. Él cambia. No lo hace en función de valores sociales, sino de la estrategia en pos del poder. Lo curioso es que, junto con López Obrador, cambien todos sus fieles. No es que lo sigan ciegamente: a lo mejor ellos también son dialécticos.

Más temprano que tarde, lo que alguna vez fue la izquierda mexicana tendrá que hacer cuentas, y hacerlas en serio. En el PRD, el ingeniero Cárdenas ya se mostró explícitamente a favor de la reforma fiscal, pero el ala bejaranista continúa haciendo labor de zapa. A ver hasta cuándo la dejan.

Y en Morena, adonde ha confluido una parte de la izquierda radical, ésta deberá preguntarse si está en el lugar correcto, o si quienes mejor caben en la corte de Andrés Manuel son personajes del viejo nacionalismo de derecha tipo Manuel Bartlett, los teóricos de la conspiración sionista y los “purificadores” violentos de la vida nacional.

viernes, octubre 18, 2013

Biopics: El pequeño científico socialista




A lo mejor yo había dejado de ser marxista, pero la verdad es que en sus primeros años mi hijo Rayo fue formado en una suerte de “socialismo científico”. Además de sus cuentos de Yok-Yok y el infantable Disney, tenía los chinos del Rey Mono y otros soviéticos que entraban en el cánon del realismo socialista, como el del niño Antón que pregunta quién es más fuerte, si el elefante o la ballena y resulta que es el humano, que hace grúas capaces de levantar elefantes y buques que cargan muchas toneladas a través del mar. Encima de eso, escuchaba canciones infantiles cubanas e iba a los festivales de “Puño” (es decir, del Partido).

Por eso no es de extrañar que una vez, estando con sus abuelos maternos, dijera –con toda naturalidad científica-: “Yo soy nuevo en el mundo; mis papás, pues ya llegaron y ustedes ya van de salida”.
Iban en el auto, allá en Sonora, estaba nublado, y el Rayo les dice a sus abuelos maternos:
-Mi prima Tristinita es muy tonta.
-¿Por qué?
-Porque cree que llueve porque Dios está llorando.
-¿Entonces por qué llueve?
-Pues porque las nubes tienen agua y no aguantan más.
Un poco más tarde:
-Tristinita es muy tonta, cree que las montañas las hizo Dios.
-¿Entonces quién las hizo?
-Pues los trabajadores –dijo con acento de que era una respuesta obvia.

Unos meses después, a fines del 85, llevó a mi cuarto cuatro cajas de cartón. Las dos más chicas estaban sobre las más grandes y tenían pintados unos ojos y una boca.
-¿Qué son, Rayo? –le pregunto.
-Unos robots que acabo de construyir.
Noté que en el costado tenían unas letras. Leí “PiP” y “PaP”.
-¿Y se llaman Pip y Pap?
-No, papá, no son niños, son robots. Se llaman Pe-1-Pe y Pe-4-Pe.
Esos robots serían inspiración para un par de columnas mías en La Jornada, que tuvieron mucho éxito: “Los sueños del tecnócrata”.

Que el Rayo fuera un pequeño científico socialista no impidió que tuviera su amigo imaginario. Se llamaba Raka Bok, era soldado, era futbolista y era chingonométrico.

miércoles, octubre 09, 2013

Biopics: "Ya no soy marxista"



Una mañana de la primavera de 1985 llegué a la Facultad de Economía y, precisamente al cruzar el umbral, tuve una epifanía. Como revelada por el cielo me llegó una convicción: “ya no soy marxista”. Sentí que se había caído de mis espaldas un amasijo de cadenas de hierro.

Durante muchos años, tal vez más de diez, me había considerado marxista, a pesar de no compartir a pie juntillas sus postulados. El andamiaje de esa teoría había influído en mi formación de economista, pero sobre todo en mis quehaceres políticos y en una visión general de la vida.

