lunes, febrero 29, 2016

Leyendas olímpicas: Bruce Jenner (Caitlyn Jenner)



Los Juegos Olímpicos de Montreal se desarrollaron en plena guerra fría. La ventaja de los soviéticos sobre los estadunidenses en materia deportiva olímpica se hacía cada vez más notoria. Pero el país de las barras y las estrellas pudo encontrar su héroe: un chico all-American que, al vencer en decatlón –y destronar al campeón soviético Mykola Avilov, podía reclamar para sí, y de paso para su nación, el título del Atleta más Completo.

Jenner había empezado su carrera deportiva con el futbol americano, pero una lesión en la rodilla le impidió continuar. Pasó al atletismo y se especializó en el decatlón. Terminó en décimo lugar en los Juegos Olímpicos de Munich. De hecho, fue su admiración hacia Avilov –con quien se llevaba bien- lo que lo impulsó a entrenarse con tesón, desde el mismo día en que terminó su prueba en 1972, hasta su victoria en 1976.

La competencia entre el norteamericano y el soviético fue muy cerrada, hasta la penúltima prueba, el lanzamiento de jabalina, en la que Avilov se resintió de un tirón en el brazo. Ello no obsta para señalar que Jenner hizo una prueba extraordinaria: en 8 de las diez competencias rompió su marca personal.
Tras ganar, Jenner tomó una bandera estadunidense de un aficionado y dio la vuelta olímpica con ella. Inauguró así una importante tradición olímpica.  

En Montreal terminó la carrera deportiva de Bruce Jenner e inició otra, ligada a la publicidad y a las pantallas (por cierto, los hacedores del filme oficial sobre Montreal siguieron con detalle a Jenner durante toda la prueba, y él se mostraba inusualmente cómodo ante las cámaras). Con la imagen del limpio joven triunfador apareció en las cajas de cereales, en películas, en todo tipo de programas de televisión, decenas de ellos. El triunfo olímpico le sirvió para convertirse en una de las cosas que más ansiaba ser: una celebridad.

Tuvo tres matrimonios, el último de ellos, con Kris Kardashian, ex esposa del abogado de O.J. Simpson y reconocido personaje de reality shows. Jenner participó en el más famoso de ellos, Keeping Up with the Kardashians, hasta su divorcio.

Fue entonces, en 2015, que Jenner dio a conocer que durante muchos años había sufrido de disforia de género,  que se sentía mujer por dentro, que había tenido terapia hormonal. Entonces se convirtió en lo que más ansiaba ser. Desapareció de escena Bruce y apareció Caitlyn. El primero había estado en la portada de Playgirl; la segunda, en Vanity Fair, en una foto que le dio la vuelta al mundo, en donde –en sus propias palabras- “soy, finalmente, yo misma”.

Caitlyn Jenner es ahora uno de los rostros más visibles y una de las voces con mayor resonancia en la comunidad transgénero del mundo. Quién sabe qué opine al respecto el exsoviético Avilov.  

jueves, febrero 25, 2016

Umberto Eco, columnista

Ahora que ha muerto Umberto Eco muchos lo recuerdan como novelista; otros, como semiólogo y analista de medios; unos cuantos como ensayista sobre literatura y estética, como filósofo o como experto medievalista. Aquí quisiera rescatar a Umberto Eco periodista, al hombre que escribió columnas de opinión (cultural, política, de costumbres) desde 1959 hasta 2016 (su última colaboración está fechada al 27 de enero).

Eco subrayaba una diferencia capital entre los intelectuales europeos (y latinoamericanos) con los estadunidenses. Mientras que la mayor parte de estos últimos transcurren su vida y desarrollan sus intereses pegados a la academia, los otros suelen sumergirse en la vida política y social de sus naciones. El resultado, a menudo, es que dan el salto al periodismo –o, al menos, intentan darlo.

Las primeras columnas de Eco fueron en la revista Il Verri, después aparecieron en el semanario L’Espresso y en el diario La Repubblica. De ellas, han salido varios libros (es conocido en México su Diario Mínimo) y han quedado decenas de textos listos para una o varias antologías.

De los diarios mínimos –hay dos tomos- hay varios pequeños ensayos que trascienden. El más famoso es “Fenomenología de Mike Buongiorno” (Buongiorno era una suerte de Raúl Velasco italiano), en donde explica las ventajas de la mediocridad televisiva: Buongiorno es un personaje tan plano que al público no le cuesta trabajo identificarse con él, pero no sólo eso: puede tranquilamente sentirse superior. En ese sentido, la televisión juega un papel de reafirmación: entretiene sin crear complejos de inferioridad.

“Elogio de Franti”, contextualiza al pequeño villano de Corazón, Diario de un Niño y, al hacerlo, mete en crisis a toda la concepción moral decimonónica detrás de la obra de D’Amicis. En “Carta a mi hijo”, Eco defiende los juguetes bélicos, afirmando que lo que importa es darles sentido, peleando del lado de los buenos (que nunca lo son del todo) e imaginando la infancia de Eichmann, “encorvado, la mirada de contable de la muerte, sobre el rompecabezas del mecano, siguiendo las instrucciones del manualito… ¡Temed a los jóvenes que construyen pequeñas grúas!”.

En su libro La bustina di Minerva, que recoge algunas de las columnas en el semanario y el diario, encontramos a un Umberto Eco muy cercano ya a la coyuntura y a la política italiana y mundial del momento, pero siempre atento a los cambios en la cultura popular.

