jueves, diciembre 25, 2014

Cuba-EU: Adiós a las armas (retóricas)




Abordemos un tema que puede cambiar, en el mediano plazo, la faz del continente americano: la normalización de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos.

El anuncio, hecho simultáneamente por Barack Obama y Raúl Castro, es una señal de que los tiempos están cambiando y que, efectivamente, el siglo XX es cosa del pasado. Las dirigencias de ambas naciones dejan de lado una retórica que, a estas alturas, a ninguno le convenía.

Del lado cubano, la cosa es relativamente fácil de explicar. Los años creativos de la Revolución hace rato que pasaron, y el resultado natural del sistema económico implantado en la isla ha sido el de un estancamiento secular, en el que se han secado la iniciativa, la productividad y hasta las ganas mismas de trabajar. Ya ni siquiera tenemos aquellas improvisaciones absurdas –la zafra de los diez millones, la batalla de los cítricos- a los que nos tenía acostumbrada la vieja guardia.

El hecho es que durante muchos años Cuba dependió de manera vital del subsidio soviético. Cuando éste se vino abajo –y Fidel Castro habló del “doble bloqueo”-, la economía cubana se desplomó dramáticamente, llevándose entre las patas muchas de las conquistas sociales de la población. En años posteriores, Cuba consiguió ser subsidiada por países amigos –que, por ejemplo, le condonaban la deuda- y por aliados menores, entre los que destaca la Venezuela chavista. El camino de la revolución llevó hacia un Estado parásito.

Casualmente, las tres principales fuentes internacionales de subsidio de Cuba, Venezuela, Rusia e Irán, dependen fuertemente del peso del petróleo. Todo indica que los antiguos precios del energético, como las oscuras golondrinas, no volverán. En el caso venezolano, además, los errores en la conducción económica han causado desastres cuyos efectos todavía están por desplegarse a plenitud. Eso significa que Cuba está obligada a cambiar de modelo económico, porque ya no puede depredar a sus aliados sin perderlos (la ideología tiene sus límites objetivos).

El camino escogido por el grupo pragmático que encabeza Raúl es el modelo chino, que tiene la ventaja de que no implica un cambio radical de régimen político. Los comunistas cubanos pueden aspirar a una economía que se abre al mundo y compite con base en la baratura de su mano de obra, al mismo tiempo que se mantiene el control político autoritario (con una que otra purga al interior del Partido) y se desechan coqueteos con revoluciones ajenas. En todo caso, si acaso el Capitolio se decidiera a acabar con el bloqueo, se acabaría un pretexto para explicar las carencias de la población… pero se podrían vender más esperanzas.

Por eso, la reacción de la calle cubana ante la noticia no ha sido en la expectativa de más libertades –de hecho, la consigna es ser cautelosos con lo que se opina-, sino la de una eventual llegada de turismo estadunidense, de parientes exiliados más lejanos y, en su momento, de inversiones, empleo y productos de consumo.

Del lado estadunidense hay una chispa de realismo. La admisión de que hay una profunda incoherencia en tener lazos diplomáticos y económicos con las más variadas dictaduras y no tenerlos, tajantemente, con otra, nada más porque el pleito es más viejo.

También es realista admitir que el embargo fue inútil –cuando no, contraproducente-, porque significa entender que, más allá de la disputa ideológica propia del Siglo XX, no golpeó tanto a la economía de la isla como para tirar el régimen (al contrario, le dio excusas: si no hay papel de baño es por culpa del imperialismo) y sí afecta los intereses competitivos de las empresas estadunidenses en una economía cada vez más globalizada.

También hay un cálculo electoral. La mayoría de la población de Estados Unidos, incluidos muchos conservadores, está a favor de normalizar las relaciones con Cuba (y de poder viajar libremente a cualquier país, como lo dicta su cosmovisión). Obama ha sido un presidente que ha prometido mucho y entregado poco. Este gesto histórico puede ser visto como una de las pocas promesas cumplidas.

Se habla mucho de la oposición de la comunidad cubana en Florida. Eso es un mito, al menos si pensamos en unanimidad. La generación más amarga y activa con respecto a la isla, la del primer exilio, la que calificaba a Jimmy Carter de comunista, supera los 80 años y está más que diezmada. Los jóvenes de origen cubano –que no son exiliados, sino americanos de segunda o tercera generación- apoyan de manera aplastantemente mayoritaria el reinicio de relaciones y el fin del embargo. Lo han reiterado encuestas recientes. Lo que sí veremos es a políticos que se autonombran representantes de la comunidad vociferando al respecto.

