miércoles, junio 29, 2016

Brexit, frijoles y proteccionismo populista

Y sí, Roger Daltrey llamó a votar por el Brexit


Tras el referéndum con el que los británicos decidieron salirse de la Unión Europea, uno de los memes en redes sociales que más sentido me hizo fue una explicación gráfica: en un lado de la mesa se veían distintos manjares: quesos italianos, vinos franceses, salchichas alemanas, uvas griegas, naranjas españolas; en el otro, una lata de los horrendos frijoles dulces que desayunan los ingleses. Los electores habían votado por los frijoles.

En principio, la imagen mueve a risa. Pero debe también mover a reflexión. Quienes votaron por el brexit no es porque prefieran los nauseabundos frijoles, es porque no han tenido acceso suficiente a los manjares. Quienes probaron las exquisiteces extranjeras votaron en contra de la salida, y resultaron ser minoría.
Digámoslo de otra manera: el brexit fue la venganza (con un toque suicida) de quienes fueron dejados atrás por la modernidad, la diversidad y la globalización.

Mucho se ha hablado de la elección británica como una suerte de Guerra del Cerdo (entre los jóvenes y los viejos, de acuerdo con la novela de Bioy), pero se la ha analizado poco en otras dimensiones, que son más profundas y más preocupantes.

Si vemos el voto del referéndum de acuerdo a distintas categorías sociodemográficas, hay evidencia, sí, de que los jóvenes votaron mayoritariamente por quedarse en la Unión Europea y los más viejos lo hicieron por salir. Pero no se trata de la correlación más fuerte.

Por quedarse en la Unión Europea votaron las comunidades más ricas, las que tienen una mayor proporción de graduados universitarios y aquellas en donde vive un porcentaje más grande de personas no nacidas en el Reino Unido. Por salir, votaron las más pobres, las que tienen una mayor proporción de personas sin calificación para el trabajo y en donde casi no hay inmigrantes. La Gran Bretaña moderna, diversa y próspera votó por quedarse; la Inglaterra profunda y blanca, la que se quedó atrás con la globalización, votó por irse.

Esto significó también algunas paradojas político-electorales. Los distritos residenciales de Londres, tradicionalmente conservadores, votaron masivamente por quedarse. Los distritos laboristas de ciudades de industrialización oxidada, como Birmingham, votaron por largarse.

Hay algo más que nostalgia por un imperio que ya no será en ese voto obrero, de cuello azul. Está el hecho de que la apertura, que ha traído prosperidad a muchas partes, significó menos empleo y menos oportunidades en las zonas de industrias que dejaron de ser competitivas. La izquierda (en el caso inglés y galés, los laboristas), embobada con el canto de sirenas de la ortodoxia económica, no fue capaz de proponer opciones para sus seguidores, y acabó perdiéndolos ante la oleada populista.

El mensaje del brexit, se ha comentado en estas páginas, es negativo por donde se lo vea. Tiene una arista xenófoba y racista (es notable que el miedo a los inmigrantes sea mayor donde hay menos inmigración), que es de preocupar. Tiene otra, nacionalista y proteccionista, que es igualmente grave, sobre todo porque es parte de una tendencia mundial entre los electores.

La economía mundial vivió sus mejores años –de crecimiento rápido y socialmente compartido- cuando abandonó el proteccionismo de entreguerras y las diferentes economías nacionales se fueron abriendo a los flujos externos. Sin embargo, el tirón más grande de la globalización correspondió a un periodo de crecimiento más lento y desigual, y a uno de mayor exclusión y desigualdad social.

La desigualdad del crecimiento es connatural a todo proceso de apertura económica; la menor velocidad obedece más bien a problemas financieros (exceso de capital respecto a sus posibilidades de realización en el ámbito productivo); la mayor exclusión y desigualdad, a políticas económicas específicas.

En otras palabras, la mayor desigualdad no es hija natural de la globalización, sino de las políticas utilizadas para estabilizar las economías en medio del exceso de capital y de la crisis fiscal de los Estados (y qué mejor ejemplo que el reciente recorte al gasto en educación y salud para hacer frente a las oleadas especulativas relacionadas con el brexit).

Sin embargo, los populistas de todo el mundo le están echando la culpa de la exclusión a la apertura y a la globalización. Lo hacen para usar el discurso nacionalista a su favor. En el camino, proponen un regreso –retroceso, sería mejor palabra- a las prácticas proteccionistas en materia económica: comamos hartos frijoles dulces, que nosotros producimos y que dan empleo a nuestra gente.

Es interesante –y por demás preocupante- que este tipo de discursos encuentre cada vez más seguidores. No los encontrarán, o habrá muy pocos, entre quienes nunca han tenido nada. Los encuentran en las clases medias y trabajadoras que durante un tiempo se sintieron privilegiadas y que ya no lo son. Los encuentran entre quienes se ven a sí mismos, con razón o sin ella, como nuevos pobres.

Se trata precisamente del discurso que permitió hacerse del poder a las dictaduras de entreguerras –periodo de nacionalismo y proteccionismo si los ha habido-, que siempre se basaron en conceptos como “pueblo” y “nación” mucho más que en otros como “ciudadano” o “clase social”.  Esas dictaduras significaron un retroceso civilizatorio.