Toca la televisión y sus programas chatarra: “Ya no se puede caricaturizar al tonto del pueblo, porque sería antidemocrático; pero es superdemocrático darle la palabra al tonto del pueblo… contento él, que se exhibe; contenta la cadena, que hace espectáculo sin pagar al actor; contentos nosotros, que finalmente podemos reír de nuevo de la estupidez ajena, satisfaciendo nuestro sadismo”.

Va a Nueva York y el mesero paquistaní se asombra de que Italia no tenga enemigos. Pero Eco lo repiensa y escribe: “No tenemos enemigos externos, porque estamos continuamente en guerra interna… partido contra partido, corriente de partido contra corriente del mismo partido, región contra región, gobierno contra magistratura… departamento contra departamento, periódico contra periódico”.

Dice Eco que las ciudades se dividen en dos: seguras e inseguras de sí mismas. Característica de las segundas, preguntarle al visitante: “¿Qué opina de nuestra ciudad?”.

Una reflexión importante es sobre el papel de los medios de comunicación en las disputas judiciales. “Una sociedad en la que, a priori, no sólo la parte acusadora sino también los jueces son deslegitimados sistemáticamente, es una sociedad en la que algo no funciona”.

Se explica. “El primer movimiento del acusado no es probar que es inocente, sino demostrar a la opinión pública que la parte acusadora no es inmune a las sospechas… Si el acusado tiene éxito en esta operación, el proceso es secundario, porque quien decide, en procesos tomados por la televisión, es la opinión pública… un duelo massmediático entre futuros acusados y futuros procuradores”.

Critica que los medios masivos “espíen” a los políticos. “Hace tiempo, los políticos empleaban el tiempo para consultarse, negociar, evaluar los pros y los contras de una decisión –y en el curso de estos conciliábulos cambiaban de idea más de una vez. Al final, eran juzgados por lo que habían decidido. Ahora, en cambio, están obligados por la presión de los medios a hacer pública cada mínima fase de su proceso de prueba y error. Si no lo hacen, no aparecen en pantalla y se ponen en desventaja”. ¿El resultado? Que no hay decisiones, porque la exposición en los medios premia el no llegar a acuerdos.

La llegada de Berlusconi al poder, dio a Umberto Eco una cantidad tremenda de municiones. La mayor parte de sus columnas políticas tenían un aspecto ético muy destacado, y éste se hizo todavía más agudo cuando el Cavaliere utilizó, sin pudor alguno, su poder mediático para hacerse del poder político y mantenerse ahí.

Eco desconfiaba del intelectual militante, “que es más útil cuando está callado”. Sin embargo hizo un llamado público a votar contra Berlusconi en 2001. Llamó “esquizofrénico” a Berlusconi y fue más allá: dijo que no era comparable con dictadores como Mubarak o Gadafi, “sino –intelectualmente hablando- con Hitler, que también llegó al poder con elecciones”.

Es conocido su interés por internet. Lo elogiaba por su gran capacidad de comunicación y por permitir a las nuevas generaciones “organizar una revolución en cinco países diferentes, de una manera que sus padres no hubiera podido siquiera imaginar”; lo criticaba por fomentar la flojera (el caso del joven que busca ayuda en redes sociales para que le platiquen de un artículo de Eco de tres cuartillas, que no se ha tomado la molestia de buscar en el mismo internet) y de poner en un mismo plano informaciones de muy distinta calidad.

Advertía contra el achatamiento de la historia, que está en curso (la incapacidad de distinguir distintas épocas, fundiéndolas todas en “el pasado”), criticó siempre lo políticamente correcto, defendió el buen uso del lenguaje y atacó la moda de abusar del tuteo, se burló de la juvenilización (lo que aquí llamamos “chavorrucos”) y de muchas costumbres postmodernas. Mantuvo siempre intactos el humor corrosivo, el llamado a la lógica y la defensa de los valores civiles y humanos.

Su columna era una lectura refrescante. La extrañaremos.    

martes, febrero 23, 2016

Glorias olímpicas: Fu Mingxia



Una de las imágenes que más circuló en los días anteriores y durante los Juegos Olímpicos de Barcelona fue la de una pequeña clavadista china que volaba desde la plataforma de la piscina de Montjuic, con la ciudad condal en el fondo. Era Fu Migxia, una niña que aún no cumplía los 14 años y que había podido colarse a los juegos, a pesar de su edad, por un detalle técnico-legal. Esa niña haría historia en la disciplina de los clavados.

Y la historia personal de Fu Mingxia es también espejo de la transición entre la China todavía fuertemente maoísta de su infancia y la de hoy.

La pequeña, hija de trabajadores, empezó a entrenarse como gimnasta a los tres años de edad. Los entrenadores decidieron que la niña la haría mejor en los clavados. Aprendió a tirarse al mismo tiempo que a nadar, y utilizaban una cuerda para sacarla de la alberca. A los nueve años fue separada de su familia para dedicarse a entrenar. Entrenaba hasta en medio de las tormentas. “Si puedes clavarte en medio de un aguacero, lo puedes hacer mucho mejor en competencia”, dijo alguna ocasión. A sus padres los veía sólo un par de veces al año (y, una vez que fueron a verla competir, no los pudo reconocer).

Fue de las primeras competidoras en especializarse en clavados de alta dificultad y eso ayudó mucho a su carrera. A los 12 años ya era campeona mundial. Su primera competencia olímpica fue precisamente en Barcelona 92, donde obtuvo el oro en la plataforma. Entre juegos olímpicos obtuvo un oro y una plata mundiales. En Atlanta 96 logró el doblete y se subió a lo más alto del podio tanto en plataforma, como en trampolín.

