jueves, noviembre 28, 2013

Biopics: El hacha y la tijera (y un par de ensayos)




El hacha, la tijera
Ya he comentado que la situación económica en los años de Miguel de la Madrid era terrible. La inflación era pesadillesca: 117%, el primer año; 80%, el segundo; sería de 67% el tercero; la producción se había estancado (recesión en 1983, cuyos efectos no fueron contrarrestados con el crecimiento del año siguiente) y el consumo tenía una baja cada vez mayor (los años del “consumismo”, decía el chiste: “con su mismo traje, con su mismo coche, con su mismo salario”), mientras el ingreso se concentraba cada vez más.
Lo peor es que el asunto iba para largo. Se intentó reducir el déficit público a través de  una serie de recortes al gasto, pero eran insuficientes debido, sobre todo, al pago del servicio de la deuda externa y a la persistencia de la inflación misma. La reacción del mercado fue una nueva fuga de capitales.
Para colmo, las autoridades decían que esa economía exangüe estaba “sobrecalentada” y optaron, en la segunda quincena de julio –convenientemente, después de las elecciones- por un recorte drástico en el sector público, acompañado por una liberalización comercial y otra devaluación del peso, cuyo valor frente al dólar sería fijado por la libre oferta y demanda. Se decía que a quienes habían perdido su empleo en ese recorte les había dado SIDA: Sin Ingresos Desde Agosto. Entre ellos estaban varios compañeros de la facultad, señaladamente mi amigo Eduardo Mapes.
Hay varias caricaturas memorables del momento. En una, Jesús Silva-Herzog Flores, a la sazón secretario de Hacienda, blande un hacha, sediento de sangre y deja chiquito a Carlos Salinas de Gortari, entonces titular de Programación y Presupuesto, a quien siempre dibujaban con unas tijerotas. En otra, Silva-Herzog y Salinas aparecen mostrando sus enormes tijeras a la manera de exhibicionistas perversos.
Era evidente que las medidas no iban a funcionar, sobre todo por la desestabilización del mercado cambiario, que atizaría aún más la inflación. En 1986, los precios crecerían, de nuevo, más del cien por ciento.

Un par de Ensayos
Coincidentemente, en agosto apareció el libro México ante la Crisis (Siglo XXI), coordinado por Pablo González Casanova y Héctor Aguilar Camín, que reunía varios ensayos sobre política, economía y cultura. Entre ellos, uno mío, titulado: “La crisis y la política económica”.
En sus puntos principales, decía que la visión teórico-política del gobierno “considera al mercado (a los precios) como equilibrador privilegiado de la economía. El mercado sirve como elemento racionador –y, para el equipo gobernante, también racionalizador- de los recursos de la economía, al tiempo que se desarrolla una política que, apoyada por la camisa del fuerza del FMI, busca la compresión deliberada de la economía para llegar a un equilibrio de ‘costo social’… un retorno a esquemas ortodoxos que pretenden, sí, dar la soberanía al mercado, pero el mercado que se tiene en mente es un mercado ordenado, reconstruído desde arriba”.
Hablaba de tres ejes de política económica: el saneamiento financiero “bajo la consigna de ‘pague deudas ahora, produzca después’”; el combate a la inflación a través de equilibrios separados: la disminución del crecimiento de los agregados monetarios, la disminución de la demanda más rápido que la oferta y un cambio en los precios relativos en contra de los salarios y del tipo de cambio del peso; y finalmente, la apertura e integración internacional de la economía mexicana.
Comentaba acerca de las dificultades para que la economía reaccionaria a los estímulos del mercado (con la paradoja de que el capital excesivo –en medio de la baja productiva y el desempleo- se canalizara a los circuitos financieros) y concluía con un tema que consideraba, y considero, central: las dificultades para generar un nuevo pacto social, tras haber roto unilateralmente el que funcionaba anteriormente. “En su búsqueda por solventar su déficit financiero, el gobierno federal se ha llevado el grueso de lo perdido por los asalariados, mientras que las ganancias –a pesar de la crisis- se han mantenido estables en su conjunto, aunque con notables cambios que favorecen a los monopolios y las ganancias especulativas, en contra de la nueva inserción productiva”.
Concluía que el proyecto de MMH “encuentra dificultades para cristalizar un nuevo tipo de relaciones sociales… ni los trabajadores se dejan tan fácilmente, ni los empresarios han descubierto a Schumpeter y el sentido empresarial, ni el Estado puede empequeñecer considerablemente el sector público de la economía…”