Como profesor había sido criticado, desde años atrás, por la ultra de la Facultad. Una ocasión llenaron las paredes de dazebaos (cartelones en grandes caracteres, al estilo de la horrenda revolución cultural maoísta) en los que atacaban a los maestros que no simpatizaban con los grupúsculos extremistas. El epíteto dedicado a mí era ligerito: “ecléctico”, y lo tomé como un cumplido involuntario: por supuesto yo no enseñaba sólo marxismo, sino también otras teorías y puntos de vista. Al menos no me acusaban de “marginalista”, “burgués” o “neoliberal”. Supongo que me han de haber visto como marxista light, que a veces renegaba del gran maestro (y despreciable por blando).

Pero esta vez era diferente. Tal vez fue al palpar, extrañamente, la atmósfera marxista de la Facultad que la sentí ajena. Y sentí como si toda ella estuviera atada por una camisa de fuerza. Y percibí, en un momento liberador, que yo me había despojado de esa camisa. Que no caminaba por un sendero estrecho, sino por uno mucho más amplio.

Luego me puse a considerar el por qué de esa sensación.

Como economista, Marx me había parecido –y me parece- genial en varios hallazgos: el concepto de plusvalía, la lógica capitalista de acumulación basada en el dinero más que en la satisfacción de necesidades (y el efecto deshumanizador y mortecino que ello conlleva), así como su análisis (a propósito omitido por sus exégetas) de las causas que contrarrestan su propia teoría de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. En cambio, me parecía –y ahora con más fuerza- errado en su transformación de valores a precios (es decir, incapaz de pasar de lo abstracto a lo concreto) y muy rebasado por la historia en lo referente a las finanzas. En otras palabras, del economista Marx me quedaba yo con la parte filosófico-social; de lo estrictamente económico, lo mejor era la parte en la que explicaba por qué su teoría podía fallar y, para cuestiones de política económica, no había nada siquiera medianamente practicable.

Como historiador, en principio la teoría marxista me parecía fortísima: en particular, los conceptos de contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción y de que las condiciones objetivas de vida determinan la conciencia subjetiva. Obviamente, eso significa considerar que sí existe la lucha de clases. Pero igual no podía cerrar los ojos ante varios problemas nodales: el carácter eurocéntrico del análisis, que el famoso “modo de producción asiático” no resolvía de manera alguna y, sobre todo, la soberbia presunción de que el método era tan científico que podía predecir el futuro. Las carencias y límites evidentes del llamado “socialismo real” eran un ejemplo de que algo andaba mal en las previsiones; quienes más parecían pasar del “reino de la necesidad al reino de la libertad” eran los pueblos de los países capitalistas desarrollados, guiados por “renegados” socialdemócratas cada vez más alejados de los postulados marxistas.

Nunca tuve demasiado interés en el llamado “materialismo dialéctico”. Entendía que el concepto de enajenación (creo que ahora prefieren usar “alienación”) era anterior al propio Marx y siempre he compartido la idea de que no basta con intentar comprender el mundo, sino que hay que intentar cambiarlo.Pero hasta ahí.

Hecho el resumen, pareciera que mucho de marxista quedaba en mí. Pero falta un elemento central: el rechazo a la cosmovisión de quienes se autonombran marxistas. El rechazo a la conversión de una serie de doctrinas en un corpus a partir de cual hay que basar toda reflexión y toda acción. O peor, la transformación de estas doctrinas en dogma de fe, o en la medición de “grados de pureza”, como hacían los más radicales.
El capitalismo había cambiado, las sociedades eran muy distintas a la Europa decimonónica que Marx vivió, había mucho que analizar y que descifrar en las ciencias sociales con herramientas novedosas. El pensamiento colectivo de la humanidad y la realidad misma fluían a otra velocidad y en direcciones muy distintas. Mantenerse encasillado en el marxismo era lisiarse, era velar la propia vista, era paradójicamente  enajenarse.  