Pero Mingxia estaba cansada de tanto entrenar y se rebeló. No sería más la máquina deportiva del sistema. La niña prodigio de los clavados quería estudiar, dejó el deporte y se enroló en la universidad para estudiar economía. Dos años después, decidió volver a tirarse, pero sólo del trampolín y con un ritmo de entrenamiento menos pesado. Fue suficiente para volver a coronarse campeona olímpica en Sydney 2000 y para obtener plata en el trampolín sincronizado (disciplina que hacía su debut).  Con esa victoria, consiguió el doble-doble, como Louganis.

Años después, casó con un empresario, ex secretario de finanzas de Hong Kong. Allí vive, en la parte más moderna y capitalista de China.
 

jueves, febrero 18, 2016

El Papa Francisco y la playera del Cruz Azul

He comentado dos giras recientes del Papa Francisco.

En México, febrero 2016:

El Papa Francisco y la playera del Cruz Azul

Entre las muchas anécdotas de la visita del Papa a México, hay una que me parece reveladora: en las inmediaciones del Zócalo, algún aficionado del Cruz Azul lanzó una camiseta de su equipo al Papamóvil. Lo hizo con tino, pues Francisco atrapó la playera al vuelo, y dibujó una amplia sonrisa.

La intención del aficionado, me dicen, era que el obsequio, al pasar por las manos del Papa, sirviera para terminar con la mala racha de la escuadra, que lleva 36 torneos sin conseguir el campeonato. Si Bergoglio ya le hizo el milagrito al San Lorenzo de Almagro, equipo de sus amores, ¿por qué no habría de hacerlo con un equipo al que, además, apodan, “la máquina celeste”?

Durante la visita de Francisco, queda clara la impresión de que el aficionado del Cruz Azul no está solo, que hay muchos que esperan que el Papa les conceda milagros. O cuando menos, algo parecido.

Es sabida la propensión popular a considerar a los Papas como taumaturgos, personas que por intercesión divina son capaces de hacer actos milagrosos. Se les suele ver como una suerte de santos vivientes. La que era menos conocida –pero se ha hecho evidente- es la intención de personajes públicos de brillar en la luz de la popularidad –o el rating- de Francisco.

Creo que detrás está la misma desesperada lógica cruzazulina: “si me pongo cerca del Papa, si hago que me vean con él, me tocará aunque sea un cachito de su popularidad y carisma”, o “si transmito mañana, tarde y noche sobre la visita, me cargaré la audiencia que vendo, más allá del viaje papal”.

Entiéndase. No ha habido un solo jefe de Estado o de gobierno, nacional o local, de cualquier tendencia política, que no haya querido aprovechar una visita papal para sí. Ahí está Raúl Castro como ejemplo. Lo que es diferente es el ansia de sacar provecho. Y lo que es problemático es que se note, porque indica que el ansia se come a la necesaria discreción. Y ya sabemos que el ansia es mala cuando se busca una meta, como el Cruz Azul lo ha comprobado desde hace varios años.

Hay ciertos milagros que ni siquiera un pontífice popular es capaz de hacer. Por una parte, porque la transubstanciación de la popularidad tiene sus límites; por la otra, porque un pontífice popular normalmente trae su propia agenda, y esa no siempre es la misma que la de los gobernantes.

Ha sido el caso en esta ocasión, como era de esperarse, tratándose de Francisco.

El Papa criticó, ante un auditorio privilegiado, la búsqueda del “camino de privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos”. Lo hizo duro: es el camino que abona a la corrupción, el narcotráfico y la violencia. Y para que quedara claro, señaló que no se trata “sólo de un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y de mejoras”, sino de formación de responsabilidad personal.

Pero tal vez la agenda que más interese al Papa sea la interna. El regaño al alto clero mexicano –ese que pasó por delante del gabinete, pero detrás de los cantantes de Televisa, en la salutación del aeropuerto- viene de una pugna lejana entre dos concepciones de la Iglesia. En ese sentido se puede leer la visita a la tumba de Samuel Ruiz: “en política, la forma es fondo”.

No se trata simplemente de que la iglesia mexicana sea conservadora. También el Papa lo es, a su manera. Se trata de que la parte más conspicua del clero ha puesto por delante sus relaciones con el poder material, empresarial y político, y ha dejado atrás de la valla a su grey.

El resultado, y lo que más preocupa al jefe de la Iglesia Católica, ha sido una caída en la participación comunitaria. En términos religiosos, México no es el mismo país que visitara Juan Pablo II en 1979. El porcentaje de quienes se declaran católicos ha caído 9 por ciento (una tasa menor a otras naciones de América Latina), pero sobre todo, ha disminuido notablemente la asistencia a los templos. Menos de uno de cada cinco mexicanos lo hace una vez a la semana.

En el entendido de que el fervor que queda es predominantemente guadalupano y sincrético, que es donde están las masas, hacia allí se ha movido el Papa, que será muy simpático y devoto, pero ante todo es un político.

Nada de esto parece hacer mella en quienes, tras aplaudir o reseñar con entusiasmo las palabras y cada acto mínimo del visitante, hacen caso omiso de su significado. Hay en ellos un análisis de la visita que tiene la misma profundidad de un charco: el tipo tiene buena imagen, es popular, brillemos con su luz prestada. Y que, en el ínterin, el Estado laico siga durmiendo el sueño de los justos.