El otro ensayo –ese, escrito tras los grandes recortes- se llamó “El colapso de julio” y apareció en el número de septiembre de 1985 de Nexos. Fue el resultado de unas sesiones de discusión a las que Héctor Aguilar Camín invitó a los infaltables Carlos Tello y Rolando Cordera, a Carlos Roces y Nora Lustig, de El Colegio de México, Jaime Ros y Pepe Casar, del CIDE, a Pepe Blanco, director de Economía de la UNAM  y a mí.
Recuerdo esas reuniones como muy densas. También, que yo quería imponer mi tesis sobre las intenciones, casi siempre frustáneas, de cambiar los precios relativos y que Ros y Casar insistían en el problema de las expectativas y en la incongruencia entre los objetivos inmediatos de política económica y los de largo plazo. El ensayo tiene los dos elementos, pero resultaron más poderosos y obtuvieron mayor consenso los puntos de vista de los amigos del CIDE.


Una lección paterna

Por aquellos días, asistí como ponente a un debate en el Colegio Nacional de Economistas; del otro lado estaba Rogelio Montemayor, quien entonces era subsecretario, mientras que Antonio Gazol, de la dirección del CNE, hacía de moderador.

En la discusión, yo me fui a la yugular de la política económica, Montemayor se defendió como pudo y Gazol, muy en su papel, intentó mediar. El público que llenaba el auditorio simpatizaba conmigo y aplaudía cada una de mis intervenciones.

Entre los presentes estaba mi papá, quien me felicitó. Cuando yo lo estaba llevando a su casa, le dije, inmodesto:

-Gané la discusión, clarísimo.

Y él, sabio.

-Sí, pero es muy fácil ganar una discusión de esas cuando estás en la oposición. Piensa que el funcionario está obligado a medir cada palabra, porque las de él sí tienen consecuencias.


miércoles, noviembre 20, 2013

Biopics: Las elecciones (y el chanchullo) de 1985



Para las elecciones de 1985 habíamos preparado en el PSUM un sistema de conteo rápido que queríamos a prueba de los errores de 1982. Esta ocasión estuvo a cargo mío. Conté con el apoyo invaluable de Sabino Hernández, un ex militante del PPM que no se fue a la aventura de su caudillo Gascón Mercado y que había hecho suyos los postulados democráticos del partido. También con el apoyo explícito del secretario general, que entonces era Pablo Gómez.

Sabino se puso en contacto con todos los comités estatales y les dio instrucciones específicas de priorizar el conteo, de tener un representante en las casillas-muestra y de reportar a tiempo, para que el partido pudiera tener una idea realista de cómo habían estado las elecciones. Hubo estados, como Campeche, en la que esa fue prácticamente la única actividad de un partido chiquitito.

Me encargué de hacer una muestra manejable, pero representativa: 300 casillas, escogidas bajo el método aleatorio-sistemático. Ordené el padrón por orden alfabético de estados y de distritos. El ciudadano número 1 era el primero de la casilla 1 del distrito I de Aguascalientes. Dividí el padrón entre 300 y escogí aleatoriamente un número inferior a ese resultado. Digamos que el resultado fue 180 mil y que el número aleatorio era el 17,059, entonces había que cubrir las casillas donde votaban los ciudadanos 17,059; 197,059; 377,059… También realicé el mismo ejercicio para una submuestra del Distrito Federal, con 100 casillas.

La tarde de la elección, después de votar, fui a la sede del partido y me encontré a Pablo Gómez muy entretenido viendo la película Barbarella, con Jane Fonda. Siempre lo respetaré, nada más por eso. Al rato llegó Rolando Cordera, todos nos esperamos a la escena de Durán-Durán y la máquina de orgasmos y luego yo fui a donde estaba el segundo centro de cómputo, que había armado el compañero Orlando Espíritu: seis computadoras con el programa 1-2-3, que era una suerte de Excel primitivo. Ya estaban ahí las telefonistas y los capturistas. Orlando (o alguien más) había traído, además, a un gringo con una computadora grandota, que se ocuparía, él solito, de la captura de la muestra chilanga.

Al caer la noche empezaron a hacerlo los resultados. Como habíamos previsto, teníamos un descenso en la votación respecto a la elección anterior, sobre todo en el DF, donde diversos partidos pulverizaban el voto de la izquierda. A diferencia de lo sucedido hacía tres años, la información fluía muy bien.

A eso de las dos de la mañana, teníamos algo así como el 95 por ciento de la muestra capitalina y más del 65 por ciento de la nacional. Pablo Gómez había citado a la prensa para dar los resultados y nosotros le decíamos que todavía faltaba un tercio de la muestra federal. Nos pidió que hiciéramos una proyección de ésta.