Hemos visto diferentes versiones del discurso, en clave de supuesta izquierda o de abierta derecha, en varios países de América y Europa. Denunciar, desde posiciones nacionalistas, tratados de libre comercio, se ha convertido en deporte favorito de políticos oportunistas en pos de votos. Es un síntoma de que algo está podrido en el sistema, y de que si las fuerzas verdaderamente progresistas no hacen nada para detenerlo, un futuro sombrío le espera a las próximas generaciones.

viernes, junio 24, 2016

Leyendas olímpicas: Spiridon Louis



Spiridon Louis fue la primera leyenda de los juegos olímpicos de la era moderna. Y en cierta forma, es el más legendario de todos. Durante décadas se le presentó como un pastor que, patrióticamente, se inscribió en la carrera de maratón y, con base en su voluntad tenaz, se hizo del primer lugar.

La verdad es otra, pero también tiene tintes de leyenda. Louis era un soldado que recientemente había dejado las armas, vivía a las afueras de Atenas y se dedicaba a la venta de agua mineral en la ciudad. Su antiguo oficial, el coronel Papadiamantopulos, sabía de su excepcional resistencia atlética, y lo fue a buscar para que hiciera una prueba para entrar al equipo griego. En ella, Louis quedó en el quinto lugar, y fue seleccionado.

La carrera de Maratón era la competencia más esperada en aquellos, los primeros juegos de la era moderna. Se corrió, efectivamente, desde el puente de Maratón hasta el estadio Panathinaikós: el trayecto de Filípides. Los griegos sentían que ganar esa carrera era una suerte de deber patriótico, y encima de ello les pesaba el hecho de que no habían obtenido ningún primer lugar en las otras pruebas atléticas.

Hay varias anécdotas sobre el trayecto de Spiridon. Una, que forma parte estrictamente de la leyenda, dice que se paró en una taberna a tomar un vaso de vino, mientras otros atletas desfallecían. Otra, que corresponde a los decires de la familia de Louis, señala que su novia le dio media naranja a mitad del trayecto y que su futuro suegro le regaló un vaso de coñac.

Lo cierto es que la ventaja fue primero de un francés y luego del australiano Flack. Pero los corredores extranjeros tenían una desventaja crucial respecto a los griegos: éstos ya habían corrido la distancia en el selectivo nacional, y ninguno de los foráneos había jamás terminado 40 kilómetros.

Eso se vio a partir del kilómetro 30, cuando casi todos los extranjeros empezaron a caer como moscas y Flack veía que su ventaja se reducía paso a paso. Sin embargo, el australiano todavía iba a la cabeza cuando partió un mensajero en bicicleta a dar la mala nueva al estadio repleto. Faltaban 5 kilómetros para la meta cuando Louis rebasó a Flack, quien acabaría abandonando. Partió otro ciclista, y el estadio explotó en júbilo.

Cuando Spiridon Louis entró al Estadio Panathinaikós, la multitud estaba extasiada. El ánimo era tan grande, que los príncipes Constantino y Jorge corrieron junto al ex soldado los últimos metros. El favorito Vasilakos quedó segundo, y el húngaro Kellner fue tercero (luego de la descalificación del griego Belokas, que hizo parte de la prueba en carruaje).

Cuenta la leyenda que el rey le ofreció a Spiridon “cuanto quisiera”, y el humilde corredor pidió sólo un caballo y una carreta para repartir el agua. Un restaurantero le ofreció comida gratis por diez años, como le sucedía a los campeones olímpicos de la Grecia antigua.

Louis, héroe nacional, regresó a sus tareas habituales. Nunca más compitió. Pero fue abanderado de Grecia en los Juegos Olímpicos de Berlín: ahí le regaló una rama de olivo a Hitler. Cuatro años después, el hombre murió.

En 2012, su nieto subastó la copa con la que fue premiado (en 1896 todavía no se daban las medallas de oro, plata y bronce): el objeto terminó vendiéndose en 860 mil dólares y se le puede admirar en el Museo de la Acrópolis. La leyenda sobrevive a Spiridon Louis.

miércoles, junio 22, 2016

Radiografía del voto en la Ciudad de México



Mi amigo, geógrafo y colega periodístico, Arturo Ramos, El Trosko, hizo unos mapas muy interesantes a partir de los datos de la elección del Constituyente de la Ciudad de México. De ellos, sacó una nota en Crónica, y prepara más, ahora yendo delegación por delegación.

Aquí haré un análisis somero, pero que no pretende ser epidérmico, del caso.