San Lorenzo de Almagro, el equipo de futbol, se coronó en la liga argentina y también ganó la Libertadores. Para ello no le bastó encomendarse a su hincha más famoso: entrenó, se reforzó correctamente, mejoró su táctica y de seguro tuvo un buen ambiente en el vestidor. No pensó que como el Papa se había puesto la playera, tenía el camino allanado.

Por eso, si el Cruz Azul mexicano no cambia radicalmente, seguirá en las mismas. No importan el gesto o el tino casi heroico de su hincha-creyente. Lo mismo vale para quienes, prelados o políticos, quieren obtener ganancias fáciles de esta visita. No las han tenido y no las tendrán.



En Cuba y Estados Unidos, septiembre 2015.

Francisco: una gira política

No nos quepa duda de que el papa Bergoglio es un buen político. Su personalidad carismática y su cuidadosa agenda están logrando que la iglesia católica, manchada por los numerosos escándalos de abusos sexuales, sea de nuevo atractiva para mucha gente que se había alejado de ella. Su reciente viaje a Cuba y a Estados Unidos da prueba de ello.
En Cuba, la intención del Papa es muy evidente: convertir a la Iglesia en un interlocutor necesario entre el gobierno comunista y una sociedad en vilo, en proceso de cambio.

Hacer esto, a pesar de que la cubana nunca fue una sociedad muy practicante y de que la influencia cultural de la Iglesia sí tuvo una merma notable durante las últimas décadas, es una tarea que requiere mucha mano izquierda política.

En sus discursos, por un lado, Francisco se colocó claramente del lado de quienes propugnan por un cambio en la isla; por el otro, insistió en un cambio a través del diálogo y la cooperación, no por el camino de la crítica y la defensa intransigente de valores. En esa ruta, no convenía encuentro alguno con la disidencia. La iglesia cubana será interlocutor en sí, y no el altavoz de otros. Es un asunto de poder.

Eso también lo entendieron los jerarcas cubanos, que también son duchos en política. Es mucho más sencillo tratar con una institución dispuesta a negociar que con la sociedad civil en movimiento. Las fotos amables con Fidel y con Raúl así lo atestiguan.

De ahí, el salto al Imperio, donde el papa jesuita dio nuevas muestras de su perspicacia política, al alejarse de la extrema derecha de la nación que visitaba, sin tocar en el fondo los intereses más conservadores de su grey estadunidense.   

Así, en su gira por EU, el Papa Francisco se lanzó contra la fragmentación social que causa el capitalismo, contra los excesos –que una parte de la derecha republicana pondera como virtudes-, pero de ninguna manera contra el sistema en el que se basa ese país.

Los negocios son “una vocación noble, dirigida  a producir riqueza y mejorar al mundo”, dijo. Añadió: “El uso correcto de los recursos naturales, la aplicación justa de la tecnología y el espíritu emprendedor son elementos esenciales de una economía que busca ser moderna, inclusiva y sustentable”.

Francisco se mostró lejano de la visión de la teología de la liberación en su aspecto central. No está contra los valores mercantiles del capitalismo, sino en contra que éstos se pongan por encima de otros, como la democracia, la solidaridad humana y la sustentabilidad ecológica. Si acaso, lo novedoso es que –en su visión- no sólo Dios, como era de esperarse, está por encima del dinero, sino también la necesidad de hacer una política socialmente responsable.

En otras palabras, la crítica es real, pero el alejamiento del sistema no es, para nada, radical. Sólo los extremistas gringos así lo perciben.

Con quienes el Papa fue más cercano a una versión moderna de la Iglesia, fue con los migrantes y con los marginados. Su llamado a la tolerancia y a la inclusión va directamente en contra de los discursos de odio que maneja la derecha en Estados Unidos, y que son tan comunes a los cristianos evangélicos de ese país.

El discurso de Francisco sobre la ciudad y quienes parecen ser invisibles dentro de ella –los extranjeros, las minorías, los marginados- porque quienes la transitan están ciegos, empata muy claramente con el concepto –tradicional, pero a menudo olvidado- de que Jesús es el prójimo más vulnerable y desvalido.

Sin embargo, hay un grupo vulnerable –las mujeres- a quien el Papa sólo le dedicó palabras de aliento y porras, porque siguen siendo súbditos de segunda en la Iglesia, y otros a quienes fustigó, luego de que les hubiera lanzado un guiño comprensivo hace unos meses: la comunidad gay.

En su cálculo político –de frente a la situación de Estados Unidos, pero también a las corrientes que se disputan la hegemonía en la Iglesia-, Francisco fue bastante conservador en los llamados “temas morales”. De repente renació, como si de verdad existiera, el espectro del “lobby homosexual”  que tanto gustan blandir tanto la derecha de EU como la (impoluta) curia romana.

En resumen, la gira de Francisco por América fue un éxito político. Posicionó políticamente a la Iglesia en Cuba y dio línea (demócrata moderada) en Estados Unidos. Avanza en su política de puesta al día a una institución que llevaba varios siglos de retraso, y ahora nada más le falta como uno.  

Ha habido todo tipo de especulaciones acerca del por qué México no fue una parada en este periplo americano. Si estamos atentos a lo que hizo el Papa en Cuba y en Estados Unidos, la respuesta es que en el Vaticano no se ponen de acuerdo sobre el diagnóstico político sobre nuestro país (y las consiguientes acciones a tomar).