Falta, por supuesto, el asunto más espinoso, que es el levantamiento del bloqueo. Parece improbable en el cortísimo plazo, dada la supremacía republicana en el Capitolio y los deseos del partido del elefante de hacerle la vida de cuadritos a Obama en todo lo que puedan.

Sin embargo, los republicanos de línea dura ya pueden empezar a sentir la presión de quienes más cuentan en la democracia estadunidense: las empresas cansadas de tener vetado un mercado potencial y deseosas de invertir en Cuba (y olvidarse de reposiciones y boberías). Estas empresas tienen voces de acompañamiento: el consumidor ávido de habanos, ron, y –ya lo están manejando- autos vintage, por lo pronto.

John F. Kennedy mandó comprar varias cajas de habanos antes de decretar el embargo económico a Cuba. Así de previsores tendrían que ser los empresarios mexicanos (a la defensiva, en el ramo turístico; a la ofensiva, en todos los demás). Ya perdieron un cacho de ese boleto –aprovechado por españoles y canadienses- en tiempos de Vicente Fox. Más les valdría  no perder los últimos camiones.   

jueves, diciembre 11, 2014

Biopics: seis días en Madrid



Con los Cordera Mora pasamos seis días en Madrid. Los recuerdo con un cariño especial. Días felices. Sé que Maca también.

Durante esos días nos quedamos en el departamento que tenían en el sur madrileño, en una zona obrera. Era chiquitito, aún más que la vivienda que nosotros teníamos en Italia. En una recámara nos acomodamos nosotros y en la otra Fallo y Maca, junto con Santiago, mientras que el mayor, Diego, pasó esos días con sus abuelos maternos. A Rayo le encantó encontrarse un niño aproximadamente de su edad con el que podía conversar y jugar en español. Anduvieron los dos como uña y mugre durante esos días.

En año nuevo fuimos a cenar con los amables padres de Maca, ese matrimonio que sólo pudo existir porque perdió la República y un hombre y una mujer que nunca se hubieran conocido coincidieron en México. Recuerdo que tenían la calefacción a todo meter (cosa imposible en casa de Fallo y Maca, donde la calefacción sólo funcionaba de noche) y que cenamos besugo.

De los días posteriores son de comentarse una paella de pescado portentosa que preparó Fallo (y la plática que la acompañó, con la famosa frase de “vieja que no chinga es macho”), un agradable paseo familiar por el Parque del Retiro (también estaban Paloma la hermana de Maca y Luis Díez de Urdanivia), la obligada visita a la Casa Mingo, para comer pollo y sidra en un ambiente magnífico, y varias largas caminatas por el centro madrileño lleno de gigantescos belenes, entre gente alegre y próspera (se vivían los años de gloria de los gobiernos del PSOE), con paradas varias para tapas y cervezas, hasta bien entrada la noche: una suerte de “marcha” familiar. Diego no lo aceptará ahora, pero a sus quince recién cumplidos era forofo del Madrid (y ponía cara seria cuando Patricia lo trataba, para mi desesperación, como si fuera un niñito).  

Para fortuna del Rayo –ya se sabe que los niños de cierta edad requieren que las cosas tengan cierto orden-, en Madrid había gran revuelo con la próxima llegada de los Reyes Magos (hubiera sido algo problemático explicarle que, en Italia, los sustituía una bruja buena, la befana). Pero él estaba muy preocupado porque, de acuerdo a los planes, pasaríamos la noche del 5 en algún hotel de Valencia y los reyes orientales no podrían encontrarlo. Le expliqué que a la cartita que nos dictó le agregamos que estaríamos en uno de los hoteles de la playa y que nos encontraran por las placas del auto.

La semana se nos fue como un soplo, y pronto estábamos cruzando la planicie manchega rumbo a Valencia, primera parada de nuestro camino de regreso. Raymundo no podía esconder su preocupación, rayana en la angustia. “Quién sabe si nos encuentran los Reyes Magos”, le decía a su hermanito. Por supuesto, al pequeño Camilo la improbabilidad de ese encuentro lo tenía totalmente sin cuidado.

martes, diciembre 02, 2014

México en los JCC de Veracruz, un breve balance


Terminaron los XXII Juegos Centroamericanos y del Caribe en Veracruz, y es momento de hacer un balance objetivo del desempeño de la delegación mexicana. Para hacerlo, es imprescindible alejarse de conceptos maniqueos y polares, como éxito y fracaso.

El primer objetivo que se puso México para estos juegos, en los que era local, era rebasar a Cuba en medallas de oro. Se trataba de un objetivo razonable y, a la vez, ambicioso. El crecimiento del deporte en nuestro país, acompañado por el estancamiento de la potencia caribeña, daba para pensar en la posibilidad. No se logró y hay que ver las causas.

