martes, enero 19, 2016

Biopics: Fin del juego (de cambiar de país)



Verano del 87. Estaba por llegar a su fin mi año sabático. Había quedado claro que regresaríamos a México (en verdad, Patricia nunca había tenido la más mínima intención de hacer la prueba de quedarnos en Italia y nunca quemamos las naves –dejar el departamento en México-).

Vendí la bici, con la que alguna vez llevé al pequeño Camilo a visitar nuestro viejo y cambiadísimo vecindario de estudiantes,  a un compañero chileno de la Facultad (no fui capaz de cobrarle la apuesta que hicimos cuando estudiantes, sobre cuánto duraría el maldito Pinochet). Vendí el auto, a través del mismo mecánico. Vendí, incluso, al buen Otello, el traje de esquiar que Rayito había usado sólo aquella vez de las cascadas congeladas. El triciclo de Camilo sería, años después, usado por los hijos de Anna y Paolo, quienes se habían casado en abril. Le escribí a mi mamá para que inscribiera al Rayo a la escuela más cercana.

Le agradecí mucho a don Nino y donna Iris su hospitalidad. A él lo recuerdo caminando entre la niebla, mientras carga, por una razón ignota y nostálgica, el martillo deportivo con el que aseguraba haber competido en los Juegos Olímpicos de Berlín. También lo hice, y lo sigo haciendo, con Paolo y Anna, por su solidaria amistad.

Cuando fui a ver lo de mi viaje de regreso, el tal Leonardo Burócrata me dijo que no le habían llegado los boletos. Le comenté que ya no tenía dinero y estaba con mi familia. Su cínica respuesta: “Quando slitta, slitta” (Cuando resbala, resbala). Se refería a la fecha de partida.

La fecha no resbaló. Compré mi boleto y dejamos definitivamente Módena e Italia a finales de julio.   

Había pasado un año muy interesante, diferente. Vivido con cierta lentitud precisamente porque era diferente. Un año en el que jugué –esa es la palabra- a que cambiaba de país.

Los de la embajada italiana me propusieron renovar la beca. Les conté las anécdotas de Leonardo y se expresaron muy apenados, pero nunca me devolvieron lo del pasaje. Evidentemente aquella aventura había quedado cancelada.

Cada cierto tiempo sueño que regreso a Módena. Son sueños en los que la angustia se entremezcla con la esperanza de que esta vez sí me voy a quedar. Y esa Módena onírica tiene partes iguales a la ciudad verdadera y otras muy diferentes –en especial, una suerte de galería laberíntica en el centro histórico-. Alguna vez Taide, mi esposa, me dijo que lo que representa Módena en esos sueños es la felicidad.

Sé perfectamente que mi vida fue mucho mejor en México de lo que hubiera sido en Italia. Tal vez esa había sido mi intuición y mi decisión de siempre. También sé que me quedé con un gusanito de insatisfacción.

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