En ese momento teníamos al PRI en 53%, al PAN cerca del 16%, a nosotros en tercer lugar con 4.8% y a todos los partidos con registro por encima del umbral del 1.5%, aunque el PPS estaba tambaleando. Orlando y yo decidimos hacer una proyección que nos castigara, para que el resultado fuera lo más cercano a lo que suponíamos serían los datos oficiales. La proyección estaba basada en los resultados de los otros distritos de cada estado, en los que disminuíamos por la mitad el porcentaje que el partido estaba teniendo y se lo adjudicábamos al PRI. Total, que el tricolor quedaba en 58%, el PAN bajaba a 14%, nosotros a 4.2% y el PPS perdía su registro.

Nos fuimos con esos datos y con los del Distrito Federal, que servirían para demostrar la exactitud de nuestros cálculos. Pablo no quiso hundir al PPS y dijo, por sus pistolas, que el que estaba en el filo era el PARM. La prensa quería visitar el centro de cómputo y el secretario general se negó, supongo que a sabiendas de que siete computadoras y cinco teléfonos les parecerían muy poco.

Al otro día empezaron a salir los resultados oficiales. Por un lado confirmaban que la muestra de conteo rápido era excepcionalmente buena. Por el otro, que el gobierno, que controlaba la información electoral a través de la Secretaría de Gobernación, hacía con los datos electorales lo que se le pegaba la gana.

Los datos oficiales para el DF –donde siempre ha sido mucho más difícil incurrir en prácticas fraudulentas- eran casi exactamente iguales a los de nuestra muestra capitalina. El partido con más diferencias fue el PST, donde fallamos por dos décimas de punto porcentual. Un micro-margen de error. En cambio, los resultados nacionales eran bastante absurdos: el PRI se inflaba hasta el 64%, al PPS le daban un buen empujuncito, al PMT (que en nuestros cálculos se ubicaba en el cuarto lugar) lo habían castigado inmisericordemente, quitándole casi la mitad de su porcentaje y al PRT lo habían dejado, articiosamente, fuera del congreso. Lo más grave para nosotros es que nos quitaban casi un tercio de lo que, de acuerdo a nuestros cálculos más conservadores, nos correspondía: según la autoridad electoral –es decir, Gobernación- alcanzamos sólo 3.2%.

Simultáneamente, habían llegado más resultados de la muestra nacional, que rozaba el 80 por ciento y nos ubicaba aproximadamente con 4.5% de la votación. Hice entonces un ejercicio para verificar la bondad de esa muestra federal: la submuestra chilanga, de apenas 40 casillas, arrojaba prácticamente los mismos datos que la muestra de 100: en ningún partido fallaba por más de tres décimas de punto.

La conclusión era clara. A pesar de haber ganado fácilmente la elección, el PRI infló su votación y, sobre todo, redefinió –a través del gobierno- la composición de las bancadas opositoras, beneficiando a sus aliados y comparsas, y perjudicando, sobre todo, a la izquierda socialista (pero también al PAN).

Nueva conferencia de prensa de Pablo Gómez para denunciar la manipulación de los resultados. Escepticismo de los reporteros –que, no lo sabía yo entonces, están peleados de siempre con las matemáticas-, que no entendían nada de porcentajes y preguntaban dónde estaban los “votos perdidos”. Por más que Pablo hizo una explicación didáctica, la denuncia prendió sólo en los medios más afines (es decir, en La Jornada).

Lo que son las cosas, el secretario de Gobernación que estuvo detrás de ese enorme chanchullo era Manuel Bartlett, hoy convertido –por obra y gracia del transformismo político y del patronato caudillesco- en Senador de la República por el Partido del Trabajo.

lunes, noviembre 11, 2013

La Quina, reformas y cacicazgos sindicales




La muerte de Joaquín Hernández Galicia, conocido con el sobrenombre de La Quina, da lugar para una reflexión sobre la relación compleja entre el sindicalismo y el poder político en México. Una reflexión que parece más actual ahora, con las movilizaciones de la disidencia sindical contra la reforma educativa y con la previsión de un gran debate político nacional en torno a la iniciativa de reforma energética.

Recordemos que Hernández Galicia logró construir un imperio político y económico, tras consolidarse como el líder máximo de los trabajadores petroleros (aunque a menudo otro fuera el dirigente nominal), luego de deshacerse de sus principales rivales: Sergio Martínez Mendoza –defenestrado por José López Portillo-, Heriberto Kehoe y Óscar Torres Pancardo –ambos asesinados-.