El primer elemento a notar es que las autoridades deportivas pecaron de exceso de optimismo. La meta original era de 133 oros, igualando lo logrado en Mayagüez 2010 (no éramos sede, pero no compitió Cuba): esta meta se bajó luego a 128, tras la cancelación de siete pruebas. Del lado cubano, el especialista del diario Granma tenía otras cifras: calculaba 120 oros para su delegación y 110 para la mexicana.

Al final México obtuvo 115 medallas áureas, frente a 123 de los cubanos. Eso significa, en pocas palabras, que el análisis que hicieron en la isla fue más realista, más basado en la ponderación de datos y probabilidades y menos en una suma alegre de posibilidades.

Si vemos el asunto en plazos más largos, la distancia se acorta más por la caída relativa de Cuba en la región que por un avance mexicano. En los JCC de 1990, celebrados en México DF (y, por lo tanto, los únicos comparables), Cuba se llevó 184 oros, por 114 de México y el tercer lugar, Puerto Rico, quedó a años luz con sólo 21 preseas doradas. Ahora, en cambio, Colombia se llevó 70 y Venezuela, 56.  ¿Qué quiere decir eso? Que las ganadoras netas de rezago cubano son las dos naciones sudamericanas.

Yéndonos al análisis por deporte, encontramos que se ha avanzado poco o nada en los más importantes en el programa olímpico. En atletismo ha habido un ligero avance en las pruebas de campo, pero seguimos con una sequía tremenda en velocidad y no ha surgido un semifondista de nivel mundial desde Juan Luis Barrios (que aquí pudo refrendar sus títulos, pero ya va de salida). En natación, por tercera ocasión consecutiva disminuyeron los laureles: las mujeres medio se defienden, pero los hombres son una desgracia: ni un orito se llevaron, fueron sextos en Centroamericanos y de locales. En ciclismo de pista, leves mejorías, pero falló nuestra carta más fuerte, la subcampeona mundial Sofía Arreola. En boxeo, vamos como los cangrejos.

Los deportes donde México se considera potencia mundial dieron satisfacciones pero, salvo el taekwondo, donde nos llevamos 10 de los 16 oros en disputa, hubo decepciones: el arco compuesto femenino, la plata de Aída Román, las fallas en el trampolín varonil, dejaron una sensación agridulce. Aquí la justificante está en las fechas: noviembre no es precisamente el mes en el que un atleta en su ciclo olímpico está en su punto. Es el mismo caso de Daniel Corral, subcampeón mundial, que sólo consiguió dos bronces centroamericanos, en medio de una actuación bastante mediocre de los gimnastas (a pesar del oro femenino por equipos).

Allí donde se suponía que México tenía que arrasar, lo hizo. Nado sincronizado, gimnasia rítmica, racquetbol. Cada deporte con su reina: Nuria Diosdado, Cinthya Valdés, Paola Longoria. Lo mismo en triatlón y frontón, y algo similar se logró en squash.

Otras disciplinas en las que hubo resultados satisfactorios fueron lucha (sobre todo en la rama femanil, que dio tres oros), esgrima (donde es muy claro el avance: triplicamos las medallas respecto a hace cuatro años, y ahora sí estuvo Cuba), futbol, waterpolo (oro varonil) y golf. Resultados normales, con altas y bajas, en canotaje,  tiro, bádminton, tenis de mesa, pentatlón moderno, tenis (al ínfimo nivel centroamericano), boliche, vela y equitación.

Pero hay otros deportes en los que había habido avances y ahora hay retrocesos. Ya señalamos el asunto de la gimnasia artística. Hay que sumar el de la halterofilia: se ha ido una generación dorada de mujeres pesistas y el recambio no tiene la misma calidad. También está el remo: pasamos de 10 medallas de oro a cero. Ese solo deporte explica toda la ventaja cubana. Similar, la situación del judo. En ninguna de esas disciplinas éramos potencia mundial, pero las cosas parecían que se movían hacía la esperanza: ahora parece que se mueven hacia la desazón.  

Donde más la esperanza parece haberse trocado en desazón es en el baloncesto. Después de la maravillosa exhibición del equipo entrenado por Sergio Valdeolmillos, se decidió dejarlo ir, permitir el regreso de la grilla y regresar a las tinieblas. Fuimos campeones continentales hace un año, pasamos a la segunda fase en el Mundial, y ahora –con un equipo diezmado- los varones no alcanzaron ni siquiera las semifinales en JCC. Como si hubiera sido un espejismo.

En volibol y beisbol no logramos medalla alguna, pero al menos fueron torneos de muy alto nivel. No dejamos la mediocridad en balonmano y todavía no acabamos de dar el estirón en hockey sobre pasto. En softbol dejamos el oro con la casa llena. En volibol playero dimos un pasito para atrás. Sólo el polo acuático nos salvó de ser estrictamente panboleros.