Creo que esa epifanía fue, además, muy oportuna. Casi coincidió exactamente con la llegada de Gorbachov al gobierno de la URSS. Seguirían años de cada vez más acelerada desconección del marxismo, así que cuando el socialismo real terminó su periplo histórico, no sufrí el shock que padecieron otros.

jueves, octubre 03, 2013

Adrián González, sinónimo de consistencia

Mexicanos en GL.

2013

Terminó la temporada regular en Grandes Ligas, y se pueden sacar dos conclusiones. La primera es que, si hay una constante entre los peloteros mexicanos, es que Adrián González entregará buenos números. La otra es que, si los mexicanos no fueran tan aguantadores e insistieran en seguir jugando cuando están lesionados, mejor gallo les cantaría.

Aquí, el desempeño del contingente nacional, de acuerdo con lo realizado en la temporada (como siempre, se incluyen los mexico-americanos que estuvieron en el equipo de México en el Clásico Mundial).

Adrián González es sinónimo de consistencia. No es el jonronero de largos vuelos tras su lesión en la espalda de hace dos años (el Titán explica que cambió su swing y ahora son más comunes los batazos de línea), pero sigue bateando bien, fuerte y oportuno, además de contar con un guante privilegiado. En el año bateó para .295, con 22 jonrones y 100 carreras impulsadas. Es el sexto año que produce 100 o más carreras (una vez se quedó en 99), y es el primer mexicano en lograr esos números en ligas mayores. Veremos su desempeño con los Dodgers en la postemporada.

Sergio Romo fue de lo mejor que tuvieron los Gigantes en un año de vacas flacas. Tuvo un septiembre malón, que no ocupa lo realizado a lo largo del año. El cerrador californiano tuvo marca de 5 ganados y 8 perdidos, con un muy respetable 2.54 de carreras limpias (recibidas por cada nueve entradas lanzadas) y, sobre todo, hay que anotarle sus 38 salvamentos (en 43 oportunidades).

Jorge De la Rosa tuvo en 2013 uno de sus mejores años. El zurdo de los Rockies tuvo 25 salidas, 14 de ellas de calidad (lanzó al menos 6 entradas y recibió 3 carreras limpias o menos), que hubieran sido más si el regiomontano fuera más resistente. Su recurrente problema en el pulgar, que tiende a ampollársele le costó algunas aperturas, que lo hubieran acercado a obtener la cifra mágica de 20 victorias. Terminó el año con 16 ganados, 6 perdidos, 3.49 de PCL y 112 ponches.

Miguel González, a diferencia de sus compañeros de los Brewers, el Mariachi de los Orioles comenzó bien la temporada, pero luego tuvo un bajón inexplicable… hasta que aparecieron una lesión y su respectivo descanso. Otra vez, su regreso equivalió a un repunte, muy claro en septiembre. De sus 28 aperturas, 19 fueron de calidad. Terminó 2013 con marca de 11-8, 3.78 de PCL y 120 chocolates.

Yovani Gallardo empezó mal el año, combinando una buena salida con una muy mala. El michoacano de los Cerveceros de Milwaukee en realidad tenía un problema en el tendón de la corva, que estaba afectando su mecánica de pitcheo. Hasta julio, la lesión lo mandó a descansar unos días y, de regreso y recuperado, estuvo intratable. Tuvo 31 aperturas; 17 de ellas de calidad (7 de 8, tras su regreso de la lista de lesionados), y terminó la campaña con marca de 12-10, 4.16 de PCL y 144 ponches (por primera vez en un lustro no alcanzó los 200). Empató a Rodrigo López en el quinto lugar de pitchers mexicanos más ganadores en Grandes Ligas.

Marco Estrada, al igual que Yovani, tuvo un mal comienzo en 2013. Su lesión lo obligó a estar más tiempo en la lista de lesionados y, a su regreso, mostró el por qué está considerado como uno de los máximos prospectos de los Cerveceros.  Antes de que se notara su lesión tenía marca de 4-4, con efectividad de 5.32; tras la rehabilitación, 3-0 y un minúsculo 2.15. En el año: 7-4, 3.87 de limpias y 118 ponches. 12 de sus 21 salidas fueron de calidad.