Conociendo la influencia y el talante de la Iglesia y sus aliados más fuertes en México, tal vez haya que congratularnos de que Francisco no haya venido.
 

martes, febrero 16, 2016

Las películas olímpicas (II)



Tras reseñar aquí las películas oficiales de los juegos de 1924 a 1968, paso a los filmes de los Juegos Olímpicos de 1972 a 2012. Representaron un nuevo modo de entender el evento, tras la irrupción masiva de la TV.Y también la victoria, tal vez efímera, de la cultura televisiva.

1972
Visions of Eight, dirigida por ocho diferentes cineastas

Parecía que ya se había dicho todo, y de la mejor manera posible, en las películas olímpicas, así que los organizadores de Munich buscaron una novedad, un experimento en el que, además, se pudieran explotar algunas de las cosas mejores de los filmes anteriores. De ahí nació Visions of Eight, en la que ocho directores de diferentes países captaran distintos aspectos de los juegos, sin pretender dar una panorámica general del evento.

El resultado, como podía preverse, es desigual. Algunos segmentos son buenos, otros son malos y el filme carece de unidad. Otra característica es que, al desaparecer el ambiente general, desaparecen los espectadores y desaparece la ciudad sede.

Los segmentos son: “Los Preparativos”, de Yuri Ozerov, que no dice nada; “Fortius”, de Mai Zetterling, dedicado a los pesistas, que deja un tanto perplejos porque hay más interés en la gente que mueve las pesas y deshace el local luego del evento que en el evento mismo; “Altius”, de Arthur Penn, que detalla minuciosa, lentamente, la competencia de salto de garrocha, en un ejercicio cansado, con tomas experimentales fuera de foco y muuuucha cámara lenta. Los garrochistas logran verse como entes abstractos, pero en general es algo que se hizo mejor 36 años antes; “Citius” de Kon Ichikawa, que disecta sólo una breve carrera: la final de 100 metros planos varoniles y lo hace con todos los ángulos y todas las expresiones (algo que el mismo director había hecho mejor y con menos cámaras en Tokio, ocho años atrás)…

El segmento que sirve de intermedio es “Las Mujeres”, de Michael Pfleghar –quien además debe haber realizado las partes de la inauguración y la clausura- nos dice más acerca de lo reciente que es la igualación de las mujeres en los Juegos Olímpicos que de otra cosa, porque es de lo más flojito y cursi; “El Decatlón”, de Milos Forman, tiene al menos la virtud de ser juguetona: el contrapunto de una orquesta típica bávara, con todo y director de corbata de moño de orquesta sinfónica e instrumentos folklóricos bávaros, con los diferentes momentos de la competencia atlética: va in crescendo y termina con los deportistas exhaustos; “Los Perdedores”, de Claude Lelouch es la verdadera joya de la película, porque capta muchas actitudes del humano en competencia: el boxeador que protesta su derrota (ante el mexicano Alfonso Zamora) y no puede ser consolado, los luchadores que insisten en seguir compitiendo con una extremidad dislocada, la lanzadora que llora inconsolablemente por no haber hecho una buena competencia, el nadador de mirada perdida cuando ve los resultados de su heat. La cámara está ahí, de intrusa, tomando el lado no heroico de los olímpicos; finalmente “El Más Largo”, de John Schlensinger, dedicado al maratón, que es el único segmento que hace referencia a la matanza de atletas israelíes perpetrada durante los juegos (y resulta que al maratonista británico al que hace seguimiento personal lo que realmente le perturba es que la masacre le cambió la rutina de entrenamiento y el día de la prueba). Este segmento, como en la película de México 68 termina haciendo hincapié en el último, tenaz, competidor del maratón.

En general, una película demasiado estilizada. También, el anuncio del fin de una era y el inicio de otra, en la que, por lo general, se buscaría contar los Juegos Olímpicos de una manera diferente.

1976
Jeux de la XXIè Olympiade, dirigida por Jean Beaudin, Marcel Carrière, George Dufaux y Jean-Claude Lebrecque

Para la película de los Juegos Olímpicos de Montreal se tomó la decisión de contarlos, esta vez, a través de la experiencia de cuatro atletas escogidos con antelación. Se trata de grabar los juegos a flor de piel (o “a la altura del hombre”, como dijo Jean Claude Labrecque, quien coordinó el filme). Todos tenían expectativa de medalla, y terminaron con suertes muy diferentes. Cada uno de ellos será seguido por un director diferente. La participación de estos atletas está acompañada por clips de otras competencias (las clásicas: el maratón, los relevos, la ruta ciclista…).
 
Un equipo sigue al velocista cubano Silvio Leonard; otro, a la gimnasta soviética, Neli Kim; uno más a Tamas Kancsai y sus compañeros del equipo húngaro de pentatlón moderno; el último, al decatleta estadunidense, Bruce Jenner.

De las cuatro experiencias olímpico-cinematográficas, la más pobre –en ambos sentidos- es la referente a Silvio Leonard, quien se lastimó la pierna y fue pronto eliminado. Tal vez el director tuvo problemas para filmar ya cuando se supo que Leonard no sería contendiente. La más interesante resulta la de los pentatletas, no sólo por la variedad de disciplinas, sino porque juega muy bien con las expectativas, las victorias, los sueños, las decepciones y la agonía de la última prueba. El equipo húngaro consiguió el bronce; Kancsai fue noveno.

Se suponía que Neli Kim, la carismática gimnasta de Tajikistán sería la reina de los juegos de Montreal. Se la ve confiada, relajada ante las cámaras; se la ve llamado por teléfono a sus familiares y se la ve entrenando. Luego se le verá en competencia, haciendo grandes rutinas. Obtendría tres oros y una plata (en el all around) en esos juegos y, sin embargo, terminaría por ser opacada por quien fuera, a la postre, la auténtica reina: Nadia Comaneci. Así, en el filme, nos encontramos con algunas escenas un tanto raras, pero que tienen su interés: la cámara muestra el rostro de Kim, que se percibe cada vez más preocupado, hasta casi llegar a la angustia, porque mira lo que está al fondo de la imagen: la Comaneci, que está dando una de sus extraordinarias exhibiciones.