En resumen, la delegación dio muchas satisfacciones, pero la sensación que permanece es que, con un mejor trabajo de planeación y más atención a ciertas disciplinas sí se hubiera podido lograr la meta de superar a Cuba. No era un sueño guajiro.



miércoles, noviembre 12, 2014

Biopics: Rumbo a Madrid (Barcelona y La Almudia de Doña Gudina)


Llegamos a Barcelona cuando anochecía y nos hospedamos en un hotel cerca de las ramblas. Luego salimos a cenar. El mesero nos trataba con cierto desdén hasta que pronuncié una palabra clave: camarones. 

-¿Mexicanos? –preguntó-.

Cuando asentimos nos trató de maravilla. Nos había confundido con castellanos que iban a pedir gambas, supongo.

La tele del cuarto de hotel no servía y mandaron un empleado andaluz, muy humilde, que le prometía a Raymundo: “En unos minutos vas a poder ver los dibujos”. La arregló cuando las caricaturas llevaban rato de haber terminado.

Al otro día paseamos por el barrio gótico, las ramblas y apenas un poquito por la zona de Diagonal (de esas ocasiones en que quedas de verte en un lado y no te encuentras y te encabronas), comimos unas tapas deliciosas y nos preparamos para salir al día siguiente muy tempranito, rumbo a Madrid. Sería toda una travesía.

De entrada, me perdí en la salida de Barcelona hacia Lleida, así que, en vez de tomar la autopista, me enfilé por una carretera de sólo dos carriles. Empezó a caer una niebla densa, una verdadera fumana modenesa, si no es que algo peor. Con todo y faros de niebla, apenas podía distinguir la parte trasera del auto que iba enfrente de mí. Todos en fila india, como a 40 kilómetros por hora, rodeados por las nubes bajísimas. Y de repente hay un loco que rebasa, entre claxonazos de protesta porque la verdad no hay ni cinco metros de visibilidad.

Tras llegar a Lleida, tomamos –ahora sí- la autopista rumbo a Zaragoza. Igual una niebla tupida, pero no tan trabada como en el trayecto inmediatamente anterior. Voy a 110 kilómetros por hora y de repente a mi izquierda un tráiler me rebasa: el cafre va como a 130.

Pasando Zaragoza se acababa la autopista y había que tomar una carretera de dos carriles hasta Madrid. El clima mejoró. Era poco más de mediodía y de repente, en una colina, aprieto el acelerador y nada, que el auto no responde. Por la sensación en el pie presiento que se rompió el chicote del pedal. Alcanzo a estacionar en la cuneta. Joder.

Acabábamos de atravesar un pueblito de nombre inolvidable: La Almudia de Doña Gudina. Así que pedí un aventón al pueblo, junto con el Rayito (Camilo se quedó con su mamá, esperando en el auto). En La Almudia de Doña Gudina era la hora de la comida, así que tuvimos que esperar un rato (y ordenar unos bocadillos para llevar) en lo que los mecanicos terminaban. Llegaron, coincidieron en que se trataba de la sirja –que es como le dicen al chicote en Aragón- y la sustituyeron. No cobraron muy caro, pero perdimos más de una hora.

Seguimos el trayecto con tráfico creciente. Me adelanto a otros autos y, al final del rebase, cruzo la línea contínua. Atrás viene una patrulla, hace señales para que me detenga. “Ya me chingué”, me dije. Habíamos librado la entrada a España sin el seguro, habíamos librado un accidente en medio de la niebla, habíamos tenido la suerte de que el chicote se rompió junto a un pueblito y no a media autopista –donde hubieran pedido los papeles que no tenía- y ahora venía esto.

Se baja el oficial. Yo también. Me pregunta, al ver las placas italianas, si hablo español. Le digo que sí, señor oficial, que soy mexicano, que me dí cuenta del error que cometí, que mire que vengo con la familia y estoy consciente de la importancia de respetar las señales…  El patrullero se queda como pasmado y me dice:

-¡Vaya, que hombre más decente y educado es usted! Aquí en España uno los para y le responden con injurias. Tenga más cuidado, y gracias.

Pues sí, pensé. En México, los indecentes y maleducados son los patrulleros.

Llegamos a Madrid bien entrada la noche (y el tráfico era tremendo, pareciera que media España quería pasar el año nuevo en la capital), así que decidimos tomar un hotel cerca de la Plaza del Sol y desde ahí llamar a los Cordera, para citarnos al día siguiente, que ya era 31. Maca nos citó a las 10 de la mañana, debajo del oso y el madroño.