lunes, diciembre 11, 2017

Julia Carabias y el ecologismo pensante

A veces es sano dejar de hablar de la coyuntura política, y centrarse en una buena noticia. El Senado de la República decidió otorgar la medalla Belisario Domínguez a la bióloga Julia Carabias Lillo, investigadora mexicana comprometida con la ciencia, el desarrollo sustentable y el mejoramiento de las condiciones de vida de los mexicanos. Al hacerlo, honra al premio mismo.

Bióloga por la UNAM, Carabias fue miembro del Consejo Universitario, cofundadora y miembro del Comité Nacional del Movimiento de Acción Popular (MAP), presidente del Instituto Nacional de Ecología, titular de la SEMARNAP y es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Recibió, entre otros, el Premio Getty en 2001, el Premio Cosmos en 2004, el de Campeones de la Tierra (ONU) en 2005, y el Premio Alexander Von Humboldt en 2011. Es vicepresidenta del Centro Interdisciplinario de Biodiversidad y Ambiente, profesora de la Facultad de Ciencias de la UNAM y participa en el órgano científico técnico del Convenio de Diversidad Biológica de la ONU.

Más allá del currículum, Julia siempre se ha destacado por un compromiso esencial: luchar para que la gente pueda elegir una mejor forma de vida, por un México y un mundo justos e incluyentes, en los que no haya tanta desigualdad y pobreza. En ese sentido, su vida entera ha sido de congruencia.

Actualmente se le conoce por sus esfuerzos por salvaguardar los ecosistemas de la selva lacandona, en especial la Reserva Integral de la Biósfera Montes Azules, adonde vive buena parte del tiempo –siempre le han atraído las selvas-, pero su trayectoria habla de mucho más. Su paso por la Secretaría de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Pesca se distinguió por haber creado un parteaguas en la manera cómo se abordan los problemas relacionados con el ambiente. La clave de ello es su capacidad para tomar decisiones informadas, hechas con base en la ciencia y no en una ocurrencia política. Por ejemplo, fue ella quien subrayó las inconsistencias del primer “Hoy No Circula”, para acercarlo a su diseño actual, y atacó también otros factores contaminantes de las ciudades mexicanas.

Siempre ha sido una mujer interesada y activa en la política, porque entiende su importancia para transformar las cosas, y porque la concibe de manera ética. En ese sentido, nunca fue una funcionaria cómoda: nada más alejado de su concepción que las campañas huecas en el tema ambiental, de la mercadotecnia verde disfrazada que hoy nos inunda, y que ayuda a banalizar un tema toral para el futuro del país.

Carabias entiende que todo intento por generar un desarrollo sustentable topa con intereses político-económicos, a veces muy fuertes –de hecho, por eso fue secuestrada en 2014 por un grupo que defendía el cambio de uso de suelo que destruye la Lacandona– y que, a menudo, esos intereses lucran con la pobreza y la ignorancia de la gente. Así fue, claramente, en el caso de quienes quieren deforestar para introducir actividades agrícolas que no durarán, por la rápida erosión. Y lo es también entre quienes pretenden sobreexplotar las pesquerías o los acuíferos, o quienes permiten que la minería deshaga ecosistemas que darían sustento a mucha mayor población.

En otras palabras, Julia Carabias es una luchadora social sin demagogia. Una persona de carácter fuerte que no acomoda su pensamiento a las causas políticas. Es, por ello, alguien difícil de convencer para quien no tiene argumentos basados en los hechos. Y es alguien que tiene muy claro que la lógica de maximización de las ganancias, que domina en nuestras sociedades, no sirve para mejorar nuestra vida, y complica la de las próximas generaciones.

Carabias ha señalado que “México cuenta con el capital natural y social suficiente para lograr una buena calidad de vida para su población, pero si se mantienen las actuales tendencias que degradan la naturaleza, las posibilidades de atender el bienestar social van a disminuir”. Y es que nadie quiere asumir los costos políticos, reales o supuestos, de llevar a cabo acciones de mediano y largo plazo.

La gestión de los recursos hídricos, del suelo, de la biodiversidad no son temas meramente técnicos: están imbricados con problemas sociales, económicos y culturales, que los convierten en temas políticos. El problema, que Carabias ha subrayado una y otra vez a lo largo de su carrera, es que la política cortoplacista y la corrupción evitan una gestión racional y razonable. Es una política que empobrece los recursos naturales y las oportunidades de las próximas generaciones.

Ahora que inician las campañas políticas, temas como la inseguridad, la corrupción y la economía seguramente dominarán el panorama, pero bien harían partidos y candidatos en poner más atención al tema de la sustentabilidad del desarrollo, y dejar atrás los típicos fetiches del crecimiento. Es deseable un debate serio y a fondo sobre estos temas.

Desgraciadamente, es difícil que lo haya. No hay voluntad para entrarle a un tema que obliga a pensar en la distribución geográfica de la población, en el control efectivo de los recursos, en la relación transversal entre instituciones públicas. Es más fácil llenarse la boca de compromisos genéricos y suponer que la ecología es algo así como la defensa de las plantas y los animales, al cabo que hay una ignorancia generalizada sobre el tema.