El seguimiento del decatlón tiene algunas facetas relevantes. Una es la buena relación entre el americano Jenner y el soviético Arvilov, en una camaradería que contrasta con el aura de guerra fría con la que los medios cubrieron esa competencia. La otra es que, por primera vez en las películas olímpicas, la cámara no se dirige al público en general, sino a los familiares del atleta, como lo hará en varios Juegos posteriores: en este caso, la mamá de Jenner. Cuando vemos, en 2016, su feliz abrazo con el campeón olímpico, entendemos un tema psicológico interesante: Bruce Jenner siempre quiso convertirse en su madre.

1980
O sport, ty mir!, dirigida por Yuri Ozerov

Ya se sabe que la innovación cinematográfica no era el fuerte de la Unión Soviética desde los tiempos de Eisenstein, y menos en los años plúmbeos de Brezhnev. Para la película de los juegos de Moscú, los soviéticos se fueron por lo tradicional: la película panorámica de la olimpiada, con atención a uno que otro héroe (a ellos no se les iba a escapar un Mark Spitz, como a los auteurs del film de los juegos de Munich).

El título de la película “¡Oh deporte, tú eres la paz!”, nos indica claramente que la película, aunque dijera que no, iba a tener un fuerte contenido político-propagandístico.  Para ello inicia utilizando estilizadas animaciones de los juegos olímpicos de la antigua Grecia, recordando que implicaban una tregua entre las ciudades guerreras. Las lindas animaciones regresarán en distintos momentos para ligar los juegos antiguos con los presentes. También regresará el tema de la tregua y de la condena al boicot encabezado por Estados Unidos, con un leit-motiv insistente: la política no se debe mezclar con el deporte, el olimpismo es paz y unión entre los pueblos y bla bla bla. De seguro la idea sonaba bien antes de que la URSS y sus aliados boicotearan los juegos de Los Ángeles 1984. A partir de entonces sólo suena a hipocresía.

Ya los canadienses habían crecido la ceremonia de inauguración, pero los soviéticos son los primeros en darle grandeza y espectacularidad, y eso se nota en el filme. Lo mismo pasará con la clausura. En medio, tenemos una correcta reseña general de los eventos deportivos, que intenta cuidadosamente no pasarse de mano con las victorias soviéticas (que fueron muchas). Buenas son las escenas de las peleas de Teófilo Stevenson, las de una fiesta en la villa olímpica y las de los entrenadores gritones y desesperados.

La película también sería más que buena de no ser por la banda sonora, con música que es una auténtica tortura. No es ni rock, ni jazz, ni pop, ni folklor ruso: es una mezcla que se pretendía moderna y que definitivamente no lo era. Además, está puesta al aventón en las escenas y la mayoría de las veces no corresponde para nada con lo que estamos viendo.

Lo que sí nos deja de positivo, y será la última película en hacerlo, es el registro del ambiente que se vivía en Moscú alrededor de los juegos. Nos hace viajar un poquito. Eso se perdería en los siguientes filmes.

1984
16 Days of Glory, dirigida por Bud Greenspan

Sabemos que los juegos de Los Ángeles fueron una borrachera nacionalista reaganiana. La película “16 Días de Gloria” es parte de ello. Y, a diferencia de su antecesora soviética, su propaganda no es vergonzante. Es abierta, sin complejos. Grita de principio a fin: “¡Somos grandes! ¡Somos poderosos! ¡Somos los mejores!”. En cierta forma ayuda a entender por qué los gringos ganaron la Guerra Fría.

Del boicot soviético, apenas una mención lateral. En el centro del Coliseo de Los Ángeles están reunidos “los mejores atletas del mundo”. Y entre ellos, los estadunidenses destacarán como nadie. De demostrarlo se encargará Greenspan. De paso generará un estilo y se convertirá en el cineasta olímpico más longevo e influyente.

A Greenspan le interesa poco capturar el ambiente de los juegos. Se basará en el precedente quebequense para no platicar la historia general, sino contar historias particulares de atletas, al más puro estilo de las transmisiones olímpicas televisivas de Estados Unidos. Casi todos los deportistas reseñados serán ganadores, winners; y la gran mayoría, representando a la nación de las barras y las estrellas.

Veremos las historias de Carl Lewis –y su amor por Jesse Owens, de quien quiere ser espejo-, de Mary Lou Retton –y su relación con el coach Bela Karoly-, de Edwin Moses, de la ciclista Connie Carpenter. A toda la delegación china le toca un cachito; otro a una atleta marroquí, un judoka japonés, a un remero inglés (Redgrave). Y si le dedica un capítulo a un favorito que de nuevo falla en su intento por conseguir el podio olímpico, es al británico David Moorcroft. La embriaguez es tal que, en los clavados, vemos al magnífico Greg Louganis, a Greg Louganis y a Greg Louganis.

La televisión, aquí, le gana la partida al cine. Y en particular es la versión gringa de las olimpiadas por TV, que intenta atraer con temas “humanos” a las señoras poco interesadas en el deporte y no se interesa en lo absoluto en competencias donde no hay competidores norteamericanos.