Jaime García fue capaz de lanzar y dominar bateadores con su hombro desgarrado. Eso lo obligó a operarse antes de media temporada. El tamaulipeco de los Cardenales quedó con marca de 5-2, 3.58 de limpias y 43 ponchados.

Óliver Pérez  no tuvo un año tan bueno como el anterior, pero fungió más que decentemente como especialista zurdo en el relevo de los Marineros de Seattle, En la campaña, 3-3,  3.74 de PCL, 2 rescates, 8 holds (entró en situación de salvamento y dejó el juego ganado) y 74 ponches.

Joakim Soria regresó a Grandes Ligas tras más de un año, debido a la segunda operación Tommy John a la que ha sido sometido. Con los Rangers de Texas fue discreto, aunque ganó el partido que los mandó a los playoffs. El de Monclova pasó 2013 con récord de 1-0, 3.80 de limpias y 6 holds.

Luis Ayala fue, junto con César Ramos, el único pitcher mexicano que estuvo activo todo el año y nunca visitó la lista de lesionados. Comenzó con los Orioles y pronto fue transferido a los Bravos de Atlanta. El relevista mochiteco tuvo marca del año de 2-1,  3.21 de efectividad y 10 holds, con 24 ponches.

Cèsar Ramos, relevo intermedio de las Rayas de Tampa Bay, fue jornalero todo el año. El angelino terminó temporada regular con  2-2, 4.14 de PCL, un salvado, un hold y 53 sopitas de pichón.

Fernando Salas estuvo a ratos en las menores, pero casi siempre en el bullpen de los Cardenales de San Luis. Su marca del año,  0-3, con 4.50 de efectividad, un hold y 23 ponches.

Alfredo Aceves fungió como relevo largo (más bien malito) y como quinto abridor (bastante bien) de los Medias Rojas de Boston, hasta que el Patón y los patirrojos se hartaron mutuamente, con la consecuencia de que el sonorense fue descendido a las menores, por indisciplinado. Sus números en 2013: 4-1, 4.86 de efectividad y 24 ponches.

Scott Hairston jugó en los jardines con Cachorros y Nacionales, sin lograr la titularidad. Buen poder, con 10 jonrones y 26 productivas, pero muy bajo porcentaje de bateo: .191

Ramiro Peña estaba en el sueño de una buena temporada como titular de los Bravos, pero una lesión truncó el sueño. El utility regiomontano terminó el año con .278, 3 jonrones y 12 producidas.

Jerry Hairston Jr. fue ajonjolí de todos los moles con  los Dodgers; el veterano utility bateó para .211, 2 vuelacercas y 22 impulsadas. Sigue siendo buen fildeador, pero sin el rango de antes.

Luis Mendoza empezó lanzando de manera decente (era el quinto abridor de Kansas) pero con poco apoyo ofensivo de sus compañeros,  fue decayendo y acabó trapeando innings (es decir, relevos largos en juegos ya decididos por paliza). En el año: 2-6 y 5.36, con 64 ponches recetados. 8 de sus 15 aperturas fueron de calidad.

Luis Cruz  tuvo en 2013 un annus terribilis. Empezó como titular de los Dodgers y, a pesar de la confianza del manager y de las lesiones de otros infielders, terminó perdiendo la titularidad, primero, y el lugar en el róster después. Lo contrataron los desesperados Yanquis… y a los pocos días el Cochito se lesionó. Sus tristes números : .145 de porcentaje, un jonrón, 11 remolcadas y un robo.

Édgar González no pudo siquiera mantenerse en el equipo más flojo de las mayores. Un ratito de abridor, otro de relevista y una marca con los Astros de  0-1 y 7.50 de carreras limpias.