lunes, noviembre 11, 2013

La Quina, reformas y cacicazgos sindicales




La muerte de Joaquín Hernández Galicia, conocido con el sobrenombre de La Quina, da lugar para una reflexión sobre la relación compleja entre el sindicalismo y el poder político en México. Una reflexión que parece más actual ahora, con las movilizaciones de la disidencia sindical contra la reforma educativa y con la previsión de un gran debate político nacional en torno a la iniciativa de reforma energética.

Recordemos que Hernández Galicia logró construir un imperio político y económico, tras consolidarse como el líder máximo de los trabajadores petroleros (aunque a menudo otro fuera el dirigente nominal), luego de deshacerse de sus principales rivales: Sergio Martínez Mendoza –defenestrado por José López Portillo-, Heriberto Kehoe y Óscar Torres Pancardo –ambos asesinados-.

Al tiempo que consiguió amplios beneficios para los trabajadores petroleros de base y que desarrolló diversas acciones de promoción social, sobre todo alrededor de Ciudad Madero, la región originaria de su poder político, Hernández Galicia encabezó una camarilla que se distinguió por el manejo opaco de las cuotas sindicales, la venta de plazas, la represión contra grupos disidentes y, presumiblemente, por la asociación con grupos de la delincuencia organizada.

En otras palabras, apoyado por el poder político del PRI tradicional, La Quina desarrolló un poder extrainstitucional, que creció de tal forma que la dirigencia perdió el sentido del origen de ese poder, que era más resultado de una negociación con el gobierno que de una representatividad real.

En el sexenio de Miguel de la Madrid ese grupo había probado su fuerza. Ante el crecimiento de la plantilla de trabajadores de confianza –que era vista como hostigamiento al sindicato-, un personero de la camarilla, el secretario general, José Sosa Martínez, dijo que los gastos de ese personal de confianza hacían que se erogase más en escritorios que en refacciones y herramientas, por lo que "pronto tendremos otro San Juanico", refiriéndose al estallido de grandes depósitos de gas ocurrido el año anterior en San Juan Ixhuatepec. A su juicio, Pemex "comenzaba a tambalearse". Para concluir, afirmó, dirigiéndose al Presidente: "Si se hunde Pemex, se hunde usted".

En realidad, la queja era porque el sindicato perdió el derecho a recibir un porcentaje de los contratos de perforación terrestre sin concurso, así como el de subcontratar aquellos que pudiese ganar en licitación pública. Y el dato más relevante es que De la Madrid se doblegó ante el chantaje.

El problema de Hernández Galicia fue no medir el tamaño de su poder, y considerarse por encima del Ejecutivo. Creyó que su cacicazgo era autónomo. De ahí que cometiera el error estratégico de apoyar activamente la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 y de, posteriormente, desafiar el poder político del Presidente de la República. Se pensó más poderoso que el sistema que lo había encumbrado y de ahí vino su estrepitosa caída, con el operativo del 10 de enero de 1989.

La caída de La Quina –quien, tras pasar siete años en la cárcel, jamás recuperó el poder sindical- no significó una depuración del sindicalismo en Pemex. Y no fue así por dos razones principales. La primera es que al gobierno de Salinas de Gortari le interesaba más deshacerse de una pandilla que fomentar la democracia sindical; la segunda, que los grupos interesados en depurar el sindicato fueron puestos fuera del combate político con el abierto apoyo de Cuauhtémoc Cárdenas al depuesto cacique. 

Así, al imperio de Hernández Galicia en Pemex siguió uno más cauto e institucional, menos violento (tal vez porque no ha necesitado serlo tanto), pero igualmente corrupto. Difícilmente podrá hacerse una reforma integral a la industria energética del país si no se hacen cuentas –y cuentas transparentes- con los sindicatos de las principales empresas paraestatales del ramo, Pemex en primer lugar.  

No deja de ser llamativo que pocos meses después de la caída de La Quina –en abril de 1989, para ser precisos- hubiera caído otro “líder moral” de un importante sindicato nacional. Carlos Jonguitud Barrios, dirigente del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, después de una exitosa movilización de la CNTE, en demanda de aumentos salariales.

Curiosamente, la dirigencia de la Coordinadora –que estaba menos radicalizada y envalentonada que ahora- saludó el relevo de Elba Esther Gordillo como “un gran avance y un triunfo inobjetable”, y más cuando la sagaz dirigente hizo suyas las demandas salariales y obtuvo un incremento satisfactorio.

En aquella época se consolidaron, en movimientos paralelos, el liderazgo nacional de Gordillo y los liderazgos locales, en el sur del país, de la Coordinadora. Lo que no se consolidó fue la democracia sindical, en el sentido de fomentar la pluralidad: a cambio de ello, cacicazgos paralelos, uno grandote y los demás chiquitos, con discursos diferentes, pero métodos similares.

Sabemos que a Gordillo le sucedió algo muy parecido a lo que le ocurrió a La Quina: porque pudo doblegar a un Presidente se creyó más poderosa que cualquiera de ellos, perdió el sentido de realidad política y cayó de manera estruendosa, tras haber construido un imperio sindical. 

La pregunta respecto al SNTE es similar a la planteada hace pocos párrafos respecto a los sindicatos del ramo energético. ¿Es posible que la reforma educativa funcione si no hay un nuevo tipo de arreglo sindical? ¿Qué lo haga a pesar de las inercias corporativas dejadas por Elba Esther y de los cacicazgos locales en las zonas controladas por la CNTE?

Porque luego resulta que, arreglándolo todo desde arriba, sin que nada se mueva desde abajo, los cambios suelen ser más aparentes que reales. Y el país necesita reformas reales.

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