Con el tiempo, esa victoria de la cultura de la televisión será definitiva. Greenspan dirigirá tres películas olímpicas “oficiales” más (y tres no oficiales, según el COI), utilizando siempre la misma fórmula, aunque con menos excesos nacionalistas.

1988
Road to Seoul, de varios directores

Esta es la película más difícil de conseguir de todas. La pude ver por una copia en CD de un video VHS que tenía otro fanático de los Juegos Olímpicos, Marco Salazar, a quien agradezco. El filme está en la lista del COI, pero dice claramente que es la película oficial de los Juegos Olímpicos de 1988. No puedo consignar los nombres de los directores, porque estaban escritos en coreano. Tampoco sé si ese es el título original (pero así dice el subtítulo).

Se trata de una película panorámica, de pretensiones totalizadoras, al estilo clásico. Como casi todas ellas, tiene su dosis de propaganda, pero en cantidades bien digeribles. Tiene dos conceptos centrales: uno es que el concepto de los modernos Juegos Olímpicos casa muy bien con la filosofía coreana –y eso implica una muy buena explicación del sentido de la ceremonia inaugural: la competencia deviene en fusión de amistad, como en la fusión yin-yang-; otro, que está declarado abiertamente, es que Corea del Sur organizó unos juegos sin boicots y sin terrorismo (un raspón a las cuatro ediciones anteriores).   

Salvo dos hallazgos muy buenos, el flujo de la ceremonia a la acción deportiva y del abrazo de la victoria al abrazo entre atletas de distintas naciones en la clausura, el film coreano hace una reseña apenas correctita de los eventos, con una música bastante equis. Estamos lejos de los ejercicios cinematográficos sobre la estética, el esfuerzo, el flujo, el sudor, el escenario, el dolor o la pasión de las películas de Berlín, Tokio, México y Roma, e incluso de Munich, Montreal y hasta Moscú. Son actos vistos desde lejos, desde una fría mirada neutra.

Sin embargo, “El Camino a Seúl” funciona como explicación y como filosofía: cuando nos encontramos, nos despediremos; cuando nos despedimos, nos volveremos a ver. Una particular –y no desdeñable- concepción del olimpismo.    

1992
Maratón, dirigida por Carlos Saura

La película oficial de los juegos de Barcelona empieza de manera espectacular. La toma del sol que amanece sobre el pebetero, el río de luces que va por las fuentes y escalinatas de Montjuic hacia el estadio mientras suena la canción de Queen dedicada al evento, la inauguración maravillosa e irrepetible… Uno piensa que va a ver la gran película olímpica que faltaba, pero no será así.

Saura utiliza el maratón como espinazo. La reseña deportiva –no habrá de otra, pasa de largo por los eventos culturales- inicia con la salida de los corredores. Regresaremos a ellos en diferentes momentos del filme, mientras vamos viendo otros deportes: gimnasia, natación, halterofilia, futbol, equitación, más atletismo, remo, lucha, box. Se trata de una apuesta interesante: la película dura como una carrera de maratón y todo evento deportivo tiene semejanza con él, por el esfuerzo que hay que dedicarle.

No hay casi diálogo, sólo la música acompaña y encadena las escenas. Algunas son muy recordables y bien logradas: la felicidad contagiosa de la atleta griega al ganar los 100 metros con vallas, la atmósfera en los vestidores de la arena de Badalona, donde se llevaba a cabo la competencia de box, donde casi se respiran la humedad y el sudor. La mayoría de las imágenes son muy bellas, reflejan el esfuerzo y la gracia. Muchas llevan al detalle. Casi ninguna, desgraciadamente, captura el ambiente que se vivió durante aquellos días en Barcelona (la gran ausente del film).

¿Entonces qué falta? ¿Por qué, a pesar de su elegancia esta película no prende, no involucra? ¿Por qué, si aquellos juegos fueron tan magníficos? Tal vez porque está demasiado embebida en la forma, y porque –algo muy extraño, tratándose del cineasta español- no transmite pasión.

Maratón es la última película panorámica de unos Juegos Olímpicos, hasta ahora.

1996
Atlanta’s Olympic Glory, dirigida por Bud Greenspan

Estados Unidos sólo tardó 12 años en volver a ser sede de unos Juegos Olímpicos. Greenspan –quien ya había hecho TV movies para los juegos de Seúl y Barcelona, vuelve a la carga, pero con otra circunstancia política. Estados Unidos ganó la Guerra Fría, Bill Clinton, y no Ronald Reagan, es presidente y ya no existe la necesidad de demostrar a toda costa el poderío de la potencia.

La película, de más de tres horas de duración, abordará –además de la inauguración y la clausura, narradas de prisa- 12 historias humano-deportivas. Todas, de winners (el único personaje que no gana oro es la consagrada Jackie Joyner-Kersee, la veteranísima que, lesionada, gana un bronce que le sabe mejor que todos los oros). Aproximadamente la mitad corresponde a atletas de EU. Otra característica es que los espectadores anónimos desaparecen, pero la cámara sigue con insistencia –herencia de la TV gringa- a los familiares de los deportistas.

El filme de Atlanta tiene un problema. O bueno, dos. Queda claro que primero se dieron los resultados y luego se definió de quién se haría la semblanza, por lo que las entrevistas suelen ser muy ex-post, y eso se nota. Y por otra parte, ninguna de las historias personales tiene los aspectos de dramatismo buscados: se trata simplemente de gente con talento innato que entrenó bien para sus pruebas. La única que, si acaso, destaca, es la del gimnasta Donghua Li, de origen chino, que compitió para Suiza (por la historia y porque pudimos ver a casi todos los finalistas del caballo con arzones).