En el primer mapa, en el que cada sección electoral tiene el color del partido que la ganó, podemos ver lo siguiente:
El PAN gana en sus zonas tradicionales, de clase media, media-alta y alta. Los dos primeros grupos socioeconómicos han sido tradicionales bastiones del blanquiazul; la clase alta un tiempo fue del PRI. Ya no.
La implantación de Morena es mayor en el sur y centro que en el norte y oriente de la ciudad. Hay elementos históricos que nos podrían ayudar a entenderlo. El sur de la capital (entendido como tal lo que está abajo del Viaducto Piedad en el mapa) nunca votó más a la izquierda que el norte, pero siempre fue menos priista. Esto se puede traducir como “menos gobiernista”; ahora que Morena está en la oposición, eso se hace más evidente.
El PRD mantiene algunos bastiones en el norte y oriente, pero se desdibuja en casi todo el resto de la metrópoli. A un primer vistazo, pareciera que se trata más de grupos clientelares –o simplemente agradecidos con los programas sociales del gobierno de la CDMX- que de seguidores ideológicos.
El PRI se vuelve partido periférico. Es el partido de las barrancas, las cumbres y el campo. El centro de la capital se ha convertido, de varios lustros atrás, en territorio vedado para el tricolor.


Si analizamos los mapas por partido (el tono varía de acuerdo al porcentaje obtenido; el gris corresponde a menos del 3%), encontraremos que nuestra visión a ojo de pájaro se confirma en algunos puntos. Y otras aristas interesantes.

La comparación más interesante es la que se puede dar entre el PAN y el PRD, porque parecen espejos contrastantes. 

Desde que el PRI perdió la mayoría en la clase alta (lo que llaman los publicistas el grupo socioeconómico A), el porcentaje de votación del PAN ha podido servir como índice del nivel social de la sección electoral, en la Ciudad de México. Hay una fuerte correlación positiva. Esta vez no es la excepción.
 
Lo novedoso es que, desde finales del siglo pasado, cuando el PRD se hizo del gobierno de la ciudad, que ha detentado desde entonces, el partido del sol azteca aparecía como relativamente transversal: aunque tenía porcentajes relativamente más bajo en las zonas ricas y relativamente más altos en las colonias populares, las derivadas (es decir, las pendientes de las curvas) no eran pronunciadas –debido, primero, a la presencia del PRI en las zonas pobres y, más tarde, al crecimiento perredista entre las clases medias-. Ahora hay una fuerte correlación negativa entre nivel de ingreso de las secciones y votación por el PRD. De ahí el efecto espejo.
 
¿Qué significa esto para el PRD? Que hay una fuga del voto clasemediero y de colonias de clase trabajadora, pero no marginadas. Este voto, de acuerdo con la clase social, ha regresado al PAN o se ha ido a Morena.





De aquí se deriva el mapa de Morena. Sus zonas más débiles son las correspondientes a la clase media y alta y las colonias más pobres (salvo una parte del suroriente de la ciudad, que abarca una parte de Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco, y que es morenista); sus zonas más fuertes, son las zonas de clase media-baja y las colonias populares no marginales.

 
El PRI, la imagen lo dice, se ve deslavado. La única sección un poco verde en el centro es la que corresponde a Los Pinos, y hay una multiplicación de islas grises en los bastiones perredistas. En otras palabras, su implantación en la elección de 2015 fue frágil y fragmentada.




¿Conclusiones políticas? Varias. 

El gobierno de Miguel Ángel Mancera ha dilapidado buena parte del enorme capital político con el que inició (vaya, Mancera triunfó en 2012 hasta en las colonias más panistas), particularmente entre las clases medias, con las que no ha sabido conectar. Los datos de 2016 confirman esencialmente los del año pasado. De paso, no estaría mal que analizaran una copia de este mapa con uno que vea las obras de la PAOT y de constructoras privadas de hoyancos callejeros. Se complica votar por el partido de gobierno cuando la ciudad parece campo de batalla. 

El PAN no pudo capitalizar el desgaste de Mancera. Los electores, a la hora de votar la Constituyente, tienen en cuenta asuntos más ideológicos que cuando votan por delegado, por ejemplo, donde importa más la eficiencia prevista en la prestación de servicios. El choque entre la ideología conservadora de Acción Nacional y el talante liberal de los chilangos pudo haber tenido que ver. Así, la recuperación del blanquiazul fue desigual y combinada. Y su pérdida entre los pobres capitalinos, duradera.

Morena se afianza, pero –a diferencia del leitmotiv de “primero los pobres”, que maneja su líder- lo hace más entre las clases medias depauperadas que entre el proletariado propiamente dicho. Esto puede deberse a dos razones: la primera, es que Morena se maneja más como partido nacionalista que como organización de izquierda; la segunda está en la relación clientelar con el gobierno que, paradójicamente, fue una de las claves del éxito inicial de AMLO, pero ahora el gobierno es del PRD.

El PRD se ha convertido en el partido de los pobres capitalinos. Puede mantenerlos si, además de los programas sociales, lanza propuestas económicas fuertes contra la desigualdad (como el salario mínimo). Pero su problema –paradoja, luego de dos décadas de gobierno- es que la ciudad es menos pobre que cuando la tomó en sus riendas: debe hacer un esfuerzo por recuperar a los sectores medios y medio-populares, si de verdad quiere mantenerse otro sexenio más.

El PRI volvió a la intrascendencia política capitalina. Y esa es una complicación, porque aquí está el asiento de los poderes federales, en manos de un priista.