Ojalá que el reconocimiento a Julia Carabias se traduzca, en correspondencia, en el reconocimiento de que el asunto del crecimiento sustentable es de vital importancia para el futuro del país. Que es un camino para superar la pobreza y la desigualdad. Y que, por lo tanto, es el cuarto gran tema de la agenda nacional. 

jueves, diciembre 07, 2017

Oligopolio social y nueva plebe (biopics)

En el estruendo de las campañas electorales de 1988, empezó a sorprenderme la actitud de los partidos de oposición: todos realizaban cada vez más prácticas al estilo priista. Por un lado, escribiría (“El ciudadano sin atributos”, La Jornada, 27 de marzo de 1988) que el corporativismo en México había creado una sociedad en la que “el individuo, protegido sólo por las leyes e instituciones, es prácticamente un hombre sin atributos”, y el ciudadano se ve obligado a corporativizarse. Subrayaba el hecho de que “nuestra vida cotidiana todavía está teñida por el gran autoritarismo que nos dice que todos los mexicanos son iguales ante la ley pero, orwellianamente, hay unos mexicanos más iguales que otros; habemos mexicanos más o menos protegidos y representados, y hay parias. La legalidad es hoy, más que nunca, el poder de los que no tienen poder; debería estar, por tanto, en el orden del día de todos los que se siente de la parte del progreso y de la democracia”. Remataba diciendo que se trataba de un problema de moralidad pública.

Por el otro, una semana antes había hecho una reflexión similar (“Oligopolio social y nueva plebe”, La Jornada, 21 de marzo de 1988), más enfocada a la crítica del actuar de los partidos.
Este es el texto:


“Un viejo tema, nunca suficientemente desarrollado, ha vuelto a la palestra: en México hay una enorme fragmentación social, que se refleja en una lógica corporativizante,en la cual los distintos grupos sociales –más allá de las solidaridades- trabajan para sus propios e inmediatos intereses, presionando de manera aislada (a la burocracia estatal, sobre todo). Este tipo de política, se dice, impone su dinámica a los partidos, vaciándolos paulatinamente de contenido (veánse “Desigualdad y democracia”, de Soledad Loaeza, Nexos 123 y “El reino de los intereses particulares”, de José Woldenberg, La Jornada, 19 de marzo).
"Aquí hay mucho hilo para bordar y muchas aclaraciones qué hacer.
"1)      Esta fragmentación social no es exclusiva de México: se trata de un fenómeno mundial, con ejemplos verificables en los cinco continentes. Tampoco parece ser un fenómeno ligado estrecha y únicamente al deterioro de las condiciones de vida de la población: existe y se desarrolla aun en aquellos países en donde ha habido un crecimiento económico notable y se han atemperado desigualdades en los niveles de ingreso. Es cierto, sin embargo, que esta especie de corporativismo tomó fuerza en una época de crisis mundial, los años setenta, y que los grupos sociales más poderosos empujaron, en la práctica, a la formación de intereses corporativos y a la creación de leyes, normas e instituciones que corresponden a esa fragmentación.
"2)      Podemos hablar, entonces, de la creación, en muchos países, de oligopolios sociales (los grupos más o menos protegidos y representados) y un nuevo tipo de proletariado, que no estaría definido en el sentido marxista del término, sino en el romano antiguo: una masa de (aparentes) ciudadanos, no representada ni protegida, y por tanto incapaz de participar activamente en la vida política (pero no por ello incapaz de transmitir tensiones al tejido social). El tamaño de esta masa de desposeídos (de los sin participación) es muy grande en México, y debe contar para el cálculo político y social.
"3)      Es legítima la preocupación por el movimentismo que sustituye a los partidos y los deforma. Pero hay que notar que movimiento y movimentismo no son la misma cosa. El movimentismo es el movimiento convocado y manipulado desde un partido, fracción o grupo político, que impide que el malestar del ciudadano se convierta en proyecto constructivo, en proyecto de país. Como lo demuestra, con creces, nuestra historia, el movimentismo (la negación del movimiento) se desarrolla mejor en un ambiente carente de oposición (en el que las autoridades son, de hecho, las únicas capaces de responder a las presiones-peticiones de los grupos de interés).
"4)      Si los partidos se comportan de manera cada vez más similar entre ellos (piénsese, por ejemplo, en el clientelismo), si el espacio en ellos se reduce cada vez más a la vida de palacio (reyes, cortesanos, conspiradores), si no privilegian el programa y el diálogo vivo con la sociedad (si no hacen de la nación su punto decisivo de referencia), no pueden considerarse ajenos (y muchos menos, víctimas) en todo este proceso. Un partido político que, de cara a los problemas nacionales y afianzado en la legalidad, logre revertir estas prácticas (o cuando menos inicie su cambio) tendrá –a la corta o a la larga- todas las de ganar. Porque las sociedades crecen y –al contrario de lo que quisiera hacernos creer la derecha-, la democracia no tiende espontáneamente a la disgregación”.

A casi 30 años de distancia vale preguntarse si algo ha cambiado. Creo que los procesos que describo se han vuelto más evidentes. Que el oligopolio social se ha dividido en castas, con la clase política de todos los partidos hasta arriba. El movimentismo se convirtió en método de trabajo para todos los partidos –y estaba yo equivocado al suponer que se desarrollaba mejor en un ambiente sin oposición política-, y no surgió un partido que quisiera revertir esas prácticas.
Sigo, sin embargo, convencido de que la democracia no tiende espontáneamente a la disgregación: ese es un efecto generado desde el poder, con ayuda de los cambios estructurales en la economía mundial.