¿Cuál es el sabor de boca que queda después de ver Atlanta’s Olympic Glory?  Que en la cultura deportiva estadunidense la biblia es la frase de Vince Lombardi, el mítico entrenador de los Packers: “Ganar no es lo más importante. Es todo”.

2000
Sydney 2000: Stories of Olympic Glory, dirigida por Bud Greenspan

Ese es el título del filme que está en la lista de filmes olímpicos oficiales en el canal del COI. Originalmente era una película para TV, en Disney Channel.

El Método Greenspan ya lo conocemos: inauguración, historias personales, clausura. En el caso de las olimpiadas australianas está –obvia y necesariamente- menos cargado hacia los atletas de EU. Las historias son cinco y destacan dos, que se revelan emocionantes por muchos ángulos: la del equipo estadunidense de beisbol, que genera expectación y suspenso (y aquí el gran personaje es Tom LaSorda) y la historia de la ciclista Leontiene Van Moorsel, que tiene elementos humanos de verdad interesantes.

2004
Athens 2004: Stories of Olympic Glory

Se repite la fórmula “winner” de Sydney, con resultados similares (lo cual es una pena, tratándose de Atenas, que –por razones históricas y de tradición- debió de haber hecho su propia película).

De nuevo cinco historias, y de nuevo hay dos que merecen un trato diferenciado, también por el tamaño de los atletas reseñados. Una es la del halterista heleno Pyrros Dimas; la otra, en una estupenda edición que utiliza muy bien la competencia de garrocha como pretexto para pasarnos un día de finales de atletismo, la del semifondista marroquí Hicham El Guerrouj.

Tanto la película de Atenas como la de Sydney se dejan ver mejor que los filmes dirigidos por Greenspan en su país. Son más cortos y más equilibrados.
 
2008
The Everlasting Flame. Beijing 2008, dirigida por Jun Gu

El comité organizador de los juegos de Pekín no iba a dejar que un estadunidense dirigiera su película oficial, así que Greenspan tuvo que contentarse por hacer su film para televisión por su lado (exclusivamente con triunfos de EU). Sin embargo, el director estadunidense está presente de manera indirecta: los chinos usaron la Fórmula Greenspan para su película, salvo por dos importantes detalles: eligieron primero a los atletas a seguir (es decir, no hay puros winners) e intentaron señalar que, a pesar de las diferencias económicas, religiosas, culturales y de actitud ante la vida, los deportistas tienen un sueño en común. Ese era, finalmente, el lema de los juegos pequineses.

Los vemos comer, entrenarse, rezar, ir de compras, hablar con las personas cercanas. El valor del filme es que practican en condiciones muy diferentes, con familias muy diferentes, en sociedades muy diferentes, pero las metas son similares. El olimpismo los enlaza. No hay ni pizca de chovinismo deportivo. Curioso, los chinos hicieron una película olímpica posmoderna.

Lo interesante del caso es que la parte más auténtica, la más sentida y humana, se refiere a uno de los principales losers de aquellos juegos. Xiang Liu, el vallista chino que se lesionó en la salida de su heat eliminatorio, dejando en la estupefacción a cientos de millones de sus connacionales. Quien termina robándose la película es el entrenador del chino, que rompe en llanto en la conferencia de prensa donde explica la lesión en el talón de Aquiles de su pupilo.

Los resultados de los atletas son muy variados: van desde los triunfos de Usain Bolt (con Asafa Powell reducido al papel de escudero), la trifecta oro-plata-bronce de los taekwondoines López, de Estados Unidos, la previsible eliminación de la competidora de TKD de Irán –¡Pero qué triunfo calificar a Pekín!-, la plata y el bronce del canoista alemán, el quinto lugar de las volibolistas brasileñas de playa, el sexto del veterano Gebrselassie (idolazo en Etiopía, concitador de masas corredoras) y el fracaso del ciclista BMX Kyle Bennett. Ese es –como en la película canadiense- un buen caleidoscopio de lo que sucede en unos Juegos Olímpicos.

En ese sentido, la película de la directora Gun Li, que además da pequeños flashazos de otros eventos –imposible olvidar a Michael Phelps- termina por funcionar bien.  Al final de cuentas, sólo las escenas que nos regala sobre la precisión mecánica de la organización china –pensadas, supongo, en demostrar eficiencia- nos recuerdan el tipo de régimen que se vive en ese país.

2012
First

La cinta británica trata de la historia de doce deportistas que compiten por primera vez en Juegos Olímpicos (de ahí el nombre). Al igual que la película china, se filmó desde los preparativos y entrenamientos hasta el variopinto resultado final de sus competencias.


La crítica ha sido feroz con este trabajo. Buena cinematografía, pero una edición apresurada, historias sin mucho chiste y un desorden generalizado, que para nada refleja aquellos exitosos juegos. Encima, música pop de la más comercialita para acompañar las actuaciones de los atletas. La directora ha declarado que considera que Bud Greenspan (fallecido en 2010) hubiera estado orgulloso de esa película. Habrá que dudarlo. El cineasta estadunidense trabajaba mucho la filosofía de la historia que inspira a través de la victoria. Este “first” quedó “last” en la calificación promedio del sitio IMDB en lo que se refiere a las películas olímpicas.

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Sabemos que habrá un film oficial para Río 2016, y que allí se filmará otro, centrado en la figura de Usain Bolt. Esperemos que sean novedosos, porque las fórmulas anteriores ya dan signos de agotamiento.