Al tiempo que consiguió amplios beneficios para los trabajadores petroleros de base y que desarrolló diversas acciones de promoción social, sobre todo alrededor de Ciudad Madero, la región originaria de su poder político, Hernández Galicia encabezó una camarilla que se distinguió por el manejo opaco de las cuotas sindicales, la venta de plazas, la represión contra grupos disidentes y, presumiblemente, por la asociación con grupos de la delincuencia organizada.

En otras palabras, apoyado por el poder político del PRI tradicional, La Quina desarrolló un poder extrainstitucional, que creció de tal forma que la dirigencia perdió el sentido del origen de ese poder, que era más resultado de una negociación con el gobierno que de una representatividad real.

En el sexenio de Miguel de la Madrid ese grupo había probado su fuerza. Ante el crecimiento de la plantilla de trabajadores de confianza –que era vista como hostigamiento al sindicato-, un personero de la camarilla, el secretario general, José Sosa Martínez, dijo que los gastos de ese personal de confianza hacían que se erogase más en escritorios que en refacciones y herramientas, por lo que "pronto tendremos otro San Juanico", refiriéndose al estallido de grandes depósitos de gas ocurrido el año anterior en San Juan Ixhuatepec. A su juicio, Pemex "comenzaba a tambalearse". Para concluir, afirmó, dirigiéndose al Presidente: "Si se hunde Pemex, se hunde usted".

En realidad, la queja era porque el sindicato perdió el derecho a recibir un porcentaje de los contratos de perforación terrestre sin concurso, así como el de subcontratar aquellos que pudiese ganar en licitación pública. Y el dato más relevante es que De la Madrid se doblegó ante el chantaje.

El problema de Hernández Galicia fue no medir el tamaño de su poder, y considerarse por encima del Ejecutivo. Creyó que su cacicazgo era autónomo. De ahí que cometiera el error estratégico de apoyar activamente la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y de, posteriormente, desafiar el poder político del Presidente de la República. Se pensó más poderoso que el sistema que lo había encumbrado y de ahí vino su estrepitosa caída, con el operativo del 10 de enero de 1989.

La caída de La Quina –quien, tras pasar siete años en la cárcel, jamás recuperó el poder sindical- no significó una depuración del sindicalismo en Pemex. Y no fue así por dos razones principales. La primera es que al gobierno de Salinas de Gortari le interesaba más deshacerse de una pandilla que fomentar la democracia sindical; la segunda, que los grupos interesados en depurar el sindicato fueron puestos fuera del combate político con el abierto apoyo de Cuauhtémoc Cárdenas al depuesto cacique. 

Así, al imperio de Hernández Galicia en Pemex siguió uno más cauto e institucional, menos violento (tal vez porque no ha necesitado serlo tanto), pero igualmente corrupto. Difícilmente podrá hacerse una reforma integral a la industria energética del país si no se hacen cuentas –y cuentas transparentes- con los sindicatos de las principales empresas paraestatales del ramo, Pemex en primer lugar.  

No deja de ser llamativo que pocos meses después de la caída de La Quina –en abril de 1989, para ser precisos- hubiera caído otro “líder moral” de un importante sindicato nacional. Carlos Jonguitud Barrios, dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, después de una exitosa movilización de la CNTE, en demanda de aumentos salariales.

Curiosamente, la dirigencia de la Coordinadora –que estaba menos radicalizada y envalentonada que ahora- saludó el relevo de Elba Esther Gordillo como “un gran avance y un triunfo inobjetable”, y más cuando la sagaz dirigente hizo suyas las demandas salariales y obtuvo un incremento satisfactorio.

En aquella época se consolidaron, en movimientos paralelos, el liderazgo nacional de Gordillo y los liderazgos locales, en el sur del país, de la Coordinadora. Lo que no se consolidó fue la democracia sindical, en el sentido de fomentar la pluralidad: a cambio de ello, cacicazgos paralelos, uno grandote y los demás chiquitos, con discursos diferentes, pero métodos similares.

Sabemos que a Gordillo le sucedió algo muy parecido a lo que le ocurrió a La Quina: porque pudo doblegar a un Presidente se creyó más poderosa que cualquiera de ellos, perdió el sentido de realidad política y cayó de manera estruendosa, tras haber construido un imperio sindical. 

La pregunta respecto al SNTE es similar a la planteada hace pocos párrafos respecto a los sindicatos del ramo energético. ¿Es posible que la reforma educativa funcione si no hay un nuevo tipo de arreglo sindical? ¿Qué lo haga a pesar de las inercias corporativas dejadas por Elba Esther y de los cacicazgos locales en las zonas controladas por la CNTE?

Porque luego resulta que, arreglándolo todo desde arriba, sin que nada se mueva desde abajo, los cambios suelen ser más aparentes que reales. Y el país necesita reformas reales.